El tenis es católico, el golf protestante

Una metáfora sugerente

Al final, el pesimismo luterano siempre acaba apareciendo como opuesto a la esperanza católica, canalizada por el sacramento de la confesión.

Actualizado 29 marzo 2013

Carmelo López-Arias / ReL

13144_sergio_garcia_y_rafa_nadal_Se trata de una metáfora, desde luego, pero sirve para una pequeña reflexión sobre el pecado y la gracia, y sobre los efectos, sanadores en la raíz (posición católica) o meramente de cobertura (posición protestante) del perdón de Dios. Al final, la idea de la corrupción absoluta de la naturaleza que sostenía Lutero termina aflorando como una de las herejías en la historia de la Iglesia que más militan contra la esperanza cristiana.

Quien plantea la cuestión es un personaje del dramaThe old boy, de A.R. Gurney, estrenado en 1991 y que está representando estos días la Keen Company en el Teatro Clurman de Nueva York. Y esto ha suscitado el recuerdo de las palabras de uno de los personajes, Dexter, un pastor episcopaliano que no duda en lanzar la afirmación: «En el tenis la posibilidad de salvación es infinita, en el golf impera la predestinación protestante«.

El ministro lanza esta idea en respuesta al lamento de otro personaje, la anciana Harriet: «En el tenis, cada juego, cada punto, permite una nueva oportunidad. Todo lo contrario que en el golf, donde arrastras un error en el primer hoyo hasta el final del recorrido».

Queda así planteada la gran disyuntiva: la absolución del sacerdote católico limpia el alma auténtica y verdaderamente y permite un nuevo comienzo, como el tenista que, dos sets abajo, con 5-0 y 40-0, aún puede remontar el match ball y ganar el partido; por el contrario, la justificación cosmética que plantea el protestantismo, en la que los pecados no se imputan, pero continúan ennegreciendo el alma, se parecen al golfista que comete un doble bogey a las primeras de cambio, y sabe que, salvo milagro, perderá el Masters de Augusta.

Un momento de la representación.
Un momento de la representación.

La comparación tiene aún más sentido si tenemos en cuenta el argumento de la obra. Sam, un aspirante a gobernador, visita su antiguo colegio, donde revivirá los fantasmas de su pasado: la muerte de Perry, un alumno de quien fue mentor en sus años estudiantiles. La madre de Perry es Harriet, una mujer atormentada por la homosexualidad de su hijo. Ella quería, y creía que él podía, superar sus prácticas juveniles en ese sentido, mientras que Perry consideraba que tendría que arrastrarlas hasta el final de sus días. Acabó muriendo de sida, pero su madre consiguió ocultarlo contándole a todo el mundo que se debió a una sobredosis. Pero todo saldrá a la luz con la llegada de Sam, justo cuando Harriet acaba de financiar en el colegio… una cancha de tenis

Lo cual suscita la conversación que permite la citada metáfora. Que no tiene más valor que recordar, justo en Semana Santa, el valor redentor de la Cruz y el lugar donde pueden ganarse sus efectos: el confesonario. De allí se sale (a la espera de purificar el reato de pena en el purgatorio) limpio como la patena y sanado en la raíz. O, dicho de otra forma: punto, juego, set y partido.

El niño «mártir de la sotana»

Francisco firma su martirio y será beato 

Rolando Rivi, seminarista de 14 años, el niño «mártir de la sotana» en la Italia de 1945 

Durante los últimos meses de guerra y primeros de posguerra las partidas comunistas demostraron su odio al clero. Con este niño se cebaron. 

Actualizado 28 marzo 2013 

Carmelo López-Arias / ReL 

13130_rolando_rivi_Una de los más relevantes entre los primeros decretos martiriales del Papa Francisco es el de un niño de 14 años, Rolando Rivi, por las peculiares circunstancias históricas de su muerte: en la Italia de 1945 y por partisanos comunistas, aclamados por la propaganda de postguerra como luchadores por la libertad.

Dos años de felicidad
Rolando nació en 1931 en San Valentino, cerca de Castellarano (Reggio Emilia), como el segundo de los tres hijos de Roberto y Albertina, granjeros de profunda fe y religiosidad. Muy pronto sitió la vocación sacerdotal, e ingresó en 1942, con sólo once años, en el seminario de Marola. El 1 de octubre lo apuntó como el día más feliz: fue cuando tomó la sotana.

Solía animar a sus compañeros con estas palabras: «Un día, con la ayuda de Dios, seremos sacerdotes. Yo seré misionero. Quiero llevar a Jesús a quienes no Le conocen. Nuestro deber como sacerdotes es rezar mucho y salvar almas para llevarlas al paraíso«.

Los meses más duros
En 1944, cuando Italia cambió de bando en la Segunda Guerra Mundial y fue invadida por los alemanes, el adolescente Rivi tuvo que abandonar los estudios, porque los nazis cerraron el centro y dispersaron a los seminaristas enviándolos a sus casas.

Fuera del seminario y sin haber recibido ni las órdenes menores, Rolando no tenía obligación de llevar la sotana, pero siguió haciéndolo mientras mantenía su colaboración con la Acción Católica y daba catequesis en la iglesia. Y eso que los tiempos eran peligrosos. En su región había numerosas partidas comunistas que realizaban acciones de sabotaje contra los alemanes, pero que preparaban también el futuro del país mostrando su odio a la Iglesia, con el asesinato de varios sacerdotes.

La sotana, señal de pertenencia a Jesús
«¡Quítate la sotana! Es mejor que no la utilices«, le rogaban sus padres. Pero el niño daba muestras de determinación: «Pero ¿por qué? ¿Qué mal hago llevándolo? No tengo ninguna razón para dejar de usarlo. Estudio para ser sacerdote y debo vestir en señal de que pertenezco a Jesús«. En alguna ocasión, los partisanos de la zona le habían insultado con obscenidades al encontrarse con él en algún camino. En el pueblo le conocían como «el curita». «No tengo miedo ni estoy asustado. No puedo esconderme. Pertenezco a Dios«, respondía a quien le aconsejaba que vistiese de seglar.

Rolando continuó sus prácticas de piedad en la parroquia de su pueblo, donde el párroco,Olinto Marzocchini, fue atacado en una ocasión por los comunistas, así como el joven sacerdote Alberto Camellini, recién llegado a San Valentino.

El chico tenía gran admiración por su párroco: «¡Qué hermoso ser como él! ¡Celebrar misa con Jesús en mis manos, llevar el alma de Jesús…!». Con esa devoción, el 10 de abril de 1945 tocó el organo y acompañó al coro en la misa solemne, y al terminar recogió sus cosas y, ataviado con su inseparable sotana, atravesó el bosque camino a su hogar, adonde nunca llegó.

El crimen, la gloria
Sus padres y vecinos temieron lo peor. Se le buscó durante tres días, hasta que su padre y Don Alberto encontraron el cadáver, plagado de señales de tortura y martirio. Como se supo después, el joven seminarista padeció tres días continuados de tormentos y humillaciones, con insultos a Dios, Cristo y la Iglesia. Lo primero que le hicieron fue quitarle la sotana y pegarle a conciencia con un cinturón

Al final le llevaron entre los árboles de Piane di Monchio, dejando un reguero de sangre por las heridas causadas. El niño lloró pidiendo que le perdonasen la vida, pero cuando recibió una patada como respuesta, comprendió que todo era inútil. Sólo rogó que le dejasen rezar antes de morir. Lo hizo por sus padres y por sus asesinos. Luego recibió dos tiros, uno en la cabeza y otro cerca del corazón, y le semienterraron. La sotana se la quedaron los asesinos como trofeo y la anudaron para convertirla en pelota de fútbol.

Tras un entierro sumario, después de la liberación, el 29 de mayo, recibió el homenaje de todos los parroquianos, y su tumba comenzó a ser lugar de peregrinación, con diversas curaciones atribuidas a su intercesión. En 2006 se abrió en la diócesis de Modena su causa de beatificación, y tras certificar en mayo de 2012 la correspondiente comisión de la Congregación que su muerte fue un martirio in odium fidei, este Jueves Santo el Papa Francisco lo proclamó para todo el mundo, preludio de su beatificación.

Un sueño hecho realidad de otra forma
Pocos días antes de morir, justo el Jueves Santo de 1945, Rolando había escrito este pensamiento: «Jesús, te doy gracias porque te nos has dado en la Santa Hostia y estás siempre con nosotros. Ayúdame a volver pronto al seminario para convertirme en sacerdote«. Jesús hizo algo mejor: asimilarle a su Calvario para llevarle más deprisa a la gloria.