¿La mamá o la niñera?

Cada una, desde su lugar, sabrá dar lo mejor

web-babysitter-mother-baby-child-young-shutterstock_132864260-antoniodiaz-ai

Actualmente existe una realidad: muchas madres trabajan y deben delegar el cuidado de sus hijos a terceros, ya sean parientes, niñeras o instituciones como guarderías o colegios. Las razones son tan diversas como las situaciones familiares y no es motivo de este post analizar o juzgar qué tipo de dinámica familiar es mejor que otra. El hecho es que existen y que hay que asumirlas y manejarlas de la mejor manera para bien de todos los protagonistas.

En este video se ven casos particulares en los que la niñera conoce aspectos específicos del niño que cuida que la madre ignora. No sabemos si es que la filmación recogió también los casos en los que la madre sí acierta y la nana no, o en las que ambas coinciden. No es relevante para el fin de esta producción centrada en el llamado a ser caritativos y justos con las personas que se emplean en las casas. Pero para el caso de esta reflexión, vamos a centrarnos en la dinámica afectiva entre madre-niñera–niño.

¿Mamá vs. Niñera?

El error en el que normalmente se cae cuando se habla sobre estos casos es enfrentar negativamente el rol de la madre con el de la niñera. ¿Está bien o mal que el niño quiera a su niñera? ¿Si la quiere significa que no ama a su mamá o que ella está haciendo un mal trabajo?¿Debe tener, una criatura de corta edad, la capacidad racional para categorizar sentimientos diciendo algo así como “a mi nana no la voy a querer tanto porque es una empleada doméstica y no debo sentir nada por ella —a pesar de que me cuida, me quiere mucho, juega conmigo, y me prepara la comida—porque sino mi mamá se va a sentir culpable y se ve muy mal socialmente”?

La maravilla de la inocencia infantil es que nos enseña algo más profundo: un niño ama espontáneamente, porque lo aman, porque la persona existe. Para los niños el amor no es un pedazo de pizza que se reparte y se acaba. Ellos saben, sin haber leído nada al respecto, que el amor “no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad” (1 Cor 13, 5-6). El amor de un niño respeta la dignidad de cada una de las personas como hijos de Dios. No discrimina por posición social, trabajo, ingreso económico o color de piel. Si discrimina, de alguna manera, es por lo que recibe de la otra persona.

Por eso las madres deben ser sabias para manejar la relación con la niñera, y no sentirse culpables o celosas si sus hijos la quieren. Sentimientos de ese tipo sólo cabrían en el corazón materno si es que la madre siente que está haciendo algo incorrecto al dejar a sus hijos a cargo de otra persona teniendo otras opciones. Si es así, hay que revisar las prioridades, las decisiones tomadas y reacomodarlas. Pero ese no es un problema ni de la niñera, ni del niño, ni de la relación de cariño que se genera entre ambos.

Si la realidad es que las madres tienen que trabajar porque así lo demanda la situación económica o es una decisión tomada a conciencia por otros motivos, ¿de qué sirve la culpa? ¿Qué más da que la niñera sepa algunas cosas que ellas no? Seguramente sucede lo mismo con algún profesor del colegio o con alguno de los abuelos en los que los niños confían. En todo caso, no sería ésta la única medida que un experto usaría para diagnosticar un problema en la relación madre-hijo.

Lo que no puede hacer una madre es estar siempre ausente o delegar absolutamente todas las tareas de crianza y educación. La madre es irremplazable, y debe estar presente para ir cultivando la relación con los pequeños. Y mientras más crecen, más la necesitarán sobre todo para el diálogo y la guía. Una madre debe buscar compartir con sus hijos los momentos importantes como el baño, la hora de dormir, del cuento, de alguna de las comidas, los fines de semana, los eventos sociales importantes, etc. Lo más que se pueda. Dar pautas. Poner límites. También debe repetirle a los niños que los ama y enseñarles con el ejemplo a ser personas virtuosas, responsables, caritativas y generosas.

¿Qué rol juega la niñera en este proceso de crianza? Debe ser una aliada en la educación cotidiana y en la afectiva. ¡Qué mejor regalo que la persona que cuide a un hijo lo quiera y lo cuide como una madre! ¿O se prefiere la indiferencia, la falta de cariño o de humanidad por simple competencia entre los amores?

Pero ese regalo se debe retribuir. ¿Cómo? Mediante el trato justo, el diálogo constante y abierto no sólo sobre el niño sino sobre la vida y necesidades de la niñera, el pago generoso, el respeto a su dignidad como ser humano que tiene las mismas preocupaciones y los mismos anhelos de felicidad que cualquiera. Inclusive, esta relación puede enriquecerse mediante la ayuda para el cultivo y crecimiento personal de la niñera, considerando que, en la mayoría de los casos, es la madre la que tiene mayor preparación.

También hay que convencerse de que no se le está haciendo un favor dándole este trabajo. No es sólo un intercambio mercantil o laboral como el que se recibe en la oficina. Es algo más poderoso. Es una relación de ida y vuelta que tiene como eje central lo que más se ama y, por lo mismo, debe estar nutrida de caridad y respeto.

En definitiva, es una relación interpersonal. Son personas las involucradas. Cada una con su rol. La madre es la madre. La niñera es la niñera. Desde su posición ambas son importantes en el corazón del niño. Cada una, desde su lugar, sabrá dar lo mejor. Para ayudar al niño, para crecer como seres humanos y para aprender a acoger al otro como un hijo de Dios, que es lo que, finalmente, define nuestra verdadera naturaleza y nos hace ser un real ejemplo de virtud para los más pequeños.

Artículo originalmente publicado por La mamá Oca

¿Las oraciones y las obras de caridad tienen valor si no se está en gracia?

El orar a Dios nunca puede ser malo, independientemente de la condición de gracia en la que se encuentre la persona

web-charity-refugees-migration-josh-zakary-cc

Bien dice Jesús: “Sin mi nada podéis hacer” (Jn 15, 5). ¿Qué quiere decir Jesús? Que sin Él no podemos hacer obras que trasciendan a la eternidad, obras que den frutos de vida eterna, obras con méritos sobrenaturales. Es claro que sin Jesús, sin la vida de gracia, se pueden hacer cosas pero son cosas que se quedan aquí, obras sólo con méritos naturales.

En la vida moral de los bautizados se pueden dar dos situaciones: Caer en pecado mortal y hacer luego obras buenas, o estando en gracia de Dios hacer obras buenas y luego caer en pecado mortal.

Haciendo obras buenas sin tener la gracia: Las obras buenas de quien está en pecado grave no son ante Dios meritorias, no tienen efectos sobrenaturales pues es una condición esencial, para que una obra sea meritoria desde el punto de vista sobrenatural, el que sea realizada en estado de gracia.

Se sabe que quién está en pecado mortal, no tiene vida de gracia, no tiene vida espiritual; por tanto una persona ‘muerta’, espiritualmente hablando, no puede hacer nada. Estas obras, dice Santo Tomás (Suma Teológica, III, 89, 6) se llaman «muertas», porque, aunque son buenas a los ojos de los hombres, por su forma, se realizan sin la acción de Dios que es el principio de vida y por tanto carecen de mérito sobrenatural.

Y si la persona sale del pecado esas obras hacen parte del pasado, no pueden recuperar el mérito pues nunca lo tuvieron. Ahora bien, el hecho de no tener la vida de Dios o la vida de gracia, por algún pecado grave o por varios, no significa que, mientras llega el momento de la confesión, dejemos de hacer obras buenas a los ojos humanos; no olvidemos que tenemos deberes, responsabilidades, tareas, etc.

Es muy común pensar que la palabra mérito sea interpretada como ‘lo que sirve de algo’ y por eso es fácil caer en el error de pensar que si las obras hechas en pecado mortal no tienen mérito sobrenatural, pues entonces ¿para qué hacerlas?

Lo que induciría a pensar que da lo mismo hacer el bien o dejarlo de hacer. Estas acciones sin mérito sobrenatural son necesarias e incluso es obligatorio hacerlas pues fuera de que tienen merito natural, entre otras cosas, pueden disponer a la persona para la gracia, empezando por la gracia de la conversión. Por lo tanto, es preferible y recomendable que esta persona continúe haciendo buenas obras a que deje de hacerlas. Ahora, otra cosa importante a tener en cuenta: No vayamos a pensar erróneamente que cuando se pierde la gracia santificante esa persona deje de ser amada por Dios o que Dios ya no la mire con benevolencia.

Obras en Estado de Gracia y luego caer en pecado: Si una persona ha hecho obras meritorias desde el plano sobrenatural y luego peca y pero nuevamente se confiesa y recupera la gracia santificante, esas obras no pierden sus meritos sobrenaturales porque fueron hechas en gracia de Dios. Aquí entonces se habla de la «reviviscencia» de los méritos anteriores. ¿Qué se quiere decir con esto? Que esos méritos “no mueren” (Suma Teológica III, 89, 5); permanecen ante Dios, pero no tienen eficacia para llevar a la vida eterna a la persona que los mereció hasta tanto no se recupere el estado de gracia. Cuando se recupera la gracia esas obras recuperan la eficacia de conducir a la vida eterna. La Iglesia usa el término ‘sobrenatural’ para referirse a las realidades que de suyo están por encima de nuestras propias acciones naturales, es decir, más allá de nuestra naturaleza.

La Oración

Con respecto a la oración pongo un ejemplo para analizar el tema: El estar en estado de coma profundo o en estado vegetativo. Si no se tiene la vida de Dios es como, p.e., estar en coma profundo o en estado vegetativo y si se está en esta situación, espiritualmente hablando, pues no se puede comulgar, pues estas personas, que parecen muertas, no comen.

Ahora, el hecho de estar en pecado grave o no tener la vida de Dios o muertos espiritualmente no significa tampoco que no se pueda orar; claro que se puede orar pues, siguiendo con el ejemplo anterior, la persona en coma profundo o en estado vegetativo sí que puede tener una actividad cerebral y es aquí que entra la oración, sobre todo la oración de arrepentimiento, la oración que motiva la conversión.

Y sí que sirve rezar en pecado mortal, porque la oración te ayuda a que no decaiga tu fe, te sirve para no seguir pecando, para no alejarte aun más de Dios, para tener la seria intención de conseguir la gracia del perdón en la confesión y ‘salir de ese estado de coma profundo’. El orar a Dios nunca puede ser malo, independientemente de la condición de gracia en la que se encuentre la persona; es más, la Iglesia te recomienda incluso acudir a la comunión espiritual si es que no es posible recibir la Eucaristía al estar en pecado mortal.

Cuando el miedo a la muerte nos paraliza…

No importa lo que ocurra en mi vida, no importa dónde me encuentre: Él siempre está cerca

pjc4diur7dcajhly0q2q2flilw9sw32chqgijwfqpypa1pkfpl4-jrys7kusqhmk2vyiwdeczjkhhwdnzvrm6vl3hmnw

Vivimos hoy tiempos traspasados por el dolor y la esperanza. Siempre que leo textos apocalípticos me conmuevo: “Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre”. Marcos 13, 24-32.

Estos textos fueron escritos a comunidades cristianas que estaban sufriendo la persecución. Sufrían el odio y el desprecio. Morían, eran encarcelados, se arruinaban por seguir a Jesús hasta el extremo. Pero no perdían la esperanza, no se desalentaban.

No querían conocer exactamente el día de la venida del Señor. Pero sabían que la victoria estaba de su mano. Por eso estas palabras no son negativas. Al contrario, están llenas de luz. Para esas comunidades la opción consistía en seguir a Jesús hasta el final o renegar de su amor incondicional. Muchos se mantuvieron fieles.

Me conmueven estas palabras de ánimo, de esperanza. Es como si esos textos los escribieran hoy para nosotros. En medio de la oscuridad, el sol está cerca, la esperanza, la victoria final. Son palabras que se actualizan hoy para tantos hombres que ofrecen su vida en el martirio, fieles hasta la muerte.

Pero sé también que el miedo a la muerte nos paraliza a menudo. Nadie quiere morir de repente. Nadie quiere perder el honor y la vida. Nadie quiere dejar de luchar por mantenerse vivo. Por eso el sí a Dios se hace más radical y hondo cuando la posibilidad de la muerte es una amenaza muy real.

Sé también que Dios, en esas ocasiones, logra sacar lo mejor de mi interior. En la presión de la vida me abro por entero a su voluntad, a su deseo. Como leía el otro día: “Nosotros debemos afrontar la muerte y su espera y, mirando al miedo, elegir decir sí al Padre. Todos somos enfermos terminales, sólo es cuestión de tiempo[1].La muerte y su espera. Caminar y confiar. Vivir e ir muriendo paso a paso.

Somos enfermos terminales. Todos lo somos. Es verdad. Caminamos al encuentro con ese Dios eterno que nos espera. Sólo vale entonces darle el sí de nuevo a Dios cada mañana. En mitad del dolor, en medio de la muerte. Y sentir la compañía de Jesús que no me deja nunca.

A veces puede faltar la esperanza, lo sé, a veces no vemos claro por dónde caminamos. Por eso me conmueven las palabras de hoy: “Sabed que Él está cerca, a las puertas”.

No importa lo que ocurra en mi vida. No importa dónde me encuentre. Él siempre está cerca, a las puertas de mi vida, de mi corazón. Esperando, acompañando. Nada temo. O mejor, temo y confío. Espero y tiemblo. ¿Cómo es mi actitud de espera?

Me gustaría esperar siempre confiado mirando con los ojos de Dios el futuro incierto.

[1] Simone Troisi y Cristian Paccini, Nacemos para no morir nunca, 132