La llamada universal a la santidad

familias-fuertes

El Papa Paulo VI preguntó:

̶ ¿Qué hora es?

Todos miraron su reloj. Él respondió:

̶ Es la hora de los laicos.

Los primeros cristianos, fieles corrientes –casados y célibes-, de toda edad y condición, se sabían llamados a la santidad (cfr. Romanos 1,7), “elegidos, por Dios, santos y amados” (Col 3,12). Buscaban la santidad en todas las actividades de la tierra: unos en el campo intelectual, otros en el trabajo manual; otros, en ambos. Pero al paso del tiempo eso se olvidó. Es necesario volver a recordarlo. “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1 Tes 4,3). Dios “nos ha elegido antes de la constitución del mundo para que seamos santos e inmaculados en su presencia” (Efesios 1,4).

Para San Pablo los bautizados son “santos por vocación”, o “llamados a ser santos” (Cf. Rm 1,7 y 1 Co 1,2). Y habitualmente designa a los bautizados con el término “los santos”. La santidad reside en el corazón, y se resume en el amor, en estar unidos a Jesucristo.

Una carta que tiene 20 siglos de antigüedad dice: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. A la verdad, esta doctrina no ha sido por ellos inventada gracias al talento y especulación de hombres curiosos, ni profesan, como otros hacen, una enseñanza humana; sino que, habitando ciudades griegas o bárbaras (que no hablan latín ni griego), según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestra de un tenor peculiar de conducta admirable y, por confesión de todos, sorprendente”(Epístola a Diogneto).

La razón profunda de la santidad es clara desde el principio: que él, Dios, es santo. En la Biblia, la santidad es la síntesis de todos los atributos de Dios.

La santidad no es una imposición ni una carga, es un privilegio, un don, un supremo honor. Una obligación, sí, pero que proviene de nuestra dignidad de hijos de Dios. El hombre debe ser santo para hacer realidad su identidad más profunda: la de ser”imagen y semejanza de dios”. El hombre no es sólo naturaleza, sinovocación.

Pasados los primeros siglos de cristianismo, se olvida prácticamente el carácter universal de la llamada a la santidad y se llega a considerar como patrimonio exclusivo de los que se apartan del mundo, para dedicarse a la contemplación de las cosas divinas en la soledad del desierto o del claustro. Los fieles cristianos que siguen en el mundo aparecen como cristianos de “segunda categoría”.

Las necesidades apostólicas han originado un proceso de regreso al mundo por parte de algunos religiosos. Sin embargo, su estado sigue siendo distinto a los de los fieles corrientes. El Fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá, decía: Pueden ser divinos todos los caminos de la tierra, todos los estados, todas las profesiones, todas las tareas honestas. “Se puede santificar cualquier trabajo honesto, sean cuales fueren las circunstancias en que se desarrolla” (Conversaciones, n. 26).

El Concilio Vaticano II confirmó esta doctrina en diversos lugares de sus documentos: “Todos los fieles, de cualquier estado o condición, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (Const. Lumen gentium,n. 40; Cfr. Gaudium et spes, nn. 35, 38, 48, etc). Este fue, a los ojos de muchos, el principal mensaje del Vaticano II.

El trabajo es una ocupación que, normalmente, se disfruta y a través de la cual adquirimos virtudes humanas, y, cuando no se disfruta, se sabe ofrecer a Dios con alegría, sabiendo que será un sacrificio aceptable pues ha sido hecho por agradar a Dios y por servir a los demás.

El laicismo sostiene que Dios no tiene lugar en ningún sitio, excepto en la Iglesia, y relega a Dios y a la vida espiritual al ámbito de la conciencia. Un buen cristiano suele decir: “Mete a Dios en tu vida ordinaria y en todas tus actividades. Invítalo a que te acompañe a todos los lugares a los que vayas, y cuéntale lo que traes en la cabeza y en el corazón”.

San Pablo dice: “Mirad, ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación” (2 Corintios 6,2). El “tiempo favorable” durará hasta la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos —en la vida personal de cada uno, hasta el momento de la muerte—; hasta entonces, cada uno de los días es “día de salvación”, ocasión de servir a Dios. Mientras tanto, ninguna adversidad debe apartarnos de este fin. “Nada te turbe, / Nada te espante, / Todo se pasa, / Dios no se muda, / La paciencia / Todo lo alcanza; / Quien a Dios tiene / Nada le falta: / Sólo Dios basta” (Santa Teresa de Jesús, Poes. 30).

Tenemos todos una llamada a ser santos, ahora bien ¿qué es un santo? Pilar Urbano responde: “Un santo es un débil que se amuralla en Dios y en Él construye su fortaleza. Un santo es un imbécil del mundo –stulta mundi– que se ilustra y se doctora con la sabiduría de Dios. Un santo es un rebelde que a sí mismo se amarra con las cadenas de la libertad de Dios. Un santo es un miserable que lava su inmundicia en la misericordia de Dios (…). Un santo es un pusilánime que se dilata y se acrece con la magnificencia de Dios. Un santo es un ambicioso de tal envergadura que sólo se satisface poseyendo cada vez más y más (…a) Dios (…), un ladrón que le roba a Dios hasta el Amor con que poder amarle. Y Dios se deja saquear por sus santos. Ése es el gozo de Dios. Y ése, el secreto negocio de los santos” (El Hombre de Villa Tevere, p. 156). Así, pues, lo más importante, es lo que el hombre está dispuesto a dejar que Dios haga en él. Es una cuestión de confianza. No es tanto el “yo hago”, como el “hágase en mí”.

El santo es un hombre en quien el amor, la fe y la esperanza, son vivencias diarias, experiencias compartidas. Un santo es un hombre que se fía de Dios. Es una persona que tiene encuentros personalísimos con Dios, sin anonimatos: un yo y un Tú enhebran un diálogo vivo y con pulso, que recíprocamente les concierne y les afecta (cfr. Hombre de Villa Tevere, p 195).

Karol Wojtyla llegó a asemejarse a la descripción que G.K. Chesterton hace de Santo Tomás Moro: “Era, por encima de todo, un hombre histórico: él representó a la vez un tipo de hombre, un momento crucial y un destino último. Si no hubiera existido este singular hombre en aquel particular momento, toda la historia hubiera cambiado de rumbo” (citado en James Monti, The King’s good servant but God’s first, 1997, p. 15). En suma: La plenitud de la vocación cristiana es la identificación con Cristo.

Autor: Moral y Luces

Moral y Luces

Deja una respuesta

Por favor, inicia sesión con uno de estos métodos para publicar tu comentario:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

A %d blogueros les gusta esto: