El secreto de Damián de Molokai y Francisco de Asís

Besar leprosos

Un día le preguntaron cómo era capaz de quedarse tanto tiempo entre los leprosos…

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¿Oíste hablar de Damián de Molokai? Muchos belgas lo consideran su compatriota más grande de todos los tiempos por cómo se entregó a los enfermos de lepra de Hawái hasta que se contagió él también… y murió.

Un día, a este misionero le preguntaron cómo era capaz de quedarse tanto tiempo entre los leprosos. Él contestó: “Sin mi hora santa diaria en presencia del Santísimo Sacramento, no hubiera sido capaz de quedarme ni un solo día en este lugar”.

Este santo decidió voluntariamente ir a vivir una isla donde estaban relegados los enfermos de lepra de ese reino. Los leprosos ni se dieron cuenta de su llegada, explica Josefino Ramírez en sus Cartas a un hermano sacerdote.

“Ellos vivían todas las noches absortos en una continua intoxicación alcohólica y orgía sexual para tratar de olvidarse de la carne podrida de la lepra, que los condenaba a una vida de olvido y de muerte sin consuelo”, relata.

Lo primero que hizo este sacerdote fue construir una capilla hacia donde él llevó a cada uno de los leprosos repi­tiéndose una y otra vez la escena del evangelio: “Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: “Si quieres, puedes limpiarme”. Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: “Quiero; queda limpio”. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio” (Mr 1,40-42).

Allí organizó adoración perpetua. Los leprosos pronunciaban simples y bellísimas oraciones. Uno de ellos, por ejemplo, pasaba toda su hora santa describiéndole a Jesús el sonido de las olas, el azul del océano, la puesta del sol.

Y aunque todavía tenían su carne podrida, sus almas quedaron limpias”, escribe el sacerdote, “ya no necesitaban emborracharse, porque se intoxicaron con Su Amor. El sexo no era más una necesidad imperiosa, porque ellos tenían la intimidad de Su Corazón”.

San Francisco de Asís

Y recuerda seguidamente cómo la Eucaristía fue también la fuerza que, unos siglos antes, permitió a san Francisco de Asís besar y curar a un leproso.

Era un enfermo que insultaba a quienes intentaban ayudarle, también a Francisco. ¿Y qué hizo él entonces? Pues se fue ante el Santísimo Sacramento a orar. Y al volver le dijo: “Haré lo que me pidas”. El leproso le contestó: “Quiero que me laves todo, porque huelo tan mal que ni yo mismo lo puedo soportar”.

El santo que inspiró el nombre del actual Papa no se lo pensó dos veces, pidió que le trajeran agua caliente con hierbas aromáticas y a medida que iba lavando al hombre, su carne podrida iba recobrando su color natural.Finalmente el leproso quedó curado.

“A san Francisco le llaman “el tonto de Dios” porque todo lo que él hizo fue por amor a Dios –comenta monseñor Pepe-. Pero mucho más tonta es la locura de Amor del Santísimo Sacramento por lo que Jesús hace por nosotros”.

“Allí el Señor lava nuestras almas, no con agua, sino con Su Preciosísima Sangre –asegura-. Allí quedamos limpios de la podredumbre del pecado y del amor a nosotros mismos”.

¿El purgatorio existe? No sale en la Biblia…

Si se llega a la eternidad debiendo algo, el alma se tendrá que purificar

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La verdad del purgatorio, aunque no esté mencionada explícitamente en la Biblia, se entrevé en la misma.

En la sagrada escritura hay muchos elementos que ayudan a fundamentar la convicción de que nada impuro, manchado o imperfecto puede entrar en contacto con Dios, que no se puede acceder a Dios sin pasar a través de algún tipo de purificación cuando sea necesaria.

Veamos sólo algunos de estos elementos. En la epístola a los hebreos, que habla de los ejemplos de fe en la historia sagrada, se mencionan a unos mártires; más concretamente el texto dice: “Unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una resurrección mejor” Hebreos 11,35.

Y estos mártires no pueden ser otros que los siete hermanos Macabeos que murieron seguros de la resurrección en la vida futura: “Es preferible morir a manos de hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por Él…” (2 Mac. 7, 14).

De manera pues que en el pueblo de Israel ya había conciencia de que la muerte no es el fin, de que hay una resurrección y esta tiene que ser a un vida de gloria. Resurrección que hay que favorecer; de consecuencia ya había consciencia de una recompensa para los que mueren sin pecado o en gracia de Dios.

Y como en muchos casos no se muere con el alma pulcra pues es necesaria una purificación, es necesario purgar el pecado.

Y los que quedan son conscientes de que con su oración pueden ser solidarios con los que mueren para ayudarles en dicha purificación.

Es lo que vemos claramente en el 2 Macabeos 12. Aquí se da por cierto que existe una purificación después de la muerte. Judas Macabeo efectuó una colecta para tener lo necesario a fin de que se ofreciera un sacrificio expiatorio por el pecado de unos soldados caídos.

“Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: “Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado” (2 M 12, 46).

Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, (cf DS 856) para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios.

La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos: llevémosles socorros y hagamos su conmemoración.

Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre, (cf. Jb 1,5) ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo?

No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos (San Juan Crisóstomo, hom. in 1 Cor 41,5)” (Catecismo, 1032).

Es pues doctrina segura la existencia de un estado transitorio de purificación obligatorio para aquellos que, habiendo muerto en gracia de Dios, necesitan mayor purificación para llegar a la santidad necesaria para entrar en la realidad celestial.

En el Antiguo Testamento hay muchos ejemplos en los que se ve que lo que está destinado a Dios debe ser lo mejor, lo perfecto.

Uno de estos ejemplos es la calidad de la ofrenda de Abel aceptada con agrado por parte de Dios (Gn 4, 8); o por ejemplo, en el plano sacrificial, lo que entra en contacto con Dios debe ser lo perfecto, es el caso de los animales destinados para la inmolación (Lv 22, 22).

Pero más que las cosas son las personas que quieren tener su eterno destino en Dios las que deben ser perfectas, sin mancha.

En el plano institucional es la integridad física de los ministros del culto (Lv 21, 17-23). A esta integridad física o personal de los ministros del culto debe corresponder una entrega total a Dios por parte de todo el pueblo de acuerdo con las grandes enseñanzas del Deuteronomio.

Se trata de amar a Dios con todo el ser, con pureza de corazón y con el testimonio de las obras (Dt 10, 12 ss).

Y esta integridad debe ir más allá de la vida presente para entrar en la comunión perfecta y definitiva con Dios, con el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob (Ex 3, 6), con el Dios en quien todos viven.

Es lo que asegura también Jesús hablando de la resurrección: “Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven” (Lc 20, 37-38).

El Salmo 50, el salmo penitencial por antonomasia, nos habla en clave de purificación interior: si el pecador confiesa y reconoce la propia culpa (v. 6), y pide insistentemente ser purificado o ‘lavado’ (vv. 4. 9. 12 y 16), podrá proclamar la alabanza divina (v. 17).

Y una de las características de la figura del Siervo de Yahvéh es su función de interceder y expiar en favor de muchos; al término de sus sufrimientos, él «verá la luz» y «justificará a muchos», cargando con sus culpas (Is 53, 11).

Pasando ya al Nuevo Testamento, Jesucristo también nos insinúa varias veces de la realidad del purgatorio cuando dice, por ejemplo: “Mientras vas donde las autoridades con tu adversario, aprovecha la caminata para reconciliarte con él, no sea que te arrastre ante el juez y el juez te entregue al carcelero, y el carcelero te encierre en la cárcel. Yo te aseguro que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último centavo” (Lc 12, 58-59). Aquí la cárcel es el sinónimo del purgatorio de donde se saldrá una vez se ha pagado toda deuda.

Jesús hace referencia por tanto a una purificación temporal de la que se saldrá cuando termine. Esta purificación no puede ser ni el infierno ni en el cielo, pues entre otras cosas son realidades eternas de las que no se saldrá.

Es decir si no arreglamos las cosas mientras vamos de camino a la eternidad y se llega a ella debiendo algo, el alma se tendrá que purificar.

Y el Apóstol San Pablo habla de un fuego purificador y del valor de la obra de cada uno, que se revelará el día del juicio: “Si la obra de uno construida sobre el cimiento (sobre Cristo) resiste, recibirá la recompensa. Mas aquel cuya obra quede abrasada sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego” (1 Co 3, 14-15).

Un sacerdote exorcista hacia los altares

Juan Manuel Martín del Campo podría convertirse en el primer exorcista beato de América Latina

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En la nueva tanda de futuros beatos aprobada a fines de septiembre por la Congregación para la Causa de los Santos, muy pocos notaron que se incluye uno que se distinguió en vida por ser un activo y reconocido exorcista. Se llama Juan Manuel Martín del Campo, de nacionalidad mexicana, que nació en Lagos de Moreno, en el Estado de Jalisco, el mismo año de la revolución rusa, 1917.

Pero la mayor parte de su vida transcurrió en el Estado de Veracruz, durante los años de la persecución religiosa, como seminarista, como párroco, como profesor, como confesor y capellán y como director espiritual, en una época en que las leyes mexicanas prohibían que la Iglesia desarrollara actividades públicas. Y nada menos que como exorcista, “un antiguo rito de sanación del demonio” que Martín del Campo practicó desde 1987 hasta 1995, un año antes de su muerte en 1996 debido a un cáncer de próstata.

Eran años difíciles para la Iglesia mexicana, a la que Juan Pablo II visitó entonces en dos oportunidades, 1979 durante la presidencia de López Portillo –cuando celebró una misa en Veracruz a orillas del mar- y en 1992, cuando gobernaba Salinas de Gortari.

Un biógrafo de Juan Manuel Martín del Campo afirma que el candidato a beato, “Conocido por su entrega y devoción al ministerio, su paciencia para confesar a los fieles y ser un sacerdote docto y lleno de piedad, encontró especial reconocimiento por realizar diversos exorcismos en la región, siendo uno de los más conocidos el ya mencionado, en el Centro de Especialidades Médicas del Estado de Veracruz (CEM)”.

El caso citado, uno de los muchos que el sacerdote trató durante los 7 años que recibió el mandato como exorcista del obispo de su diócesis, lo narra Rafael González Hernández, postulador de la causa, en su libro “Yo soy el Padre Martín”, usando como fuente principal un cuaderno de apuntes donde el sacerdote anotaba los pedidos que recibía.

El año que realizó ese exorcismo, noviembre de 1994, en el Centro de Especialidades Médicas ocurrió algo insólito. La madre de una enfermera que trabajaba en el hospital se acercó al sacerdote para informarle que había una paciente originaria de una localidad llamada Papaloapam, que presentaba “manifestaciones raras” que ni siquiera los médicos podían resolver, y que tenían la apariencia de “manifestaciones diabólicas”.

Los apuntes dicen que algunos días después un médico del mismo centro le pidió ayuda, de lo que se deduce que no fue inmediato y que el padre Martín del Campo se tomó tiempo para evaluar de qué se trataba. El médico admitió delante del sacerdote, y éste lo registra, que las terapias no hacían efecto y que la mujer, lejos de mejorar, empeoraba cada vez más, “provocando miedo en médicos y enfermeras”. El sacerdote decidió ir a ver. Con el permiso de los especialistas examinó a la mujer, llegó a la conclusión de que se trataba de un caso grave y decidió realizar un exorcismo.

El libro del biógrafo y postulador Rafael González Hernández reproduce estas palabras presumiblemente tomadas de los apuntes del exorcista: “Me dijeron que cuando ya iba en los pasillos del nosocomio, sin que la enferma lo supiera, ésta empezó a decir con voz distorsionada “ya viene el Martín, ya viene el Martín, jajajaja”, seguido por carcajadas inconexas. Entré inmediatamente y la pude ver con detenimiento, pude ver su rostro herido por la presencia del espíritu del mal”. El libro registra también que: “La mujer fue liberada y algunos miembros del personal médico se convirtieron a la fe católica, y se colocó una cruz en la entrada del CEM”.

El vocero de la Iglesia católica de Xalapa, Juan Manuel Suazo Reyes, confirmó en una entrevista que los cinco cardenales y los ocho obispos del Consejo de Obispos y Cardenales “determinaron de manera unánime otorgarle el nombramiento de venerable, título que se sumó al de Siervo de Dios”. La causa del sacerdote exorcista fue introducida en el Vaticano el 12 de marzo de 2011 y aprobada por la Comisión de teólogos el 25 de noviembre de 2014, también por votación unánime.

Si el camino de Juan Manuel Martín del Campo hacia los altares prosigue, y nada hace pensar que eso no ocurra, podría ser el primer sacerdote exorcista de América Latina en ser beatificado.

Madre Teresa podría ser declarada santa en septiembre de 2016

El Vaticano estudia el caso de un brasileño que se curó de tumor a la cabeza inexplicablemente por posible intercesión de la beata

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La Madre Teresa podría ser proclamada santa en septiembre de 2016, según informó este miércoles 18 de noviembre la agencia italiana Agi, al mismo tiempo que indicó que la fecha de la ceremonia podría coincidir con la memoria litúrgica de la actual beata: 5 de septiembre.

Sobre la fecha indicada en la noticia, se trata de un día lunes de 2016, y en el Vaticano normalmente esas magnas ceremonias se realizan los días domingo, así es más probable que la efeméride que coincide con el 100 cumpleaños del nacimiento de Anjëzë Gonxhe Bojaxhiu se prorrogue al 4 de septiembre.

En el contexto del Año Santo de la misericordia, lo cierto es que la canonización de Madre Teresa sería un evento significativo.

Sin embargo, el Vaticano no ha confirmado ni desmentido la noticia, pues aún faltan algunos pasos previos para oficializar la canonización. Madre Teresa, nacida en Skopje, Albania, se convirtió en el símbolo del amor y la caridad hacía los pobres y los abandonados. Su obra de las misioneras de la caridad creció en las calles de Calcuta, India.

Al respecto, aún faltan varios pasos para llegar a la santificación de madre Teresa, entre ellos, la aprobación definitiva del milagro atribuido a su intercesión, sobre el que se han pronunciado favorablemente los médicos de la Consulta de la Congregación de los Santos, y que todavía debe pasar la evaluación de los cardenales y obispos encargados, según el Vatican Insider.

La Congregación para las Causas de los Santos del Vaticano se debe reunir el próximo mes para evaluar el milagro por intercesión de la beata Madre Teresa, entre otras causas. Un hombre brasileño se curó de un tumor terminal a la cabeza. Se podría tratar de un caso científicamente inexplicable.

Pero, el proceso se podría prolongar uno o varios años. Los purpurados que se reunirán en diciembre y que no estén seguros pueden pedir más pruebas, más allá de los resultados positivos del comité médico de la causa.

Luego, la praxis sugiere que el cardenal prefecto llevará el resultado al Papa Francisco, quien tiene la potestad de aprobar el milagro. La fecha de la ceremonia llegará después de que el papa se consulte con los cardenales en un consistorio. Cabe recordar que la ceremonia de beatificación de la religiosa se realizó el 19 de octubre de 2003, presidida por Juan Pablo II.

Tres visiones del infierno absolutamente aterradoras

Si las visiones de los santos son mínimamente cercanas a la verdad, el infierno es real y terrible. Nadie debería querer ir

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El juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos Antonin Scalia afirma creer en el infierno y en el diablo y se han burlado de él, pero los partidarios de Scalia son mucho más importantes que sus críticos: aparte de la mayoría de los norteamericanos, tanto Jesús, el hijo de Dios, como su vicario, el Papa Francisco, hablan constantemente del infierno en sus enseñanzas.
 
El infierno es real y para los católicos su existencia es un dogma. El Concilio de Florencia estableció en 1439 que “las almas de los que mueren en pecado mortal actual, o solo en el pecado original, descienden rápidamente al infierno”.

Ya que es un lugar en el están solo los que están muertos, no pueden tener acceso al infierno los que todavía están vivos, al menos en circunstancias ordinarias. Sin embargo, muchos santos y no santos en el transcurso de la historia de la Iglesia afirmaron haber vivido experiencias místicas del infierno y las han descrito. A continuación detallaremos tres de estas descripciones:
 
El Catecismo afirma claramente que el papel de las revelaciones privadas “no es el de ‘mejorar’ o de ‘completar’” el depósito de la fe, sino el de “ayudar a vivirla más plenamente en una determinada época histórica”. El relato de estas visiones sirven para ayudar a las personas a tomar más seriamente la realidad del reino eterno de los condenados: dos de las visiones que proponemos son del siglo XX.
 
“Densa oscuridad”: Santa Teresa de Ávila
 
La gran santa del siglo XVI, Teresa de Ávila era una religiosa y teóloga carmelita. Es una de los 35 doctores de la Iglesia. Su libro “El castillo interior” está considerado uno de los textos más importantes sobre la vida espiritual. En su autobiografía, la santa describe una visión del infierno que creía que Dios le había concedido para ayudarla a alejarse de sus pecados.
 
“La entrada me parecía un callejón largo y estrecho, como un horno muy bajo, oscuro y angosto; el suelo, un lodo de suciedad y de un olor a alcantarilla en la que había una gran cantidad de reptiles repugnantes. En la pared del fondo había una cavidad como de un armario pequeño encastrado en el muro, donde me sentí encerrar en un espacio muy estrecho. Pero todo esto era un espectáculo agradable en comparación con lo que tuve que sufrir” […].
 
“Lo que estoy a punto de decir, sin embargo, me parece que no se pueda ni siquiera describirlo ni entenderlo: sentía en el alma un fuego de tal violencia que no se como poderlo referir; el cuerpo estaba atormentado por intolerables dolores que, incluso habiendo sufrido en esta vida algunos graves […] todo es incomparable con lo que sufrí allí entonces, sobre todo al pensar que estos tormentos no terminarían nunca y no darían tregua”.
 […].
 
“Estaba en un lugar pestilente, sin esperanza alguna de consuelo, sin la posibilidad de sentarme y extender los miembros, encerrada como estaba en esa especie de hueco en el muro. Las misas paredes, horribles a la vista, se me venían encima como sofocándome. No había luz, sino unas tinieblas densísimas” […].
 
“Pero a continuación tuve una visión de cosas espantosas, entre ellas el castigo de algunos vicios. Al verlos, me parecían mucho más terribles […]. Oír hablar del infierno no es nada, como tampoco el hecho de que haya meditado algunas veces sobre los distintos tormentos que procura (aunque pocas veces, pues la vía del temor no está hecha para mi alma) y con las que los demonios torturan a los condenados y sobre otros que he leído en los libros; no es nada, repito, frente a esta pena, es una cosa bien distinta. Es la misma diferencia que hay entre un retrato y la realidad; quemarse en nuestro fuego es bien poca cosa frente al tormento del fuego infernal. Me quedé espantada y lo sigo estando ahora mientras escribo, a pesar de que hayan pasado casi seis años, hasta el punto de sentirme helar de terror aquí mismo, donde estoy” […].
 
“Esta visión me procuró también una grandísima pena ante el pensamiento de las muchas almas que se condenan (especialmente las de los luteranos que por el bautismo eran ya miembros de la Iglesia) y un vivo impulso de serles útil, estando, creo, fuera de dudas de que, por liberar a una sola de aquellos tremendos tormentos, estaría dispuesta a afrontar mil muertes de buen grado” […].
 
“Horribles cavernas, vorágines de tormentos”: Santa María Faustina Kowalska
 
Santa María Faustina Kowalska, conocida como Santa Faustina, era una monja polaca que afirmaba haber tenido una serie de visiones que incluían a Jesús, la Eucaristía, los ángeles y varios santos. De sus visiones. Registradas en su Diario, la Iglesia recibió la ya popular devoción a la coronilla de la Divina Misericordia. En un pasaje de finales de octubre de 1936, ella describe una visión del infierno:
 
“Hoy, guiada por un ángel, he estado en los abismos del Infierno. Es un lugar de grandes tormentos en toda su extensión espantosamente grande. Estas son las varias penas que he visto: la primera pena, la que constituye el infierno, es la pérdida de Dios; la segunda, los continuos remordimientos de conciencia; la tercera, la conciencia de que esa suerte no cambiará nunca; la cuarta pena es el fuego que penetra el alma, pero que no la aniquila; es una pena terrible: es un fuego puramente espiritual, encendido por la ira de Dios; la quinta pena es la oscuridad continua, un hedor horrible y sofocante, y aunque está oscuro, los demonios y las almas condenadas se ven entre sí y ven todo el mal propio y de los demás; la sexta pena es la compañía continua de Satanás; la séptima pena es la tremenda desesperación, el odio a Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias”.
 
“Estas son penas que todos los condenados sufren juntos, pero esto no es el final de los tormentos. Hay tormentos particulares para varias almas que son los tormentos de los sentidos. Cada alma, con lo que ha pecado, es atormentada de forma tremenda e indescriptible. Hay cavernas horribles, vorágines de tormentos, donde cada suplicio es distinto del otro. Haría muerto a la vista de esas horribles torturas si no me hubiese sostenido la omnipotencia de Dios. Que el pecador sepa que con el sentido con el que haya pecado será torturado por toda la eternidad. Escribo esto por orden de Dios, para que ningún alma se justifique diciendo que el infierno no existe, o que nadie ha estado nunca y que nadie sabe cómo es”.
 
“Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, he estado en los abismos del infierno, con el fin de contarlo a las almas y atestiguar que el infierno existe. Ahora no puedo hablar de esto. Tengo la orden de Dios de dejarlo por escrito. Los demonios han demostrado un gran odio contra mí, pero por orden de Dios han tenido que obedecerme. Lo que he escrito es una débil sombra de las cosas que he visto. Una cosa he notado, y es que la mayor parte de las almas que hay allí son almas que no creían que existía el infierno. Cuando volví en mí, no conseguía recuperarme del espanto, pensando que las almas allí sufren tan tremendamente, por esto rezo con mayor fervor por la conversión de los pecadores, e invoco incesantemente la misericordia de Dios para ellos. Jesús mío, preferiría agonizar hasta el fin del mundo, entre los peores sufrimientos, antes que ofenderte con el mínimo pecado” (Diario di Santa Faustina, 741).
 
“Un gran mar de fuego”: sor Lucía de Fátima
 
Sor Lucia no es una santa, pero es una de las destinatarias de una de las revelaciones privadas más importantes del XX siglo, sucedida en Fátima (Portugal). En 1917 era uno de los tres niños que afirmaba haber experimentado numerosas visiones de la Beata Virgen María. Declaraba que María les mostró una visión del infierno que ella describió así en sus Memorias:
 
“[María] Ella abrió de nuevo Sus Manos, como había hecho los dos meses anteriores. Los rayos [de luz] parecía que penetrasen la tierra y nosotros vimos como un vasto mar de fuego y vimos a los demonios y las almas (de los condenados) inmersos en el”.
 
“Estaban como tizones ardientes transparentes, todos ennegrecidos y quemados, con forma humana, ellos se movían en esta gran conflagración, a veces lanzados al aire por la llamas y absorbidos de nuevo, junto a grandes nubes de humo. Otras veces caían por todas partes como chispas en fuegos enormes, sin peso o equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación, que nos aterrorizaban y nos hacían temblar de miedo (debe ser esta visión la que me hizo llorar, como dice la gente que me oyó)”.
 
“Los demonios se distinguían (de las almas de los condenados) por su aspecto aterrador y repelente parecidos a animales horrendos y desconocidos, negros y transparentes como tizones ardientes. Esta visión duró solo un segundo, gracias a nuestra buena Madre Celeste, que en su primera aparición había prometido llevarnos al Paraíso. Sin esta promesa, creo que habríamos muertos de terror y de espanto”.
 
¿Alguna reacción? Podemos confiarnos a la misericordia de Dios en Cristo, y evitar así cualquier cosa que se acerque a esta descripción, transcurriendo la eternidad en unión con Dios en el Cielo.

¿Cómo será el cielo? 10 santos te lo cuentan

Los que mejor describen la alegría que nos espera

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Hemos dejado atrás Todos los Santos y nos acercamos al Adviento, así que es un buen momento para examinar lo que nos sucederá cuando muramos – o más concretamente, cuando nuestras almas eternas se vayan y nuestros cuerpos mueran.

Por suerte para mí, otro escritor ya ha cubierto el lado oscuro de la muerte para Aleteia: los artículos de Brantly Millegan sobre las terribles visiones de los santos sobre el infierno y del purgatorio deberían ser suficientes para mandar a cualquiera corriendo al confesionario y de vuelta al camino estrecho.

Pero la fe verdadera debería tener mucho más que ver con la esperanza y la alegría que con el miedo y el horror; la contrición perfecta, después de todo, tiene que ver con amar a Dios, tanto que no osaríamos ofenderle, no con hacer malabarismos para evitar arder eternamente en el infierno.

Así que, deseando dar una mirada de esperanza a lo que espera a los fieles después de la muerte, os presento diez testimonios sobre el cielo según los santos, algunos de los cuales tuvieron incluso la suerte de experimentarlo de primera mano, antes o después de morir, y nos lo han contado.

Santa Faustina Kowalska escribió extensamente sobre sus viajes espirituales tanto al paraíso como al lugar de perdición en sus diarios, que han sido considerados por la Iglesia como revelaciones aprobadas.

Después de que Faustina quedara traumatizada por sus visiones del infierno, se le dio la oración a la Divina Misericordia para compartirla con el mundo como un arma en la guerra por la salvación de las almas.

Pero tristemente, se le recuerda más esto que sus alentadoras visiones del cielo, sobre las que escribió:

“Hoy fui al cielo, en el espíritu, y vi sus inconcebibles bellezas y la felicidad que nos espera después de la muerte. Vi cómo las criaturas dan sin cesar alabanza y gloria a Dios. Vi cuán grande es la felicidad en Dios, que se difunde a todas sus criaturas, haciéndolas felices; y así toda la gloria y la alabanza que brota de su felicidad vuelven a su fuente; y entran en las profundidades de Dios, contemplando la vida interior de Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, a quien nunca podrán comprender o abarcar. Esta fuente de la felicidad es inmutable en su esencia, pero siempre es nueva, brotando felicidad para todas las criaturas”.

San Alfonso María de Ligorio contó una historia que le compartió un superior de la orden jesuita quien se le apareció después de morir y le dio un informe detallado sobre qué trato la gente puede esperar en el cielo.

Según el difunto, las recompensas del cielo no son iguales para todos los que entran, pero todos los que entran quedan igualmente satisfechos:

“Ahora estoy en el cielo, Felipe II rey de España está en el cielo también. Los dos disfrutamos de la recompensa eterna del paraíso, pero es diferente para cada uno de nosotros. Mi felicidad es mucho mayor que la suya, pues no es como cuando estábamos aún en la tierra, donde él era de la realeza y yo era una persona corriente. Estábamos tan lejos como la tierra del cielo, pero ahora es al revés: lo humilde que yo era comparado con el rey en la tierra, así le sobrepaso en gloria en el cielo. Con todo, ambos somos felices, y nuestros corazones están completamente satisfechos”.

El papa san Gregorio Magno habló de la unidad sobrenatural entre la comunión total de los santos en el cielo, y su aparentemente infinito conocimiento: “Además de todo esto, una gracia más maravillosa se otorga a los santos en el cielo, porque conocen no sólo a aquellos con los que estaban familiarizados en este mundo, sino también a los que antes nunca vieron, y conversan con ellos de una forma tan familiar como si en tiempos pasados se hubieran visto y conocido: y por lo tanto, cuando ven a los antepasados en ese lugar de felicidad perpetua, luego los conocerán de vista, aquellos de cuya vida oyeron hablar. Pues ver lo que hacen en ese lugar con un brillo indescriptible, igual a todos, contemplando a Dios, ¿qué es lo que no saben, si conocen al que lo sabe todo?”

Otros santos nos han dejado parecidas visiones y descripciones fantásticas del cielo:

San Agustín: “Allí, la buena voluntad estará tan dispuesta en nosotros que no tendremos otro deseo que el de quedarnos allí eternamente”.

San Felipe Neri: “Si tan sólo llegáramos al cielo, qué cosa más dulce y sencilla que estar allí para siempre diciendo con los ángeles y los santos, Sanctus, sanctus, sanctus”.

San Anselmo de Canterbury: “Nadie tendrá ningún otro deseo en el cielo que lo que Dios quiere; y el deseo de uno será el deseo de todos; y el deseo de todos y de cada uno de ellos será también el deseo de Dios”.

San Juan María Vianney: “Oh mis queridos feligreses, ¡tratemos de llegar al cielo! Allí veremos a Dios. ¡Qué felices nos sentiremos! Si la parroquia se convierte vamos a ir allí en procesión con el párroco a la cabeza… ¡Tenemos que llegar al cielo!”

Santa Bernadette Soubirous: “Mi corona en el cielo brillará con inocencia, y sus flores serán radiantes como el sol. Los sacrificios son las flores Jesús y María eligieron”.

Santo Tomás Moro: “La tierra no tiene ninguna tristeza que el cielo no pueda curar”.

El cielo es un lugar maravilloso, y todos deben esforzarse para llegar allí. Pero quizás la cita “celestial” más alentadora de todas viene de santa Teresa de Lisieux, la “Pequeña Flor”, quien señaló que tan gloriosa como el cielo, Dios encuentra la presencia de sus hijos infinitamente más deseable: “Nuestro Señor no desciende del cielo todos los días para estar en un copón de oro. Se trata de encontrar otro cielo que es infinitamente más querido para Él, el cielo de nuestras almas, creado a su imagen, los templos vivos de la adorable Trinidad”.

¿Qué es la escatología?

Fin del mundo, juicio, cielo, infierno,…

Un diccionario útil para conocer mejor el futuro

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La escatología trata de los acontecimientos que afectarán a cada individuo al finalizar su camino en la tierra, es decir, la muerte, el juicio particular, el purgatorio, el infierno, el cielo.

Y la escatología colectiva trata los acontecimientos relacionados con el fin de los tiempos, es decir, la parusía (segunda venida de Cristo), resurrección de la carne, juicio final o universal y los “Cielos y Tierra nuevos”.

La muerte es donde se da la separación entre el cuerpo y el alma. Dios no es el autor de la muerte. Fue el hombre que, usando mal la libertad que Dios le dio, pecó, y al pecar, permitió que la muerte entrara en el mundo.

El juicio particular ocurre inmediatamente después de la muerte, y define si el alma va al cielo, al infierno o al purgatorio. No hay una acción violenta de Dios, sino simplemente el alma tendrá nítida conciencia de lo que fue su vida en la tierra, y así, se sentirá irresistiblemente impulsada a Dios (cielo), o lejos de la presencia de Dios (infierno) o a un estado de purificación (purgatorio).

El purgatorio es el estado en que las almas de los fieles que mueren en el amor de Dios, pero aún con tendencias pecaminosas, son liberadas a través de una purificación de su amor. Es decir, son almas justificadas, pero que aún necesitan ser santificadas. El purgatorio fortalecerá el amor de Dios en lo íntimo de la persona, con el fin de expulsar las malas tendencias. Todas las almas del purgatorio, posteriormente, irán al cielo.

El infierno es un estado de total infelicidad. Es vivir eternamente sin Dios, sin amar, sin ser amado. El alma entiende que Dios es el bien mayor, pero su libre voluntad lo rechaza y sabe que será siempre incompatible con Dios. Eso genera un inmenso vacío en el alma que odia a Dios y a sus criaturas. Sólo va al infierno quien rechaza a Dios consciente, libre y voluntariamente. Pero, ¿cómo puede existir el infierno si Dios es bueno y nos ama?

El cielo no es un lugar en las nubes, sino un estado de total felicidad capaz de realizar todas las aspiraciones del ser humano. En el cielo participamos de la vida de Dios. Y cuanto mayor es el amor que la persona desarrolló en este mundo, más profunda será la participación en la vida de Dios. De este modo, en el cielo todos son felices, pero en grados diferentes, pues cada uno es correspondido en la medida exacta de su amor. Dios es amor, amor que se da a conocer a quien ama. No existe la monotonía en el cielo, sino una intensa actividad de conocer y amar.

El limbo sería el “lugar” eterno donde irían los niños que mueren sin Bautismo. No tendrían la visión sobrenatural de Dios, sino una visión natural más perfecta de la que tenemos. Sin embargo, el limbo siempre fue una suposición y jamás fue un dogma de fe. Al contrario, esos niños son confiados por la Iglesia a la misericordia de Dios, que creemos tendrá un camino de salvación propio a ellos.

Por Estêvão Bettencourt

Fuente: Apostila do Mater Ecclesiae – Escatologia