Bendice la suerte que ha tenido

Hoy Judy bendice la suerte que ha tenido 

Tuvo una hija con 15 años, a los 19 iba a abortar… pero el médico del abortorio dio marcha atrás 

Sus dos hijos le dieron doce nietos que no habrían nacido, víctimas de la histórica sentencia Roe vs Wade. 

Actualizado 21 agosto 2012 

C.L. / ReL 

Lisa la hija mayor de Judy con sus siete hijos

Judy Schulte tiene 57 años, dos hijos y doce nietos. Es metodista. Está jubilada tras ejercer como maestra durante casi tres décadas, y vive en Goliad (Texas, Estados Unidos), donde trabaja como bibliotecaria. 

El primer embarazo

Quedó embarazada de Chuck en enero de 1970, cuando sólo tenía quince años. Todavía faltaban tres años para la sentencia Roe vs Wade con la que el Tribunal Supremo norteamericano legalizó el aborto en todo el país. «Me vi embarazada y fue una sorpresa total. Todos pasamos por una colección de emociones: alarma, preocupación, miedo, inquietud y confusión», cuenta.

Ninguna de las dos familias consideró el aborto: «Era ilegal en 1970, y para la mayor parte de la gente, inmoral también».  Solamente la madre de Judy («creo que por desesperación», dice), llegó a sugerir la idea un día, sentada al pie de la cama de su hija, pero inmediatamente «movió la cabeza, rechazó el asunto y no lo volvió a mencionar». 

Pero Judy cree que con hoy las cosas habrían sido distintas: «Si el aborto hubiera sido legal y accesible como es ahora, puede que mis padres lo hubiesen considerado como la salida fácil«.

El primer matrimonio

Así que siguieron adelante, a pesar de que no era nada fácil en una pequeña localidad texana ser una madre soltera adolescente en aquella época. Chuck y ella siguieron estudiando. Los padres del chico, católicos, no querían que se casaran porque sabían que «estadísticamente, nuestro matrimonio acabaría fracasando«. Sugirieron la adopción, pero los padres de Judy se negaron. La chica «no tenía ideas concretas al respecto», pero acabó secundando la propuesta de sus padres.

Las discusiones subieron de tono cuando los padres de Judy amenazaron a los padres de Chuck con denunciarle por estupro (pues él tenía 18 años) si no aceptaban formalizar la relación de alguna manera para asegurar el compromiso de Chuck con el mantenimiento del bebé. Así que al final consintieron en un matrimonio civil, cada uno se fue a vivir a su casa.

El divorcio

«Chuck y yo continuamos yendo al instituto. Yo ocultaba mi creciente tripita con vestidos y blusas amplios, me perdí muchas clases de primera hora porque me encontraba mal por la mañana, y luchaba contra las náuseas durante las largas y calurosas tardes», explica Judy. Al cabo de un tiempo, aunque los padres de Chuck no querían que viviesen juntos porque no estaban casados ante Dios, los de ella insistieron y acabaron llevándola consigo hasta que él terminó el bachillerato.

En septiembre nació Lisa y el siguiente curso Judy lo empezó como madre soltera: «Me perdí fiestas, juergas y partidos. Nunca asistí a un baile del colegio. A cambio, lavé ropa, salía de compras, cambiaba pañales… Y aprendí a no dormir de noche, a visitar el hospital, y sobre sarpullidos, vaporizadores y caquitas».

Al cabo de dos años, «como era previsible», Chuck y ella se divorciaron. Judy volvió con sus padres, pero vivir en casa «no era divertido»: «Estaba agotada y sola. Tenía gana de salir y volver a quedar, así que cuando un amigo me propuso una cita a ciegas, ¡no lo dudé! Tal vez necesitaba amor y atención, tal vez tenía ganas de irme de casa de mis padres, o tal vez era simplemente víctima de la época, pero… me enamoré inmediatamente«.

El segundo embarazo

Eran los setenta y la revolución sexual estaba en su apogeo: «Sexo sin culpa. Si te apetece, hazlo. Amor libre. Me acostumbré a estos eslóganes. Aparcando la prudencia, me sumergí de lleno en esta nueva relación y me sentía emocionada y feliz. Terry yo nos divertíamos juntos y me aproveché de mis padres como canguros tanto como pude. Creía que estábamos enamorados, y él lo era todo para mí».

En noviembre de 1973, Judy quedó embarazada de nuevo: «Aunque sólo tenía 19 años y aún era una adolescente, no era la niña inocente y frágil que era a los quince. Esta vez oculté mi embarazo a mis padres pensando que nos casaríamos pronto y todo iría bien. Me equivoqué».

«Terry se lavó las manos y dejó claro que no quería casarse conmigo. Incluso me acusó de querer cazarle quedándome embarazada a propósito. Y aunque le habían educado como católico, me dijo que abortara«, continúa Judy.

«Sintiéndome herida y traicionada, incluso desesperada, decidí que abortar era la única forma de demostrarle que no me había quedado embarazada deliberadamente», confiesa: tras la sentencia Roe vs Wade, «el aborto era ahora legal y fácil». «Yo era impresionable y me faltaba sentido común. Si hubiese sido entonces la persona que soy ahora, le habría mandado a paseo», confiesa.

Pero en aquel momento se dejó convencer, y Terry y ella se metieron en un coche para ir a Houston a matar a su hijo en un abortorio de Planned Parenthood.

¿Qué pasó aquel día por la mente del matarife?

«El edificio era grande, blanco y terrorífico. Abrumada por el miedo, subí las escaleras y entré. Terry me acompañó hasta la sala de espera, llena de chicas, la mayor parte de ellas jóvenes como yo. Algunas estaban solas y otras con sus madres. No recuerdo haber visto aquel día ningún hombre en la habitación», prosigue Judy.

Luego la llamaron, la condujeron a una pequeña oficina y la sentaron en una dura silla ante una mujer tras un escritorio: «Sacó unos papeles y sin levantar la vista y con modales de negocios me hizo algunas preguntas básicas. Me dio algunas instrucciones sobre cómo cuidar de mí misma tras el procedimiento, pero sobre el procedimiento en sí mismo no dijo una palabra».

«Volviendo la vista atrás, me doy cuenta de que no tenía ni idea de lo que suponía un aborto. Todo lo que sabía es que no quería seguir embarazada. No sabía cómo quitarían el feto o que iba a pasar. Cuando se completó el papeleo, una enfermera vino hasta mí. Era más amable, y la primera persona que me sonrió aquel día», recuerda.
 
La enfermera la acompañó a la sala de operaciones. Le pidió que se quitara la ropa de cintura para abajo, la cubrió con una sábana y se subió en la mesa de exploración separando en alto las rodillas: «Cuando se fue, me quedé abierta y expuesta, completamente empapada en miedo y terror y sin idea de lo que me esperaba».

«Cuando entró el doctor, seguido por la enfermera, él ni siquiera me miró. De forma rápida y aséptica fue hasta el extremo de la mesa de exploración, se calzó los guantes de cirujano y empezó el examen. Al cabo de un minuto, levantó bruscamente la cabeza, miró a la enfermera y le dijo fríamente: ´No lo podemos hacer. Está demasiado avanzado´. Todo lo que puedo recordar es una sacudida física, una explosión de alivio como si todo mi ser se hubiese relajado de golpe, y sin pensarlo exclamé: ´Gracias a Dios´. Entonces, por primera vez desde que entró en la habitación, aquel doctor me miró. Me volví a poner tensa al percibir la ira en sus ojos. Frunció el ceño y me espetó: ´Ahora tiene queirse a otra parte´. Sin esperar respuesta, se dio media vuelta y abandonó la habitación», explica Judy.

«No recuerdo haberme levantado de la mesa, ni siquiera haberme vestido. Todo lo que recuerdo es haber sentido un éxtasis de alivio y una tremenda necesidad de, literalmente, saltar de alegría. Salí del cuarto y busqué la salida. Volví a pasar por la sala de espera. Contemplé aquellos rostros hermosos y tristes y me inspiraron una enorme compasión. Recuerdo haber pensado lo afortunada que me sentía por no ser una de ellas», continúa Judy.

El segundo matrimonio

«Y entonces me encontré a Terry en las escaleras, fuera del edificio. Me miró y me preguntó: ´¿Y bien?´. ´No lo hice´, respondí. ´¿Qué?´, me preguntó, sorprendido. Le expliqué que el médico había dicho que el embarazo estaba demasiado avanzado y que tendría que ir a otro lugar para hacerlo. Vi también el alivio en sus ojos y agradecí mi suerte«, recuerda Judy: «No fuimos a otra clínica. Tal vez su formación católica sacó lo mejor de él. Tal vez, después de todo, se preocupaba por mí. Sólo sé que su corazón cambió y decidió casarse conmigo«.

Ante la extraña reacción del médico, Judy se pregunta a menudo qué pasó aquel día: «Yo no había hecho nada para merecer que Dios detuviese lo que iba a suceder aquel día, pero es imposible que yo estuviese de más de doce semanas, sólo había tenido dos faltas. Pero no me lo cuestiono más, porque me volvería loca. ¿Por qué yo? ¿Por qué no todas esas almas pobres y desdichadas de la sala de espera?».

A los seis meses y medio, nació Kenny. Hoy tiene 38 años, está casado, tiene cinco hijos y es ingeniero. En cuanto a Lisa, es bioquímica, está casada con un físico de Princeton y tienen siete niños. 

«Si el aborto hubiese sido legal y mis padres hubiesen decidido suprimir el embarazo,ninguno de mis nietos existiría hoy«, concluye Judy: «Todos hemos sido creados por Dios con un propósito en la vida y ninguno de ellos habría tenido la más mínima oportunidad de cumplir el suyo y desarrollar su potencial en este mundo si yo hubiese abortado a mis hijos».

Quienes sólo pueden imaginar…

Al escribir este testimonio, Judy Schulte piensa «en todas esas jóvenes abandonadas en las clínicas de abortos por novios que las abandonan para que pechen ellas solas con las consecuencias el resto de sus vidas; en esas mujeres a quienes, siendo jóvenes, las traiciona nuestra cultura haciéndoles creer que el feto no es un niño de verdad, y luego las victimiza con leyes que facilitan el aborto; en esas niñas que eligen el aborto en vez de la adopción porque nuestro gobierno hace más fácil matar a un niño que adoptarlo; en esas mujeres traumatizadas por un aborto juvenil, que sufren ahora depresión e incluso ideas de suicidio».

«Pienso en todas ellas», concluye, «porque sólo pueden imaginar aquello que perdieron«.

Pinche aquí para leer el testimonio completo de Judy Schulte (en inglés).

Luz Amparo, aquí uno de los tuyos

Actualizado 21 agosto 2012

Jesús García

Obediente hasta la muerte. Si una frase puede definir la vida de Luz Amparo Cuevas es esta. Aunque todos la recordarán siempre como la vidente de El Escorial, Luz Amparo fue eso y bastante más.

Reconozco que hasta no hace muchos años miraba con rechazo a todo el fenómeno de las apariciones de El Escorial. Fue hace unos cuatro años cuando mi amiga y “hermana mayor” María Vallejo-Nágera, me puso en contacto con el entorno de Luz Amparo, para echarles una mano escribiendo algún artículo defendiéndoles de los ataques que venían sufriendo desde los medios de comunicación de un tiempo a esa parte. Me negué, no por desprecio ni falta de interés, sino por falta de tiempo. Yo estaba terminando en aquel momento el libro sobre Medjugorje y ya tenía demasiadas apariciones en mi vida, como para meterme en otro jaleo semejante. Sin embargo, desde aquella llamada y en las dos semanas siguientes, no me pararon de llegar malas noticias sobre Luz Amparo y sus hijos espirituales por distintas fuentes. Recuerdo titulares de prensa que, a priori, se suponía amiga, en la que se acusaba a Luz Amparo de estafadora y cosas peores. Esa encarnizada persecución me hizo reflexionar y poder ver en ella el signo de autenticidad de la que me convencí pocos días después. Fue al visitar no a Luz Amparo ni el Prado de las apariciones, sino las residencias de ancianos levantadas por inspiración de Luz Amparo. Visité tres de ellas en apenas dos semanas, llevado de la mano de los mejores guías que podía tener: Pedro Besari, portavoz de la Asociación, y Miguel, amigo íntimo de Luz Amparo, el que más cerca de ella ha vivido el fenómeno. Al ver aquellas residencias, creí.

Creí y escribí artículos como este.

Creí porque en el Evangelio vemos que el Señor, además de su Palabra, de su predicación, de su revelación al Pueblo de Israel, ofrecía signos de credibilidad en forma de milagros. Él decía quien era y luego hacía milagros para confirmarlo.

Un milagro fue lo que vi disfrazado de residencias de ancianos en las casas de las Hermanas Reparadoras. Esas residencias, esas monjas, son signos de autenticidad mediante los cuales creer en el Evangelio. Quien no se lo crea, que vaya a verlas.

Yo había conocido alguna residencia de ancianos antes, pero estas eran diferentes. En ellas se respira un ambiente que no te puede llevar a otra cosa que al amor. Ver a ese ejército de hábitos blancos, formado por jóvenes chavalas que han dejado todo respondiendo a esa llamada, me conmovió hasta lo más profundo del alma. Esas residencias no son residencias, son hogares, los últimos hogares de la vida de los ancianos, en los que fallecen rodeados de cuidados, de mimos, de oraciones, de amores.

Los pequeños detalles te dicen tantas cosas sobre el amor…. Cada uno de los residentes tiene su nombre bordado en su servilleta, las habitaciones son recogidas, elegantes pero austeras, sencillas, y cada pasillo de esas casas está repleto de pequeños detalles que revelan un plus de dedicación entre una residencia cualquiera, por muy de lujo que fuera, y estas de las Hermanas Reparadoras. Ese plus no se compra ni con todo el oro del mundo. Se llama amor y solo puede venir de Dios.

Recuerdo con alegría ver en el salón de una de las casas a una anciana sentada en un sillón, rodeada de globos en tal medida que solo se la veía la cara. Era su cumpleaños y las hermanas la habían cubierto de tantos globos como años hacía ese día: 100. La anciana era una sonrisa perenne, como una niña a la que dedicaban la más grande las fiestas.

Visité después las habitaciones de las hermanas. Ahí, la austeridad lo ocupaba todo. Unas literas blancas y un pequeño armario componían su lugar de descanso. Nada más.

También me conmovió la capilla, el motor de la casa. Se notaba que esa capilla está usada, que se mantiene activa y no cerrada. ¡Esa capilla tenía vida! La oración, me dijeron las hermanas, era la fuente de todo lo que allí se vivía.

Unos días después conocí la comunidad donde viven las familias, y el seminario donde se forman sacerdotes para la diócesis de Madrid. El clima de alegría, amor, entrega, dedicación y oración lo inundaban todo. ¡Eran una fotografía viva de las primeras comunidades cristianas!

Comencé a escribir para prensa contando la verdad sobre Luz Amparo y sus seguidores. Incluso se llegó a barajar la posibilidad de hacer un libro, obra que finalmente llevó a término de forma magnífica el genial José María Zavala, con Las apariciones de El Escorial (Libros Libres).

Aunque la dicha de publicar el libro le correspondió a Zavala, a mí me quedó el honor y la alegría de contar con el testimonio de una de las hermanas para el libro ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?, en el que aproveché para contar tanto de Luz Amparo como pude, ¡y fue una gozada!

Sois muchos los que en varias ocasiones me poreguntáis qué me parece el tema de El Escorial, y qué queréis que os diga. Ya en más de una ocasión he dejado escrito que a estas alturas de la vida, yo ya sólo me fío de la gente que reza. No mefío de un cura porque sea cura, ni de una monja porque sea monja, ni de un padre de familia porque sea buen padre de familia. Me fío de la gente que en su día mete un buen rato a la oración, y lo que he podido ver en la casa de Luz Amparo, en sus comunidades y residencias, es que esa gente reza.

La vida de Luz Amparo será estudiada como una de las más grandes santas de la Iglesia, cuando la perspectiva del tiempo nos deje observarla con objetividad y amplitud de miras. No fue Luz Amparo “solo” vidente de la Virgen María. Fue también estigmática, sufriendo con frecuencia la Pasión del Señor en sus manos, pies, costado, frente y espalda. Fue fundadora de una obra mediante la que muchas almas están conociendo a Dios. Fue madre no solo de sus hijos, sino de un movimiento que está dando vida a la Iglesia. Pero sobre todo, por encima de vidente, mística o fundadora, Luz Amparo fue obediente. Obediente hasta la muerte.

Dos días después de su entierro, al que no quise faltar para “adoptar” a Luz Amparo como mi intercesora para toda la vida, puedo decir que aunque no la conocí en vida, sí que conozco a sus hijos espirituales, y que de alguna manera, yo soy uno de los suyos.

Luz Amparo, gracias.

 

Los derechos de «Lo que el viento se llevó»

Legado a la archidiócesis de Atlanta 

La mitad de los derechos de «Lo que el viento se llevó», para la Iglesia 

Joseph, el sobrino de Margaret Mitchell, murió en octubre. Su herencia incluye otros valiosos recuerdos de la autora de la novela. 

Actualizado 20 agosto 2012 

C.L. / ReL

 

La mitad de los derechos de autor de Lo que el viento se llevó serán a partir de ahora para la archidiócesis de Atlanta, en virtud del testamento del sobrino de la autora de la novela, Margaret Mitchell (1900-1949). 

Según informa Catholic News Service, Joseph Mitchell incluyó ese bien entre los bienes que ha dejado a la Iglesia, que incluyen una mansión y una importante cantidad de dinero, de la que ha pedido que se beneficie en particular la catedral de Cristo Rey de Atlanta.

Joseph murió en octubre a los 76 años, y era uno de los dos hijos de Stephens, el hermano de Margaret. El otro, Eugene, murió en 2007. Las raíces católicas de la familia Mitchell proceden de la madre de ambos, Maybelle, hija de John Stephens, irlandés, y Annie Fitzgerald, perteneciente a una de las más antiguas familias católicas de Georgia, donde Margaret fundó una asociación de laicos para explicar las doctrinas católicas y defender a la Iglesia de los ataques protestantes.

Es en Atlanta, la capital de ese estado, donde transcurre sobre todo la segunda parte de la novela, ganadora del Premio Pulitzer en 1937 y convertida en la película más célebre de la historia del cine tras ser llevada a la gran pantalla en 1939 por Victor Fleming (en realidad por casi media docena de directores que participaron en el rodaje) e interpretada por Clark GableVivien LeighOlivia de Havilland Leslie Howard.

Además de los citados bienes, el legado incluye una colección de primeras ediciones de la novela en diversos idiomas, y un original inédito de la historia de la familia Mitchell escrito por el padre de Margaret, Eugene Muse Mitchell, así como otros objetos personales de la escritora, entre ellos libros que le dedicó otra escritora católica georgiana, Flannery O´Connor (1925-1964).

La archidiócesis de Atlanta está muy agradecida por el legado: «Es un regalo magnífico», afirma Steve Swope, quien ha representado al arzobispo Wilton D. Gregory en la tramitación del testamento. No en vano la novela vende todavía 75.000 ejemplares al año sólo en Estados Unidos. Monseñor Gregory mantendrá la custodia de esos derechos a través de la institución y los abogados creados para ello por los sobrinos de Margaret Mitchell, de forma que Lo que el viento se llevó «mantenga la más vasta audiencia posible y de forma respetuosa y digna», dijo Swope.

En cuanto al dinero destinado al fondo de mantenimiento de la catedral, según el deseo de Joseph, el arzobispo ha decidido destinar 3,5 millones de dólares a obras de caridad, además de otras cantidades a otros conceptos de utilidad para la archidiócesis.