Aborto post nacimiento

Una idea impactante que gana terreno en el ámbito académico

La defensa incluso del infanticidio es el resultado inevitable de la deriva cultural de Occidente

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Estudiantes activistas provida vienen contando una tendencia alarmante que se verifica en los corredores de las universidades de varios países de Occidente, en especial de los Estados Unidos: la creciente aceptación, entre los universitarios, de una idea definida como “aborto post nacimiento”.

Sí, leíste exactamente eso.

Aborto post nacimiento. Infanticidio.

En casi todos los campus que visitamos encontramos personas que consideran moralmente aceptable matar bebés que ya nacieron”, cuenta Mark Harrington, director del grupo provida Created Equal, de los Estados Unidos, que trabaja con estudiantes universitarios.

“Este punto de vista aún es impactante para la mayoría de las personas pero se está volviendo cada vez más ‘popular’ entre las nuevas generaciones”.

Más alarmante aún: la investigación registró que algunos consideran que no existe nada de malo en matar a un niño hasta los 4 o 5 años de edad.

Para confirmar esta tendencia impresionante, otra organización solicitó que los alumnos de un campus universitario firmaran una petición para legalizar el “aborto en el cuarto trimestre” (es decir, del noveno al décimo mes del bebé, cuando él ya nació). Y, como podemos ver en el video (al final del texto), muchos firmaron con gusto.

Hay quien quita importancia a esa tendencia considerando que la idea es una mera manifestación de humor negro universitario, pero el fenómeno está lejos de ser “sólo” una cuestión de comedia de mal gusto.

El concepto de “aborto post nacimiento” fue desarrollado por profesionales de medicina y presentado al público en una revista médica de gran renombre internacional.

En 2011, el “British Journal of Medical Ethics” (JME) publicó el artículo Aborto post nacimiento: ¿por qué el bebé debería nacer?, de los profesores italianos Alberto Giubilini y Francesca Minerva.

La pregunta del título del artículo es sólo retórica, porque de acuerdo con los autores, el bebé no debería necesariamente ser dejado con vida. Los autores equiparan la condición moral de un recién nacido con la de un bebé aún no nacido, lo que les permitió determinar que, ya que un feto puede ser abortado, entonces es permisible matar también a un recién nacido, realizándose lo que ellos llamaron “aborto post nacimiento”.

(¿No se les pasó por la cabeza a los autores lo contrario? ¿Que si el feto es equiparable al recién nacido, entonces ¿matar al feto es un asesinato como matar a un recién nacido?).

Afortunadamente, la publicación del artículo causó tal furor que los autores fueron forzados a escribir una carta abierta para intentar explicar sus motivaciones.

Si, por un lado, esa indignación fue una señal positiva de que la cultura de la muerte aún enfrenta gran oposición, por otro lado es necesario observar que los profesores Giubilini y Minerva no fueron los primeros en el mundo académico que elaboraron justificaciones para el infanticidio.

En su carta abierta, Giubilini y Minerva mencionan, y debidamente, el nombre de Michael Tooley. Tooley puede considerarse el “padrino” del movimiento intelectual moderno que defiende ética e intelectualmente el infanticidio.

En 1972, un año antes de la legalización del aborto en los Estados Unidos, Tooley publicó el artículo Abortion and Infanticide (Aborto e Infanticidio) en la revista Philosophy & Public Affairs (Filosofía y Relaciones Públicas), de la Universidad de Princeton.

En ese texto, Tooley presentaba “justificaciones éticas” para ambas prácticas. También dio nuevos desarrollos al tema en un libro de 1983 con el mismo título, publicado por la Oxford University Press.

Una activista provida citada en la investigación realizada en los campus hizo una denuncia que ayuda a explicar esa tendencia de aceptación, entre los universitarios, de la idea del “aborto post nacimiento”: ella declaró que las obras del profesor Peter Singer, de la Universidad de Princeton, son frecuentemente introducidas en las listas de lectura de los alumnos.

En sus libros Practical Ethics (Ética práctica, 1979,Cambridge University Press) y Rethinking Life and Death (Repensando la vida y la muerte, 19994), Singer escribe, como Tooley ya había escrito antes, tanto en defensa del aborto como del infanticidio: “Si dejáramos de lado esos aspectos emocionalmente conmovedores, si no estrictamente irrelevantes para matar a un bebé, podremos ver que los motivos que tenemos para no matar personas no se aplican a niños recién nacidos” (Practical Ethics).

En el mismo libro, Singer afirma aún que, si es que existe incluso un derecho inherente a la vida o un derecho a no morir, entonces algunos animales tienen más derecho a la vida que un ser humano recién nacido: “Si el feto no tiene el mismo derecho a la vida que el que tiene una persona, nos parece entonces que el recién nacido tampoco lo tiene, y que la vida de un bebé recién nacido tiene menos valor del que tiene la vida de un cerdo, de un perro o de un chimpancé” (Practical Ethics).

La creciente aceptación entre estudiantes universitarios del “aborto post nacimiento”, o infanticidio, incluso en el caso de niños de hasta cinco años de edad, es algo ciertamente preocupante, pero no debería sorprender.

Al final, la estructura intelectual que intenta justificar el infanticidio forma parte de ciertos cursos universitarios de bioética desde hace décadas.

Y aunque esa visión tarde algún tiempo en expandirse fuera los campus, el hecho es que las ideas, como se sabe, tienen consecuencias…

 

 

Psicología de la tentación

roca-aguaLa tentación se nos presenta como algo contrario a lo que Dios quiere. Los deseos de Dios son claros y sencillos. El mensaje de Dios es simple. El demonio viene sutilmente con un nuevo plan para alguien.

Podemos cambiar la felicidad de un instante por la felicidad de la vida eterna.

La tentación cambia la visión que tenemos de las cosas. Se presenta como algo bueno. Luego produce una metamorfosis en el corazón. Nos lleva de haber querido darle un “sí” a Dios a darle la espalda. Tener una tentación no es pecado; el pecado está en consentir en la tentación: Preferimos la felicidad que pasa a la eterna.

La tentación puede ser un acto de bendición cuando se le rechaza, o puede ser un acto de maldición cuando se la acepta. Si cedo, corrompo la relación con Dios y con los demás. Hacer el mal produce placer pero el placer pasa y el mal se queda. Hacer el bien produce dolor, pero el dolor pasa y se queda el bien.

No pedimos a Dios que no tengamos tentaciones, sino que no nos deje caer en ellas. Las tentaciones son a la vez pruebas, ocasiones para afirmar el amor a Dios. “Bienaventurado el hombre que sufre tentación, porque, una vez probado, recibirá la corona de la vida que Dios prometió a los que le ama”n (St 1,12).

Tenemos obligación ante todo, de resistir la tentación. Si entonces fallamos y pecamos, tenemos la obligación de arrepentirnos inmediatamente. Si no nos arrepentimos, Dios deja que vayamos a lo nuestro: permite que experimentemos las consecuencias naturales de nuestros pecados, los placeres ilícitos. Si seguimos sin arrepentirnos –mediante la abnegación y los actos de penitencia- Dios permite que continuemos en pecado, formando así un hábito, un vicio, que oscurece nuestro entendimiento y debilita nuestra voluntad.

Una vez que estamos enganchados en el pecado, nuestros valores se vuelven al revés. El mal se convierte en nuestro “bien” más urgente, nuestro más profundo anhelo; el bien se presenta como un “mal” porque amenaza con apartarnos de satisfacer nuestros deseos ilícitos. Llegados a ese punto, el arrepentimiento llega a ser casi imposible, porque el arrepentimiento es, por definición, un apartarse del mal y volverse hacia el bien; pero, para entonces, el pecador ha redefinido a conciencia tanto el bien como el mal. Isaías dijo de tales pecadores: “¡Ay de aquellos que llaman mal al bien y bien al mal!” (Is 5, 20).

Una vez que hemos abrazado el pecado de esta manera y rechazado nuestra alianza con Dios, sólo puede salvarnos una calamidad. A veces lo más compasivo que puede hacer Dios con un borracho, por ejemplo, es permitir que destroce el coche o que le abandone su mujer…, lo que le forzará a aceptar la responsabilidad de sus actos (Scott Hahn).

¿Qué pasa con la realidad para que el género humano la encuentre tan insoportable? Lo que pasa es que la enormidad del mal, su presunta omnipresencia y poderíos, y nuestra aparente incapacidad para escapar de él… nuestra incapacidad, incluso, para no cometerlo. Parece que el infierno está en todas partes amenazando con sofocarnos,

Ésta es la realidad que no podemos soportar. Pero es también la cruda y terrible realidad que dibujó San Juan en el Apocalipsis. Las bestias son el poder en la sombra que mueve naciones e imperios; se fortalecen con la inmoralidad de la gente a la que seducen; se emborrachan con el “vino” de la fornicación, la avaricia y el abuso de poder de sus víctimas (Scott Hahn).

Ante tal oposición tenemos que escoger: o presentar la batalla, o darse a la huida. Huir podría parecer la elección más razonable; sin embargo, la huida no es una opción real. “Esta guerra es inevitable, y el que en ella no lucha, de todas maneras se ve inexorablemente enredado en ella y sucumbe. Es que nos enfrentamos a enemigos tan obstinados y furiosos que de ellos no podemos esperar jamás ni tregua ni paz” (Lorenzo Scupoli).

Vivir de espaldas a Dios es una falsa ilusión de libertad, es la peor de las desgracias. Juan Pablo II ha señalado en esta cerrazón a la misericordia divina una característica de nuestra época. Es bien patente a todos la imagen del “hombre encerrado en el pecado, haciendo imposible por su parte la conversión y, por consiguiente, también la remisión de sus pecados, que considera no esencial o sin importancia para su vida. Esta es una condición de ruina espiritual (…)”. La acción del Espíritu Santo, que tiende a convencernos de pecado -sólo el Espíritu Santo nos hace comprender la fealdad del pecado-, encuentra que la conciencia está impermeabilizada, que hay dureza de corazón, porque se ha perdido el sentido del pecado. Hay que ver a Cristo en la Cruz para comprender qué es el pecado. No nos ha de dar miedo esta situación. Tiene remedio. El ser humano tiene una capacidad grande de recapacitar y regenerarse.

Nada puede desanimarnos en este camino hacia el fin último, porque nos apoyamos en “tres verdades: Dios es omnipotente, Dios me ama inmensamente, Dios es fiel a las promesas. Y es El, el Dios de las misericordias, quien enciende en mí la confianza; por lo cual yo no me siento ni solo, ni inútil, ni abandonado, sino implicado en un destino de salvación que desembocará un día en el paraíso” (Juan Pablo I, Alocución, 20-IX-1978).