La denuncia está bien fundada según la Santa Sede

La denuncia del autor del «El exorcista» contra la U. de Georgetown está bien fundada según la Santa Sede

A las 7:38 PM, por Juanjo Romero 

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El 4 de abril, Peter Blatty, autor de la famosa novela «El Exorcista» y antiguo alumno de la Universidad Jesuita de Georgetown recibía comunicación del arzobispo Angelo Vincenzo Zani, Secretario de la Congregación para la Educación Católica:

“Sus comunicaciones a este dicasterio sobre el asunto de la Universidad de Georgetown … constituyen una denuncia bien fundada. Nuestra congregación está tomando el tema en serio y cooperará con la Compañía de Jesús en este sentido.”

Peter Blatty se hartó hace dos años e inició un proceso canónico contra su antigua universidad para que o bien volviese a ser católica o bien abandonase el calificativo de católica y jesuita y así dejaba de engañar a la gente: «los escándalos son demasiados para ignorarlos por más tiempo». El detonante fue entrega de diplomas a la ‘ministra de sanidad’ Secretaria de Sanidad y Servicios Humanos, Kathleen Sebelius –, una autodenominada católica que se jacta de ir contra las enseñanzas de la Iglesia respecto a la vida, al aborto, la anticoncepción o el matrimonio antinatural.

La negativa a cumplir con la Ex corde Ecclesiae y el escándalo a los fieles, estaban en la raíz de la denuncia. Quien tenía que actuar no actuaba. En lugar de sólo quejarse se puso en marcha:

 

Muchos creen que para hacer verdaderamente católica a Georgetown hay que girar hacia atrás las manecillas del reloj y de alguna manera limitar su propia naturaleza como universidad, como si la noción de ‘católica’ y ‘universidad’ fuese novedad, o una inherentemente contradicción. Por el contrario, hacer que Georgetown sea ‘católica’ es avanzar el reloj, ¡es convertir la Universidad en algo mejor de lo que es! Por supuesto, siempre hay quienes tienen miedo al cambio, quienes carecen de visión. Es posible que necesiten dejar paso y echarse al costado.

Juan Pablo II exhortó a todos a conservar para la Iglesia los lugares más altos de nuestra cultura: las universidades. […] Todos hemos sido negligentes durante demasiado tiempo: los laicos, el clero y también los obispos.

La petición firmada por Blatty y dos mil más llegó al Vaticano en septiembre. La respuesta es más que un simple acuse de recibo, ya que la califica técnicamente como bien fundada.

Blatty se muestra «profundamente satisfecho» y ha demostrado que no se va a conformar con palabras bonitas: «todavía hay mucho trabajo por hacer, y yo les prometo que vamos a perseverar». No me atrevo a ser muy optimista, pero reconozco que es más de lo que yo esperaba. Quitando el precedente de la actuación valiente y ejemplar del Cardenal Cipriani respecto a la ex Pontificia Universidad Católica del Perú, en estas situaciones hay tantos intereses creados que muchas veces la verdad, la justicia y la defensa de los fieles se convierten en aspectos secundarios.

Desde hace dos años sigo con interés el proceso. Si termina bien se abren inexploradas vías para que los fieles podamos defender nuestros derechos.

 

La fe que cimentó e impulsó la cultura occidental (II)

Hombres, nombres y hechos: la contribución del genio católico a la ciencia. (Publicado el 3 de noviembre de 2008).

Jorge Enrique Mújica, LC

El nacimiento de la universidad bajo la protección e impulso del Papado, la contribución técnica, muchas veces sencilla, pero hondamente enriquecedora de varias órdenes religiosas y monasterios, así como el ambiente académico sostenido y estimulado por numerosos intelectuales católicos cuya fe complementó perfectamente la razón, fueron caldos de cultivo donde la ciencia, contrario a lo que muchos suponen, fue secundada a lo largo de los siglos.

Quizá una de las formas más claras de evidenciar la contribución del genio católico, sea el de traer a colación el nombre de tantos hombres de ciencia que la impulsaron.

Profesor de la universidad de Oxford en el siglo XIII y admirado por sus contribuciones en matemáticas y óptica, al franciscano Roger Bacon se le considera el precursor del método científico moderno.

Otro sacerdote, aunque éste danés y converso del luteranismo, Nicolaus Steno (Niels Stensen en danés, 1638-1686), estableció la mayoría de los principios de la geología actual al grado de ser llamado, en ciertos ámbitos, padre de la estratigrafía y de cristalografía. Aunada a su labor científica, Steno también fue un modelo de santidad. Por este motivo Juan Pablo II lo beatificó en 1988.

Fue también un monje quien “inventó” la comunidad científica. Marin Mersenne (1558-1648) estudió en el colegio jesuita de La Flêche y fue compañero de René Descartes con quien mantuvo después una copiosa correspondencia epistolar.

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Tras su paso por La Flêche, la Sorbona y el Collage de France, Mesenne abrazó la vida religiosa ingresando en la orden de los mínimos fundada por san Francisco de Paula. Fue ahí donde desarrolló su fecundo apostolado de oración y ciencia realizando valiosas aportaciones al enunciar leyes pendulares y oscilatorias que siguen vigentes en la actualidad. Fue Mersenne quien desarrolló importantes investigaciones sobre la propagación del sonido y la introducción de los ‘números primos de Mersenne’, tan importantes en matemáticas. También se considera valiosa su contribución como musicólogo.

En torno a su celda del convento situado a mitad de París, se aglutinaron  Roberval, Descartes, Pascal y Gassendi, hombres de ciencia dispuestos a compartir sus conocimientos al servicio de la verdad en una época histórica donde no eran tan común la conciencia del transmitir el saber. La materialización del sueño que congregaba a sabios de aquella época se llamó inicialmente Academia Mersenne y luego Academia Parisiense. Más tarde, tomando la idea de Mersenne, nacería la Academia de las Ciencias de Francia (1666) y la Royal Society de Londres.

nicolas(1)Nacido el 1401 en la ciudad alemana de Krebs (Cusa en latín), el cardenal Nicolás de Cusasostuvo antes que Copérnico que la tierra no era el centro del universo, basándose en la observación de eclipses, y afirmó el movimiento de los planetas y estrellas, además de influir en otros sabios como Leonardo Da Vinci y Giordano Bruno.

En De docta ignorantia expuso una epistemología y teología distintas a las enseñadas hasta entonces propugnando, a partir de la idea de que el mundo es una imagen de Dios uno y trino, la infinitud del espacio que, más tarde, René Descartes  propondrá con la idea de un espacio-tiempo infinito. A Nicolás de Cusa debemos perfeccionamiento en el sistema de medición de relojes y balanzas y la creación del barómetro. Hombre de confianza de papas como Nicolás V, Eugenio IV y Pío II, fue también obispo de profunda vida eclesial.

Los jesuitas, ‘soldados de Dios’ para la ciencia

Pero quizá la congregación religiosa católica que más aportaciones estrictamente científicas haya dado a la humanidad, sea la de los jesuitas. No sin razón, Jonathan Wright recuerda en su libro Los jesuitas: una historia de ‘soldados de Dios’ (Debate, Barcelona, 2005) que “científicos tan influyentes como Fermat, Huygens, Leibniz y Newton no fueron los únicos para quienes los jesuitas figuraban entre sus más valiosos corresponsales” (Cf. p. 189).

Fue un hijo de san Ignacio, el padre Christóforo Scheiner, quien descubrió las manchas solares en enero de 1612 (Galileo las descubrió en marzo del mismo año) y quien fabricó el primer telescopio terrestre, además de los interesantes estudios sobre el ojo, la retina y la luz, recogidos luego en la obra Oculus.

El padre Atanasius Kirchner, conocido también como el creador de la geología moderna, defendió que las boskov1enfermedades eran causadas por micro-organismos, mucho antes que eltambién católico y padre de la microbiología, Luis Pasteur (1822-1895), lo hiciera e inventara la vacuna contra la rabia.

Físico, matemático, filósofo, poeta y diplomático, el padre Rudjer Joseph Boscovich es el precursor de la teoría atómica e incluso de la misma teoría de la relatividad. No por nada sir Harold Hartley, de la Royal Society, le calificó en pleno siglo XX como “uno de los más grandes intelectuales de todos los tiempos”.

El historiador de las matemáticas, Charles Bossut, incluyó a 16 jesuitas entre los primeros 303 matemáticos más eminentes, del siglo X antes de Cristo al siglo XIX después de Cristo. En el siglo XIX los jesuitas construyeron importantes observatorios astronómicos, geomagnéticos y de medición sísmica en América central y del sur, proporcionando avances notorios en estas disciplinas a nivel regional.

De hecho, fue un jesuita, el padre Frederick Louis Odenbach, quien planteó en 1908 la idea de lo que luego convertiría en el Servicio Sismológico Jesuita y que actualmente lleva el nombre de Asociación Sismológica Jesuita.

Pero sin duda el más famosos sismólogo de la Compañía de Jesús es el padre J.B. Macelwane, S.J., quien con su Introduction to Theoretichal Seismology ofreció a todo el continente americano, en 1936, el primer libro de texto sobre sismología. El padre Macelwane fue presidente de la American Geophysical Union y de la Seismological Society of America. La primera concede desde 1962 una medalla en honor del religioso a los geofísicos más jóvenes.

Pero no es todo. Treinta y cinco cráteres lunares recibieron su nombre de miembros de la Compañía de Jesús mientras que otro sacerdote, Nicolas Zucchi, es quien inventó el telescopio reflectante. En China, India, África y Latinoamérica, fueron los jesuitas quienes aportaron sus conocimientos para la creación de una infraestructura que mejoró la condición de vida de los nativos.

‘Fundadores de la economía científica’

La economía no ha estado exenta del enriquecimiento que la fe católica le ha brindado. EnHistory of Economic Analysis (Oxford University Press, Nueva York, 1954), el reconocido economista Joseph Schumpter dice, refiriéndose a los escolásticos católicos de la Edad Media, que fueron ellos “quienes merecen  más que nadie el título de ‘fundadores de la economía científica’” (Cf. p. 97).E

El franciscano Pierre de Jean Olivi (1248-1298) postuló una teoría del valor basada en la utilidad subjetiva y, siglos más tarde, otro fraile, san Bernardino de Siena, tomó prácticamente los postulados de Jean de Olivi. Años después confluyeron en la misma posición grandes pensadores católicos como los jesuitas Juan de Lugo (1583-1660) y Luis de Molina (1535-1600). A otro religioso, aunque éste abad, Ferdinando Galiani, se le considera como el creador de las ideas de abundancia y escasez como factores que determinan el precio.

Jean Buridan (1300-1358) destacó en pleno siglo XIV por su contribución sobre la teoría del dinero. Rector de la universidad de París, Buridan explicó cómo el dinero no había emanado de un decreto del gobierno sino de un proceso de intercambio libre simplificado notablemente precisamente en la moneda. Jean Buridan fue el iniciador de los ‘manuales’ de dinero y banca (hasta que el oro dejó de ser el patrón hacia 1930).

Pero Buridan dejó escuela. Nicolás Oresme, su discípulo, escribió un tratado sobre el origen, la naturaleza, las leyes y las alteraciones del dinero que le valió el título de “padre de la economía monetaria”.

En el campo de la teoría económica es loable el trabajo y contribución de Thomas de Vio (1468-1534), mejor conocido como el Cardenal Cayetano. De él escribió Murray N. Rothbard en su Economist Thougth Before Adam Smith: puede considerarse al Cardenal Cayetano, un príncipe de la Iglesia del siglo XVI, como el fundador de la teoría de las expectativas económicas” (Cf. p. 100-101). ¿En qué consistían esas expectativas? Thomas Woods nos los explica: “el valor del dinero en el presente podía verse afectado por las expectativas de mercado en el futuro. Así, el valor del dinero en un momento dado puede verse afectado cuando se prevén acontecimientos perturbadores y nocivos, desde una mala cosecha hasta una guerra, o cuando se esperan variaciones en las reservas monetarias” (Cf. Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental, Ciudadela, Madrid 2007, p. 198).

La aportación de los laicos

Ciertamente, no todo mundo fue sacerdote católico ni perteneció a una orden o congregación religiosa. Ha habido y images(5)siguen habiendo laicos cuya fe les ha dado el impulso para expresar mejor su pensamiento o plasmar mejor su arte.

En su obra Civilización (Alianza Editorial, Madrid, 1979), Kenneth Clark nos dice respecto a las grandes obras y autores del Renacimiento: “Guercino dedicaba muchas mañanas a la oración; Bernini realizaba frecuentes retiros y practicaba los Ejercicios Espirituales de san Ignacio; Rubens iba a Misa todos los días antes de comenzar su trabajo. Esta conformidad no obedecía al miedo a la Inquisición, sino a la sencilla creencia de que la vida de los hombres debía regirse por la fe que inspiraba a los grandes santos de la generación precedente”.

Así, por ejemplo, a un eminente católico francés del siglo pasado debemos el descubrimiento de los cromosomas que causan el síndrome de Down, Jerónimo Lejeune. Es también a tres hombres de política, Robert Schuman (1886-1963), Alcide de Gasperi(1881-1954), fundador del partido de la Democracia Cristiana en Italia) y Konrad Adenauer (1876-1967), primer canciller federal de la República Federal de Alemania y miembro del partido católico del Centro, Zentrumspartei), a quienes debemos sobremanera la gestación de la actual Unión Europea.

Pero ni las universidades, ni la preservación del acervo greco-latino, ni las enseñanzas académicas, el impulso y la contribución científica han sido lo más decisivo que ha aportado el cristianismo ya no solo a la cultura occidental. De hecho, hay que remontarse a los primeros siglos de nuestra era, a la epístola de san Pablo a los gálatas (capítulo 3, versículo 28) para entender y sopesar la valía de la novedad que Cristo aportó al mundo en temas específicos como el derecho internacional, los derechos humanos, la caridad cristiana y la educación.

 

 

La fe que cimentó e impulsó la cultura occidental (I)

Desmontando las leyendas negras de la Edad Media: el cristianismo sentó las bases de Occidente y posibilitó su desarrollo. (Publicado el 27 de octubre de 2008). 

Jorge Enrique Mújica, LC

Santo Tomás de Aquino, el más grande de los maestros de todos los tiempos
Santo Tomás de Aquino, el más grande de los maestros de todos los tiempos

Ahora todo lo que huele a cristianismo es rechazado a priori. Pocos se fijan en la validez de la propuesta católica y menos todavía en la justificación racional que le da soporte. Se descalifica a la fe por el solo hecho de serla y se evita mirar a ese legado de dos milenios de historia donde, objetivamente, la Iglesia católica ha tenido un papel positivo muy importante. 

Ha sido el cristianismo quien ha cimentado la cultura occidental y quien ha posibilitado su desarrollo. Las leyendas negras que gustan centrar su atención, sin argumentación histórica competente, en periodos o hechos puntuales como la Edad Media o la Inquisición, suelen cerrar los ojos a toda esa herencia que hoy tenemos. Se goza del fruto y se olvida la raíz. 

Cada vez es más fácil atacar al cristianismo con sofismas fáciles como que impide el progreso. Paradójicamente, es precisamente el progreso auténtico lo que han posibilitado los cristianos y el cristianismo. 

Edad Media: no sólo universidad, preservación de la literatura y catedrales 

La contribución de los monjes-copistas en la preservación de la literatura de la antigua Grecia y Roma, el arte arquitectónico y la construcción de catedrales -aún no superado en pleno siglo XXI-, y el nacimiento de las universidades al amparo del Papado, son contribuciones contundentes e irrefutables, acaso las más conocidas, pero no son las únicas. 

En un discurso de inicios del siglo XX, Henry H. Goodel, entonces presidente del Colegio Agrícola de Massachusetts, reconoció “el esfuerzo de estos grandes monjes del pasado a lo largo de mil quinientos años”. ¿Esfuerzo en qué? Goodel responde: “Fueron ellos quienes salvaron la agricultura en un momento en que nadie podía haberlo conseguido. La practicaron en el contexto de una vida y de unas condiciones nuevas, cuando nadie se habría atrevido a abordar esta empresa” (Cf. The influence of the monks in agricultura, discurso ante la Massachusetts State Board of Agriculture, el 23 de agosto de 1901). Para Alexander Clarence Flick, “los monasterios benedictinos eran una universidad agrícola para la región donde se ubicaban”. 

Los monjes ayudaron a poblaciones enteras a aprovechar mejor la tierra previniendo así grandes hambrunas. Fueron ellos quienes desarrollaron el uso de fertilizantes naturales y el concepto de la siembra por temporadas, tipos y con descansos del campo. 

En este contexto, un monje de la abadía de san Pedro, en Hautvilliers del Marne, descubrió el champán. Nombrado bodeguero de la abadía en 1688, Dom Perignon hizo el hallazgo experimentando con distintas mezclas de vinos. La fórmula sigue usándose hasta nuestro presente. 

Quizá hoy, en una sociedad más bien abocada a lo tecnológico, no se alcance a valorar lo suficiente la contribución en materia de agricultura de los monjes. Sin embargo, sus aportaciones no fueron exclusivamente métodos de cultivo y explotación de la tierra. También fomentaron la sofisticación tecnológica en el uso de instrumentos y mecanismos para obtener mejores resultados. 

Los cistercienses son una de las órdenes que se valieron de sistemas hidráulicos, poco comunes en su época, al grado de ser denominados por Randall Collins “unidades económicas más eficaces que había existido en Europa, y acaso en el mundo, hasta la fecha” (Cf. Weberian Sociological Theory, Cambridge University Press, 1986, p. 53-54). Muchos monasterios cistercienses se valieron de la energía hidráulica para moler grano, tamizar la harina, elaborar telas y curtir pieles. Toda esta tecnología pasó luego al ámbito civil con sus consiguientes beneficios. 

Los monjes medievales también fueron pioneros en el trabajo industrial metalúrgico. A mediados del siglo XIII los monjes fueron los principales productores de hierro en la Campaña francesa. Sus métodos de explotación pasaron también a los laicos y justamente aquí se plasma y evidencia su contribución. 

Pero no es todo. A inicios del siglo XI, un monje de nombre Eilmer, voló con un planeador a más de 90 metros de altura. Como recuerda Stanley L. Jaki en su Medieval Creativity in Science and Technology, la hazaña sería recordada siglos más tarde por el sacerdote jesuita Francesco Lana-Terzi, quien desarrolló una técnica de vuelo más sistemática que le valió el nombre de padre de la aviación. De suyo, su libro Prodromo alla Arte Maestra (1670) fue el primero en describir la parte geométrica y física de una aeronave. 

Medidores del tiempo y transmisores del saber 

Los relojes había nacido por la necesidad de medir el tiempo y fueron los monjes benedictinos quienes los inventaron para dividir el día a partir de las horas en que debían rezar lalectio divina. Después vinieron quienes perfeccionaron la idea. Uno de ellos incluso llegó a Papa: fue Silvestre II. 

Silvestre II se consumó en el arte de la relojería en torno a 996 cuando personalmente construyó un reloj para la ciudad alemana de Magdeburgo. Siglos más tarde, Peter Lightfoot, un monje de Glastonbury, también hizo su contribución al arte. En pleno siglo XIV construyó uno de los relojes más antiguos y que aún hoy es conservado en el Museo de la Ciencia, en Londres. El precursor de la trigonometría occidental, Ricardo de Wallingford, abad de Saint Albans, es conocido por el reloj astronómico que elaboró también en el siglo XIV para su monasterio y que incluso era capaz de predecir los eclipses de luna. 

La labor de copista no era sencilla. Charles Montalembert cita en su libro The Monk of the West: From Saint Benedict to Saint Bernard (vol. V, Nimmo, Londres 1896, p.151-152una transcripción final en el comentario de san Jerónimo sobre el Libro bíblico de Daniel. Ahí, el copista agrega unas líneas que roban nuestra simpatía: “Tengan a bien los lectores que empleen este libro, no olvidar, se lo ruego, a quien se ocupó de copiarlo; fue un pobre hermano llamado Luis que, mientras transcribía este volumen llegado de un país extranjero, hubo de padecer el frío y de concluir de noche lo que no fuera capaz de escribir a la luz del día. Mas Tú, Señor, serás la recompensa de nuestro esfuerzo”. A monjes como a Luis y a las escuelas y bibliotecas dependientes de las catedrales debemos el gran cuerpo de literatura griega y latina que ha sobrevivido hasta hoy. 

Se recuperaron de un plumazo textos que de otro modo se habrían perdido para siempre –escriben L.D. Reynolds y N.G. Wilson–; al esfuerzo de este monasterio (se refiere a Montecassino, ndr) le debemos la conservación de los últimos Anales e Historias de Tácito, El asno de oro de Apuleyo, los Diálogos de Séneca, De lingua latina de Varro, De aquis de Frontino y treinta y tantos versos de la sexta sátira de Juvenal que no figuran en ningún otro manuscritos” (Cf. Scribes and Scholars: A Guide to the Transmission of Greek and Latin Literature, Clarendon Press, Oxford, 1991, p. 83). 

Fue la Iglesia católica quien se ocupó de preservar libros y documentos de importancia para nuestra civilización. Pero no todos los monasterios copiaban los mismos textos. Unos se ocupaban de determinadas materias y otros de unas distintas. De hecho, tampoco se redujo todo a un mero copiar. Muchos clérigos rescataron lo que de bueno y verdadero había en los escritores paganos. De esta manera, algunos monasterios destacaron por el conocimiento que sus miembros tenían en determinadas ramas del saber. 

Fueron buena parte de esos mismos religiosos quienes luego se dedicaron a la docencia formando así, poco a poco, a los que luego serían los profesores de las universidades que nacerían de la mano de la fe precisamente en un periodo hoy comúnmente tachado de oscuro: la Edad Media. 

¿Realmente lo fue? Parece que no. La universidad nació precisamente en el contexto cultural de estos siglos y fue un evento del todo nuevo pues ni en Grecia ni en Roma había existido nada parecido. Las facultades, exámenes, títulos, programas, etcétera, eran algo nuevo. 

En el libro The Medieval University, 1200-1400 (Sheed and Ward, Nueva York, 1961, p. 4), Lowrie J. Daly señala abiertamente que fue la Iglesia quien desarrolló el sistema universitario. “Era la única institución en Europa que mostraba un interés riguroso por la conservación y el cultivo del conocimiento”, remarca. La universidad de París y Bolonia, por ejemplo, iniciaron su marcha como escuelas catedralicias en la segunda mitad del siglo XII. Poco a poco el papado confirió un estímulo y apoyó a las nacientes casas de estudios. De hecho, era ley aceptada la imposibilidad de poder conferir títulos sin la aprobación del Papa, del rey o del Emperador. 

El afecto y solicitud de los pontífices fue clara desde el inicio. Inocencio IV (1243-1254) describía a la universidad como “ríos de ciencia que riegan y fertilizan la tierra de la Iglesia universal”; y Alejandro IV (1254-1261) las nombraba “lámparas que iluminan la casa de Dios”. El conocido historiador Daniel Rops recuerda, no sin razón, que “gracias a la constante intervención del papado la educación superior pudo ampliar sus fronteras; la Iglesia fue la matriz que produjo la universidad, el nido a partir del cual emprendió el vuelo” (Cf. La catedral y la cruzada, Círculo amigos de la historia, Madrid, 1978). 

La Edad Media también brilló por la pléyade de intelectuales cuya contribución académica sigue siendo estudiada en nuestro tiempo en muchas facultades civiles y eclesiásticas. Es el caso de grandes como san Anselmo y su argumento ontológico para demostrar la existencia de Dios; Pedro Abelardo, profesor en París por diez años, quien en el prólogo de su libro Sic et Nontestimonia la importancia del quehacer intelectual de su época; Pedro Lombardo, arzobispo de París por algún tiempo, cuyas Sentencias fueron libro de texto para muchos estudiantes de su época en temas que van desde los atributos de Dios, pasando por temas de pecado y gracia, hasta las postrimerías; y santo Tomás de Aquino, el más grande de los escolásticos y maestros de todos los tiempos. En su Summa Theologiae plantea y responde miles de cuestiones sobre teología y filosofía. Fue uno de los primeros grandes pensadores cuya grandeza radicó en la defensa racional de la fe. Son conocidas sus cinco vías para demostrar la existencia de Dios y la armonización que logró de la filosofía de Platón y Aristóteles. 

Fue gracias a todo este ambiente que la ciencia pudo desarrollarse con mayor amplitud: todo lo que la fe había ayudado a desarrollar fue la base del progreso auténtico, un regalo del Medioevo al mundo contemporáneo, aunque pocas veces se reconozca. Al centro de todo, no huelga decirlo, estaba la Iglesia católica.

 

«El espía de Dios»

Kurt Gerstein: le llamaban el «El espía de Dios»

Era cristiano, pero entró en los nazis para observar mejor: fue quien documentó las cámaras de gas

Actualizado 21 mayo 2014 

Álvaro de Juana / La Razón

La película Operación Valquiria, de 2008, recoge otro de los episodios de militares alemanes opuestos a la locura hitleriana
La película Operación Valquiria, de 2008, recoge otro de los episodios de militares alemanes opuestos a la locura hitleriana

Kurt Gerstein,apodado «El espía de Dios», reconoció la barbarie nazi y luchó desde dentro con la ayuda de sus creencias. Actuó como un caballo de Troya dentro del infierno nazi, en parte, gracias a su fe. 

Así lo acredita el llamado «Informe Gerstein», que se presentó como prueba en los Juicios de Nüremberg entre 1945 y 1946. 

El nombre del documento hace referencia al apellido de un oficial de las SS, Kurt Gerstein, que al comprobar las atrocidades del régimen nazi, inició una lucha interna para paliar la barbarie del nacionalsocialismo. Las declaraciones que este miembro del Ejército dejó por escrito revelan cómo sus creencias le provocaron un cambio de mentalidad y le ayudaron a comprender lo que allí ocurría. 

Higiene nazi
De hecho, al personaje se le otorgó el apelativo de «El espía de Dios». Gerstein, que fue educado en la escuela según el protestantismo, desarrolló su labor en uno de los puestos más importantes de la maquinaria
nazi: el Instituto de Higiene del cuerpo de combate de élite de las SS. Fue allí donde, después de que comprobaran la valía de su trabajo, sus superiores le pidieron trabajar en la llamada «Solución final», o lo que es lo mismo, el plan para exterminar a los judíos.

Kurt Gerstein, de uniforme
Kurt Gerstein, de uniforme

Según lo que el mismo oficial dejó por escrito, no conocía en realidad lo que sucedía en los campos de concentración, ni la finalidad de los experimentos que realizaba en su trabajo, aunque después de algunos sucesos, como la extraña muerte de su cuñada Berthe, víctima del programa eugenésico nazi conocido como «Aktion T-4», comenzó a hacerse una idea de que algo realmente monstruoso se escondía detrás. 

De hecho, años antes de ingresar en las SS, ya libró una importante lucha interna entre su fe cristiana y la ideología del nacionalsocialismo, hasta el punto de ser detenido por sus creencias y su activismo religioso. 

La Biblia y la niñera católica
Gerstein nació en Münster, una zona al norte de Alemania, y fue el sexto de siete hermanos. Aunque su familia no fue nunca muy devota, los años en la escuela y la influencia de una niñera católica causaron que dudara de las ideas políticas que ya andaban en boga y que su padre defendía, lo que le valió una mala relación con su progenitor durante toda su vida

Según recogen algunos documentos, durante los años universitarios en los que estudió Ingeniería de Minas, dedicó largos ratos a la lectura de la Biblia. Posteriormente, perteneció a varios movimientos cristianos, que, según los historiadores, fueron influenciados y presionados también por la ideología imperante. 

En aquellos años, Gerstein llegó a escribir que «Dios es aquél que todo lo dirige, a quien es preciso someterse sin discusión y, sobre todo, al que será preciso rendir cuentas»

Observar mejor desde dentro
Sin embargo, al mismo tiempo en su cabeza se fue instalando la idea de la necesidad de alcanzar la «pureza», lo que originó una lucha en su interior. La pertenencia del alemán al nazismo se fijó finalmente el 2 de mayo de 1933, al ingresar en el partido nazi, a pesar de las advertencias del pastor de la localidad de Hagen, Kurt Rehling, donde se crió

Según revela Valerie Hébert –profesora de la Universidad de Toronto e investigadora del Holocausto– en su obra «¿Resistencia disfrazada?, la historia de Kurt Gerstein», el militar le diría a su amigo pastor que desde dentro podría ayudar más a desenmascarar las verdaderas acciones de los nazis.

Pero fue durante su trabajo en el desarrollo del Zyklon-B, el gas letal que sustituyó al monóxido de carbono en las cámaras de gas de los campos de exterminio, cuando se daría realmente cuenta de lo que allí sucedía. 

Testigo de las cámaras de gas
En agosto de 1942 recibió la orden de llevar al campo de concentración de Belzec, en las cercanías de Lublín, en Polonia, unos 100 kg del gas letal,acompañado de otros miembros de su departamento. Allí, también según algunas investigaciones, le fue revelado el verdadero objetivo de sus trabajos: por un lado la desinfección masiva de las ropas de los prisioneros y por otro, cambiar el sistema de las cámaras de gas por uno más efectivo y mortal

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El personaje de Kurt Gerstein, con su cargamento de gas, en la película «Amén», de Costa Gavras, de 2002, a su vez basada en la obra de propaganda anticatólica y comunista «El vicario», de Rolf Hochhuth de 1963; Gerstein es de los pocos personajes reales en esta obra que acusa a la Iglesia de no hacer nada contra el Holocausto

El 18 del mismo mes, Gerstein fue llevado hasta el campo de Belzec, donde le mostraron el proceso de gaseamiento a un tren de 45 vagones llenos de prisioneros judíos. 

El alemán dió detalles en sus memorias de cómo actuaron con ellos: les sacaron de manera violenta de los vagones, les raparon y les obligaron a desnudarse y a entrar en procesión hacia las cámaras mientras los oficiales les aseguraban que nada malo les ocurriría.

Gerstein también por escrito lo que sintió en ese momento: «Recé con ellos, y grité a mi Dios y al de ellos. ¡Cuánto me gustaría haber podido entrar en las cámaras de gas con ellos!», explica en el texto. «¡Con qué gusto me habría muerto de la misma forma en que ellos habían muerto!», asegura. 

«Luego habrían encontrado a un oficial de las SS con uniforme en las cámaras de gas» y «muchos habrían creído que fue un accidente y habría sido sepultado y olvidado». 

Sin embargo, «yo no podía hacerlo todavía» porque aquello «me convertía en un testigo único», así que «sentí que no debía sucumbir a la tentación de morir con estas personas»

«Ahora sabía mucho acerca de estos asesinatos», afirmó de forma categórica en su informe.

Lo que vio aquel día le cambiaría la vida. Fue tanto el horror del que fue testigo y que refleja en sus memorias, que no llegó a entregar el cargamento del Zyklon-B, sino que lo escondió para que no pudieran hacer uso de él. 

Desde ese momento, comenzó su cruzada particular para que no se repitiera lo que había presenciado. 

Contando lo que vio
Para ello consiguió acercarse a varios diplomáticos, a los que contó lo sucedido: «Continué informando a cientos de personas de estas horribles matanzas». Entre ellas se encontraban también miembros de la iglesia protestante y de la católica. Gerstein intentó entrevistarse con estos últimos para que alertaran al Papa Pío XII. Sin embargo, según cuenta en sus memorias, no recibió la atención que esperaba. 

En abril de 1945 Gerstein fue detenido por las tropas aliadas francesas a pesar de contar sus acciones antinazis. Durante su cautiverio escribió las memorias, pero finalmente fue acusado de crímenes de guerra ante la incredulidad de las experiencias que narró

Solicitó a un amigo de la resistencia holandesa que testificase a su favor. Pero la petición llegó demasiado tarde al destinatario: Gerstein se ahorcó en su celda.

Después de numerosas investigaciones y algunos años, se comprobaron la veracidad de la mayoría de sus afirmaciones y acciones. 

El Papa y los nazis
Quizás Gerstein no dio con las personas adecuadas, pero tal como se ha revelado en los últimos años, la Iglesia hizo todo lo que pudo para contrarrestar el dominio nazi. 

En una exhaustiva investigación, el rabino David G. Dalin, profesor de Ciencias Políticas e Historia en Ave Maria University en Naples, Florida, corrobora que Pío XII tuvo amistad con la comunidad judía desde antes de ser elegido Papa. «En 1935 calificó a los nazis de falsos profetas con la soberbia de Lucifer». Poco más tarde, «atacó a las ideologías poseídas por la superstición de la superioridad de raza o de sangre», indica el rabino. Entre las confesiones que el Papa Pacelli realizó, aseguró que «los nazis eran diabólicos» y que «Hitler está completamente obsesionado».

Para conocer más historias de cristianos bajo el nazismo recomendamos«Cristianos contra Hitler» y «La Rosa Blanca», de José M.ª García Pelegrín

¿Es pecado cometer un sacrilegio?

Actualizado 21 mayo 2014

El padre misionero Carlo Buzzi acaba de poner de nuevo el dedo en la llaga… ¡del mismísimo Cristo! 

Dice don Carlo Buzzi, como nos recuerda el ecuánime vaticanista Sandro Magister, sobre el peliagudo asunto de la comunión a los divorciados vueltos a casar:

“Me han explicado que en el sínodo la mayoría de los obispos de las dos Américas, del Norte de Europa y de Australia votará a favor. Y, por tanto, superarán ciertamente los votos de los obispos de África y de Asia, entre los cuales hay muchos contrarios a susodicha moción.

“¡Pobres obispos de África y de Asia! Estamos reduciendo la Iglesia a una organización como la ONU o cualquier otro parlamento donde la mayoría gana. Es decir, precisamente esas instituciones que legal y democráticamente aprueban de todo, incluidos crímenes como el aborto, el matrimonio entre homosexuales y la adopción de niños por parte de los mismos, los experimentos con embriones que son seres humanos, la eutanasia y todo lo que venga.

Es la primera vez que la democracia, con sus métodos, penetra en la Iglesia Católica. ¿Tendrá derecho el Espíritu Santo, como cada obispo, a por lo menos un voto, dado que viene como representante de la Santísima Trinidad?”.

O sea, que si la mayoría de los obispos “aprueba” la comunión a los divorciados en el sínodo extraordinario de la familia del próximo mes de octubre, habrá respondido negativamente a esta pregunta: ¿Es pecado cometer un sacrilegio?

La misma pregunta que, mostrándose  partidario de administrar la comunión a los divorciados vueltos a casar, vino a formular el propio cardenal Walter Kasper, elogiado poco después por el Papa Francisco. 

Con razón, Carlo Buzzi, como Santiago Martín y cada vez más sacerdotes y laicos defensores de la Doctrina de Jesucristo, que es una y no está sometida a “mayorías parlamentarias”, advierten del gravísimo peligro de un cisma en el seno de la Iglesia Católica.

Que el Señor tenga verdadera misericordia de todos.