Murió por reparar una ofensa a la Eucaristía

La niña china que murió por reparar una ofensa a la Eucaristía

Una pequeña mártir que inspiró a Fulton Sheen a dedicar una hora al día a la adoración eucarística toda su vida

Conflict in Iraq, Christians Fear the Worst

Conozca el bello testimonio que el profesor Felipe Aquino relató en su espacio en Canção Nova el pasado domingo, 7 de junio, día del Corpus Christi:

Unos meses antes de su muerte, el obispo Fulton J. Sheen fue entrevistado por un canal nacional de televisión: “Señor obispo, miles de personas en todo el mundo se inspiran en usted. ¿En quién se inspiró usted? ¿Fue por casualidad en algún papa?”.

El obispo Sheen respondió que su mayor inspiración no fue un papa, un cardenal, u otro obispo, ni siquiera un sacerdote o monja. Fueuna niña china de once años de edad.

Explicó que cuando los comunistas se apoderaron de China, encerraron a un sacerdote en su propia rectoría, cercana a la iglesia. El sacerdote observó asustado, desde su ventana, cómo los comunistas invadían el templo y se dirigían al santuario. Llenos de odio, profanaron el tabernáculo, cogieron el cáliz y arrojándolo al suelo, se cayeron las hostias consagradas.

Eran tiempos de persecución y el sacerdote sabía exactamente cuántas hostias había en el cáliz: treinta y dos.

Cuando los comunistas se fueron, tal vez no se dieron cuenta o no prestaron atención a una niña que estaba rezando en la parte trasera de la iglesia y vio todo lo que sucedió.

En la noche, la pequeña regresó y escapando del guardia que estaba en la rectoría, entró en el templo. Ahí, hizo una hora santa de oración, un acto de amor para reparar el acto de odio. Después de su hora santa, entró en el santuario, se arrodilló e inclinándose hacia delante, con su lengua recibió a Jesús en la Sagrada Comunión (en aquel tiempo no estaba permitido a los laicos tocar la Eucaristía con sus manos).

La pequeña regresó cada noche, haciendo su hora santa y recibiendo a Jesús Sacramentado en la lengua. La trigésima noche, después de haber consumido la última hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al guardia. Este corrió tras ella, la agarró y la golpeó hasta matarla con la parte posterior de su arma.

Este acto de martirio heroico fue presenciado por el sacerdote que, profundamente abatido, miraba por la ventana de su cuarto convertido en celda.

Cuando el obispo Sheen escuchó el relato, se inspiró de tal manera que prometió a Dios que haría una hora santa de oración frente a Jesús Sacramentado todos los días por el resto de su vida.

Si aquella pequeña pudo dar testimonio con su vida de la real y bella presencia de su Salvador en el Santísimo Sacramento, entonces el obispo se veía obligado a hacer lo mismo. Su único deseo desde entonces sería atraer al mundo al Corazón ardiente de Jesús en el Santísimo Sacramento.

La pequeña enseñó al obispo el verdadero valor de la devoción que se debe tener a la Eucaristía; cómo la fe puede sobreponerse a todo miedo y cómo el verdadero amor a Jesús en la Eucaristía debe trascender la propia vida.

Una sugerencia…

Oración para antes de la comunión ( de santo Tomás de Aquino)

Todopoderoso y eterno Dios, me acerco al sacramento de tu Unigénito Hijo, mi Señor Jesucristo, como enfermo al médico de la vida, como manchado a la fuente de la misericordia, como ciego a la luz de la eterna claridad, como pobre y mendigo al Señor del cielo y de la tierra.
 
Ruego, pues, Señor, a tu infinita generosidad que dignes curar mi enfermedad, lavar mis manchas, alumbrar mi ceguera, enriquecer mi pobreza, vestir mi desnudez, para que me acerque a recibir el pan de los ángeles, al Rey de los reyes y Señor de los que dominan, con tanta reverencia y humildad, con tanta contrición y devoción, con tanta pureza y fe, con tal propósito e intención como conviene a la salud de mi alma.
 
Concédeme, te ruego, recibir no sólo el sacramento del cuerpo y la sangre del Señor sino también la gracia y virtud del sacramento. Benignísimo Dios, concédeme recibir el cuerpo que tu Hijo Unigénito, nuestro Señor Jesucristo, tomó de la Virgen María, de tal manera que merezca ser incorporado a su Cuerpo Místico y ser contado entre sus miembros.

Padre amantísimo, concédeme contemplar cara a cara en el cielo por toda la eternidad a tu amado Hijo, a quien ahora en mi estado de peregrino y bajo el velo del sacramento me dispongo a recibir, que siendo Dios vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
 
Amén
 
Oración para después de la comunión (de santo Tomás de Aquino)
 
Gracias te doy, Señor, Padre Santo, omnipotente y eterno Dios, porque te has dignado a saciarme a mí, pecador e indigno siervo tuyo, sin mérito alguno, sino por tu sola misericordia, con la participación del sacratísimo Cuerpo y Sangre de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
 
Te suplico que esta sagrada comunión no sea para mí motivo de castigo, sino que me auxilie para conseguir el perdón.
 
Sea armadura de mi fe, escudo de mi buena voluntad, muerte de todos los vicios, exterminio de todos mis carnales apetitos, aumento de caridad, de paciencia, humildad, obediencia y de todas las virtudes. Sea perfecto sosiego de mi cuerpo y de mi espíritu, firme defensa contra todos mis enemigos visibles e invisibles, perpetua unión contigo, único y verdadero Dios, y sello feliz de mi dichosa muerte.
 
Te ruego que tengas por bien llevar a este pecador a aquel convite inefable donde Tú con tu Hijo y el Espíritu Santo eres para tus santos luz verdadera, satisfacción cumplida, gozo perdurable, dicha consumada y felicidad perfecta.
 
Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.

Así se prepara para morir un chico de 20 años

La historia de Gianluca, un joven italiano, contada por un sacerdote que le acompañó hasta el final

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A través de dos vocales, intentaré contar cómo la vida de Gianluca (enfermo de osteosarcoma desde los 18 años) ha sido – y es ahora, más que antes – un modo concreto para dar vida a un auténtico concierto y a una armonía de pensamientos, gestos, oraciones, encuentros, ayuda a los necesitados y amor intenso expresados al máximo nivel.
 
Empezaré por la “A” de acogida. Mi historia con Gian empezó así. Preocupado por qué tenía que decirle, cómo presentarme a él cuando pidió verme, cuánto tiempo quedarme en casa con él, salí lavado y purificado por su presencia. En seguida esa tarde, con un trozo de pastel y té, sobre todo con sus palabras y su mirada profunda, me sentí en seguida “de casa”. Gian fue de una sencillez desarmante, como la del niño evangélico, símbolo del Reino, que se muestra como es, sin pantallas ni defensa.
 
Entregó, gradualmente, la llave de su corazón, fiándose ciegamente de que, los que le querían, sabrían ayudarle, de cualquier manera, no importa lo que le sucediera. Incluso lo peor. Puso su vida en manos, corazones, presencias acogedoras. Sus padres y su hermano sobre todo. Pero también amigos, sacerdotes, voluntarios, médicos y enfermeros.
 
Contagió a todos con su enfermedad más grave: el amor. Su acogida parecía predicar una confianza de la vida – la suya – que, ya tan frágil, se dirigía – y el lo sabía bien – hacia un fin inexorable. Pero era como si el ocaso tuviera que transformarse en un nuevo amanecer.
 
Por esto no perdía el tiempo, no vacilaba, no se aburría, sino que lo vivía todo, desde la misa en casa a ver una película, del intercambio de impresiones con amigos a una merienda, a una cena con pollo y patatas, con gran intensidad. Al acoger a Dios, las personas, la vida, la misma enfermedad, Gian “robaba” a sus amigos sus ganas de vivir, se alimentaba de mi poca fe, la pedía, deseando estar en el corazón y en las oraciones de muchos.
 
No en seguida y no en un momento. Pero, encuentro tras encuentro, crecía su deseo de vivir y, paradójicamente, aumentaba su conciencia de que iba a morir. “Padre, estoy muriendo. ¿Qué me espera? ¿Cuál será mi recompensa? ¿Jesús me está esperando?”. Tuve la sensación de que la muerte no le tomó por sorpresa. Al revés.
 
El milagro de los últimos meses de su enfermedad no fue el de la curación. Quizás esto habría sido más espectacular. Su caso nos muestra a un Gian que sabe afrontar la vida antes de la muerte y sabe leer, con los ojos de la fe, una enfermedad y un dolor de los que se hace no amigo, sino señor.
 
Gian no murió desesperado, sino confiado. No se fue dando un portazo, sino caminando. No cerró la existencia maldiciendo una oscuridad que no se merecía, sino deseando un encuentro con la Luz del mundo, apenas contemplada en la alegría de la Navidad. El milagro verdadero ha sido, para Gian, comprender el “por qué” de esa condición tan humanamente desfavorable para él y para su familia y leerla con los ojos de la fe.
 
Cuando a finales del 2012 el hospital le comunicó la sentencia de su tumor, él tuvo que decidir convertirse en hombre. No de golpe sino día a día. Pero sin volver atrás. Precisamente al crecer como hombre, la fe encontró un terreno fecundo en el que germinar.
 
Gian creció e hizo crecer. Tenía fe y la hizo volver en los demás. Era hombre de comunión y deseaba que se amase. Y lo decía, lo escribía en WhatsApp, lo manifestaba. La de Gian, humanamente, es una historia de dolor. Evangélicamente, una historia de gracia y de belleza. Con sólo veinte años, ha demostrado que se puede estar habitado por Dios y por los hombres.
 
Tomado y adaptado del prólogo al libro Spaccato in due. L’alfabeto di Gainluca (Partido en dos. El alfabeto de Gianluca), publicado por San Paolo y escrito por Gianluca y por el sacerdote Marco D’Agostino, autor de este artículo.

¿Cómo defenderse del demonio?

3 intercesores necesarios: el Espíritu Santo, el nombre de Jesús y María Santísima

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Al constatar la presencia de males maléficos, siempre es una buena actitud reforzar los propios gestos y oraciones, invocando para nosotros u otra persona afectada una intercesión. Se podrían definir tres intercesores necesarios: el Espíritu Santo, el nombre de Jesús y María Santísima.

A propósito de la Virgen María, conviene tener presente un aspecto que no es secundario. Si todo fue creado en vista de Cristo, pues en los planes de Dios estaba la encarnación del Verbo (quizá como Triunfador y no como Salvador que debiera sufrir, sino también como Triunfador y centro de la creación), el segundo ser pensado por Dios después del primero, que es la encarnación del Verbo, no podía ser otro sino aquel en el que el Verbo de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, se encarnaría.

A partir del momento en que, tras el pecado de Adán, la encarnación de Cristo asumió esta fisionomía particular, por lo cual Jesús vino como Salvador y Redentor, también María, su madre, fue asociada a este desempeño, quedando exenta del pecado original en vista de los méritos de Cristo.

Dado que también María es una criatura humana, que forma parte de la estirpe de Adán, estaría sujeta al pecado original sino hubiera estado exenta preventivamente, en vistas a la redención de Cristo.

Además de eso, María no es solamente madre del Redentor, sino también colaboradora de su obra redentora. No es por casualidad que la Inmaculada es representada por pintores y escultores en el acto de aplastar la cabeza de la serpiente, imagen del demonio.Con mayor razón, se trata de una intercesora poderosa.

Siguiendo el orden celestial, son ciertamente intercesores valiososlos arcángeles y ángeles, que siempre intervienen con sus legiones en la lucha contra el maligno; en razón de eso, basta pensar en el libro del Apocalipsis, donde se relata una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles contra Satanás y sus ángeles rebeldes, que fueron derrotados por el arcángel y precipitados al infierno.

“Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus Ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus Ángeles fueron arrojados con él” (Ap 12,7-9).

Esta es la razón por la que se acostumbra a invocar a Miguel arcángel, en calidad de jefe de las filas angelicales. A su lado, invoco siempre también a los ángeles de la guarda de todos los presentes, entre los cuales, no falta nunca san Gabriel arcángel, que es mi santo patrono.

Se habla con frecuencia de san Benito como patrono de los exorcistas, cuando, en realidad, no está probado históricamente que el Papa Honorio III lo hubiera nombrado como tal. Sin embargo, a partir del momento en que no hay un patrono oficial, nosotros lo invocamos, pues con certeza, era muy fuerte en la lucha contra el demonio.

San Benito era monje, tal vez sacerdote, y por cierto, no era exorcista; la razón de esta identificación está en el hecho que él fue un gran santo y demostró una gran fuerza contra el demonio, dado que frecuentemente lo expulsaba. Su medalla tiene particularmente una notable eficacia, conteniendo muchas frases contra el maligno.

Respecto a los santos, todo exorcista invoca a aquellos de los cuales es personalmente más devoto o es más devota la persona que es exorcizada.

Para entender mejor, un ejemplo práctico: mi querido colega, decano de los exorcistas italianos, que ejerce el ministerio desde hace 46 años, el padre Cipriano de Meo, vice-postulador de la causa de beatificación de un hermano capuchino el padre Mateus, es muy devoto de él, y cuando lo invoca, obtiene gran eficacia, mientras que cuando yo lo invoco no sucede lo mismo, porque yo no tengo la misma devoción que el padre Cipriano.

Por lo tanto, se puede decir que no existen santos que tengan una fuerza especial contra el demonio, ciertamente, como tales, todos los santos la poseen, pero nosotros invocamos a aquellos de quienes somos más devotos.

Al final, hay muchos casos de santos atormentados por el demonio. Entre los más emblemáticos, especialmente por tratarse de un acontecimiento bastante reciente, está el de la hermana carmelita también conocida como la Pequeña Árabe: en efecto, la hermana María de Jesús Crucificado, varias veces durante su vida, sufrió una verdadera y propia posesión diabólica y tuvo la necesidad de ser exorcizada para obtener la liberación.

Por otro lado, conocemos varios casos de santos – tales como san Juan Bosco, el santo Cura d’Ars, el Padre Pío, santa Gema Galgani, santa Ángela de Foligno, Don Calabria, y podrían ser citados muchos otros en una lista sin fin, que tuvieron vejaciones diabólicas, de las cuales fueron liberados solos, gracias a la oración y a los sacramentos.

La cuestión clave a destacar es que la Biblia nunca nos dice que debemos tener miedo del diablo, porque nos asegura que podemos y debemos resistirlo, firmes en la fe.

Antes que eso, la Biblia nos dice que debemos temer el pecado, siendo que todos los santos lo combatieron. Al combatir el pecado, se combate el demonio, como decía Pablo VI al ser interrogado, en su famoso discurso del 15 de noviembre de 1972, sobre el demonio, a propósito de cómo se debía hacer para impugnar al maligno: “Todo lo que nos defiende del pecado, nos defiende de Satanás”.

Debemos tener miedo solamente de no estar en la gracia de Dios, lo que significa confesarse, participar de la misa, recibir la comunión y, además de eso, hacer adoración eucarística y rezar, especialmente con los salmos y el rosario; todos estos son, entre otros, los mejores remedios contra la actividad extraordinaria del demonio: si permanecemos en la gracia de Dios, estamos blindados.

Especialmente porque el demonio tiene mucho más interés en poseer almas, o sea, hacerlas caer en pecado, provoca trastornos, los cuales, como vimos y vemos en los santos, en última instancia, obtienen solamente el resultado de santificar.

En efecto, los santos ofrecen sus sufrimientos a Dios a tal punto que un gran santo, como san Juan Crisóstomo, afirma que el demonio, a su pesar, es un santificador de las almas, porque es un derrotado y porque busca sufrimientos en estas personas santas, que saben ofrecerlos al Señor y, por lo tanto, saben hacer de ellos un medio de santificación.