Actualizado 19 septiembre 2012
No es sólo hambre de “una golosina indigerible, o anhelo de cosas sobrenaturales e insólitas”, al decir del entonces obispo Albino Luciani, sino encuentro evidente con algo que parece mostrar esa realidad superior pero escondida. Y a veces esa realidad queda patente a los ojos del modo más sencillo e inocente. Porque por aquellos días de después andaba el vidente de Medjugorje, Ivan Dragicevic, por tierras italianas, en un maratón de oración organizado por la municipalidad de Monteforte, hasta el punto de que ese día se cerraron las escuelas. Pero no había nada nuevo, nada distinto, sino ese renovar la llamada a la oración, especialmente a la oración en las familias. «Quiero hacer hincapié, diría también Iván, en la renovación de la llamada de la Virgen a la oración por la paz, por la paz del mundo».
El papel que aparentemente ha de envolver la chuchería quizá es llamativo, pero su contenido no deja de ser antiguo como el Evangelio. Oración y penitencia.
Por eso cuando esos 25.000 peregrinos subieron con Mirjana, el pasado 2 de septiembre, para asistir a su “visión” recibieron un testimonio visual, más sencillo quizá, y evidente. Porque ya parafraseaba meses atrás el Papa a la santa abulense: «Estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, quieren poner su Iglesia por el suelo. No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios asuntos de poca importancia». Y quiso Mirjana evidenciarlo con unas lágrimas que, curiosamente, nos reconfortan. Porque en la aparición de este 2 de septiembre apunta el diario croata Vecernji List esa sensación de una vidente exhausta tras la aparición.
“Nuestra Señora habló sobre algunas cosas que todavía no puedo compartir con vosotros”, “cosas sobre acontecimientos del futuro”, diría Mirjana. Pero daba igual saber o no saber, el rostro de Mirjana se valía por si mismo. Y aunque el mensaje de María volvía a ser sencillo, antiguo como el Evangelio -“mi alma busca almas con las cuales desea ser una sola cosa, almas que hayan comprendido la importancia de la oración por aquellos hijos míos que no han conocido el Amor del Padre Celestial”- esa lágrimas de Mirjana decían más que mil palabras.
«Estase ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, quieren poner su Iglesia por el suelo.” Como si esas lágrimas hablaran de todo ello, sintieran todo ello, vislumbraran todo ello. Pero lágrimas que, curiosamente, parecen reconfortarnos con nuestros mismos sufrimientos, como si hubiera Alguien que sufre con nosotros y lo sufre con nosotros. Sí, en cierto modo esas lágrimas son un consuelo, porque nos evidencian que todo esto, al decir de la santa abulense, es una mala noche en una mala posada, y que hemos sido llamados para Mansión eterna. Y cuando tantas voces parecen querer decirnos con violencia que no es posible mejor paraíso que este, que esta mismidad sobre la que nos retorcemos, que no hay otra meta, otra misión, que lo que vemos… esas lágrimas nos reconcilian con el alma, con la oración, con una vocación a la eternidad, con una responsabilidad moral sobre los otros, sobre el mundo, con una vida, la nuestra que es gran cosa ante los ojos del Cielo. Por ello esas lágrimas parecen dejar el alma desnuda, abierta a entender esas palabras de la Gospa que trasladaría momentos después Mirjana:
“Os llamo porque tengo necesidad de vosotros. Aceptad la misión y no temáis: os haré fuertes. Os llenaré de mis gracias. Con mi amor os protegeré del espíritu del mal. Estaré con vosotros. Con mi presencia os consolaré en los momentos difíciles.”
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