Tras 20 años de dolor se convirtió en Medjugorje

Alessandra Pelagatti 

Era atea y blasfema y abortó dos veces: tras 20 años de dolor se convirtió en Medjugorje 

En su primer aborto, a los 18 años, no le dieron alternativas. Su dolor no venía de la fe, porque no la tenía. Sólo con la fe llegó la sanación. 

Actualizado 4 junio 2013

Sara Martín / ReL 

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La italiana Alessandra Pelagatti tenía dieciocho años cuando se dio cuenta de que está embarazada. 

Había sido criada por una madre emancipada, separada y ferozmente independiente

Alessandra podía volver tarde por la noche a casa o incluso dormir fuera de casa. Y, por supuesto, hacer lo que quisiera con los chicos. Sin duda, era la envidia de todas sus amigas. 

Para ella su madre era un mito, tan diferente de las demás, ¡tan poco invasiva y opresora! 

Así que cuando Alessandra se quedó embarazada le pareció natural acudir a su madre para contarle la “emergencia” y buscar solución. 

Y con la misma naturalidad su madre le llevó a un ginecólogo, que no dudó en dirigirla hacia la “eliminación de aquel grupo de células”, que se cuidó bien de no mostrar a Alessandra “para no impresionarla”. 

Aunque Alessandra mostró dudas desde el principio, el médico le aseguró que hasta los tres meses no había vida. No le propuso ninguna alternativa, ni tampoco le hizo pasar por la entrevista obligatoria que establece la Ley 194 en Italia.

El día del aborto
Alessandra esperaba en una gran sala, donde las embarazadas, una a una, iban saliendo para realizarles la intervención y «solucionarles el problema”. 

Alessandra no quería hacerlo y se lo dijo al médico cuando era su turno. Sin embargo, él le aseguró que el aborto ya se estaba realizando desde el momento en el que ella había ingerido la primera pastilla aquella mañana. Así que decidió continuar. Su despertar fue traumático para ella debido a una infección grave tras el aborto.

Físicamente, se recuperó. Psicológicamente, el problema sólo estaba empezando: ansiedad, tristeza, incapacidad para tener relaciones sexuales con su novio durante los siguientes tres años. Ninguno comprendía siquiera por qué. Terminó con él y tuvo relaciones con otros, pero ninguna historia podía colmar su vacío interior. 

No matar: salvar insectos…
En la mente de Alessandra comenzó a hacerse insoportable la idea de matar a un ser vivo, por lo que se convirtió en una vegetariana obsesionada.

“Salvava insectos si los veía atrapados en algún sitio. No podía soportar el dolor de no hacer nada para protegerlos”, se justifica. 

El segundo aborto
Algunos años después volvió a quedarse embarazada, pero para entonces había tenido que convencerse de que su primer aborto había sido correcto. Así que decidió que, para autoconfirmárselo, tenía que abortar de nuevo

El infierno de dolor continuó hasta que se enamoró de nuevo. En ese tiempo decidió de nuevo volver a tener hijos, se sentía por fin preparada. Pero, tras intentarlo tres años, nunca lo consiguió. 

Pasó casi veinte años en terapia y con psicofármacos. Veinte años de sufrimientos de todo tipo, interior, exterior, angustiante. Un sufrimiento que culminó con un intento de suicidio el 30 de abril de 2010

El sentimiento de culpa

Conectar este dolor con su verdadera causa, el aborto, le llevó muchísimos años. “Para mí fue como tocar el fondo, pero con las piernas. Y eso me ayudó a coger impulso para volver a salir”, explica. 

Alessandra explica en su testimonio que toda su vida se había considerado atea y blasfema convencida

Su sentimiento de culpa no fue inducido por creencias religiosas, y la Iglesia no pudo ser responsable de lo que sucedió después. 

Ella era el prototipo de mujer libre, ajena a cualquier influencia religiosa, hermosa, inteligente, divertida y llena de amigos. Pero no conseguía perdonarse a sí misma porque no había llamado por su nombre lo que había hecho.

Un viaje a Asís
alessandraPero un día llegó a su vida llegó el amor y la misericordia de Jesucristo, que la rescató justo al borde del abismo, y su vida comenzó a florecer de nuevo. Un viaje inesperado a Asís, la cuna de San Francisco, propuesto por su novio (creyente, pero no practicante) le empezó a abrir los ojos.  

Lo siguiente fue una Biblia que él le regaló y ella comenzó a leer más por curiosidad que por fe. 

Cuatro meses después se encontraba en la parroquia bosnia de Medjugorje. Allí la cercanía a la Virgen le hizo sentirse perdonada y comenzó a sonreír de nuevo. 

Sintió un amor que no había sentido nunca. Sintió que podía perdonar a su madre por haberle inducido a abortar. Y llegó un día en el que ya no podía vivir sin la oración y los sacramentos.

Ayudar a otros
Alessandra Pelagatti ahora explica su testimonio para ayudar a otras personas. Lo contó en una conferencia el día antes de la Marcha Nacional por la Vida llevada a cabo hace poco tiempo en diferentes lugares de Italia.

Relató su historia marcada por el dolor y el sufrimiento, pero lo hizo con una sonrisa, esperando que su testimonio pudiera servir para ayudar a otras jóvenes que pasen por su misma situación.» «Lo hago para ayudarles a entender que el aborto es una muerte doble, la de la madre y la del niño».  

Alessandra cuenta su testimonio en TV2000 (en italiano)

 

 

El confesionario cambió su vida

Llegó sin querer a la catedral de Barcelona buscando respuestas y salió decidida a bautizarse 

Laia Busqué encontró todas sus respuestas en la catedral de Barcelona. Un día entró en ella buscando y salió de ella libre, en paz y decidida a bautizarse. 

Actualizado 30 junio 2013 

Laia Busqué / Fórum Libertad 

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¿Podré ir al cine?, ¿al teatro?, ¿a cenar?, ¿quedar con los amigos?, ¿a la montaña? Vaya, ¿podré llevar la misma vida que llevaba hasta el día de mi conversión? Estas son algunas de las preguntas que me hacía y que una de mis catequistas me contestó con un simple: «ya lo irás viendo, no tengas prisa, tiempo al tiempo».

¿Por qué me hacía todas estas preguntas? ¿Por qué nos hacemos preguntas cuando hemos de tomar una decisión importante? ¿No sería mucho más sencillo tomar el atajo y esperar a ver qué pasa? O bien, ¿no hacer nada y quedarnos en la incógnita de lo que habría podido pasar? 

Lo que está claro es que casi dos años después de lo que me pasó en La Catedral aquella tarde del mes de julio muchas cosas han cambiado en mi vida.

De repente apareció en la catedral

Como cada día, me levanté, fui a trabajar, cuando salí fui a casa a comer, y cuando terminé empecé a analizar cómo era mi vida, qué pasaba, si era feliz, si me sentía llena. De repente,una fuerza me empujaba a salir de casa corriendo, y lo siguiente que recuerdo es que me encontraba sentada en un banco, el que había delante del confesionario, al lado derecho del corazón, justo delante del había uno de los canónigos de la Catedral, que por otra parte se llama Juan. 

Estando sentada en aquel banco, en pleno mes de julio, en que La Catedral está llena de turistas que hacen fotografías, hablan, comentan, corren, etc. yo cerré los ojos y dije: «si hay alguien aquí que me pueda ayudar, por favor, que me escuche y me ayude«. De repente, se hizo el silencio absoluto, no se oía a nadie, tenía un peso en los ojos que me impedía abrirlos. Cuando «desperté» me di cuenta de dónde estaba sentada, a mi lado tenía un confesionario y seguramente allí encontraría la respuesta a mi pregunta: ¿qué me ha pasado?

«Sentía una paz inmensa»

Lo que me pasó estando dentro La Catedral es muy sencillo de explicar, pero lo que lo hace complicado son las sensaciones que tuve, era como si el estómago me hubiera dado un salto, pero al mismo tiempo sentí que todos aquellos nervios que tenía cuando entré se habían desvanecido, sentía una paz inmensa, sentía que estaba exactamente donde quería estar, tenía claro que todo lo que pudiera pasar a partir de ese momento sólo podrían ser cosas buenas. 

Yo no había entrado nunca en un confesionario, pero yo necesitaba sacar y explicar lo que me había pasado y encontrar respuestas. Seguramente no las encontraría allí, pero lo intenté. En ese momento no había nadie que esperara y decidí entrar. Cuando estuve dentro, vi la figura de un cura que me hacía una serie de preguntas (que suponía que eran normales): ¿cuánto tiempo hace que no te confiesas?, ¿por qué no lo has hecho nunca? A lo que yo contestaba: padre, yo no soy creyente, mi familia es agnóstica y ¡ni siquiera estoy bautizada! En ese momento, tuve la sensación como si hubiera pasado un tiempo de mucha tensión y de repente me viniera la calma, entonces me puse a llorar y no podía parar de ninguna manera. El llanto no era de tristeza, más bien era de paz, tranquilidad, pero no paraba y cada vez que intentaba hablar y explicarle algo al cura volvía a llorar. 

Decidida a bautizarse
Fue un momento, pero seguramente se debería hacer muy largo. Yo le contaba cómo había sido mi vida, y, como si hubiera encontrado la respuesta, de repente dijo unas palabras que al principio me sonaban rarísimo: bautizo, confirmación y comunión, pero a medida que lo iba repitiendo se convertían en palabras preciosas, llenas de significado. Yo le dije que necesitaba unos días para pensarlo, pero al mismo tiempo, cuando salía por la puerta de La Catedral, ya le estaba diciendo a una amiga: ¡me bautizo! 

Necesité sólo unos minutos para decidir que esto era exactamente lo que quería y necesitaba. Quería, y quiero, formar parte de la Gran familia cristiana y católica y la única manera es empezando a hacer un proceso de catecumenado, participando de las actividades que me ofrece la Iglesia y, evidentemente, participar activamente en mi Parroquia.

Empecé un proceso de catecumenado que duró un año y medio aproximadamente. Me bauticé el día 12 de enero de 2013 en la Cripta de la Catedral de la Santa Cruz y Santa Eulalia, en el Año de la Fe. El cura que presidió la ceremonia se llama Juan (a Jesús también lo bautizó un Juan), lo hice el día antes del bautismo de Jesús y presidía Santa Eulalia, la Patrona de Barcelona.

Se le apareció su ángel de la guarda y le dijo «sígueme»

La historia del filósofo Sylvain Clement 

Ateo y desesperado, se le apareció su ángel de la guarda y le dijo «sígueme»: todo cambió en su vida 

Primero fue una extraña aparición, luego descubrió la Eucaristía y más tarde el perdón. Del sinsentido, Sylvain Clement pasó a la fascinación por la Verdad. 

Actualizado 30 junio 2013 

Javier Lozano / ReL 

14007_hombre_reflexionaQue Dios se puede aparecer a las personas de las maneras más insospechadas y en los lugares más extraños es algo indudable. Si no que se lo cuenten a Sylvain Clement, un filósofo que vivió una conversión radical viniendo desde el ateísmo, la desesperación y el nihilismo. Pero Dios aconteció de manera fulgurante y le cambió el corazón y pese a que al principio se resistió una vez que experimentó el verdadero amor, su vida recobró un sentido tal que nunca quiso volver a lo anterior. 

El sinsentido en su vida

La historia comienza en septiembre de 1994 cuando este joven tenía apenas 22 años, edad suficiente para haber experimentado ya el sinsentido de la vida de tal forma que hasta el suicidio rondaba ya por su cabeza. 

Sylvain caminaba por la basílica de Nuestra Señora de Longpont sur Orge junto a su amiga Emmanuelle, a la que conoció en un centro para personas discapacitadas en el que trabajaron juntos. “En el fondo deseaba recorrer un largo camino de vida juntos pero esto requería un compromiso. Además, ella había decidido antes de conocernos retirarse durante nueve meses a una comunidad religiosa para pensar sobre una posible vocación”. 

“Este era nuestro paseo de despedida. Era uno de los primeros católicos que conocí. Yo no creía en Dios ni en el diablo –y para decirlo todo, no creía ni en la buena gente ni en mi mismo-, me empeñaba en ponerle mil objeciones aunque fui tocado por la sencillez de su alegría y la sinceridad de su fe”, recuerda Sylvain Clement en Famille Chretienne

¿Cuál es el sentido de la vida?

Sin embargo, sobre el acechaban muchos años de desesperanza. “Sobre todo, en ese día en mí se manifestaba la sombra de la desesperación que había tenido durante años. Estaba absorbido por el abismo de la nada al igual que un meteorito es succionado por un agujero negro”. 

Su pasado le atormentaba. De este modo, recuerda que “desde los 16 años sin descanso me asaltaban las siguientes preguntas: ¿cuál es el sentido de mi vida? ¿Qué hacer con ella? ¿Por qué merece la pena ser vivida? ¿Por qué el sufrimiento?…Esas preguntas me llegaban hasta el corazón y la mente”. 

Incluso afirmaba que la “muerte me fascinaba más” y “meditaba vagando en los cementerios”. Pero un hecho comienza a cambiarle un poco la percepción de la vida.  Fue el suicidio de un amigo. En ese momento, este joven francés se decía: “no quiero vivir a medias, quiero una vida plena, que valga la pena de haber sido vivida”. Pero el problema es que “no sé cómo”. 

La búsqueda en la filosofía

En esta búsqueda se sentía en medio de ninguna parte por lo que intentó encontrar la felicidad en su mente. “Busqué entre los poetas y los filósofos, leí decenas de libros. Este deseo de entender, esta búsqueda de un sentido me empujó a hacer Filosofía en la Sorbona». Aune este camino le llevó a la decepción: «la filosofía se veía como un supermercado con sus estantes, los ´grandes pensadores´, cada uno con su programa que tenía la clave de todo. Pero, ¿cuál era la correcta?». 

En este sentido, Sylvain recuerda que hubo tres autores que le llamaron particularmente la atención: Kant, Nietzsche y Freud. Con sus escritos, cuenta, «me entere de que la verdad no es accesible, la búsqueda es  mejor que el resultado. Cultivé la duda y la sospecha y caí en la desesperación del nihilismo. Tuve la horrible experiencia del vacío, un abismo parecía abrirse debajo de mis pies». 

Todo esto fue calando en este joven que «incluso llegué a no creer en el amor –porque el amor está asociado a la verdad-. Si no existe, entonces, ¿qué es el amor?».  Por todo ello, el amor no podría ser otra cosa que «egoísmo disfrazado». 

Un ángel se le aparece

Con este sentimiento e historia volvemos al paseo con Emmanuelle por la basílica. Van caminando por sus maravillosos pasillos. En ese momento se separan por distintos pasillos. Y aquí llegó el extraño momento que cambió su existencia. “Pasaba delante de una estatua del obispo Dionisio. Y de repente, vi en su corazón el rostro de un niño. Parecía uno de esos ángeles con el pelo rizado. Esta cara se volvió hacía mí y me miró como diciendo ‘ven, sígueme’. Me detuve asombrado, volví a la estatua pero el niño había desaparecido”. 

No lograba explicarse aquello. ¿Era una alucinación? No encontraba ninguna explicación racional para ello. Al encontrarse con Emmanuelle fue presuroso a contarle lo que le había pasado. “¡Me ha pasado algo que parece una locura!”, le dijo. Ella, con alegría le dijo muy contenta que era algo “genial” pues “es tu ángel de la guarda”. El problema para Sylvain es que “no creía  en los ángeles, ni siquiera creía en Dios”, que fue lo que le dijo casi enfadado a su joven amiga. 

“La palabra de Dios me habla personalmente”

Tras esto, ambos se sentaron en un banco mientras ella rezaba en silencio por él. En el camino de regreso, Silvayn comienza a sentirse más ligero y al despedirse de su amiga, que iba a hacer una experiencia en el convento está triste pero sereno. Sin saberlo, ese día iba  a suponer un punto de inflexión en su vida.

Él mismo reconoce que desde aquel día todo fue muy rápido. Al día siguiente de esta “aparición” se sintió atraído a ir a la iglesia de su barrio de París. “Yo que no era bautizado, iba a vivir una de las primeras misas de mi vida. La palabra de Dios me habla a mí personalmente. Tenía la impresión de que mis oídos se abren. Las palabras del sacerdote también me tocaban. No asistía a la misa, la viví”. 

Experimenta algo que nunca había tenido. “Llega a mí la paz, se impone en mí una dulzura”. De hecho, cuenta que en ese momento “por primera vez estoy bien”. Y lo que más molestaba a este joven es que esa paz “no venía de mí” y “me hacía libre”. Él que buscaba todo esto con su cabeza y su razón lo había encontrado de repente “convertido en Presencia de Dios”. 

Redescubrir el perdón

“¡Qué semana!”, pensaba Sylvain. “En pocos días: una cara de niño aparece en el corazón de una estatua de un obispo; una hostia que oculta una Presencia inaudita; al día siguiente unas lágrimas venidas de las profundidades releyendo cartas de mis padres; dos días después, un perdón liberador y que pacifica descubriendo la confesión…”. 

 A pesar de esto, la lucha durante su conversión fue grande. “Conocí el combate real”, afirma. “No es fácil porque al adversario no le gusta que se renuncie a un camino de muerte para ir al de Dios”. 

Pero ese gran día llegó.  “Fui bautizado en la Iglesia Católica en Pentecostés de 1995. Día de júbilo y de victoria”.  Su vida se inició también ahí. “Sobre esta roca construí mi vida” y empieza a tomar decisiones en su vida acorde a esta vida. Se casó con Emmanuelle, ha tenido tres hijos y al final sus estudios de filosofía le han servido para impartir clase y mostrar la belleza de la unión entre fe y razón. 

“En la Iglesia me encontré con Cristo vivo y descubrí sorprendido el Dios de los Evangelios, que nos ama y quiere salvar a todos los hombres. Tengo muchas razones para decir ‘gracias’ a Aquel que me salvó de la desesperación y la eternidad no sería suficiente para darle la gracias”.