«Mary, Mother of Christ»

Ben Kingsley como Herodes, en «Mary, Mother of Christ» (2013)

Escrito por Alfonso Méndiz en jesucristoenelcine.blogspot.com.es

Tras dos años de silencio, el filme Mary Mother of Christ, vuelve a ser comidilla en Hollywood. Antes del verano se supo que la producción había conseguido nuevos recursos y que ya había contratado al director definitivo: Alister Grierson (KokodaEl santuario). Se ha dado a conocer que la película está concebida como una precuela de La Pasión de Cristio, de Mel Gibson. Ahora que la producción está sobre la marcha, se anuncia que los productores están interesados en Ben Kingsley para el rol del Rey Herodes.

Hasta el momento, el reparto incluye a la actriz israelí, Odeya Rush como la Virgen María (anteriormente se barajó a Camila Belle), a Peter O’Toole como Simeón, y a Julia Ormond en el papel de Santa Isabel, la prima de María. Parece que hay una clara apuesta por un reparto británico, pues los productores no sólo se han interesado por Kingsley, sino también por Judi Dench como la profetisa Ana y Hugh Bonneville como Satanás (inicialmente asignado al actor Jonathan Rhys Meyers).

En palabras de Mary Aloe, una de las productoras, “el filme cuenta la historia de la juventud de la Virgen, su amor a José, su inesperada maternidad y el triunfo sobre el terror sembrado por Herodes el Grande”. Como se ve, el argumento tiene notables semejanzas con el de The Nativity (2006), pero será contado desde una sensibilidad más católica. El guión es de Barbara Nicolosi y Benedict Fitzgerald (quien escribió La Pasión de Cristo para Gibson), y tendrá como secuencias principales la Anunciación y el Nacimiento de Jesús.

Escrito por Alfonso Méndiz en jesucristoenelcine.blogspot.com.es

Lourdes inundado

Actualizado 23 octubre 2012

Lourdes inundado. Duro signo

En apenas 24 horas las aguas del Gave desbordaron. Los accesos al santuario imposibles y la Gruta quedó bajo las aguas. Quizá la última vez que se vio algo igual fue el año 1937. 

Extraños tiempos, extraños signos. Unas aguas torrenciales de las que sólo se ha salvado la roca que fue pisada por Nuestra Señora. El resto ha quedado a merced de la furia las aguas. Pero estos extraños tiempos nos permiten palpar con los sentidos lo que no alcanza nuestra escasa fe y nuestra dormida inteligencia. Todo se inunda, todo, y sólo queda la Madre. Pero como no queremos creerlo no podemos verlo. Y viene el signo en nuestra ayuda, para evidenciar lo que gritan los días y no se quiere oír.

Porque Lourdes se inundaba a las puertas de grandes eventos, como llamando la atención. Como siendo señal de cuanto pasa y cuanto está por pasar. 

Y así, el primero, el actual Sínodo de los Obispos, todavía en curso, ayuno de referencias sinceras y claras a la necesidad del culto a nuestra Santísima Madre. El mismo Instrumentum Laboris apenas citará 7 veces a nuestra Señora, por 3 veces que lo hará el lineamenta. Como si se pudiese avanzar sin Ella. Como si no fuera Ella quien está atrayendo a tantos hacía Dios en estos tiempos confusos. Porque la fe se apaga en la iglesias, pero revive en los Santuarios. La fe se apaga en las parroquias, pero renace en las que tienen a María por Modelo, Madre y Guía. Quizá por ello las aguas anegaban todo, dejando más manifiesta y nítida la roca que besó las plantas de la Inmaculada. Como si nos dijera que cuando todo hace aguas, cuando todo sucumbe, Ella esta en pie. Y se lo decía visualmente, con esta imagen tremenda, a sus hijos reunidos en un Sínodo que a día de hoy sigue menospreciando la importancia del culto mariano, la importancia de acudir públicamente a María.

Pero no muy lejos de la Gruta, al otro lado de los Pirineos, España constatará horas después otra verdad: que cuando se ha olvidado a Dios, sólo se abre el camino de la destrucción. Ayer fue el Pais Vasco quien ha elegido libremente a los secesionistas, a los hijos del terror. Mañana será Cataluña. Las aguas de la destrucción también bajan a raudales por España, a través del cauce político, económico y social, en lo que será un encuentro de tres aguas embravecidas que anegarán todo. Pero el signo se nos ha anticipado. Ella, a quien pertenece esta tierra, que es Suya, sigue en pie

Y no mucho más allá, las próximas elecciones en Estados Unidos. Sin saber a ciencia cierta si en este caso de nuevo el signo anticipa el significado: que sin María, sin un sí a Dios en las vidas, en los corazones, sólo cabe la acometida de las aguas, sea quien sea el que se haga con el poder, como si tanto diera Obama o Romney mientras no cambie el decálogo moral que gobierne el despacho oval

Y como no se quiere ver, como no se quiere entender la gravedad de la ausencia de Dios en las sociedades, debe ser la naturaleza la que evidencie la gravedad de tal ausencia. Y a veces lo hace con signos como este, con unas aguas desbordando todo, toda estructura humana, económica y religiosa, para dejar sólo en pie, desnudo de todo artificio, la presencia de María. Entonces se percibe la cruel burla que supone buscar soluciones a un sistema económico ayuno de Dios como si sólo con ello todo fuera a restablecerse, la paz del mundo y la paz de los corazones. 

Es un aspecto desconcertante, la Santísima Virgen, la que no prometió la felicidad en la tierra a Bernardette, es la única que puede dar felicidad a la tierra. Quizá por eso las aguas, como una tromba violenta, anegando el santuario y la gruta, han anegado hoteles y tiendas. Como signo de la violencia del que, actuando contra Dios, acaba actuando contra el hombre. Por eso la estatua de la Inmaculada, que no logran alcanzar las aguas, es nuevamente el desconcertante signo que habrá de dar paz al mundo. Como esa imagen de la Santísima Virgen que ya viera san Juan Bosco emergiendo del mar, como columna de victoria, sólo que ahora la vemos sobre las aguas como recordándonos una verdad anterior: que primero hay que acudir a Ella. No en vano diría a Bernardette en su 13ª aparición: “ve y di a los sacerdotes… que se debe venir en procesión”. No ya tanto a esa gruta que, cómo símbolo, ha quedado anegada, sino directamente a la Madre, en un volverse hacia Ella, en el corazón y en la oración, pero también en lo público “pues que se debe erigir una capilla” diría a Bernardette, en la que públicamente honrar a la Señora. Porque si Ella ha de ser esa columna que, junto a la Eucaristía, alcance la paz del mundo, lógico es darle culto públicamente. 

Y como parece que eso se olvida, que en la Iglesia se buscan estrategias sinodales lejos de la Señora, las torrenciales aguas de estos días sólo han dejado en la gruta tres signos a la vista: las velas de la intercesión, la Cruz del altar que no ha podido ser ahogada, y la Santísima Madre, a la que las lluvias del Cielo han respetado en la roca de su santuario. Pero curiosos signos: las velas de la intercesión, signo de los sufrimientos de los hombres, bajo las aguas, ahogadas en la corriente; la cruz de Cristo que, queriendo ser arrastrada por la corriente, permanece. Y María, a la que el Cielo salva del torrente, como signo de que es Ella quien nos ha de salvar.

cesaruribarri@gmail.com

La estatua de la Virgen de Fátima frente al Parlamento Europeo

La bandera de la UE tiene simbología mariana 

La estatua de la Virgen de Fátima pasará, por primera vez, frente al Parlamento Europeo 

Actualizado 23 octubre 2012 

Giacomo Galeazzi / Vatican Insider 

Devoción mariana en contra de la cristianofobia: la Virgen de Fátima en Estrasburgo. La bandera europea tiene 12 estrellas como homenaje a la Virgen, pero es la primera vez que ella “visita” el bastión de la política de la Unión Europea. 

Mañana a las 10 de la mañana, la estatua de la Virgen será llevada a la catedral de la ciudad-símbolo de la tecnocracia europea por un grupo de peregrinos de todo el continente. 

El programa también incluye un breve “paseo” ante la sede del Parlamento Europeo. «Un evento excepcional», comentan sobre la llegada de la estatua de la Virgen de Fátima a Estrasburgo Lorenzo Fontana y Mario Borghezio. 

«Son pocos los que saben –explican los parlamentarios europeos– que la versión original del símbolo de la Europa unida es exquisitamente mariano, como demuestra la bandera oficial de la Unión Europea, con las doce estrellas y los colores blanco y azul de la Virgen». 

«Desgraciadamente –indican– Europa se ha desviado peligrosamente de la inspiración original, tomando una dirección diferente, a favor de intereses que tienen muy poco que ver, o nada, con los de nuestros pueblos y con los valores cristianos en los que se reconoce la gran mayoría de los europeos». 

Fontana y Borghezio presentaron una declaración por escrito para apoyar las peticiones de las que la Virgen de Fátima se ha hecho portadora, «para que su recepción pueda salvar a Europa y a todo el mundo y garantizar la paz y la prosperidad». La iniciativa fue sometida al Parlamento Europeo por el padre Nicholas Gruner, fudnador de la “Asociación Virgen de Fátima Onlus”. 

La Bandera de la UE, como indica Mario Mauro, presidente de la delegación del partido italiano Pueblo de la Libertad (Pdl) en el Partido Popular Europeo (Ppe), tiene 12 estrellas doradas en círculo sobre un fondo azul. El número de estrellas no tiene que ver con los eatados que forman parte de la Unión Europea, sino que es un símbolo numérico antiguo que indica armonía y solidaridad. 

La elección de la bandera se dio mediante un concurso que ganó el diseñador francés Arséne Heitz. El significado de la bandera retoma una imagen de la devoción por la Virgen propia del décimosegundo capítulo del Apocalipsis: «Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza». 

El presidente de la comisión del concurso era un judío belga convertido al catolicismo, y muy sensible al simbolismo bíblico relacionado con el número 12: este número, en la simbología antigua, representa la perfección y la plenitud; las tribus de Israel son 12; los meses del año también; los Apóstoles; las Tablas de la Ley romana. Heitz se inspiró en la “Medalla Milagrosa” que llevaba al cuello: una medalla acuñada tras la aparición de la Virgen a Santa Catherine Labourè en 1830. Fue la Virgen misma la que indicó a la religiosa que representara en su medalla las 12 estrellas de la corona de la mujer del Apocalipsis. También llevaba una de estas medallas (de lata) Santa Bernadette Soubirous cuando, el 11 de febrero de 1858, tuvo la primera aparición de la Señora, que se mostró vestida justamente de blanco y azul. Arséne Heitz no reveló a la comisión del concurso la proveniencia bíblica del símbolo (lo habría admitido tiempo después), pero sostuvo que el número 12, según un conocimiento ancestral, era un «símbolo de plenitud»; esta lectura convenció a la comisión. La bandera europea, pues, tiene un enorme significado cristiano y, sobre todo, mariano. Mañana, María vuelve a hacer suya la Unión Europea.

El P. Chinchachoma

Escolapio de Barcelona 

El P. Chinchachoma o cómo sacar de la droga y la delincuencia a miles de niños que viven en la calle 

«Los niños de la calle pueden amar a los perros sarnosos, pero no logran amarse a sí mismos porque nadie se lo ha enseñado». 

Actualizado 24 octubre 2012 

Fernando de Navascués / ReL

Ahora que acabamos estamos en plena celebración del DOMUND, vale la pena dar a conocer a un cura misionero español que ha dado su vida por los más necesitados de los necesitados: el escolapio Alejandro García Durán, más conocido en México como el ‘padre Chinchachoma’, el “padre” de los niños de la calle, fundador de más de una veintena de orfanatos. 

Un pastor que como Jesús ha convivido con sus ovejas descarriadas, comido con pecadores, vestido al harapiento, dedicado a visitar y redimir al encarcelado, dando de comer al hambriento, hospedando con pobreza pero con dignidad al desarraigado… Un sacerdote que se comprometió a transformar los rostros deformados, desilusionados, resentidos y de delincuentes de sus «hijos», en rostros dignos, en rostros de hijos de Dios. Un escolapio que saltó del colegio y la parroquia misionera a ser niño de la calle.

Un cambio total de vida
El P. Chinchachoma nació en Barcelona en 1935, con 18 años ingresó en la Orden de los padres Escolapios y, una vez ordenado, fue destinado a un colegio de Puebla, en el centro del país. Sin embargo algo ocurrió por el camino: “Un día llegué a México. Después de dar muchas vueltas, me encontré a unos chamacos en el metro que me gritaban ‘money, money’. Luego llegó un policía, tomó a uno del brazo y el niño empezó a gritar. Yo le dije al uniformado: ‘¡Oiga!, ¿qué le está haciendo?’ ‘No, si no le hago nada -me respondió-, me lo llevo así de la mano porque nada más se está drogando en el metro y chilla así para que lo suelte’. ‘Mire, sabe qué, déjelo -le dije entonces-, me lo llevo a cenar’. ‘Bueno, lléveselo’, me dijo, y entonces se vinieron cinco o seis más con él. En cuanto cenamos les dije: ‘Amigos, yo vengo el martes que viene para platicar’

Comienza el orfanato… sin quererlo
De tal forma que se fue convirtiendo en una costumbre de cada martes, con lo que, al cabo de un tiempo, me dijeron: ‘Oiga Padrecito, ¿por qué no nos lleva con usted?’ Y me los llevé. Esa vez fueron dos. Me los llevé con la idea de educarlos y ayudarlos. Empecé a buscarles una institución que se hiciera cargo de ellos y, como no encontré nada, me propusieron: ‘Padrecito, ¿por qué no nos quedamos con usted ya para siempre?”

Esto para el P. Chincha fue muy importante, pues los que iniciaron fueron ellos, no él: “Yo me sumé al ‘¡llévenos con usted, por favor!” Entonces el padre los llevó a una casa que acababa de alquilar para fundar una escuela. Lo único que pudo hacer ese día fue darles unas mantas. No tenía nada más en ese momento.

¿Puedo ser padre de los huérfanos?
Enseguida habló con su superior y le preguntó: “Oye, ¿puedo ser padre de los huérfanos?’ Me dijo entonces: ‘Cualquier desgraciado lo hace mejor que tú, ¿no te da vergüenza cómo los tienes?” A los pocos días llegó otro grupo, porque esos dos muchachos comunicaron su experiencia, después vinieron los demás, y así comenzó todo.

En aquel momento su vida dio un giro total: dedicaría su vida a los niños más pobres de los pobres, los que no tienen ni casa, ni padre, ni madre… únicamente otros muchachos igual que ellos y, eso sí, mucha cola y mucha droga barata que los deja atolondrados todo el día para así olvidar desde su más tierna infancia la falta de amor.

Ser un niño más de la calle
El P. Chinchachoma ha pasado la mayor parte de su vida fundando albergues: “Yo he vivido como los niños de la calle y he logrado sembrar la amistad en ellos a través de la mutua identificación. Si yo no supiera lo que significa dormir en el suelo, ni tener qué llevarse a la boca, como es la realidad de ellos, sería difícil intentar ayudarlos, porque no confiarían en mi por no pertenecer a su mundo». 

El apodo de “Chinchachoma” se lo pusieron los mismos niños: «El día que me llamaron por primera vez ‘padre Chinchachoma’ fue un timbre de gloria y el más feliz de mi vida, porque significaba que ya era uno más de ellos. Choma es ‘cabeza’ y chincha significa ‘sin cabello’, o lo que es lo mismo ‘hombre sin cabello», comenta el padre.

Verdadera amistad de los chamacos
Una de las experiencias más reiteradas que vivía Chinchachoma con sus ‘chamacos’ era la de explicarles lo que es la verdadera amistad: “En una ocasión -narra el sacerdote-, uno de los niños me preguntó que por qué se les prohibía todo lo que los hacía felices, como la droga. Yo le respondí que eso lo dañaba y que yo lo amaba mucho y, además, una verdadera amistad es aquella en la que se procura el bien al prójimo y que, lejos de prohibirle drogarse porque así lo determina la ley, estaba por encima de todo el amor a él”. 

Para los niños de la calle, la vida es tan cruel que aún sin saberlo buscan la muerte como una salida, explica el P. Chincha: “Se meten en pleitos imposibles, se envenenan con drogas y, si tuvieran valor para hacerlo, se arrojarían a las vías del metro. Pueden amar a los perros sarnosos, pero no logran amarse a sí mismos porque nadie se lo ha enseñado”.

Mi Cristo es el Cristo escupido
El Chincha era un hombre de carácter. Uno de sus colaboradores, el P. Ismael, lo describe así: “La impresionante barba del padre Chinchachoma ocultaba sus labios mientras expulsaba todo tipo de palabras violentas y soeces. Lo que él contaba no podía ser contado con medias tintas ni con poesía, porque no había poesía, ni belleza, ni paliativos en el sufrimiento extremo de esos niños por los que él se rompía a trabajar cada día. No había excusas para no hacerlo ni medias tintas para explicar su situación. Toda la ternura y cariño la guardaba Chincha para sus cientos de hijos”. El Cristo del P. Chinchachoma, lo dijo alguna vez, “es el Cristo escupido”, el que te encuentras en las calles.

Niños a los que se les negó la infancia
Es conocida su actitud cuando recaía en la droga alguno de los chicos que estaba en proceso de desintoxicación. En esos casos “yo abro los brazos y le digo: ‘Di papá’. Lo dicen y yo les digo: ‘Ven’. Entonces uno ve cómo el niño o la niña corren y lloran. Por primera vez en su vida pueden correr a alguien para llorar. Los acaricio. A esos niños se les negó la infancia”.

Y es que el P. Chinchachoma tenía sus propios métodos para cambiar a los niños. Muchos habían estado en reformatorios. Si los veía fumando marihuana, les quitaba el cigarrillo y el padre se lo apagaba en su propio brazo. Tenía los dos brazos llenos de cicatrices. En cierta ocasión, un niño le dijo que él no iba a cambiar hasta que viera sangre, y entonces el Chincha se clavó un cuchillo en el estómago. Casi se muere, se lo tuvieron que llevar al hospital, pero afortunadamente se recuperó y el niño, llorando, cambió.

Este hombre fue un signo de contradicción que le llevó incluso a ser expulsado del país, acusado de “jefe de rateros”.

En la calle se está menos mal
Las crisis económicas que ha sufrido México han provocado que miles de niños acaben viviendo en la calle: familias desintegradas de comunidades populares, marginadas o indígenas que no ofrecen las satisfacciones mínimas para vivir, entre ellas el derecho más básico de todos: “el amor”. 

Un ambiente de alcoholismo y drogradicción, de permisividad sexual, donde lo común es repetir la propia experiencia de maltrato infantil y de abusos sexuales que ya sufrieron sus progenitores… Y es que en la calle se está menos mal.

Las estadísticas oficiales señalan que hay 528 mil niños viviendo en hogares en donde se da uno o varios tipos de maltrato. 

Por otro lado, entre las principales problemáticas de los niños de la calle está la desnutrición que sufre el 37.5%; el 14% tiene alguna discapacidad; el 10% padece alguna enfermedad y el 3% son adictos a los inhalantes.

Restituir los derechos negados
Con la llegada de los primeros niños, el Padre alquiló una casa e inició una obra que creció sin modelo preestablecido. Pero en 1979 se vio la necesidad de legalizarla, con lo que surgieron los Hogares Providencia cuyo objetivo es “restituir los derechos negados al niño o niña que vive, ha vivido o está en riego del desamparo”.

Los Hogares tienen una propuesta de modelo familiar, es decir, son hogares de puertas abiertas, a los que se les denomina “hogar dos” y están a cargo de dos adultos llamados “Tíos”, que son la figura paterna y materna dentro del hogar. Pero antes de esto había que crear los llamados hogares “uno” que habrían de ser de contención y, por decirlo de alguna manera, de “descallejerización”.

Este misionero español falleció hace pocos años, pero su obra se mantiene y son miles de niños los que han encontrado estabilidad emocional, salud, futuro y, sobre todo, su derecho más básico: el amor.

 

Explica su conversión: de budista a católica

La escritora Claire Ly 

Una escritora camboyana superviviendo de Pol Pot explica su conversión: de budista a católica 

«Sentí que Dios era tan grande que se arrodillaba ante mi libertad», dice Ly. En los campos de concentración mataron a sus padres y a su marido. 

Actualizado 24 octubre 2012 

Mar Velasco / ReL

 

«En los campos de concentración de la Camboya de Pol Pot, Claire Ly perdió a su marido y a sus padres, fusilados por el régimen de los jemeres rojos. De aquel infierno salió milagrosamente viva, y en aquellos años del genocidio comunista maduró su conversión del budismo al cristianismo. Una conversión que no fue repentina, sino el resultado de un largo camino que la ha llevado a reconocerse como una persona completamenterenovada en su encuentro con Cristo, sin necesidad de renunciar a sus raíces ni a su tradición. 

Exiliada en Francia desde 1979, escritora, profesora y madre de tres hijos, se convirtió al catolicismo en 1984, a los 36 años. Hoy, a través de sus conferencias, comparte su experiencia humana y espiritual e invita incansablemente a promover el diálogo entre ambas religiones.

Acaba de publicar en Francia su última novela, La Mangrove: à la croisée des chemins et des cultures (Manglares: en la encrucijada de culturas y religiones), sobre el encuentro entre dos mujeres con formas de vida muy distintas. Claire Ly, como el ecosistema de manglares, también se ha convertido en un lugar en el que el agua salada se mezcla con el agua dulce. Oriente y Occidente son sus dos fuentes.

La vida en el infierno
Su itinerario hacia Dios llegó directamente del Evangelio y de su encuentro personal con Cristo. Así explica Claire su conversión: “Recibí la gracia del bautismo el 24 de abril de 1983. Personalmente no he vivido mi conversión como una ruptura o un nuevo comienzo, la budista que había en mí no abordó el misterio de Jesucristo de una manera repentina, fue un largo viaje. Nací en 1946, en una familia acomodada de empresarios camboyanos. Me licencié en Derecho y Filosofía, fui profesora y trabajé en el Ministerio de Educación. Pero en 1975, con la llegada de los jemeres rojos fui deportada a un campo de trabajo. El régimen buscaba la “pureza” del país a base de “liberar” a Camboya de toda influencia exterior. Para lograr esta ideología utópica empezaron eliminando a todos los que podían resistir y los intelectuales fueron el blanco principal. Yo sobreviví en el campo como pude, obligada a trabajar en condiciones infrahumanas, presenciandoejecuciones sumarias y asistiendo al adoctrinamiento de los niños. Cuando tuve que asistir al fusilamiento de mi familia, los sentimientos de rebelión y el odio invadieron todo mi ser. Era imposible para mí mantener la calma en aquella vorágine de violencia”, recuerda.

La silenciosa compañía del “Dios de Occidente”
“Entonces me vi a mí misma como una mala budista y busqué, tal y como sugiere el budismo, un objeto mental sobre el que volcar toda mi negatividad, al que llamé –no me preguntéis por qué– ‘el Dios de Occidente’, al que me dediqué a insultar, como a un chivo expiatorio. Durante un tiempo, fue mi único interlocutor. Poco a poco me di cuenta de que este ‘Dios de Occidente’ me iba acompañando en mi supervivencia, y que mi fuerza no provenía de mí misma, sino de algún Otro. Sin embargo, todavía no acertaba a comprender qué ocurría”, reconoce.

El encuentro definitivo
“Después de vivir durante cuatro años en el campamento de Pol Pot, acompañada de algún modo por el sentimiento de este ‘Dios’, pude al fin exiliarme a Francia, donde un día cayó en mis manos la encíclica Dives in Misericordia de Juan Pablo II. Al leerla me entraron ganas de leer el Evangelio”, recuerda.

“Aquella fue una lectura que me fue preparando para acoger, al principio, las palabras de Jesús de Nazaret como las de un gran hombre, un gran maestro, un rabino. Mi educación budista me ayudó a entender más fácilmente la humanidad de Cristo que su divinidad. Estuve durante más de un año leyendo el Evangelio, hasta que un día sentí la curiosidad de ir a misa. Creo que frecuentar al hombre de Nazaret y la lectura del Evangelio fue lo que me llevó al misterio de Jesucristo en la Eucaristía, y a reconocerlo como verdadero Dios. Como sabréis, la tradición budista sitúa al hombre por encima de cualquier divinidad, porque solo él es capaz de romper de los ciclos de vida y muerte para aguardar la liberación final, el Nirvana. Sin embargo, durante esta primera celebración eucarística, me di cuenta de que la gloria de Dios no disminuye la grandeza del hombre. Sentí que Dios era tan grande, tan inmenso, que no se imponía a mi libertad, sino que se arrodillaba ante ella. Que Dios aún necesitaba mi consentimiento para ser plenamente Dios. Encontré el paralelismo entre mi propia libertad y el poder de Dios”, reflexiona.

Un Dios no excluyente, sino complementario
«Durante la misa, me invadió un deseo loco de llegar a ser discípula de Jesucristo. Este deseo tan irracional a los ojos de mi tradición, el budismo, fue el que me condujo más tarde a la necesidad de pedir el bautismo. Han pasado casi treinta años desde que pasé de la sabiduría de Buda a vivir la locura del amor de Jesucristo. Y siento que mi viaje es una aventura que se renueva a diario para alcanzar el diálogo entre la budista que habita en mí y la católica que soy».

«Me ha sido concedida en esta vida la inteligencia para confesar que Jesús es Cristo, el Señor, pero esta lucidez no ha sido un salto en el vacío, porque mi espíritu renovado no abolió todos los conocimientos acumulados durante mis años de budismo. Al contrario, todo ocurrió como si mi nueva esperanza en Jesucristo no hiciera más que completar, proporcionar un nuevo espacio a la budista que yo era”, asegura Claire.

“Y la cristiana no puede desdeñar ni despreciar a la antigua budista, porque continúa apoyándome en mi camino como católica a través de su cuestionamiento y su sabiduría, sigue siendo mi compañera de viaje: compartimos nuestras opiniones, nuestras creencias, nuestras esperanzas, nuestros éxitos y nuestros fracasos. Doy gracias al Espíritu del Señor por haberme permitido vivir esta hospitalidad, esta aceptación mutua, principios, sin duda de Reino de Dios”, sostiene.

Un libro para curar heridas
“Los personajes de mi libro, construido como una novela, son en el fondo aspectos de mi propia personalidad. Para mí ha sido el modo de tomar distancia sobre los acontecimientos vividos en Camboya durante la dictadura de los jemeres rojos, pero también para reelaborar la memoria y mirar hacia el fondo de mí misma. Yo, como muchos otros emigrantes, llevo dentro de mí dos culturas y tradiciones, y el diálogo interior no siempre es fácil».

«Es necesario llegar a encontrar las palabras justas sobre nuestra fractura interior”, explica Ly, que cree que el encuentro entre religiones es posible: “Es mi experiencia y mi esperanza. Pero este diálogo solo puede darse si cada uno acepta sus fracturas y heridas. A menudo no queremos ver los obstáculos y los aspectos más negativos que habitan en nosotros. Los inmigrantes, los exiliados, vivimos en la frontera entre dos culturas y tal vez entre dos maneras de vivir la fe, y podemos servir de mucha ayuda a la hora de elaborar el diálogo”, sostiene.

Reciprocidad y comprensión
Claire cree que para que el encuentro sea efectivo es necesario primero eliminar los prejuicios que existen en ambas partes: “Todo aquel que llega a un país extranjero no tiene necesariamente los códigos para leer la cultura en el contexto en el que se inserta. Y el que acoge, desearía que el otro se diera prisa en acostumbrarse. Pero hace falta tiempo. Los emigrantes estamos obligados a cambiar de piel, a convertirnos en otra cosa, sin que por ello reneguemos o renunciemos totalmente a nuestra cultura de origen. (La palabra “integración” no me gusta mucho, porque integrarse en algo implica siempre desintegrar algo anterior. Prefiero la palabra “adopción”). Lo importante es conseguir crear un diálogo en el que cada uno tenga algo que recibir y algo que dar, pero para esto es necesario no quedarse en la superficie, enfrentarse cara a cara con la verdad”, concluye Ly.