El tremendo martirio de la familia Ulma

Luz en las tinieblas: el tremendo martirio de la familia Ulma

José y Victoria con sus hijos son venerados como Justos entre las Naciones por el pueblo judío

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Esta historia de una familia polaca que se inscribe en el drama del holocausto es también la historia y la memoria de aquellos que el mismo pueblo judío llama Justos entre las Naciones.

Me pareció oportuno referir esta semblanza en este tiempo de Navidad habiendo celebrado ya la Sagrada Familia y la Jornada Mundial de la Paz

La pequeña patria de la familia Ulma era Markowa, una localidad situada cerca de Łańcut, que en el período de entre guerras fue una de las aldeas rurales más grandes de Polonia. En 1931 contaba con más de 4.000 habitantes, entre los cuales había un grupo de 120 judíos. Estos últimos se ocuparon principalmente del comercio, aunque también había entre ellos un grupo de profesionales. Las relaciones con los polacos eran buenas, sólo se registraban algunos incidentes menores. Después de la invasión alemana y de acuerdo al orden establecido por el ocupante, los gendarmes tenían la función de vigilar, con el apoyo de la policía de la marina de guerra. Esta última tenía sus puestos de avanzada en todas las aldeas más grandes, también en Markowa, y se componía de polacos o ucranianos.

Desde el comienzo de la guerra, los judíos fueron privados de cualquier derecho. En el Gobierno General como primera medida fueron discriminados y luego comenzó su exterminio. La discriminación se manifestaba primero en la deportación forzada de los judíos desde el norte al sur de Polonia junto a la confiscación de sus bienes y al maltrato de una crueldad excepcional. Más tarde se les prohibió viajar y fueron obligados a trabajar para el ocupante. Sin embargo el exterminio comenzó con la creación de guetos en las ciudades más grandes, y más tarde con el traslado de los judíos a los campos de exterminio, donde murieron en masa.

También se aplicaron severas represalias para los polacos. Hans Frank, el gobernador general, introdujo la pena de muerte para aquellos que conscientemente prestaban ayuda a los judíos o los escondían. A pesar de estas severas sanciones, los polacos actuaron con valentía y se salvaron durante la segunda guerra mundial aproximadamente 500.000 judíos polacos. Una de las familias que trataban de ayudar a los judíos, fueron los Ulma, José y Victoria.

Jozef Ulma nació en 1900 en el seno de una familia campesina pobre. Hizo la escuela primaria hasta cuarto grado y en 1921 fue llamado al servicio militar. A los 29 años inició los estudios en la escuela agrícola de Pilsen. Para aquellos tiempos él era un hombre inusual, propagador de la jardinería y de la horticultura. Instaló un vivero de árboles frutales y propició el cultivo de la morera y la cría de gusanos de seda. También fue bibliotecario en el Círculo Católico de la Juventud. Su gran pasión era la fotografía: el mismo construyó una cámara fotográfica, donde plasmó la vida de su familia y su pueblo.

José se casó a la edad de 35 años con Victoria Niemczak, nacida en 1912. En el transcurso de siete años seis hijos alegraron el hogar, primero nació Estanislao, y luego Bárbara, Wladyslaw, Francisco, Antonio y María. Si no fuera por un suceso trágico, hubieran disfrutado del séptimo hijo, que habría de nacer en la primavera de 1944. Los esposos Ulma, queriendo alimentar a un grupo tan grande de hijos, compraron 5 hectáreas de tierra en la lejana Wojstawice cerca de Sokal. Sin embargo, no pudieron instalarse allí porque repentinamente los envolvió el torbellino de la guerra.

Desde el comienzo de la guerra, José dio refugio a diferentes personas. La casa, situada lejos de la aldea, creó una cierta sensación de seguridad. En esta casa también había lugar para los judíos: la familia Szall, compuesta por seis personas y dos mujeres de apellido Goldman y la hija de una de ellas. A pesar de la considerable distancia y la absoluta discreción, el hecho de este escondite no pudo permanecer por mucho tiempo en la clandestinidad. Sigue siendo un misterio quién y por qué informó a los alemanes sobre el lugar donde se escondían los judíos

El 24 de marzo de 1944, poco después de la medianoche, desde el puesto de la policía alemana de Łańcut partieron tres carros llevando ocho funcionarios. Eran cuatro policías y cuatro agentes de la policía naval. Al amanecer rodearon la casa de José y Victoria Ulma, en el ático estaban ocultos los judíos. Fueron los primeros en ser fusilados, y un momento más tarde, José Ulma y su esposa Victoria, que se encontraba en el séptimo mes de embarazo.

Tras el asesinato de sus padres, en medio del llanto y los gritos, los alemanes se preguntaron qué hacer con sus seis hijos. Entonces decidieron que ellos también debían ser fusilados. A las palabras: » mira cómo mueren estos cerdos polacos, que mantienen a los judíos», fueron brutalmente asesinados. Así perecieron Estanislao, Bárbara, Wladyslaw, Francisco, Antonio y María. El mayor tenía 8 años y el más pequeño un año y medio. Los conductores de los carros, testigos oculares de este brutal crimen refirieron que los policías luego se entregaron a la bebida y, completamente borrachos, saquearon todos los bienes de la familia Ulma.

Después de tantos años de aquellos acontecimientos se puede decir que el motivo principal de caridad que guió a los Ulma era su fe. Testigos de su vida subrayaron que José y Victoria eran católicos, no sólo de palabra, sin con obras y de verdad. Educaron a sus hijos ejemplarmente y con amor. Decidieron heroicamente dar la vida por los demás y así dieron testimonio de amor cristiano.

La familia Ulma fue declarada en 1995 “Justa entre las Naciones”. El Yad Vashem, el memorial del Holocausto, premió a más de 6.000 polacos, que representan el grupo nacional más consistente entre los más de 20.000 Justos reconocidos hasta ahora,

En agosto de 2003 se introdujo el proceso de beatificación de la familia Ulma en la diócesis de Przemyśl. Los documentos fueron consignados en el Vaticano el 24 de mayo de 2011.
Hasta este momento han nacido dos asociaciones católicas que han elegido los Ulma como patrones y se ocupan de sostener a las familias en dificultad.

En 2003 se comenzó a construir en Markowa un monumento en honor a los Ulma, en cuya inauguración en 2004, estaban presentes entre otros, el arzobispo Józef Michalik, obispo metropolita de Przemyśl y presidente de la Conferencia Episcopal Polaca, y Abraham Segal, uno de los judíos supervivientes de Markowa.

Sobre el monumento hay una leyenda que dice: “Salvando las vidas de los otros, sacrificaron las propias: Józef Ulma, su mujer Wiktoria y sus hijos Stasia, Basia, Władzio, Franuś, Antoś, Marysia, un niño todavía no nacido”.

“Escondiendo a ocho de nuestros hermanos mayores en la fe, judíos de las familias Szall y Goldman, murieron juntos en Markowa el 24 marzo 1944 a manos de la policía alemana”, dice la inscripción.

“¡Que su sacrificio sea un llamamiento al respeto y al amor debido a todos!! Eran hijos e hijas de nuestra tierra y permanecen en nuestro corazón. La comunidad del distrito de Markowa.”

«Ofrecí mi hijo a Dios»

ENTREVISTA A MARIANNA POPIELUZSKO, MADRE DE UN SANTO

Marianna Gniedziejko –éste era su nombre de soltera– proviene de una familia de profunda raigambre religiosa. Un tío suyo, Joseph Kalinowski (1835-1907) –el padre Rafael de San José, de procedencia lituana–, es considerado el restaurador del Carmelo polaco, ya que contribuyó a su renacimiento y expansión. Fue beatificado en Cracovia el 22 de junio de 1983, y canonizado en Roma el 17 de noviembre de 1991 por el Papa Juan Pablo II. El padre Jerzy solía decir: “Tenemos un santo en la familia”. Poco imaginaba entonces que él sería el segundo.

El padre Jerzy Popieluszko, el joven sacerdote polaco martirizado por la policía secreta del régimen comunista en 1984, acababa de ser declarado beato por el Papa Benedicto XVI, el 6 de junio de 2010, en una ceremonia celebrada en la Plaza Pilsudski de Varsovia. Su madre, Marianna Popieluszko, que había cumplido 100 años pocos días antes, fue testigo del reconocimiento de la Iglesia del valor, martirio y santidad de su hijo. El semanario católico polaco Niedziela publicó entonces una significativa entrevista concedida por Marianna Popieluszko. La anciana madre del mártir parece que vive todavía,
discretamente, lejos del ruido mediático del mundo.

Les ofrecemos la citada entrevista, traducida de una versión inglesa por “La Buhardilla de Jerónimo”. Es toda ella un dechado de sensatez, religiosidad y firmeza evangélica.

–¿Le reza a su hijo?
–Le rezo a Dios, porque a Él debemos rezar y no a los hombres. Sí, podemos pedirles a los santos que intercedan por nosotros.
–¿La ayuda el padre Popieluszko? ¿Es eficaz su intercesión?
–¿Debo contar a todos cómo me ayuda? Si alguien quiere saber si el padre Popieluszko ayuda a los hombres, debería empezar pidiéndole que interceda; lo descubrirá por sí mismo.
–¿Ha obtenido alguna gracia por medio de la intercesión de su hijo?
–Él me ha ayudado más de una vez. Algún tiempo atrás, tuve problemas con mis piernas y tenía que ser operada. Recé en la tumba de mi hijo. El dolor terminó, y fui capaz de cosechar patatas en los campos
toda la semana.
–Recuerdo que algunos años atrás usted dijo que quería vivir para ver al padre Jerzy beatificado. El día ha llegado finalmente. ¿Está feliz?
–Siempre estoy feliz. Siempre debemos estar felices, si las cosas van bien o si van mal. Dios sabe qué es lo mejor para el hombre. Si he vivido para ver a mi hijo beatificado, significa que Dios quería que pudiera. La beatificación del padre Jerzy es importante porque aquellos que derramaron lágrimas, se regocijarán. Yo me separé de mi hijo con lágrimas, ahora lo veré de nuevo con gozo.
–¿Cuál es la más significativa de las enseñanzas de su hijo?
–“Vence el mal con el bien”. Si la gente pusiera en práctica estas palabras, estaría mejor; y si la gente está mejor, el mundo también estará mejor.
–Usted es la madre de un santo. ¿Qué fue lo más importante en la educación de su hijo?
–Siempre recordé a mis hijos que dijeran: “Que Jesús sea alabado”. Cuando entro en
una Iglesia, mi corazón se regocija y exclamo: “Que Jesús sea alabado”. El padre Jerzy sabía que el Señor es lo más importante en la vida.
–¿Cómo aprendió Jerzy a rezar?
–Cuando niño, solía rezar en casa, con todos nosotros. Solíamos rezar juntos. Los miércoles rezábamos frente a la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en la cocina, los viernes frente al Sagrado
Corazón de Jesús, los sábados frente a la Virgen de Czestochowa. Era siempre así. En otras palabras, mi hijo recibió la primera lección de oración en casa. Pero todo lo que había de bueno en él, era un don de la gracia de Dios. En fin, Jesucristo era importante para él. Como niño solía construir pequeños
altares y jugar con estampas, y construir pequeñas capillas a las que llevaba flores; incluso se vestía como un sacerdote. 
Cuando se hizo monaguillo tenía un roquete corto, ¡pero él quería uno largo! Vivía de estas cosas.
–¿Iba a la Iglesia todos los días cuando era monaguillo?
–Sí, en cualquier clima, en cualquier estación. Se levantaba a las cinco de la mañana todos los días para ir a la Iglesia y caminar cuatro kilómetros cruzando el bosque desde Okopy hasta Suchowola. Como monaguillo jamás se perdió la Misa, ni siquiera una vez. Nunca se quejaba de estar cansado. Nunca lo hizo: él era así.
–¿Y cómo era Jerzy de niño?
–Era un chico bueno. Nunca tenía que reprenderlo. Me obedecía en todo lo que le pedía que hiciera. Ya desde la niñez se manifestó cómo era él. Por ejemplo, amaba a las personas, le atraía el prójimo. Una
mujer anciana que vivía al lado nuestro, llevaba a pastar a sus vacas cada día. Él la solía acompañar para conversar con ella. Incluso cuando, como seminarista, volvía a casa, siempre visitaba a esta mujer. Por otra parte, yo le repetía: “El amor a Dios y al prójimo es lo que nos conduce al Cielo”.
–En la vitrina de la Sala de la Memoria dedicada al padre Jerzy en Suchowola, hay un libro que él recibió como premio, que lleva la siguiente dedicatoria: “Por la aplicación escolar, 9 de enero de 1955”. ¿Siempre le iba bien en la escuela?
–Recuerdo en particular el tiempo en el que se estaba preparando para su Primera Comunión; él era un estudiante muy aplicado. 
Era paciente, constante y trabajador. El párroco me dijo: “Señora, su hijo tiene talento, puede llegar a ser muy bueno o muy malo, depende de cómo sea criado”. Lo crié lo mejor que pude, y le enseñé a no mentir. Él sabía que en casa no había lugar para la falsedad, que no debía robar ni siquiera una
pera de un árbol en el camino.
–Un maestro un día la citó, pidiéndole que reprendiera a su hijo…
–Quería informarme de que Jerzy pasaba demasiado tiempo rezando el Rosario en la iglesia. Era verdad que, después de la escuela, él iba a la iglesia y rezaba el Rosario, todos los días. Pero el maestro trataba de intimidarnos, amenazando con bajarle las notas por su conducta. Le contesté que había libertad de culto en Polonia y que todos podían hacer lo que quisieran –el Espíritu Santo me debió inspirar en aquel momento–. Al final, no le bajaron las notas por conducta, aunque siempre iba a la
iglesia para el Rosario.
–¿Sentía que su hijo sería sacerdote?
–Había pedido a Dios que me concediera esta gracia. Había rezado para ser madre de un sacerdote. Incluso cuando estaba embarazada de él, lo ofrecí a Dios. No sé si por esto se hizo sacerdote. No sé si Dios me escuchó a mí o a algún otro…
–¿Qué quiere decir con que ofreció su hijo a Dios?
–Poco antes de que naciera, simplemente lo ofrecí a la Virgen María.
–La decisión de su hijo de entrar en el seminario, ¿la daba por descontado o le llegó como una sorpresa?
–Me sorprendió. Dios me había concedido la gracia. La vida es así: Dios concede una gracia, y si uno la acepta, caminará en sus pisadas.
–¿Recuerda el momento en que Jerzy le dijo que quería ser sacerdote?
–Sí, después de los deportes, al finalizar el tiempo escolar, fue al Seminario de Varsovia a entregar sus documentos. En aquella ocasión subía a un tren por primera vez, pero no se perdió. Creo que eligió el Seminario de Varsovia porque era el más cercano a Niepokalanów (un pueblo no muy distante de la capital de Polonia, cuyo nombre significa “pueblo de la Inmaculada Concepción”; allí el padre Maximiliano Kolbe estableció una importante comunidad franciscana). Estaba profundamente ligado a este lugar, quizá porque cuando estuvo un tiempo con su abuela, había encontrado muchos números de la
revista “Rycerz Niepokalanej” (“El Caballero de la Inmaculada”). Los tenía con él y siempre los hojeaba. Por entonces deseaba ir a Niepokalanów. Hablaba mucho del padre Kolbe: lo consideraba como un ejemplo. Recuerdo que, cuando vino a casa, trajo imágenes y diapositivas del padre Maximiliano. Mostró las diapositivas a todas las personas de la aldea que se reunieron en nuestra casa para la ocasión. Contó de su vida, y se emocionó cuando habló de su arresto, su prisión y martirio en el campo de concentración. Era muy sensible. 

Fui muy feliz cuando fue ordenado sacerdote y recé todo el tiempo para que permaneciera fiel a Dios, ya que esto es lo más importante en la vida.

–¿Volvía poco a casa mientras estudió en el Seminario?
–Habitualmente venía a casa cuando tenía vacaciones. Nos ayudaba en la cosecha y en la construcción del granero. Lamentablemente era propenso a enfermar, en particular porque había sido operado de tiroides después del servicio militar. Su salud había empeorado en el ejército. Sufrió muchas injusticias, aunque nunca nos contó nada, nunca se quejó. Él era así. Después de su muerte, sus compañeros soldados
nos contaron del abuso que había sufrido. Un día fue forzado a permanecer descalzo en la nieve, porque se había negado a entregar su rosario. Después de terminar sus estudios, venía a casa menos aún. Un
día me dijo: “Mamá, tienes muchos niños y cuidas de ellos. Yo tengo muchos más y tendré que dar cuenta a Dios de ellos”. La última vez que vino a casa me dejó su sotana diciendo: “Me la llevaré la próxima vez. De lo contrario, tendrás un recuerdo mío”. La he conservado hasta ahora.

–¿Tuvo usted miedo mientras él sirvió como sacerdote en Varsovia?
–Sí, lo tuve, como madre. Pero, ¿qué podía hacer? Él sabía qué hacer, nosotros no. Por otro lado, si había dado a mi hijo a la Iglesia, no podía volver a tomarlo. Si Dios lo había llamado a servir a la Iglesia, él no podía servir a su familia. El padre Jerzy no decía lo que hacía en Varsovia. Pero yo
sabía que la policía secreta lo seguía, incluso cuando regresaba a casa con nosotros. Él no quería que le sacaran fotografías

–“¿Por qué tanto alboroto conmigo?”, decía–. Era valiente, de otro modo no habría tomado ese curso y corrido tantos riesgos. Era fuerte, aunque físicamente débil. Sabía que había elegido servir a Dios y que le sería fiel hasta el fin.
 
–Después del funeral de su hijo, usted declaró que los que lo asesinaron no habían peleado contra él, sino contra Dios…
–Sí, lo hice, porque ellos no apuntaron a Popieluszko sino a la Iglesia. Su muerte seguirá pesándome mientras viva. Es un gran dolor. Es una herida que no sanará, es imposible de olvidar. Pero no condeno a nadie. Dios los juzgará un día. Pero sería feliz si para entonces se hubieran convertido.

Texto extraído de la revista AVE MARÍA, número 788, Mayo-Junio 2013 

Milagro atribuido al beato Jerzy Popieluszko

Un milagro atribuido al beato Jerzy Popieluszko

Si fuera reconocido, abriría la vía a la canonización de este sacerdote polaco asesinado por la policía política de la Polonia comunista

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Un milagro ocurrido en la diócesis francesa de Créteil podría abrir el camino a la canonización del beato Jerzy Popieluszko, un joven sacerdote polaco que luchó por la defensa de las libertades civiles y religiosas contra el régimen comunista de su país.
 
Este capellán de los obreros del sindicato Solidarnosc en Varsovia fue torturado y asesinado por la policía política en 1984, cuando tenía 37 años, y fue beatificado el 6 de junio de 2010 en la capital polaca.
 
El milagro se refiera a la curación inexplicable ocurrida en el año 2012 tras una oración dirigida al beato, que una comisión de expertos examinará el próximo mes de marzo. Se trata de la curación de un hombre, Marc, enfermo durante once años de una leucemia mieloide crónica atípica.
 
“En noviembre de 2011, sufrió una fuerte bajada. Marc ya no podía caminar, se sometió a tres quimioterapias y a un trasplante de médula”, informó el diario La Croix.
 
En agosto de 2012, el veredicto de los médicos no permitía apelación: no había nada que hacer, las células cancerígenas habían invadido todo su cuerpo. A principios de septiembre, Marc se encontró con la psicóloga del hospital, que le ayudaba a prepararse para morir.
 
Pero esto sin contar con la oración dirigida al beato Jerzy Popieluszko por el sacerdote que fue a administrarle los últimos sacramentos.
 
Cuando el sacerdote se fue, Marc abrió los ojos y preguntó qué le había pasado. Por la noche tres veces intentó levantarse y unos días más tarde, el equipo médico del hospital Henri Mondor que le seguía desde hacía diez años constató con sorpresa que estaba curado; mejor: que su cáncer había desaparecido.
 
Un mes después, los exámenes médicos eran formales: estaba totalmente restablecido.
 
Prudentes, la pareja y el sacerdote guardan el secreto. Según La Croix, el obispo de Créteil, monseñor Santier, ha constituido una comisión, que se reunirá en marzo, y ha encomendado a dos médicos independientes el examen de la curación.
 
Si se comprueba el milagro, se enviará el dossier a la diócesis de Varsovia, que lo transmitirá a Roma.
 
 
Descubre aquí más cosas sobre el padre Jerzy Popieluszko. 

Un sacerdote escribe al Papa antes de morir

Un sacerdote escribe al Papa antes de morir a los 31 años. Aquí os ofrecemos la carta

No le pido a Dios mi curación, sino la fuerza y la alegría de continuar siendo un testimonio verdadero de su amor y un sacerdote según su corazón 

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Fabrizio nació en Nápoles el 8 de septiembre de 1982. Miles, casi tres mil personas, se reunieron en Ponticelli (NA), para darle el último saludo en la Basílica de Nuestra Señora de la Nieve, donde era vice-párroco. Un sufrimiento grande el del padre Fabrizio en los últimos meses, vivido siempre con gran fe y con una gran fuerza de ánimo. Siempre con una sonrisa, siempre con una palabra de consuelo para sus familiares y amigos que han estado con él hasta su último aliento. Aquí os ofrecemos la carta que envió al Papa.
A Su Santidad el Papa Francisco

Santo Padre,
En las oraciones diarias que dirijo a Dios, no dejo de rezar por usted y por el ministerio que el Señor mismo Le ha confiado, para que pueda darle siempre fuerza y alegría para continuar anunciando la bella noticia del Evangelio.Me llamo Fabricio De Michino y soy un sacerdote joven de la diócesis de Nápoles. Tengo 31 años y hace cinco que soy sacerdote. Desarrollo mi servicio en el Seminario Arzobispal de Nápoles como educados del grupo de diáconos, y en una parroquia en Ponticelli, que se encuentra en la periferia de Nápoles. La parroquia, recordando el milagro sucedido en la colina Esquilino, recibe el nombre de la Señora de las Nieves y en 2014 celebrará el primer centenario de la Coronación de la estatua de madera del 1500, muy querida para todos sus habitantes.Ponticelli es un barrio degradado por su pobreza y alta criminalidad, pero cada día descubro verdaderamente la belleza de ver lo que el Señor realiza en estas personas que se fían de Dios y de la Virgen.También yo, desde que estoy en esta parroquia he podido ampliar cada vez más mi amor confiado hacia la Madre Celeste, experimentando también en las dificultades, su cercanía y protección. Por desgracia, hace tres años que me encuentro peleando contra una enfermedad rara: un tumor justo en el interior del corazón y desde hace algún mes, con metástasis en el hígado y en el bazo. En estos años nada fáciles, sin embargo, nunca he perdido la alegría de ser anunciador del Evangelio. También en el cansancio percibo, verdaderamente, esta fuerza que no viene de mí sino de Dios que me permite desarrollar con sencillez mi ministerio. Hay una cita bíblica que me está acompañando y me infunde confianza en la fuerza del Señor, es la de Ezequiel: “Os daré un corazón nuevo, meteré dentro de vosotros un Espíritu nuevo, arrancaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez 36, 26).En este tiempo ha sido muy cercana la presencia de mi obispo, el card. Crescenzio Sepe, que me apoya contantemente, aunque a veces me dice que descanse para no cansarme demasiado.

Agradezco a Dios también por mis familiares y mis amigos sacerdotes que me ayudan y sostienen sobre todo cuando hago las distintas terapias, compartiendo conmigo los diversos momentos de inevitable sufrimiento. También mis médicos me apoyan muchísimo y hacen lo imposible para encontrar los tratamientos adecuados para mí.

Santo Padre,

Me estoy alargando demasiado, pero solo quiero decirle que ofrezco al Señor todo esto por el bien de la Iglesia y por Usted de un modo especial, para que el Señor le bendiga siempre y le acompañe en este ministerio de servicio y amor.

Le ruego que me añada a sus oraciones: lo que le pido todos los días al Señor es hacer su voluntad, siempre y en todas partes. A menudo, es verdad, no le pido a Dios mi curación, sino la fuerza y la alegría de continuar siendo un testimonio verdadero de su amor y un sacerdote según su corazón.

Seguro de sus paternales oraciones, le saludo devotamente.

Don Fabrizio De Michino