«Touchback», la película que convirtió a Brian Presley

¿Cambiarías todo lo que amas por todo lo que quieres?

«Touchback», la película que convirtió a Brian Presley, su protagonista y productor 

Se estrenó este viernes en Estados Unidos, y el guión es una historia de las llamadas «inspiradoras». 

Actualizado 15 abril 2012

E.R. y C.L. / ReL

Scott Murphy (Brian Presley) es un granjero que saca adelante, entre la desgana y la tentación del alcohol, su trabajo y su familia. Pero no ha logrado superar su frustración. Cuando era joven era una estrella de fútbol americano con una proyección inaudita, y rozaba la gloria del éxito, del dinero y de «llevarse a la más guapa».

Pero un salto maldito en un partido le rompió la pierna inutilizándole para el deporte, sellando su destino y su actual desazón. Casado y con dos hijas, los días del triunfo no se le han olvidado.

Menos todavía cuando, misteriosamente, un viaje en el tiempo le lleva de nuevo a aquellos días, a las fechas previas al partido de la lesión. Allí se encontrará con sus padres, con su novia, con su entrenador, Hand (Kurt Russell)… y con una decisión que tomar: ¿repetir, o no repetir la jugada que arruinó su carrera?

Éste es el planteamiento de Touchback, película dirigida por Don Handfield (ver abajo el tráiler) y producida por el mismo Presley, estrenada este viernes en Estados Unidos y que está recibiendo las alabanzas de todos los sectores cristianos del país, bajo el rótulo de moda: «Inspiradora».

Un debate entre el éxito del amor familiar y el éxito de la gloria deportiva, que tiene un mensaje directo que transmitir. Y lo hace dentro del mundo del fútbol americano, sin que ello sea más que el contexto. La promoción se presenta bajo un interrogante: «¿Cambiarías todo lo que amas por todo lo que quieres?». Una especie de Family man (la película que Brett Ratner dirigió en 2000, con Nicolas Cage yTéa Leoni), a la inversa en cuanto a los términos del viaje temporal y la situación de partida de los personajes.

Brian Presley, de 34 años, es un actor en pleno despegue y con cierto parecido físico a Jim Caviezel (el Jesús de La Pasión de Mel Gibson), es una persona comprometida con Dios y que volvió a Él tras un camino semejante al de su protagonista.

Como cuenta en el testimonio que ha ofrecido a raíz del estreno de Touchback (ver abajo el testimonio), tras jugar fútbol americano durante tres años llegó a California con la idea de ser actor, y también creó una productora, Freedom Films, para hacer películas que promoviesen los valores familiares y cumplir la voluntad de Dios, y terminó haciendo películas que promovían «todo lo contrario» y convirtiéndose solamente en «una estrella de cine».

Pero en 2006 llegó su película de mayor inversión, Regreso al infierno (que protagonizó junto a Samuel L. Jackson Jessica Biel), justo cuando su mujer y él estaban esperando su primer hijo. Pero el film, que aspiraba a los Oscar, tuvo problemas, la distribuidora lo retiró, y acabó perdiendo mucho dinero. Empezó a beber, a «alejarse de la Iglesia, de Dios, de su mujer«: «Mi vida estaba en un agujero tan profundo… estaba verdaderamente perdido».

Entonces un amigo le llamó para ofrecerle un guión: «Una historia de un hombre que, aunque en diferentes circunstancias, estaba en una situación como la mía». Ese guión, dice Presley, el guión de Touchback, «fue un regalo de Dios», porque le hizo ver el camino errado que estaba llevando y cómo estaba desperdiciando su vida.

«Hay un momento en la película en el que mi personaje finalmente comprende el sentido de la vida, se da cuenta de que verdaderamente lo tiene todo: su familia, su mujer, sus dos hijas»… Por eso Touchback fue «un regalo de Dios» para él, y espera que lo sea para los demás.

El descubridor del síndrome de Down, más cerca a los altares

El investigador francés Jérôme Lejeune

Actualizado 16 abril 2012

Aci

Esta semana se cerró en Notre Dame (Francia) la fase investigativa del proceso de beatificación del médico e investigador francés Jérôme Lejeune, padre de la genética moderna y mundialmente reconocido como descubridor del síndrome de Down.

En 2004, Fiorenzo Angelini, presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, solicitó el inicio del proceso, a diez años de la muerte del científico, que fue abierto en 2007.

Años antes, en 1997, Juan Pablo II, en la Jornada Mundial de la Juventud de París, fue a rezar ante la tumba del que consideró su amigo y llegó a ser el primer presidente de la Academia Pontificia para la Vida.

Lejeune soñaba con curar el síndrome de Down, para ello creó una fundación en Francia dedicada a la investigación y tratamiento no sólo de este mal, sino también de otros síndromes de enfermedades mentales genéticos. Este centro continúa hoy su trabajo y cuenta además con un comité que ayuda a diferentes grupos en todo el mundo.

En 1969, pese a que era muy considerado en todos los centros de investigación del mundo, se le cerraron repentinamente todas las puertas ya que fue claro en mostrar su postura contra el aborto en ese tiempo en que iniciaron las campañas abortistas en Europa y Estados Unidos.

En el libro «Life is a Blessing: a biography of Jerome Lejeune» (La vida es una bendición: una biografía de Jérôme Lejeune), su hija Clara cuenta que el rechazo a su postura contra el aborto fue a tal extremo que nadie se interesó cuando hizo su descubrimiento.

En 1971 realizó un discurso en el National Institute for Health y después de esto mandó un mensaje a su esposa en que dijo: «hoy perdí mi Premio Nobel». En el discurso se refirió al aborto diciendo: «Ustedes están transformando su instituto de salud en un instituto de muerte».

Oración para pedir la beatificación de Lejeune

«Oh Dios, que creaste al hombre a tu imagen y lo destinaste a compartir tu Gloria, te damos gracias por haberle dado a tu Iglesia el profesor Jerôme Lejeune, eminente servidor de la vida.

Él supo poner su penetrante inteligencia y su fe profunda al servicio de la defensa de la vida humana, especialmente de la vida en gestación, en el incansable empeño de cuidarla y sanarla. Testigo apasionado de la verdad y de la caridad, supo reconciliar, ante los ojos del mundo contemporáneo, la fe y la razón.

Concédenos por su intercesión, según tu voluntad, la gracia que te pedimos, con la esperanza de que pronto sea contado entre el número de tus santos. Amén».

Con aprobación eclesiástica, Mons. André Vingt-Trois, Arzobispo de París.

Se ruega comunicar las gracias recibidas a: Postulación de la Causa de beatificación y canonización del Siervo de Dios Jérôme Lejeune Abbaye Saint-Wandrille, F-76490 Saint-Wandrille, Francia.

El testimonio de Matt Gibson

Le rescató del pozo una hermosa chica católica y se convirtió cuando la vio comulgar 

Era luterano y «perfecto», hasta que un día dejó de ser casto. Luego se bastó él solo para meterse en líos. 

Actualizado 15 abril 2012

 ReL

«Mi nombre es Matt Gibson y tengo 33 años»: así empieza su historia un joven converso que la ha relatado a Stephen Ray, converso él mismo y que recoge y difunde testimonios similares de personas que encuentran a Dios y a la Iglesia tras un pasado alejado de ambos.

Un chico poco problemático

Matt empieza explicando que era luterano y casi «perfecto». Criado en una familia devota -dos de sus tíos abuelos eran pastores-, iba casi todos los domingos a la iglesia: «Formaba parte del coro y era monaguillo y presidente del club juvenil de la iglesia luterana de San Pablo en North Star (Ohio, Estados Unidos). Estaba orgulloso de mi fe y discutía hasta la extenuación con mis amigos católicos».

En la época del instituto, dice, «creía ser un buen chico: no salía de fiesta, no bebía, no tomaba drogas, estudiaba mucho y nunca tuve ningún problema. Quería conservar mi virginidad hasta el matrimonio. El futuro era brillante».

Espiral de destrucción

Pero al llegar a la universidad, dejó de ser casto: «Empecé a salir y me eché una novia formal. A medida que profundizábamos en la relación, la tentación del sexo se hacía cada vez más fuerte. Tan fuerte, que sucumbimos a ella. Durante los siguientes ocho años, eso se convirtió en un problema para mí. Empecé a vivir una vida muy poco casta. Ahora me doy cuenta de que no la quería, pero estaba esclavizado al sexo y a esa forma de vida. Mi estilo de vida se convirtió en muy destructivo, porque cuando nos separamos, empecé a beber en abundancia. Todos los días».

Roto el dique, no dudó en meterse en líos: «Comencé a fumar hierba y a probar otras drogas. Decidí que sería siempre el rey de la fiesta y durante dos años fui a tantas que tuve que abandonar los estudios universitarios, y me puse a trabajar a tiempo completo para tener dinero para más juergas. Salté de relación en relación, de chica en chica, sin consideración a si les estaba haciendo daño. Todo lo que quería era satisfacer mis deseos y caprichos. Pasaba la noche en los bares y debía miles de dólares«.

En esa época sus padres se divorciaron, y Matt, totalmente roto, cayó en una profunda depresión: «Empecé a tener idea suicidas. Sabía que la espiral en la que me había metido iba a tener un fin, pero tenía miedo de que el precio fuese mi vida».

Melanie, el ángel

Justo entonces, apareció Melanie, una joven católica: «El Señor me envió un ángel», dice. «Para mí fue un amor a primera vista. Era hermosa, amable, simpática. Escuchó todos mis problemas. Me sentía mejor cuando estaba con ella. Quería ser un hombre mejor para ella«.

Y a los tres años se casaron en Russia, Ohio, en la parroquia católica de St Remy. «Yo le había pedido que no me forzase a hacerme católico. Para ser sincero, no tenía la menor intención de hacerme católico. Pero, por otro lado, no sentía mi corazón lleno con la fe luterana. Intenté llenar ese vacío con asuntos mundanos, pero no lo conseguí. Al final decidí ir a misa con mi mujer los domingos, para estar más con ella y porque me quedaba más cerca que la iglesia luterana».

La conversión

Fue así como Matt, en plena inquietud religiosa, asistió a durante unos meses a las que fueron realmente sus primeras misas, más allá de momentos protocolarios, como su propia boda: «Me sentaba y no participaba, pero empecé a prestar atención a la consagración y a la comunión. Hasta que un día vi cómo mi mujer se levantaba para ir a comulgar, y me invadió un deseo de acompañarla. Algo en mi alma empezó a decirme que yo también quería recibir la Eucaristía. Dios me estaba llamando».

Aquel día, obviamente, no lo hizo, pero al poco tiempo le confesó a Melanie y a sus suegros que quería ser católico: «Se quedaron con la boca abierta. Luego supe que habían estado rezando por mí, para que eso sucediera. Y empecé a asistir a las clases de catecismo».

Su testimonio es sencillo, pero claro. Todo cambió en su vida: «Tiré por la ventana mis prejuicios sobre el catolicismo. Había crecido sin saber nada sobre el rosario o sobre sacramentos como la confesión o sobre la Virgen María. Comprendí que la Iglesia católica es la Iglesia de Dios, y que es verdaderamente hermosa».

La vida de Dios

Y el día de su confirmación fue también el de su primera comunión: «Mi padrino me dijo que hay un momento en la vida en que tienes que dejar de vivir tu vida y la vida que el mundo quiere que vivas, y empezar a vivir la vida que quiere Dios. Porque Dios quiere que seas feliz en esta vida, pero sobre todo en la vida futura».

Hoy Melanie y él tienen dos hijos, y justo en estas fechas su mujer está saliendo de cuentas del tercero. No saben si es chico o chica: «Si es chico, le llamaremos José Gerardo. Si es chica, Catalina Faustina».

Como Santa Faustina, apóstol de esa Divina Misericordia que se celebra este segundo domingo de Pascua. Si ha nacido hoy… ¿qué mejor señal de la misericordia que usó Dios con su padre?