San Gabriel De La Dolorosa

De carácter agresivo e iracundo, la gracia hizo de él una persona sensible y de una amabilidad extraordinaria

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Nació en Asís el 1 de marzo de 1838. Era el undécimo de trece hermanos. Perdió a su madre cuando tenía 4 años. Su padre era juez en la ciudad y al quedarse viudo se ocupó personalmente de su formación. Era un hombre creyente que, junto a su esposa, había alentado a sus hijos a compartir diariamente prácticas de piedad como el rezo del rosario.

Sostenidos por su confianza en Dios afrontaron la desaparición de cinco de los hermanos. La sensibilidad de la que hacía gala se puso de manifiesto también con la educación de Francisco. Éste tenía lo que se dice mal genio.

Un carácter impulsivo y tendente a la ira, que su progenitor se preocupó de templar a través de la selecta educación que le proporcionaron los hermanos de las Escuelas Cristianas y los jesuitas con quienes les llevó a estudiar.

El mundo en cierto modo le atraía, y como era un líder, fácilmente sobresalía en cualquier lugar. Después, la indómita personalidad, atenuada progresivamente, dejó traslucir un «temperamento suave, jovial, insinuante, decidido y generoso; poseía también un corazón sensible y lleno de afectividad…

Era de palabra fácil, apropiada, inteligente, amena y llena de una gracia que sorprendía…». Además, poseía innegable atractivo: alto, bien formado, y le acompañaba incluso su tono de voz. Esmerado en el vestir –iba a la última– tenía dotes para el canto, la poesía y el teatro.

Sensible y proclive al enamoramiento, se sentía atraído por la lectura de las novelas. Pero como en su interior mantenía siempre viva su fe cristiana (incluso tenía en su habitación una escultura de la Piedad que veneraba), después experimentaba una honda tristeza y abatimiento. A veces acompañaba a su padre al teatro, y lo abandonaba a escondidas para rezar bajo el pórtico de la cercana catedral, regresando de nuevo antes de que acabara la función.

Dios tocó su corazón por medio de una grave enfermedad. Aterrorizado por ella, prometió que si sanaba, abandonaría la vida que llevaba. Se curó, pero no cumplió su palabra. Con todo, llamó a la puerta de los jesuitas y aunque fue aceptado, pensó que le convenía una comunidad más rigurosa. Nuevamente estuvo a punto de morir, y seguro de que manteniéndose fiel a Dios, sanaría, tocado por el ejemplo del beato Andrés Bobola, al que había pedido su mediación, efectivamente se curó. Solo le quedaba cumplir su promesa ingresando con los jesuitas. Sin embargo, dejó pasar el tiempo.

Entonces perdió a la hermana que más quería a consecuencia de una epidemia de cólera, y lo interpretó como un signo divino inaplazable. De modo que, comunicó a su padre la decisión que daría el rumbo definitivo a su existencia. A su progenitor le parecía que un joven tan mundano como él no iba a encajar fácilmente en esa forma de vida y desistiría de su empeño prontamente.

En esa época, intervino María. El 22 de agosto de 1856, cuando Francisco asistía a la procesión de la «Santa Icone» en Spoleto, donde residía, la Virgen le dijo:«Tú no estás llamado a seguir en el mundo. ¿Qué haces, pues, en él? Entra en la vida religiosa. Y el 10 de septiembre de 1856, con 18 años, ingresó en el noviciado pasionista de Morrovalle (Macerata). Al profesar tomó el nombre de Gabriel de la Dolorosa.

Efectivamente, y tal como su padre pensó, la diferencia entre la vida que había llevado y la conventual le costó grandes esfuerzos a todos los niveles. En nada se parecía la frugalidad de una mesa sobre la que se extendían humildes viandas con los apetitosos bocados que había gustado en su casa. Los horarios, la disciplina… Se sobrepuso a todo. Y después, hizo notar en sus escritos: «La alegría y el gozo que disfruto dentro de estas paredes son indecibles».
Se formó en Preveterino, Camerino e Isola feliz de poder convertirse en sacerdote, pero Dios tenía otros planes para él.

Nunca se quejó, soportó santamente las humillaciones, y fue admirado por sus hermanos por la amabilidad de su trato, su fervor, y la fidelidad en el cumplimiento de lo que se le indicaba: «Lo que más me ayuda a vivir con el alma en paz es pensar en la presencia de Dios, el recordar que los ojos de Dios siempre me están mirando y sus oídos me están oyendo a toda hora y que el Señor pagará todo lo que se hace por él, aunque sea regalar a otro un vaso de agua», decía.

Refugiado en Cristo y tan alejado de la notoriedad, hasta quemó sus experiencias místicas que habían estado cuajadas de favores celestiales que anotó. Paciente, humilde y obediente supo sacar partido a las mortificaciones y penitencias, creciendo en la santidad a través del dominio de la voluntad en las pequeñas cosas del día a día.

A punto de ser ordenado sacerdote en 1861, contrajo la tuberculosis. Tenía presente la Pasión de Cristo y le habían consolado «Las glorias de María» de san Alfonso María de Ligorio, que acrecentaron su devoción por la Virgen. Tras un año de sufrimientos, ofrecidos como víctima expiatoria a Cristo, dando heroico testimonio de paciencia y de conformidad en tan doloroso proceso, murió en Isola del Gran Sasso, Teramo, el 27 de febrero de 1862. Fue canonizado el 13 de mayo de 1920 por Benedicto XV.

Oremos

Tú, Señor, que concediste a San Gabriel el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.

Artículo publicado originalmente por evangeliodeldia.org 

Mis amigas, las ALMAS BENDITAS del PURGATORIO

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Hace algunos años frecuentaba un sitio católico en Internet. Allí conocí personas  muy interesantes. Una noche les sugerí:

“¿Por qué  no contamos alguna vivencia que nos haya impresionado?”  

Cada uno empezó a narrar su historia.  Varías me llamaron la atención, pero una en particular nunca la olvido.

“Esa mañana era la Primera Comunión de mi hijo. Me habían dicho que podía pedir una indulgencia plenaria y cuando comulgó lo tuve presente.

Confiada  elevé una oración a Dios y le supliqué una indulgencia para aquella alma del purgatorio que estuviese más necesitada de su Misericordia Divina.  Le ofrecí todas las gracias que obtuviera al comulgar y rece por las intenciones del Papa.

Olvidé el asunto con las celebraciones, los abrazos, las fotografías, el desayuno. Al llegar a casa de vuelta aquella mañana, abrí la puerta y al entrar me envolvió una suave brisa y escuché  que alguien el oído me susurraba: “¡GRACIAS!”

Cuando era niño y me hablaron del purgatorio me pareció un lugar de espanto y miedo; y las almas que allí se encontraban me infundían un gran temor.

Al crecer me di cuenta lo equivocado que estaba. Comprendí que el purgatorio es un gesto de la Misericordia de Dios y ahora las almas que allí se encuentran las considero mis amigas.

Les debo muchos favores.

Mi esposa Vida suele decir: “Es de bien nacido ser agradecido”-

Ofrezco y rezo por ellas,  suplicándole a Dios que las lleve al Paraíso.

A todos el que puedo le hablo de esto.  No sabemos cuántos familiares o amigos tendremos allí ynosotros con nuestras oraciones y ofrecimientos los podemos ayudar.  Ellas claman por nuestra ayuda, no les des la espalda.  Agradecidas te ayudarán de mil maneras. El día que las necesites vendrán en tu auxilio.

Hace algunos años estuve en Costa Rica. Mi tía Elsita nos invitó a tomar el café de la tarde,  una bella costumbre que los ticos aún conservan. Su esposo,  tío Raúl estuvo presente y nos contó una historia increíble:

“Empezó unos meses atrás.  Cada madrugada se encendía mi radio despertador.  Siempre a la misma hora 3:00 a.m.  Cuando me despierto, por mi edad,me cuesta retomar el sueño. Una madrugada cansado exclamé:  

“¿Pero yo qué le he hecho?” 

Escuché con claridad la voz de una mujer acongojada que respondía:

“Usted nada, pero soy tan desdichada”.

Sabiendo que la Misa es una oración perfecta  mi tío Raúl  mando  ofrecer algunas misas por aquella alma atribulada.  El suceso terminó y nunca más volvió a encenderse su radio en la madrugada.

Esta noche acuérdate de ellas, tus amigas, las benditas almas del purgatorio.  Necesitan tus oraciones.

Pide por ellas. Ofrece. Y nunca las olvides.

No rompas tu relación hasta que respondas a estas 5 preguntas

Muchas mujeres terminan arrepintiéndose de sus decisiones precipitadas, por eso si estás pensando terminar tu relación considera antes estas reflexiones

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Muchas personas terminan precipitadamente sus relaciones aumentando así su sufrimiento.

En mi servicio a parejas separadas que buscan mediación en aras de resolver problemas de custodia, pensión o división de bienes, observo claramente que la separación no ha estado bien resuelta.

La herida es muy grande y por eso no logran entenderse solos, eso sucede muchas veces porque la decisión fue tomada en un momento de rabia o gran dolor.

Por eso si estás desanimada/o, cansada/o de intentar y piensas en la separación, no lo hagas de inmediato, respira hondo y reflexiona sobre estas cuestiones a continuación:

¿Te traicionó?

Primero, es necesario tener la certeza y no pensar que es obvio.

Hace algunos días hice una mediación con una pareja separada desde hacía dos años y sólo entonces lograron hablar, él dice que nunca supo por qué ella lo dejó y cuando ella habló de traición el lo negó categóricamente.

Yo me quedé pensando si aquella mujer había terminado el matrimonio antes de aclarar toda esa historia.

Teniendo la certeza es necesario analizar las propias condiciones para lidiar con eso, pues no sirve mantener la relación y continuar sufriendo por lo que ocurrió.

Conozco a muchas parejas que después de ese trauma decidieron reconstruir la relación y lograron vivir incluso mejor que antes.

Pero eso sólo es posible con el cambio de ambos y el arrepentimiento sincero de quien ha traicionado.

¿Él/ella te desprecia?

¿Te resientes a causa de algunos comportamientos que él/ella tiene que te hacen sentir despreciada/o o como dicen por ahí, “mal querida/o”?

Las crisis son comunes en la relación de dos e incluso es frecuente sentir rabia, pero es necesario que sea algo pasajero, situaciones puntuales y breves que se resuelven por el empeño de ambos.

Pero si tú eres objeto de insultos y desprecio, si la persona que te debería admirar vive haciendo que te sientas inferior, entonces las cosas están al contrario en tu vida.

¿Desde hace cuánto tiempo las cosas no están bien entre ustedes?

Cuando estamos heridos tendemos a no mirar nada positivo en nuestro alrededor, parece que todo está mal. Entonces, es necesario poner de lado las emociones y evaluar si existen razones para todo ello o si las emociones se están apoderando de nuestra mente.

Vale la pena también recordar los buenos momentos y analizar si es posible reconquistarlos.

¿No estás fantaseando?

Muchas mujeres y hombres están en una relación, pero imaginan con encontrar a otra persona que les guste más. Miran a las parejas de los demás y se llenan de admiración, les gustaría encontrar un compañero/a como el/la de alguna de ellas.

Acuérdate de que “la hierba de mi vecino siempre es más verde” y cuidado con dejarte llevar por las apariencias.

¿No estás siendo influenciado/a?

¿Los familiares y amigos que no simpatizan con él no te estarán influenciando? Piensa, esta persona no necesita agradar a todos, sino a ti.

Claro que es importante que él tenga consideración con las personas con las tu convives, pero eso no significa que él tenga que agradar siempre.

Vale mucho la pena prestar atención a eso, pues las personas seguirán con su vida tras tu separación, tu vida es la que sufrirá una gran sacudida.

Si después de mucho análisis estuvieras convencida de que lo mejor es optar por romper, entonces estarás tomando una decisión madura y no corres el riesgo de arrepentirte más tarde.

Artículo originalmente publicado en portugués en Catholicus

Abogado salva un matrimonio con un papel

Mientras hablaba con la clienta, él notó que el divorcio tal vez no fuera la mejor solución para ese matrimonio. Y lo que hizo después fue simplemente increíble…

Conoce a 17 santos que se enfrentaron con el diablo, y sobrevivieron para contarlo

Sus historias sirven de inspiración y consuelo para todos los cristianos de hoy

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La existencia del diablo y de otros espíritus malignos es atestiguada tanto por el Catecismo de la Iglesia como por las Sagradas Escrituras, y podemos encontrar referencias a estas entidades en muchos escritos de los Padres de la Iglesia.

La existencia de estos seres está también confirmada por el testimonio de muchos santos, y este es el tema central del nuevo libro de Paul Thigpen, Saints Who Battled Satan(Santos que lucharon contra Satanás, en traducción libre).

Thigpen, renombrado escritor y periodista, es doctor en estudios religiosos por la Universidad de Emory.

Enseñó teología en diversas universidades norteamericanas y es autor de más de 40 libros y cientos de artículos, sus trabajos fueron traducidos a más de 12 idiomas y publicados en todo el mundo.

En Saints Who Battle Satan, el profesor Thigpen narra las historias de 17 santos, hombres y mujeres de Dios que, en diversos contextos históricos y geográficos, dieron testimonio de sus luchas personales contra las fuerzas demoníacas. Sus historias sirven de inspiración y consuelo para todos los cristianos de hoy.

Thigpen actualmente es editor de TAN Books, tradicional editorial católica fundada en 1967 y con sede en Carolina del Norte, Estados Unidos. Primero fue ordenado pastor protestante, se conviritió al catolicismo en 1993.

En esta entrevista concedida a Aleteia, el Dr. Thigpen habla de su nuevo libro, que considera una continuación de subest-seller Manual for Spiritual Warfare (Un Manual para la Guerra Espiritual).

– Son muchas las historias de batallas libradas por los santos contra el diablo. ¿Cuál es el criterio que utilizó para escoger sólo 17?

De hecho, no fue una tarea fácil. Varios factores fueron tomados en consideración. Primero, con el fin de enfatizar el carácter universal de la lucha espiritual, quise incluir a santos de diversas culturas y diversos contextos históricos.

Los santos que escogí provienen de 12 países diferentes de Asia, África, Europa, América del Norte y América del Sur. Hay representantes de cada siglo desde los principios del cristianismo, excepto del siglo XXI, que acaba de comenzar.

Una segunda preocupación fue la de incluir historias y pasajes que pudieran ilustrar los principios ya discutidos en mi libro anterior, Manual for Spiritual Warfare.

Deseaba presentar a mis lectores las historias de hombres y mujeres de “carne y hueso”, testimonios directos de las manifestaciones ordinarias y extraordinarias del diablo.

Busqué también mostrar cómo los santos usan las “armas espirituales” que tenemos a mano, tales como la oración, el estudio de las Escrituras y los sacramentos; quise enfatizar cómo el cultivo de las virtudes cristianas les sirvieron de armadura espiritual en medio de los más violentos enfrentamientos; y cómo, en los momentos difíciles, estos santos solicitaron la ayuda de su comandante, Jesucristo, así como la de sus compañeros de campaña: los santos que libraron semejantes batallas antes que ellos, los ángeles y, en especial, la Virgen.

Finalmente, un factor decisivo fue, sin duda, la disponibilidad de información biográfica pertinente. Para cada santo seleccionado, era necesario tener a la mano material suficiente para redactar un capítulo completo.

Incluso así, en mi investigación terminé por acumular una extensa colección de citas e historias incompletas –muy buenas para rechazarlas– que servirían de materia prima para una sección adicional del libro.

– ¿Cuáles son los medios más comunes empleados por Satanás para acercarse a nosotros o tentarnos?

En general, somos capaces de discernir esos pensamientos que nos vienen a la mente por sugerencia o inspiración de una fuente exterior, de aquellos que nos ocurren por cuenta de una sugerencia de nuestros propios sentidos y facultades intelectuales.

Los demonios, al estar desprovistos de cuerpo físico, pueden transmitir ideas y pensamientos directamente a nuestras mentes.

Esta es una estrategia furtiva, ya que si no somos capaces de discernir esas influencias, podemos tomar equivocadamente pensamientos insinuados por ellos como genuinamente nuestros.

Satanás típicamente busca influenciarnos por medio de ilusiones, acusaciones, dudas (en especial respecto al amor de Dios hacia nosotros); o provocaciones, con el afán de despertar en nosotros la vanidad, la rabia, la lujuria, la desesperación; o aún incitándonos a desear aquello que nos está prohibido, o incluso a buscar a través de medios ilícitos algo que podría ser benéfico.

– ¿Podría citar a algún santo que haya lidiado con Satanás de forma poco usual respecto a los demás?

Me acuerdo del episodio en que el diablo intentó tentar a san Benito por medio de la lujuria. El espíritu maligno trajo a su memoria la imagen de una mujer muy atractiva que él conoció cuando era joven.

El recuerdo de esa mujer inflamó su corazón, a tal punto que casi lo hizo sucumbir y entregarse.

En ese momento, sin embargo, vio frente a sí un nido lleno de ortigas y espinas afiladas. Inmediatamente se quitó el hábito y se lanzó al arbusto, arrastrándose entre las espinas hasta que el cuerpo estuviera cubierto de heridas; y así la tentación lo abandonó.

– ¿Hay santos especialmente adecuados para apoyarnos en determinados tipos de tentaciones? ¿Podría mencionar a alguno de ellos?

La tradición católica nos anima a pedir ayuda de los santos que han librado batallas semejantes a las nuestras.

Así, al ser tentado por la lujuria, recomendaría buscar ayuda de san Benito; en los momentos de cólera, pediría ayuda a san Jerónimo; para resistir al pecado de la soberbia, a san Ignacio de Loyola; para no desanimarnos en nuestro caminar, la intercesión de santa Teresa de Ávila; y en los momentos de desesperación, a san Padre Pío, por ejemplo.

– Si pudiera imaginar algo como un “kit de supervivencia espiritual”, ¿cuáles serían los artículos más importantes que debería tener?

Bien, pienso que era precisamente lo que tenía en mente cuando escribí Manual for Spiritual Warfare.

El libro ofrece una visión general de la enseñanza de la Iglesia sobre cómo proceder en la batalla espiritual.

Analiza también algunos de los “recursos de batalla” cultivados por la tradición católica: doctrina pertinente, diversos textos, citas y episodios de las vidas de los santos, además de oraciones y cantos.

– ¿Cuáles son las virtudes más importantes para mantener el mal alejado y cómo utilizarlas como protección?

Desde tiempos remotos, un sinnúmero de consejeros espirituales cristianos han recomendado la humildad como virtud fundamental; sólo en ella las demás virtudes florecen. Por esa razón, la destaco como la más importante de todas la virtudes.

Para dar un ejemplo práctico de cómo la humildad puede protegernos de las embestidas del diablo, toma en cuenta una historia contada por los antiguos padres del desierto, respecto de un monje conocido por su profunda humildad.

Él oraba en recogimiento cuando recibió la visita del propio diablo, disfrazado de ángel de la luz. El diablo le dijo: “Soy el ángel Gabriel, y fui enviado a ti”, con el propósito de tentarlo con la soberbia.

Pero el humilde monje no se dejó engañar, respondiéndole: “Usted debe estar equivocado. Sin duda fue enviado a otra persona; no soy digno de recibir la visita de un ángel”. El diablo entonces se retiró, decepcionado y derrotado por la humildad del monje.

– ¿Por qué algunas personas parecen estar más asediadas por el diablo que otras?

Un patrón que se repite en las biografías de muchos santos es el siguiente: cuando el diablo percibe que una persona causará daños importantes a su imperio infernal, lo ataca furiosamente.

Fue así con san Antonio Abad, al demostrar su firme decisión de vivir como santo ermitaño en el desierto, también con santa Catalina, cuando decidió consagrarse a Cristo cuando era niña; fue lo que ocurrió al santo Padre Pío en el momento en que entró en la orden de los capuchinos.

Fue en estos momentos que el enemigo de sus almas realizó sus más violentos ataques, en un intento por impedírselos. Él sabía que si acaso tuviera éxito en someter a esos hombres y mujeres, las grandes obras que les serían confiadas por Dios serían saboteadas.

Pienso que ser consciente de esta verdad debe servirnos para consolarnos en los momentos difíciles.

Si enfrentamos la violenta oposición por parte de las huestes diabólicas, tal vez eso significa que Dios tiene grandes planes que realizar por medio de nosotros.

Debemos siempre tener en mente la advertencia de san José María Vianney: “El mayor de todos los males están en no experimentar la tentación, pues así tenemos motivos para creer que el diablo ya nos trata como su propiedad”.

– ¿Cómo podemos identificar las influencias verdaderamente procedentes de Satanás? ¿Cómo evitar volvernos paranoicos, excesivamente preocupados con el mal?

Las Escrituras nos hablan de nuestra lucha contra el “mundo”, la “carne” y contra el diablo (ver Santiago 4,1-7).

Es verdad que no siempre nuestros embates espirituales son directamente provocados por el diablo. Incluso así, es neceario tener en mente que, en estos momentos, él se aprovecha para intentar hacerse más presente y ejercer con mayor intensidad su influencia en nuestras vidas.

Debemos seguir siempre sus movimientos con gran atención. Creo que si somos capaces de cultivar el hábito de reconocer el origen de nuestros pensamientos, gran parte de nuestra lucha ya estará vencida.

Este tipo de discernimiento es cultivado por medio de las disciplinas espirituales tradicionalmente recomendadas por la Iglesia: oración frecuente, participación en la misa, adoración eucarística, recibir regularmente los sacramentos – en especial el de la Reconciliación y la Eucaristía, así como el estudio de las Escrituras (incluso memorizarlas) y el consejo de tutores autorizados.

El rechazo en ceder a cualquier paranoia frente al enemigo es otro patrón constante en las biografías espirituales de los santos; eran capaces de conservar su valentía y confianza inquebrantables porque tenían la convicción –como nos dice san Juan– de que cuanto mayor es Dios habitando en nuestro interior, mayor será el maligno presente en el mundo (ver 1 Jn 4,4).

Aunque tomaran al diablo muy en serio, también demostraban una especie de “desprecio sagrado” por él; sabían que, en última instancia, se trataba de un enemigo derrotado.

Es curioso ver que, incluso cuando la lucha se mostraba tan violenta al punto de castigar sus cuerpos, algunos santos les atribuían apodos graciosos a los espíritus malignos que los atormentaban.

Santa Catalina llamaba al suyo “ladroncillo” (porque intentaba robar almas); san Pío se refería al demonio que lo atacaba “ogro”; santa Gemma Galgani lo llamaba “chiappino” (asaltante); y san Juan Vianney apellidaba a su verdugo “grappin” (“garra” o “tenaza”, en francés). “Ah, ¿grappin y yo?” dijo en broma una vez, “¡ya somos casi amigos!”.

– En su opinión, ¿cuál sería la mejor manera de convencer a un incrédulo que Satanás de hecho existe y actúa?

Al hablar con personas incrédulas, les pido en primer lugar que consideren la evidencia acumulada a ese respecto.

A lo largo de la historia, pueblos de culturas muy diferentes y de las más diversas regiones del globo han afirmado la existencia de espíritus malignos, incluso cuando no están de acuerdo sobre otras realidades espirituales.

Incluso en nuestros días, oímos personas cultas e inteligentes dar testimonio de encuentros personales con fuerzas demoníacas. Ahora, esta parece ser una idea tan universalmente aceptable que debe tener algún fundamento.

Claro, es necesario reconocer que muchas enfermedades y trastornos mentales fueron y aún son equivocadamente atribuidos a la influencia de demonios.

Pero la gran cantidad de creencias y supersticiones populares en relación con espíritus malignos no constituye un argumento consistente contra su existencia.

Los escépticos podrían exigir evidencias más “científicas”. Pero, ¿qué tipo de evidencia relevante al respecto podría ser obtenida a través del método científico?

Las ciencias naturales investigan la realidad por medio de conceptos como el espacio, el tiempo, la energía, el movimiento; las ciencias humanas analizan el comportamiento humano.

– Los demonios no tienen cuerpo físico, ni tampoco son humanos. ¿Cómo podríamos someterlos a los escrutinios de nuestra ciencia?

No podemos colocarlos en tubos de ensayo, ni someterlos a los métodos de psicoanálisis. Lo máximo que los científicos pueden hacer es observar las influencias de los demonios en el mundo físico o en el comportamiento de las personas; pero la mentalidad “científica” los llevará a buscar, siempre, explicaciones alternativas para tales fenómenos, incluso cuando éstas se muestren claramente inadecuadas.

Al hablar con católicos, basaría mi argumentación en losnumerosos pasajes de la Biblia que dan testimonio de la existencia del diablo y de sus aliados malignos.

Los Evangelios dan testimonio, en particular, de que el propio Jesucristo habló con Satanás; la discusión entre Nuestro Señor y el diablo en el desierto no se considera solamente un diálogo interior sobre las tentaciones.

Cristo se refirió a los demonios en diversas ocasiones, y la actividad de expulsar a los malos espíritus de personas endemoniadas constituyó un aspecto destacado e indispensable de su misión.

Algunos estudiosos han sugerido que en estos episodios, Cristo estaría, de hecho, simplemente curando enfermedades físicas o mentales, erróneamente considerados demonios de las personas de aquel tiempo.

En respuesta a tales argumentos, necesitamos sólo recordar que, conforme atestigua el Evangelio, al menos en una ocasión –obedeciendo órdenes de Cristo– los demonios abandonaron a su huésped humano para invadir los cuerpos de animales. Ahora, no se puede transferir un trastorno médico de un hombre a una piara de cerdos.

La realidad de los poderes demoníacos han sido un elemento constante de la doctrina de la Iglesia católica desde su institución por Cristo, por medio de sus apóstoles. Estos, como sus sucesores, hablaron y escribieron sobre Satanás en varias ocasiones.

A lo largo de los siglos, todos los grandes maestros de la Iglesia han corroborado su existencia.

La existencia de Satanás ha sido también reiterada en diversas declaraciones de los papas y concilios de la Iglesia; encontramos referencias a él también en la liturgia.

Y, conforme nos muestra este libro, a lo largo de los siglos un sinnúmero de santos – personas cuya integridad moral y salud mental no puede ser cuestionada– dieron testimonio de sus propias luchas personales contra agresores demoníacos.

La obstinación en seguir rechazando la veracidad de estos hechos me parece más la expresión de una creencia ciega e irracional.

¿Te has preguntado cómo son elegidas las madres de hijos discapacitados?

“¿Por qué ella? ¡Se la ve tan feliz!…», “precisamente por eso”

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Este año, cerca de 100.000 mujeres se convertirán en madres de niños discapacitados. ¿Alguna vez se ha preguntado cómo elige Dios a las que serán madres de niños con discapacidades?

Yo también me lo he preguntado. Y a veces me imagino a Dios cerniéndose sobre la tierra para elegir a las artífices de su amor con el mayor de los cuidados y el más fino discernimiento.

Él observa y Él dicta las instrucciones a los ángeles que lo acompañan y las apuntan en un inmenso registro.

“LÓPEZ, Matías, hijo. Santo patrono: san Matías”.

“MORUNO, Cecilia, hija. Santa patrona: santa Cecilia”.

Luego cita otro nombre y, con una sonrisa, le dice a uno de sus ángeles: “Dale a un niño discapacitado”.

El ángel pregunta intrigado. “¿Por qué ella, Señor? ¡Se la ve tan feliz!”. “Precisamente por eso”, responde Dios. “¿Por qué iba a dar un niño discapacitado a una madre que no conoce la alegría de la vida, que no sabe reír ni sonreír? ¡Sería demasiado cruel para el niño!”.

“Es verdad, sería cruel, pero ¿crees que ella tendrá suficiente paciencia?”, insiste inquieto el ángel.

“No quiero que tenga demasiada paciencia, si no terminará por rendirse, se ahogará en un océano de desesperación y nunca dejará de sentir lástima de sí misma. Ya verás, una vez pasado el primer impacto por la noticia de la discapacidad, se recuperará rápidamente. Ayer la estuve observando, tiene un cierto sentido de orgullo e independencia que es tan raro como necesario en una madre. Ya sabes, el niño que voy a enviarle vive en su propio mundo. Ella tendrá que hacer lo necesario para traerlo al suyo, y no va a ser fácil. Pero yo velaré por ella todos los días”.

“Ella es realmente perfecta. Tiene la suficiente autoestima como para conseguirlo”.

Entonces se sobresalta el ángel: “Y esto del amor propio, ¿es una virtud?”. Dios asintió.

“Si ella no puede separarse del niño de vez en cuando no sobrevivirá. Sí, he aquí una mujer a la que voy a hacerle el favor de darle un niño imperfecto. No se da cuenta todavía, pero tiene suerte. Nunca dará nada por sentado. Nada volverá a ser banal ni ordinario para ella. Cuando su hijo le diga “mamá” por primera vez, para ella será como asistir a un milagro. Cuando describa un árbol o una puesta de sol a su hijo ciego, ella verá mi creación como muy pocas personas la han visto. Voy a permitir que ella vea con claridad las cosas como yo las veo: la ignorancia, la crueldad, los prejuicios… y voy a permitirle que se eleve por encima de todo eso. Ella jamás estará sola. Yo estaré a su lado cada minuto de su vida, porque va a hacer mi trabajo tan bien como si estuviera aquí a mi lado”.

“¿Y qué hay de su santa patrona?”, pregunta el ángel. Dios sonríe. “Un espejo será suficiente”.

Oscar Wilde

Oscar Wilde y una de sus facetas desconocidas

oscar-wilde-image_smallJoseph Pearce, cuenta: Falleció en 1900 a causa de la sífilis. Contra todo pronóstico, en su lecho de muerte, fue recibido en la Iglesia católica. Es difícil imaginar un converso menos “previsible” que él.

Wilde sentía una inclinación hacia el catolicismo que se remontaba a su infancia. Tres semanas antes de su muerte manifestaba a un periodista del Daily Chronicle, que “mi falta de rectitud moral se debe en gran medida al hecho de que mi padre no me permitiera convertirme al catolicismo. La faceta artística de la Iglesia y la fragancia de su magisterio quizá hubieran podido curar mis vicios. Hace mucho tiempo que deseo ser recibido en ella” (Richard Ellmann, Oscar Wilde, Londres 1987, p. 548).

Ya en su juventud, en abril de 1878, Wilde estuvo a punto de convertirse tras conocer al Padre Sebastian Bowden; éste le dijo: “Como católico se descubrirá usted un hombre nuevo tanto en el orden natural como en el de la gracia… No le animaré a hacer nada que no le dicte su propia conciencia. Enteranto, procure rezar mucho y hablar poco”, pero el consejo cayó en saco roto y Wilde hizo lo contrario de lo que este sacerdote le aconsejó.

Una de las principales influencias que condujeron a Wilde a la decadencia fue la del novelista francés Joris-Karl Husymans, cuya obra, A contrapelo, se tomaba por guía para llevar una vida libertina. El protagonista era un dandi intelectual dedicado a la búsqueda del placer. Muchos lo felicitaron pero no hubo admirador más ferviente del libro que Wilde. Ahora las virtudes eran sinónimo de afectación y el pecado, una rebelión natural. Lo malo era bueno y lo bueno, malo. El autor del libro pasó los años siguientes coqueteando con el satanismo y aquella tendencia culminó con su novela Allá lejos. Al año siguiente de la publicación de Allá lejos (1891), Huysmans hace pública profesión de su reconciliación con la Iglesia católica en su autobiografía titulada En ruta. Al parecer, tal, tan dramática vuelta al cristianismo también afectó a Wilde. Cuando en 1898, Maurice Maeterlinck le contó que Huysmans había ingresado en un monasterio, Wilde dijo: “Debe ser maravilloso ver a Dios a través de una vidriera. A lo mejor también yo debería irme a un monasterio”. No obstante, hasta sus últimos meses de vida, Wilde no demostró ninguna intención seria de unirse a la Iglesia.

En otra ocasión dijo que “la Iglesia católica es solo para santos y pecadores y la Iglesia anglicana, para gente respetable”.

Su amigo Robert Ross tomó la decisión de llamar a un sacerdote junto al lecho de Wilde cuando éste agonizaba. Lo hizo porque le había oído decir que “el catolicismo es la única religión en la que morir”. Le trajo un Padre Pasionista. Tras administrarle el bautismo condicional, el padre le dio la absolución y lo ungió con los santos óleos. Wilde falleció la tarde siguiente. Hizo realidad las palabras de su poema “Rome Unvisited”:

Allí volví la mirada hacia mi hogar,/ pues creí haber llegado al término/ de mi peregrinación, mas el sangrante sol/ el camino de la Sacra Roma señalaba (“Roma presentida”).

Resumen hecho por Rebeca Reynaud a partir de lo que dice Joseph Pearce, en su libro Escritores conversos. Palabra, Madrid 1999.

Cuando la pasión mata el amor

En el frenesí de los cuerpos que se consumen, a veces no está el corazón

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Los besos se multiplican siguiendo el ritmo desenfrenado del hervor interno y de la carne febril, difíciles de controlar.

Estas almas se ofrecen mil besos y, con los ojos cerrados, se lanzan cual suicidas hacia el océano negro de la ilusión romántica. No viven en el mundo real, sino en el disfrute de ellos mismos a través del otro, en la evasión ridícula que ofrece el amor pasional y de espectáculo.

Por desgracia, estas almas tan lanzadas se enfrentan a una catástrofe, confundidas por las falsas concepciones del amor, que lo convierten en un producto de consumo, del que se abusa y luego se desecha.

El amor no es la expresión de los instintos sexuales, sino un propósito común que requiere la unión de las voluntades.

Antoine de Saint Exupéry señalaba con buen acierto que el amor no consiste en mirar fijamente a los ojos del otro, sino más bien conducir esa mirada común en una misma dirección.

La importancia del cuerpo en la expresión del amor

No se trata de que los puritanos no encuentren en los cuerpos un apoyo a sus elucubraciones, ¡todo lo contrario! Mi objetivo aquí no va en contra del cuerpo humano, sino más bien en su favor.

El cuerpo no es un instrumento que deba ser utilizado de acuerdo con nuestros pequeños apetitos libidinosos; es el santuario sagrado que permite la expresión del amor, ese movimiento interior que proviene de las entrañas del alma.

¡El amor es una Divina Liturgia que puede desplegarse sólo a través de su lenguaje de excepción!

El cuerpo es al alma lo que el cofre al tesoro. Dicho de otra forma, el cuerpo es el signo visible por el que se traduce la realidad interior.

Si el cuerpo es un santuario, entonces debemos velar por que sus puertas no se abran en vano a ladrones malintencionados –y que a menudo son ciegos– que no dudarían en precipitarse sobre el tesoro para profanarlo.

Por eso, mientras se esboza el dibujo de un amor, es conveniente, antes de nada, recordar que éste se expresa muy a menudo en las pequeñas atencioneso, con mayor motivo, en los gestos delicados que valen mucho más que mil palabras, que a menudo se las lleva el viento.

No hay que dejar de transmitir cierta ternura, pero siempre vigilantes de que los actos reflejen ese amor oculto en el castillo del alma y no algunos deseos exaltados que buscan solamente el placer.

El amor, algo más que un ideal

El amor no es ese ideal tan sólo presente en el imaginario de los poetas, reservado a determinadas élites especiales y que nadie más puede alcanzar, de tan perfecto que es, tan alejado de la realidad de una existencia humana que se mide en virtud de su sufrimiento, de sus cicatrices y de la muerte.

El amor, como el ideal más perfecto de todos que jamás podría conjugarse con el presente de nuestras vidas. ¡No! El amor es más bien la verdad a la que todo ser humano aspira y sin la cual el corazón se reseca, vaciado de su substancia.

El amor es esta verdad que muestra y recibe al otro tal y como es, con sus límites y sus espinas.

El amor tampoco es una abstracción por encima incluso del concepto, en contraste con la idea de lo real y lo carnal.

El amor no puede quedar reducido a un simple contrato que rechace cualquier emoción y que sea motivado exclusivamente por la inteligencia y la razón.

¡Cuidado con los mojigatos! No somos espíritus puros, sino seres compuestos de espíritu y materia; y sería una falta de respeto hacia la obra divina impedir que el amor atravesara nuestro ser por entero, es decir, tanto nuestra sensibilidad como nuestra carne.

El amor es la aceptación del obsequio TAL Y COMO ES, sin máscara, sin comedia alguna.

El amor es presentarnos en toda nuestra desnudez, tanto física como espiritual, con todo lo que somos.

El amor es la síntesis grandiosa de todos estos elementos, esta armonía interior, que exige un alma motivada por el corazón, iluminada por la razón, y elevada por la gracia.

Aborto post nacimiento

Una idea impactante que gana terreno en el ámbito académico

La defensa incluso del infanticidio es el resultado inevitable de la deriva cultural de Occidente

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Estudiantes activistas provida vienen contando una tendencia alarmante que se verifica en los corredores de las universidades de varios países de Occidente, en especial de los Estados Unidos: la creciente aceptación, entre los universitarios, de una idea definida como “aborto post nacimiento”.

Sí, leíste exactamente eso.

Aborto post nacimiento. Infanticidio.

En casi todos los campus que visitamos encontramos personas que consideran moralmente aceptable matar bebés que ya nacieron”, cuenta Mark Harrington, director del grupo provida Created Equal, de los Estados Unidos, que trabaja con estudiantes universitarios.

“Este punto de vista aún es impactante para la mayoría de las personas pero se está volviendo cada vez más ‘popular’ entre las nuevas generaciones”.

Más alarmante aún: la investigación registró que algunos consideran que no existe nada de malo en matar a un niño hasta los 4 o 5 años de edad.

Para confirmar esta tendencia impresionante, otra organización solicitó que los alumnos de un campus universitario firmaran una petición para legalizar el “aborto en el cuarto trimestre” (es decir, del noveno al décimo mes del bebé, cuando él ya nació). Y, como podemos ver en el video (al final del texto), muchos firmaron con gusto.

Hay quien quita importancia a esa tendencia considerando que la idea es una mera manifestación de humor negro universitario, pero el fenómeno está lejos de ser “sólo” una cuestión de comedia de mal gusto.

El concepto de “aborto post nacimiento” fue desarrollado por profesionales de medicina y presentado al público en una revista médica de gran renombre internacional.

En 2011, el “British Journal of Medical Ethics” (JME) publicó el artículo Aborto post nacimiento: ¿por qué el bebé debería nacer?, de los profesores italianos Alberto Giubilini y Francesca Minerva.

La pregunta del título del artículo es sólo retórica, porque de acuerdo con los autores, el bebé no debería necesariamente ser dejado con vida. Los autores equiparan la condición moral de un recién nacido con la de un bebé aún no nacido, lo que les permitió determinar que, ya que un feto puede ser abortado, entonces es permisible matar también a un recién nacido, realizándose lo que ellos llamaron “aborto post nacimiento”.

(¿No se les pasó por la cabeza a los autores lo contrario? ¿Que si el feto es equiparable al recién nacido, entonces ¿matar al feto es un asesinato como matar a un recién nacido?).

Afortunadamente, la publicación del artículo causó tal furor que los autores fueron forzados a escribir una carta abierta para intentar explicar sus motivaciones.

Si, por un lado, esa indignación fue una señal positiva de que la cultura de la muerte aún enfrenta gran oposición, por otro lado es necesario observar que los profesores Giubilini y Minerva no fueron los primeros en el mundo académico que elaboraron justificaciones para el infanticidio.

En su carta abierta, Giubilini y Minerva mencionan, y debidamente, el nombre de Michael Tooley. Tooley puede considerarse el “padrino” del movimiento intelectual moderno que defiende ética e intelectualmente el infanticidio.

En 1972, un año antes de la legalización del aborto en los Estados Unidos, Tooley publicó el artículo Abortion and Infanticide (Aborto e Infanticidio) en la revista Philosophy & Public Affairs (Filosofía y Relaciones Públicas), de la Universidad de Princeton.

En ese texto, Tooley presentaba “justificaciones éticas” para ambas prácticas. También dio nuevos desarrollos al tema en un libro de 1983 con el mismo título, publicado por la Oxford University Press.

Una activista provida citada en la investigación realizada en los campus hizo una denuncia que ayuda a explicar esa tendencia de aceptación, entre los universitarios, de la idea del “aborto post nacimiento”: ella declaró que las obras del profesor Peter Singer, de la Universidad de Princeton, son frecuentemente introducidas en las listas de lectura de los alumnos.

En sus libros Practical Ethics (Ética práctica, 1979,Cambridge University Press) y Rethinking Life and Death (Repensando la vida y la muerte, 19994), Singer escribe, como Tooley ya había escrito antes, tanto en defensa del aborto como del infanticidio: “Si dejáramos de lado esos aspectos emocionalmente conmovedores, si no estrictamente irrelevantes para matar a un bebé, podremos ver que los motivos que tenemos para no matar personas no se aplican a niños recién nacidos” (Practical Ethics).

En el mismo libro, Singer afirma aún que, si es que existe incluso un derecho inherente a la vida o un derecho a no morir, entonces algunos animales tienen más derecho a la vida que un ser humano recién nacido: “Si el feto no tiene el mismo derecho a la vida que el que tiene una persona, nos parece entonces que el recién nacido tampoco lo tiene, y que la vida de un bebé recién nacido tiene menos valor del que tiene la vida de un cerdo, de un perro o de un chimpancé” (Practical Ethics).

La creciente aceptación entre estudiantes universitarios del “aborto post nacimiento”, o infanticidio, incluso en el caso de niños de hasta cinco años de edad, es algo ciertamente preocupante, pero no debería sorprender.

Al final, la estructura intelectual que intenta justificar el infanticidio forma parte de ciertos cursos universitarios de bioética desde hace décadas.

Y aunque esa visión tarde algún tiempo en expandirse fuera los campus, el hecho es que las ideas, como se sabe, tienen consecuencias…

 

 

Psicología de la tentación

roca-aguaLa tentación se nos presenta como algo contrario a lo que Dios quiere. Los deseos de Dios son claros y sencillos. El mensaje de Dios es simple. El demonio viene sutilmente con un nuevo plan para alguien.

Podemos cambiar la felicidad de un instante por la felicidad de la vida eterna.

La tentación cambia la visión que tenemos de las cosas. Se presenta como algo bueno. Luego produce una metamorfosis en el corazón. Nos lleva de haber querido darle un “sí” a Dios a darle la espalda. Tener una tentación no es pecado; el pecado está en consentir en la tentación: Preferimos la felicidad que pasa a la eterna.

La tentación puede ser un acto de bendición cuando se le rechaza, o puede ser un acto de maldición cuando se la acepta. Si cedo, corrompo la relación con Dios y con los demás. Hacer el mal produce placer pero el placer pasa y el mal se queda. Hacer el bien produce dolor, pero el dolor pasa y se queda el bien.

No pedimos a Dios que no tengamos tentaciones, sino que no nos deje caer en ellas. Las tentaciones son a la vez pruebas, ocasiones para afirmar el amor a Dios. “Bienaventurado el hombre que sufre tentación, porque, una vez probado, recibirá la corona de la vida que Dios prometió a los que le ama”n (St 1,12).

Tenemos obligación ante todo, de resistir la tentación. Si entonces fallamos y pecamos, tenemos la obligación de arrepentirnos inmediatamente. Si no nos arrepentimos, Dios deja que vayamos a lo nuestro: permite que experimentemos las consecuencias naturales de nuestros pecados, los placeres ilícitos. Si seguimos sin arrepentirnos –mediante la abnegación y los actos de penitencia- Dios permite que continuemos en pecado, formando así un hábito, un vicio, que oscurece nuestro entendimiento y debilita nuestra voluntad.

Una vez que estamos enganchados en el pecado, nuestros valores se vuelven al revés. El mal se convierte en nuestro “bien” más urgente, nuestro más profundo anhelo; el bien se presenta como un “mal” porque amenaza con apartarnos de satisfacer nuestros deseos ilícitos. Llegados a ese punto, el arrepentimiento llega a ser casi imposible, porque el arrepentimiento es, por definición, un apartarse del mal y volverse hacia el bien; pero, para entonces, el pecador ha redefinido a conciencia tanto el bien como el mal. Isaías dijo de tales pecadores: “¡Ay de aquellos que llaman mal al bien y bien al mal!” (Is 5, 20).

Una vez que hemos abrazado el pecado de esta manera y rechazado nuestra alianza con Dios, sólo puede salvarnos una calamidad. A veces lo más compasivo que puede hacer Dios con un borracho, por ejemplo, es permitir que destroce el coche o que le abandone su mujer…, lo que le forzará a aceptar la responsabilidad de sus actos (Scott Hahn).

¿Qué pasa con la realidad para que el género humano la encuentre tan insoportable? Lo que pasa es que la enormidad del mal, su presunta omnipresencia y poderíos, y nuestra aparente incapacidad para escapar de él… nuestra incapacidad, incluso, para no cometerlo. Parece que el infierno está en todas partes amenazando con sofocarnos,

Ésta es la realidad que no podemos soportar. Pero es también la cruda y terrible realidad que dibujó San Juan en el Apocalipsis. Las bestias son el poder en la sombra que mueve naciones e imperios; se fortalecen con la inmoralidad de la gente a la que seducen; se emborrachan con el “vino” de la fornicación, la avaricia y el abuso de poder de sus víctimas (Scott Hahn).

Ante tal oposición tenemos que escoger: o presentar la batalla, o darse a la huida. Huir podría parecer la elección más razonable; sin embargo, la huida no es una opción real. “Esta guerra es inevitable, y el que en ella no lucha, de todas maneras se ve inexorablemente enredado en ella y sucumbe. Es que nos enfrentamos a enemigos tan obstinados y furiosos que de ellos no podemos esperar jamás ni tregua ni paz” (Lorenzo Scupoli).

Vivir de espaldas a Dios es una falsa ilusión de libertad, es la peor de las desgracias. Juan Pablo II ha señalado en esta cerrazón a la misericordia divina una característica de nuestra época. Es bien patente a todos la imagen del “hombre encerrado en el pecado, haciendo imposible por su parte la conversión y, por consiguiente, también la remisión de sus pecados, que considera no esencial o sin importancia para su vida. Esta es una condición de ruina espiritual (…)”. La acción del Espíritu Santo, que tiende a convencernos de pecado -sólo el Espíritu Santo nos hace comprender la fealdad del pecado-, encuentra que la conciencia está impermeabilizada, que hay dureza de corazón, porque se ha perdido el sentido del pecado. Hay que ver a Cristo en la Cruz para comprender qué es el pecado. No nos ha de dar miedo esta situación. Tiene remedio. El ser humano tiene una capacidad grande de recapacitar y regenerarse.

Nada puede desanimarnos en este camino hacia el fin último, porque nos apoyamos en “tres verdades: Dios es omnipotente, Dios me ama inmensamente, Dios es fiel a las promesas. Y es El, el Dios de las misericordias, quien enciende en mí la confianza; por lo cual yo no me siento ni solo, ni inútil, ni abandonado, sino implicado en un destino de salvación que desembocará un día en el paraíso” (Juan Pablo I, Alocución, 20-IX-1978).