Conoce a 17 santos que se enfrentaron con el diablo, y sobrevivieron para contarlo

Sus historias sirven de inspiración y consuelo para todos los cristianos de hoy

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La existencia del diablo y de otros espíritus malignos es atestiguada tanto por el Catecismo de la Iglesia como por las Sagradas Escrituras, y podemos encontrar referencias a estas entidades en muchos escritos de los Padres de la Iglesia.

La existencia de estos seres está también confirmada por el testimonio de muchos santos, y este es el tema central del nuevo libro de Paul Thigpen, Saints Who Battled Satan(Santos que lucharon contra Satanás, en traducción libre).

Thigpen, renombrado escritor y periodista, es doctor en estudios religiosos por la Universidad de Emory.

Enseñó teología en diversas universidades norteamericanas y es autor de más de 40 libros y cientos de artículos, sus trabajos fueron traducidos a más de 12 idiomas y publicados en todo el mundo.

En Saints Who Battle Satan, el profesor Thigpen narra las historias de 17 santos, hombres y mujeres de Dios que, en diversos contextos históricos y geográficos, dieron testimonio de sus luchas personales contra las fuerzas demoníacas. Sus historias sirven de inspiración y consuelo para todos los cristianos de hoy.

Thigpen actualmente es editor de TAN Books, tradicional editorial católica fundada en 1967 y con sede en Carolina del Norte, Estados Unidos. Primero fue ordenado pastor protestante, se conviritió al catolicismo en 1993.

En esta entrevista concedida a Aleteia, el Dr. Thigpen habla de su nuevo libro, que considera una continuación de subest-seller Manual for Spiritual Warfare (Un Manual para la Guerra Espiritual).

– Son muchas las historias de batallas libradas por los santos contra el diablo. ¿Cuál es el criterio que utilizó para escoger sólo 17?

De hecho, no fue una tarea fácil. Varios factores fueron tomados en consideración. Primero, con el fin de enfatizar el carácter universal de la lucha espiritual, quise incluir a santos de diversas culturas y diversos contextos históricos.

Los santos que escogí provienen de 12 países diferentes de Asia, África, Europa, América del Norte y América del Sur. Hay representantes de cada siglo desde los principios del cristianismo, excepto del siglo XXI, que acaba de comenzar.

Una segunda preocupación fue la de incluir historias y pasajes que pudieran ilustrar los principios ya discutidos en mi libro anterior, Manual for Spiritual Warfare.

Deseaba presentar a mis lectores las historias de hombres y mujeres de “carne y hueso”, testimonios directos de las manifestaciones ordinarias y extraordinarias del diablo.

Busqué también mostrar cómo los santos usan las “armas espirituales” que tenemos a mano, tales como la oración, el estudio de las Escrituras y los sacramentos; quise enfatizar cómo el cultivo de las virtudes cristianas les sirvieron de armadura espiritual en medio de los más violentos enfrentamientos; y cómo, en los momentos difíciles, estos santos solicitaron la ayuda de su comandante, Jesucristo, así como la de sus compañeros de campaña: los santos que libraron semejantes batallas antes que ellos, los ángeles y, en especial, la Virgen.

Finalmente, un factor decisivo fue, sin duda, la disponibilidad de información biográfica pertinente. Para cada santo seleccionado, era necesario tener a la mano material suficiente para redactar un capítulo completo.

Incluso así, en mi investigación terminé por acumular una extensa colección de citas e historias incompletas –muy buenas para rechazarlas– que servirían de materia prima para una sección adicional del libro.

– ¿Cuáles son los medios más comunes empleados por Satanás para acercarse a nosotros o tentarnos?

En general, somos capaces de discernir esos pensamientos que nos vienen a la mente por sugerencia o inspiración de una fuente exterior, de aquellos que nos ocurren por cuenta de una sugerencia de nuestros propios sentidos y facultades intelectuales.

Los demonios, al estar desprovistos de cuerpo físico, pueden transmitir ideas y pensamientos directamente a nuestras mentes.

Esta es una estrategia furtiva, ya que si no somos capaces de discernir esas influencias, podemos tomar equivocadamente pensamientos insinuados por ellos como genuinamente nuestros.

Satanás típicamente busca influenciarnos por medio de ilusiones, acusaciones, dudas (en especial respecto al amor de Dios hacia nosotros); o provocaciones, con el afán de despertar en nosotros la vanidad, la rabia, la lujuria, la desesperación; o aún incitándonos a desear aquello que nos está prohibido, o incluso a buscar a través de medios ilícitos algo que podría ser benéfico.

– ¿Podría citar a algún santo que haya lidiado con Satanás de forma poco usual respecto a los demás?

Me acuerdo del episodio en que el diablo intentó tentar a san Benito por medio de la lujuria. El espíritu maligno trajo a su memoria la imagen de una mujer muy atractiva que él conoció cuando era joven.

El recuerdo de esa mujer inflamó su corazón, a tal punto que casi lo hizo sucumbir y entregarse.

En ese momento, sin embargo, vio frente a sí un nido lleno de ortigas y espinas afiladas. Inmediatamente se quitó el hábito y se lanzó al arbusto, arrastrándose entre las espinas hasta que el cuerpo estuviera cubierto de heridas; y así la tentación lo abandonó.

– ¿Hay santos especialmente adecuados para apoyarnos en determinados tipos de tentaciones? ¿Podría mencionar a alguno de ellos?

La tradición católica nos anima a pedir ayuda de los santos que han librado batallas semejantes a las nuestras.

Así, al ser tentado por la lujuria, recomendaría buscar ayuda de san Benito; en los momentos de cólera, pediría ayuda a san Jerónimo; para resistir al pecado de la soberbia, a san Ignacio de Loyola; para no desanimarnos en nuestro caminar, la intercesión de santa Teresa de Ávila; y en los momentos de desesperación, a san Padre Pío, por ejemplo.

– Si pudiera imaginar algo como un “kit de supervivencia espiritual”, ¿cuáles serían los artículos más importantes que debería tener?

Bien, pienso que era precisamente lo que tenía en mente cuando escribí Manual for Spiritual Warfare.

El libro ofrece una visión general de la enseñanza de la Iglesia sobre cómo proceder en la batalla espiritual.

Analiza también algunos de los “recursos de batalla” cultivados por la tradición católica: doctrina pertinente, diversos textos, citas y episodios de las vidas de los santos, además de oraciones y cantos.

– ¿Cuáles son las virtudes más importantes para mantener el mal alejado y cómo utilizarlas como protección?

Desde tiempos remotos, un sinnúmero de consejeros espirituales cristianos han recomendado la humildad como virtud fundamental; sólo en ella las demás virtudes florecen. Por esa razón, la destaco como la más importante de todas la virtudes.

Para dar un ejemplo práctico de cómo la humildad puede protegernos de las embestidas del diablo, toma en cuenta una historia contada por los antiguos padres del desierto, respecto de un monje conocido por su profunda humildad.

Él oraba en recogimiento cuando recibió la visita del propio diablo, disfrazado de ángel de la luz. El diablo le dijo: “Soy el ángel Gabriel, y fui enviado a ti”, con el propósito de tentarlo con la soberbia.

Pero el humilde monje no se dejó engañar, respondiéndole: “Usted debe estar equivocado. Sin duda fue enviado a otra persona; no soy digno de recibir la visita de un ángel”. El diablo entonces se retiró, decepcionado y derrotado por la humildad del monje.

– ¿Por qué algunas personas parecen estar más asediadas por el diablo que otras?

Un patrón que se repite en las biografías de muchos santos es el siguiente: cuando el diablo percibe que una persona causará daños importantes a su imperio infernal, lo ataca furiosamente.

Fue así con san Antonio Abad, al demostrar su firme decisión de vivir como santo ermitaño en el desierto, también con santa Catalina, cuando decidió consagrarse a Cristo cuando era niña; fue lo que ocurrió al santo Padre Pío en el momento en que entró en la orden de los capuchinos.

Fue en estos momentos que el enemigo de sus almas realizó sus más violentos ataques, en un intento por impedírselos. Él sabía que si acaso tuviera éxito en someter a esos hombres y mujeres, las grandes obras que les serían confiadas por Dios serían saboteadas.

Pienso que ser consciente de esta verdad debe servirnos para consolarnos en los momentos difíciles.

Si enfrentamos la violenta oposición por parte de las huestes diabólicas, tal vez eso significa que Dios tiene grandes planes que realizar por medio de nosotros.

Debemos siempre tener en mente la advertencia de san José María Vianney: “El mayor de todos los males están en no experimentar la tentación, pues así tenemos motivos para creer que el diablo ya nos trata como su propiedad”.

– ¿Cómo podemos identificar las influencias verdaderamente procedentes de Satanás? ¿Cómo evitar volvernos paranoicos, excesivamente preocupados con el mal?

Las Escrituras nos hablan de nuestra lucha contra el “mundo”, la “carne” y contra el diablo (ver Santiago 4,1-7).

Es verdad que no siempre nuestros embates espirituales son directamente provocados por el diablo. Incluso así, es neceario tener en mente que, en estos momentos, él se aprovecha para intentar hacerse más presente y ejercer con mayor intensidad su influencia en nuestras vidas.

Debemos seguir siempre sus movimientos con gran atención. Creo que si somos capaces de cultivar el hábito de reconocer el origen de nuestros pensamientos, gran parte de nuestra lucha ya estará vencida.

Este tipo de discernimiento es cultivado por medio de las disciplinas espirituales tradicionalmente recomendadas por la Iglesia: oración frecuente, participación en la misa, adoración eucarística, recibir regularmente los sacramentos – en especial el de la Reconciliación y la Eucaristía, así como el estudio de las Escrituras (incluso memorizarlas) y el consejo de tutores autorizados.

El rechazo en ceder a cualquier paranoia frente al enemigo es otro patrón constante en las biografías espirituales de los santos; eran capaces de conservar su valentía y confianza inquebrantables porque tenían la convicción –como nos dice san Juan– de que cuanto mayor es Dios habitando en nuestro interior, mayor será el maligno presente en el mundo (ver 1 Jn 4,4).

Aunque tomaran al diablo muy en serio, también demostraban una especie de “desprecio sagrado” por él; sabían que, en última instancia, se trataba de un enemigo derrotado.

Es curioso ver que, incluso cuando la lucha se mostraba tan violenta al punto de castigar sus cuerpos, algunos santos les atribuían apodos graciosos a los espíritus malignos que los atormentaban.

Santa Catalina llamaba al suyo “ladroncillo” (porque intentaba robar almas); san Pío se refería al demonio que lo atacaba “ogro”; santa Gemma Galgani lo llamaba “chiappino” (asaltante); y san Juan Vianney apellidaba a su verdugo “grappin” (“garra” o “tenaza”, en francés). “Ah, ¿grappin y yo?” dijo en broma una vez, “¡ya somos casi amigos!”.

– En su opinión, ¿cuál sería la mejor manera de convencer a un incrédulo que Satanás de hecho existe y actúa?

Al hablar con personas incrédulas, les pido en primer lugar que consideren la evidencia acumulada a ese respecto.

A lo largo de la historia, pueblos de culturas muy diferentes y de las más diversas regiones del globo han afirmado la existencia de espíritus malignos, incluso cuando no están de acuerdo sobre otras realidades espirituales.

Incluso en nuestros días, oímos personas cultas e inteligentes dar testimonio de encuentros personales con fuerzas demoníacas. Ahora, esta parece ser una idea tan universalmente aceptable que debe tener algún fundamento.

Claro, es necesario reconocer que muchas enfermedades y trastornos mentales fueron y aún son equivocadamente atribuidos a la influencia de demonios.

Pero la gran cantidad de creencias y supersticiones populares en relación con espíritus malignos no constituye un argumento consistente contra su existencia.

Los escépticos podrían exigir evidencias más “científicas”. Pero, ¿qué tipo de evidencia relevante al respecto podría ser obtenida a través del método científico?

Las ciencias naturales investigan la realidad por medio de conceptos como el espacio, el tiempo, la energía, el movimiento; las ciencias humanas analizan el comportamiento humano.

– Los demonios no tienen cuerpo físico, ni tampoco son humanos. ¿Cómo podríamos someterlos a los escrutinios de nuestra ciencia?

No podemos colocarlos en tubos de ensayo, ni someterlos a los métodos de psicoanálisis. Lo máximo que los científicos pueden hacer es observar las influencias de los demonios en el mundo físico o en el comportamiento de las personas; pero la mentalidad “científica” los llevará a buscar, siempre, explicaciones alternativas para tales fenómenos, incluso cuando éstas se muestren claramente inadecuadas.

Al hablar con católicos, basaría mi argumentación en losnumerosos pasajes de la Biblia que dan testimonio de la existencia del diablo y de sus aliados malignos.

Los Evangelios dan testimonio, en particular, de que el propio Jesucristo habló con Satanás; la discusión entre Nuestro Señor y el diablo en el desierto no se considera solamente un diálogo interior sobre las tentaciones.

Cristo se refirió a los demonios en diversas ocasiones, y la actividad de expulsar a los malos espíritus de personas endemoniadas constituyó un aspecto destacado e indispensable de su misión.

Algunos estudiosos han sugerido que en estos episodios, Cristo estaría, de hecho, simplemente curando enfermedades físicas o mentales, erróneamente considerados demonios de las personas de aquel tiempo.

En respuesta a tales argumentos, necesitamos sólo recordar que, conforme atestigua el Evangelio, al menos en una ocasión –obedeciendo órdenes de Cristo– los demonios abandonaron a su huésped humano para invadir los cuerpos de animales. Ahora, no se puede transferir un trastorno médico de un hombre a una piara de cerdos.

La realidad de los poderes demoníacos han sido un elemento constante de la doctrina de la Iglesia católica desde su institución por Cristo, por medio de sus apóstoles. Estos, como sus sucesores, hablaron y escribieron sobre Satanás en varias ocasiones.

A lo largo de los siglos, todos los grandes maestros de la Iglesia han corroborado su existencia.

La existencia de Satanás ha sido también reiterada en diversas declaraciones de los papas y concilios de la Iglesia; encontramos referencias a él también en la liturgia.

Y, conforme nos muestra este libro, a lo largo de los siglos un sinnúmero de santos – personas cuya integridad moral y salud mental no puede ser cuestionada– dieron testimonio de sus propias luchas personales contra agresores demoníacos.

La obstinación en seguir rechazando la veracidad de estos hechos me parece más la expresión de una creencia ciega e irracional.

¿Te has preguntado cómo son elegidas las madres de hijos discapacitados?

“¿Por qué ella? ¡Se la ve tan feliz!…», “precisamente por eso”

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Este año, cerca de 100.000 mujeres se convertirán en madres de niños discapacitados. ¿Alguna vez se ha preguntado cómo elige Dios a las que serán madres de niños con discapacidades?

Yo también me lo he preguntado. Y a veces me imagino a Dios cerniéndose sobre la tierra para elegir a las artífices de su amor con el mayor de los cuidados y el más fino discernimiento.

Él observa y Él dicta las instrucciones a los ángeles que lo acompañan y las apuntan en un inmenso registro.

“LÓPEZ, Matías, hijo. Santo patrono: san Matías”.

“MORUNO, Cecilia, hija. Santa patrona: santa Cecilia”.

Luego cita otro nombre y, con una sonrisa, le dice a uno de sus ángeles: “Dale a un niño discapacitado”.

El ángel pregunta intrigado. “¿Por qué ella, Señor? ¡Se la ve tan feliz!”. “Precisamente por eso”, responde Dios. “¿Por qué iba a dar un niño discapacitado a una madre que no conoce la alegría de la vida, que no sabe reír ni sonreír? ¡Sería demasiado cruel para el niño!”.

“Es verdad, sería cruel, pero ¿crees que ella tendrá suficiente paciencia?”, insiste inquieto el ángel.

“No quiero que tenga demasiada paciencia, si no terminará por rendirse, se ahogará en un océano de desesperación y nunca dejará de sentir lástima de sí misma. Ya verás, una vez pasado el primer impacto por la noticia de la discapacidad, se recuperará rápidamente. Ayer la estuve observando, tiene un cierto sentido de orgullo e independencia que es tan raro como necesario en una madre. Ya sabes, el niño que voy a enviarle vive en su propio mundo. Ella tendrá que hacer lo necesario para traerlo al suyo, y no va a ser fácil. Pero yo velaré por ella todos los días”.

“Ella es realmente perfecta. Tiene la suficiente autoestima como para conseguirlo”.

Entonces se sobresalta el ángel: “Y esto del amor propio, ¿es una virtud?”. Dios asintió.

“Si ella no puede separarse del niño de vez en cuando no sobrevivirá. Sí, he aquí una mujer a la que voy a hacerle el favor de darle un niño imperfecto. No se da cuenta todavía, pero tiene suerte. Nunca dará nada por sentado. Nada volverá a ser banal ni ordinario para ella. Cuando su hijo le diga “mamá” por primera vez, para ella será como asistir a un milagro. Cuando describa un árbol o una puesta de sol a su hijo ciego, ella verá mi creación como muy pocas personas la han visto. Voy a permitir que ella vea con claridad las cosas como yo las veo: la ignorancia, la crueldad, los prejuicios… y voy a permitirle que se eleve por encima de todo eso. Ella jamás estará sola. Yo estaré a su lado cada minuto de su vida, porque va a hacer mi trabajo tan bien como si estuviera aquí a mi lado”.

“¿Y qué hay de su santa patrona?”, pregunta el ángel. Dios sonríe. “Un espejo será suficiente”.

Oscar Wilde

Oscar Wilde y una de sus facetas desconocidas

oscar-wilde-image_smallJoseph Pearce, cuenta: Falleció en 1900 a causa de la sífilis. Contra todo pronóstico, en su lecho de muerte, fue recibido en la Iglesia católica. Es difícil imaginar un converso menos “previsible” que él.

Wilde sentía una inclinación hacia el catolicismo que se remontaba a su infancia. Tres semanas antes de su muerte manifestaba a un periodista del Daily Chronicle, que “mi falta de rectitud moral se debe en gran medida al hecho de que mi padre no me permitiera convertirme al catolicismo. La faceta artística de la Iglesia y la fragancia de su magisterio quizá hubieran podido curar mis vicios. Hace mucho tiempo que deseo ser recibido en ella” (Richard Ellmann, Oscar Wilde, Londres 1987, p. 548).

Ya en su juventud, en abril de 1878, Wilde estuvo a punto de convertirse tras conocer al Padre Sebastian Bowden; éste le dijo: “Como católico se descubrirá usted un hombre nuevo tanto en el orden natural como en el de la gracia… No le animaré a hacer nada que no le dicte su propia conciencia. Enteranto, procure rezar mucho y hablar poco”, pero el consejo cayó en saco roto y Wilde hizo lo contrario de lo que este sacerdote le aconsejó.

Una de las principales influencias que condujeron a Wilde a la decadencia fue la del novelista francés Joris-Karl Husymans, cuya obra, A contrapelo, se tomaba por guía para llevar una vida libertina. El protagonista era un dandi intelectual dedicado a la búsqueda del placer. Muchos lo felicitaron pero no hubo admirador más ferviente del libro que Wilde. Ahora las virtudes eran sinónimo de afectación y el pecado, una rebelión natural. Lo malo era bueno y lo bueno, malo. El autor del libro pasó los años siguientes coqueteando con el satanismo y aquella tendencia culminó con su novela Allá lejos. Al año siguiente de la publicación de Allá lejos (1891), Huysmans hace pública profesión de su reconciliación con la Iglesia católica en su autobiografía titulada En ruta. Al parecer, tal, tan dramática vuelta al cristianismo también afectó a Wilde. Cuando en 1898, Maurice Maeterlinck le contó que Huysmans había ingresado en un monasterio, Wilde dijo: “Debe ser maravilloso ver a Dios a través de una vidriera. A lo mejor también yo debería irme a un monasterio”. No obstante, hasta sus últimos meses de vida, Wilde no demostró ninguna intención seria de unirse a la Iglesia.

En otra ocasión dijo que “la Iglesia católica es solo para santos y pecadores y la Iglesia anglicana, para gente respetable”.

Su amigo Robert Ross tomó la decisión de llamar a un sacerdote junto al lecho de Wilde cuando éste agonizaba. Lo hizo porque le había oído decir que “el catolicismo es la única religión en la que morir”. Le trajo un Padre Pasionista. Tras administrarle el bautismo condicional, el padre le dio la absolución y lo ungió con los santos óleos. Wilde falleció la tarde siguiente. Hizo realidad las palabras de su poema “Rome Unvisited”:

Allí volví la mirada hacia mi hogar,/ pues creí haber llegado al término/ de mi peregrinación, mas el sangrante sol/ el camino de la Sacra Roma señalaba (“Roma presentida”).

Resumen hecho por Rebeca Reynaud a partir de lo que dice Joseph Pearce, en su libro Escritores conversos. Palabra, Madrid 1999.

Cuando la pasión mata el amor

En el frenesí de los cuerpos que se consumen, a veces no está el corazón

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Los besos se multiplican siguiendo el ritmo desenfrenado del hervor interno y de la carne febril, difíciles de controlar.

Estas almas se ofrecen mil besos y, con los ojos cerrados, se lanzan cual suicidas hacia el océano negro de la ilusión romántica. No viven en el mundo real, sino en el disfrute de ellos mismos a través del otro, en la evasión ridícula que ofrece el amor pasional y de espectáculo.

Por desgracia, estas almas tan lanzadas se enfrentan a una catástrofe, confundidas por las falsas concepciones del amor, que lo convierten en un producto de consumo, del que se abusa y luego se desecha.

El amor no es la expresión de los instintos sexuales, sino un propósito común que requiere la unión de las voluntades.

Antoine de Saint Exupéry señalaba con buen acierto que el amor no consiste en mirar fijamente a los ojos del otro, sino más bien conducir esa mirada común en una misma dirección.

La importancia del cuerpo en la expresión del amor

No se trata de que los puritanos no encuentren en los cuerpos un apoyo a sus elucubraciones, ¡todo lo contrario! Mi objetivo aquí no va en contra del cuerpo humano, sino más bien en su favor.

El cuerpo no es un instrumento que deba ser utilizado de acuerdo con nuestros pequeños apetitos libidinosos; es el santuario sagrado que permite la expresión del amor, ese movimiento interior que proviene de las entrañas del alma.

¡El amor es una Divina Liturgia que puede desplegarse sólo a través de su lenguaje de excepción!

El cuerpo es al alma lo que el cofre al tesoro. Dicho de otra forma, el cuerpo es el signo visible por el que se traduce la realidad interior.

Si el cuerpo es un santuario, entonces debemos velar por que sus puertas no se abran en vano a ladrones malintencionados –y que a menudo son ciegos– que no dudarían en precipitarse sobre el tesoro para profanarlo.

Por eso, mientras se esboza el dibujo de un amor, es conveniente, antes de nada, recordar que éste se expresa muy a menudo en las pequeñas atencioneso, con mayor motivo, en los gestos delicados que valen mucho más que mil palabras, que a menudo se las lleva el viento.

No hay que dejar de transmitir cierta ternura, pero siempre vigilantes de que los actos reflejen ese amor oculto en el castillo del alma y no algunos deseos exaltados que buscan solamente el placer.

El amor, algo más que un ideal

El amor no es ese ideal tan sólo presente en el imaginario de los poetas, reservado a determinadas élites especiales y que nadie más puede alcanzar, de tan perfecto que es, tan alejado de la realidad de una existencia humana que se mide en virtud de su sufrimiento, de sus cicatrices y de la muerte.

El amor, como el ideal más perfecto de todos que jamás podría conjugarse con el presente de nuestras vidas. ¡No! El amor es más bien la verdad a la que todo ser humano aspira y sin la cual el corazón se reseca, vaciado de su substancia.

El amor es esta verdad que muestra y recibe al otro tal y como es, con sus límites y sus espinas.

El amor tampoco es una abstracción por encima incluso del concepto, en contraste con la idea de lo real y lo carnal.

El amor no puede quedar reducido a un simple contrato que rechace cualquier emoción y que sea motivado exclusivamente por la inteligencia y la razón.

¡Cuidado con los mojigatos! No somos espíritus puros, sino seres compuestos de espíritu y materia; y sería una falta de respeto hacia la obra divina impedir que el amor atravesara nuestro ser por entero, es decir, tanto nuestra sensibilidad como nuestra carne.

El amor es la aceptación del obsequio TAL Y COMO ES, sin máscara, sin comedia alguna.

El amor es presentarnos en toda nuestra desnudez, tanto física como espiritual, con todo lo que somos.

El amor es la síntesis grandiosa de todos estos elementos, esta armonía interior, que exige un alma motivada por el corazón, iluminada por la razón, y elevada por la gracia.