Declarada «Justa entre las Naciones»

Una judía halla y se reencuentra con la monja que le salvó la vida en el Holocausto 70 años después

Un sacerdote y la religiosa son honrados por salvar niños judíos en Francia durante el régimen nazi.

Actualizado 6 marzo 2012

ReL

Setenta años después de haber desafíado a los nazis y haber salvado la vida de dos niñas y un niño judíos franceses durante el Holocausto, Joseph Caupert, un sacerdote ya fallecido, y la hermana Marie Emilienne fueron honrados la semana pasada como “Justos entre las Naciones”, un reconocimiento otorgado a aquellos que con gran valentía ayudaron a rescatar a judíos de los campos de concentración.

Ninguno de los pequeños sabían que habían sido salvados hasta que en la década de los 90 uno de ellos comenzó a indagar su pasado, más de 45 años después de la caída del régimen de Hitler.

Ambos religiosos, el sacerdote representado por su sobrino, fueron galardonados con una medalla y un certificado de honor en una ceremonia celebrada en el Museo del Holocausto de Jerusalén y en la que estuvo presente Gabriellle Hochman, una de las niñas sobrevivientes al ser escondida en el orfanato católico supervisados por el sacerdote y la religiosa.

En 1923 David y Hella-Zyssa Hochman dejaron Polonia para dirigirse a Francia, estableciéndose en la ciudad de Metz. Allí tuvieron dos niños, Annie y René, y luego de la invasión alemana en 1940 se mudaron a Niza, donde nació Gabrielle (en la foto junto con la hermana Marie).

Tres años después, las fuerzas italianas gobernaron la región luego de la ocupación nazi y los Hochman entregaron a sus tres niños a una organización humanitaria judía francesaOeuvre de Secours aux Enfants (OSE), entidad que salvó durante la guerra a aproximadamente 5.000 niños, incluyendo no judíos.

Los padres Hochman fueron a esconderse a otro lado, pero la madre fue enviada a Auschwitz luego de que la Gestapo la capturara cuando iba a visitar a sus hijosFue asesinada por los nazis el 2 de noviembre de 1942.
El padre, con ayuda de su cuñado católico, escondió a sus hijos en otro lado, en un convento en Mener bajo la supervisión del padre Joseph Caupert y la madre superiora Marie Rose Brugeron. 

Ellos y la hermana Marie-Emilienne arriesgaron sus vidas al mantener en estricto secreto la identidad judía de las niñas, y la religiosa protegió a Gabrielle cuando estuvo en peligro de los nazis. Ella ni siquiera reveló la identidad judía de la niña a la monja que la estaba cuidando.

Luego de la guerra, el padre y sus dos hijas se reunieron pero nunca discutieron sus experiencias del Holocausto. El destino de su hermano René todavía es desconocido. Gabi comenzó a hacer preguntas en los años ’90 y se dirigió a la Asociación de Niños Judíos Escondidos durante el Holocausto.

La OSE encontró su nombre en una lista de chicos que fueron escondidos en secreto. Viajó a Francia en 1994 para encontrarse con la hermana Marie-Emilienne, quien fue honrada tres años después en Mende.

A sus 90 años, la religiosa recuerda las constantes visitas de los nazis al convento. «La fuerza de Dios era la única luz en la oscuridad en aquellos días», rememora.

«La fe guió nuestras acciones, junto al respeto por la persona humana. El buen Dios dijo: ´Ama a tu prójimo como a ti mismo», añade.

Hoy Gabi es madre de dos hijas y una abuela feliz. Su hermana Annie, que también fue salvada de los nazis, desapareció en los años 60.

 

Despedida dos veces por estar embarazada

La valenciana María Carmen Mateu

Madre de cuatro hijos, despedida dos veces por estar embarazada

Actualizado 7 marzo 2012

Europa Press

Una mujer valenciana casada y madre de cuatro hijos, que ha sido despedida en dos ocasiones de su trabajo en sendas multinacionales por estar embarazada, viajará el domingo a Nueva York invitada por varias ONG católicas para defender ante la ONU el valor de la maternidad y la no discriminación de las embarazadas.

Según ha informado el Arzobispado de Valencia en un comunicado, María Carmen Mateu es presidenta del Instituto de Política Familiar (IPF) de la Comunitat Valenciana y actuará como ponente ante la Organización de Naciones Unidas (ONU), donde ya intervino en 2010, ante la Comisión Ejecutiva de la Mujer.

Mateu ha lamentado que «desde hace tiempo, se vincula la salud materna con el ´derecho´ al aborto y a la planificación familiar, y la mayoría de los fondos destinados al cumplimiento de este objetivo se destinan a que las mujeres no tengan hijos», aunque a su juicio, estos fondos deberían destinarse «a que las mujeres, en particular, y las familias, en general, puedan tener el número de hijos que deseen mediante unas políticas de apoyo a la natalidad, y no de sustento del aborto».

Además, ha destacado que la celebración del Día Internacional de la Mujer, el próximo 8 de marzo, «es un buen momento para resaltar el indispensable papel de las mujeres como madres, esposas, en el hogar, así como trabajadoras fuera del hogar».

«Es esencial reconocer no solo el trabajo remunerado, sino también el trabajo no remunerado de las mujeres en la casa: son las dos caras de una misma moneda, y su labor en ambos papeles es fundamental», ha agregado Mateu.

En una entrevista, recuerda cómo fue «despedida de dos multinacionales por ser madre» y detalla que incluso en la última el motivo del despido fue «por estar embarazada».

Sin embargo, Mateu asegura que da gracias a Dios por esos despidos «porque han sido la forma en la que he entendido el valor de la maternidad, lo importante que es estar abierta a los planes de Dios».

«En esos momentos no coincidían con los míos pero ahora veo que debo dar las gracias porque entiendo que eran los planes que él tenía reservados para mí», ha concluido.

La madre Teresa de El Cairo

¿Nobel de la Paz 2012?

El amor que irrumpe en el infierno de los basurales: Maggie Gobran, la madre Teresa de El Cairo

Cristiana copta de una familia bien de Egipto, profesora de prestigio en la Universidad, esposa y madre… dedicada a servir a los más pobres.

Actualizado 7 marzo 2012

Rosa Cuervas-Mons/Alba

Paseaba por aquel barrio-pocilga cuando percibió movimiento en un montón de basura. Cautelosa, se acercó y comenzó a excavar para comprobar con horror que había un bebé enterrado, literalmente, bajo desperdicios de comida, restos de plástico, cartones, peligrosas latas de metal y mucha, muchísima, suciedad. A pocos centímetros, otro bebé en las mismas condiciones. Pensó en sus dos hijas, a las que nunca había faltado nada, y entendió que su vida, tal como la conocía hasta ese momento, había desaparecido. Dios le pedía algo más.

Meses antes de aquella visita de Semana Santa al slum Manshiyat Naser, también conocido comoGarbage City (‘ciudad basurero’), Maggie Gobran había despedido para siempre a una tía suya muy querida que había dedicado su vida a los necesitados. En su funeral, Maggie -cristiana copta de una familia bien de El Cairo, profesora de prestigio en la Universidad, esposa y madre-, que entonces tenía 35 años, sintió que debía hacer algo por los demás, continuar el legado generoso de la hermana de su padre.

Zapatos de talla grande

Comenzó a frecuentar aquel infierno de miseria, enfermedad, desorden sexual y familiar que es la ciudad basurero tratando de llevar algo de consuelo y ayuda a sus hermanos en la fe -y también a la minoría musulmana de zabbaleen- hasta que un día vio a una joven viuda que le pedía unos zapatos para su hija pequeña. Maggie se llevó a la niña a una zapatería para que ella misma eligiera el par que quisiera. Ya con sus zapatos en la mano, la niña preguntó al dependiente si podría cambiarlos por unos algo más grandes. “Mejor se los llevo a mi madre. Ella tampoco tiene zapatos”, dijo la pequeña.

Aquello, “ver a una niña que carece de todo preocupándose antes por su madre que por ella”, descolocó el corazón de Maggie, que hasta entonces había vestido modelos elegantes, zapatos caros y joyas y que, una vez al año, viajaba con su familia a Europa para adquirir las prendas que marcaban tendencia en el Viejo Continente y lucirlas luego en las fiestas de sociedad.
Comenzó a leer la Biblia -de arriba a abajo cada año- en busca de respuestas y las encontró: “Y si derramares tu alma al hambriento, y saciares el alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía”.

Puso en marcha una organización –Stephen’s Children, en memoria del primer mártir- y cambió sus trajes caros por blusa, falda y velo en blanco absoluto. Vendió sus joyas, reunió dinero y aprendió a hablar el lenguaje de los pobres.

“Nadie”, explica a ALBA, “puede imaginar cómo es vivir entre ese olor hasta que va allí y lo comprueba”. Pero Gobran cree en la esperanza y en que, incluso en sitios como ese basurero, se puede alimentar el amor: “He visto a una madre compartiendo los desperdicios con un vecino y a un hombre partir la galleta que le acabábamos de dar con un viejo amigo”.

Veinte años después de aquel día que cambió su vida, la fundación de Gobran ha ayudado a 30.000 familias de Manshiyat Naser gracias al trabajo de más de 1.500 voluntarios y trabajadores, muchos de ellos antiguos recolectores de basura que fueron tocados un día por la mano de Maggie, mamá Maggie, como la llaman ellos.

Gripe porcina

El slum es ahora la casa de Maggie. A diario se acerca a ese lugar en el que familias enteras sobreviven con menos de dos dólares al día. Al anochecer los varones salen del suburbio en carros tirados por burros o en destartaladas furgonetas y recorren la ciudad de El Cairo recogiendo la basura.

De vuelta a Mokattam la descargan y almacenan en las casas o, cuando estas se llenan, en las calles cercanas. Entonces las mujeres y los niños comienzan su labor: separan los desperdicios orgánicos -con los que algunos, los más desesperados, se alimentan- del plástico y los metales. Cada familia se especializa en un tipo de reciclaje que luego revende o envía a fundiciones para obtener algunas monedas y poder, quizá, alimentar a los suyos.

Hasta 2009 era posible ver entre la basura a piaras de cerdos que contribuían a las labores de reciclaje acabando con los restos orgánicos y que, además, podían más tarde ser vendidas en los mercados. Pero la llegada de la gripe porcina abrió la puerta para que el Gobierno egipcio, muy poco sensible a la realidad de los zabbaleen, decretara la eliminación de los cerdos y, con ella, una de las fuentes de ingreso de los pobres.

La revolución árabe tampoco ha beneficiado a la minoría cristiana de Egipto, que teme que, a la miseria, se una ahora la violencia de los musulmanes radicales. Y ya ha habido casos. El pasado verano, tras la quema de una iglesia, varios jóvenes zabbaleen salieron a protestar contra los musulmanes. El ejército intervino y muchos cristianos fueron abatidos a tiros.

Allí, en medio del dolor y la miseria, mamá Maggie organiza cada semana visitas a domicilio. Junto a ella, el equipo de Stephen’s Children ayuda a las madres de familia a criar a sus hijos en unas mejores condiciones de salud e higiene. También les hablan, y mucho, de la palabra de Dios “cuando uno no tiene nada, Dios se convierte en Todo”- y hacen lo posible por escolarizar a los más pequeños, para que puedan ganarse la vida de una forma diferente. La fundación cuenta, además, con asistencia médica y campamentos de verano para los pequeños.

A un paso del suicidio

Actividades cada vez más numerosas y más variadas que tienen, eso sí, una única palabra como pilar común: amor. “Que los niños descubran el amor de Cristo y ver, en cada uno de esos rostros a los que llegamos, el rostro y el amor de Dios”.

Mamá Maggie ve, en cada uno de esos niños que pasan “hambre cada día y cada hora”, un camino directo hacia el amor de Dios -“cuando toco a un niño, toco a Jesús. Cuando escucho a un pequeño, escucho el amor de Dios a los hombres”-.

Su apodo, el de mamá Maggie, lo luce con orgullo. El otro que le han otorgado, no los niños a los que ayuda, sino los adultos que la ven trabajar, es el de la madre Teresa de El Cairo. “No soy digna ni de atar las sandalias a la madre Teresa, pero sí, ella es mi inspiración y siento que está a mi lado”, responde Maggie, que cada día, al levantarse, mira la foto de la beata de Calcuta que preside su dormitorio.

Cuenta que, para ella, lo más difícil de su misión no es curar pies putrefactos o tender la mano a quien vive sin lavarse entre la basura. Lo más difícil, dice, es mantener el corazón puro y conocer al Todopoderoso. Para lograrlo tiene su propio método: “Haz callar a tu cuerpo para escuchar tus palabras. Acalla tu boca y escucha a tus pensamientos. Acalla tus pensamientos y escucha a tu corazón latiendo. Haz callar a tu corazón y escucha a tu espíritu. Haz callar a tu espíritu y escucha Su espíritu”. Primero unos minutos al día, luego un día cada mes, y ahora dos días cada dos semanas, la fundadora de Stephen’s Children se aísla para escuchar. “En el silencio”, dice mamá Maggie, “se saborea la eternidad”.

Ese silencio que un día Dios aprovechó para pedirle un cambio de rumbo. “No elegimos”, recuerda mamá Maggie, “dónde nacer, pero sí elegimos ser santos o pecadores. Quien quiera ser santo, debe ponerse en manos de Dios y hacer lo que Él le pide”.

Ella lo hizo y, veinte años después, los frutos de aquel camino que emprendió le hacen comprender que no estaba equivocada. Como aquel día que un joven del slum le confesó que planeaba suicidarse cuando vio aparecer a una señora vestida de blanco que le habló del amor de Dios y cambió su vida para siempre.

¿Nobel de la Paz?

Después de conocer el trabajo de Maggie Gobran, un grupo de congresistas estadounidenses envió una carta a la comisión del famoso premio Nobel de la Paz para pedir que se incluya a mamá Maggie entre los nominados de 2012. Asombrados por la profunda convicción religiosa de esta mujer “que, vestida completamente de blanco, parece una presencia angelical”, los congresistas valoran su “incansable labor en favor de los pobres que ha ayudado a miles de familias, sobre todo niños, de Egipto. Ella da voz a los más pobres”. Los pobres entre los pobres, que decía la madre Teresa de Calcuta, premio Nobel de la Paz en 1979.

Un seminario sobre el Espíritu Santo le transformó

Drogadicto, prostituto, asesino y convicto de por vida… pero Dios cambió su corazón

Su madre le odiaba, se vendía por dinero, robaba y se drogaba, en la cárcel le violaron, mató a un hombre a golpes y fue condenado a pasar el resto de su vida entre rejas. Pero cuando le predicaron el amor de Dios supo que podía ser libre de verdad.

Actualizado 7 marzo 2012

Pablo J. Ginés/ReL

Flame Ministries (www.flameministries.org) es una comunidad católica de evangelización y predicación itinerante, con sede en Perth (Australia), pero con actividad en muchos países de habla inglesa. En Estados Unidos conocieron a Danny Costello, un hombre condenado a cadena perpetua por asesinato, con un pasado durísimo, pero que hoy predica en la cárcel a Jesucristo y su poder transformador. Falem Ministries ha divulgado su historia.

«Ya no me importa si estoy dentro o fuera de la cárcel, siempre predicaré la verdad de Jesucristo, porque en mi interior ahora soy plenamente libre, Él me liberó y siempre le estaré agradecido», afirma Costello. Lo impresionante en esta historia es la acumulación de oscuridad y pobrezas en el pasado de Danny Costello.

Una madre que le odiaba
Todo empezó antes incluso de sus primeros recuerdos: su madre intentó matarle porque ella quería una niña. Él sobrevivió, pero ella le pegaría y despreciaría toda su infancia: «me escupía en la cara y me decía que no era mi madre y que por qué no me iba y me moría de una vez».

Empezó a fumar porros y beber alcohol con 8 años. Su madre no le dejaba ir a la escuela. Él se escapaba, se juntaba con pandillas, entraba y salía de casas de acogida donde no le importaba a nadie. «Si mi madre no me quiere, es que nadie me va a querer«, pensaba. Era un crío pero ya robaba en gasolineras y entraba en casas para llevarse lo que encontrara. Mendigaba para pagarse vino barato, pasaba algún tiempo en centros de detención de menores y comía a veces de los cubos de basura.

Cobrar por sexo 
Un día, en la cola para la sopa de los sin techo, conoció a un hombre homosexual que le convenció para que se acostase con él. De esa experiencia sacó una conclusión: nadie le quería, pero eso, el sexo, era algo que algunos deseaban de él, probablemente lo único que los demás querían de él. Pasó tres meses en prisión por robos en casas, y al volver a su barrio unos amigos le llevaron a un bar gay y le dijeron que en vez de robar «nos pagarán a cambio de sexo». «Estais locos, yo no soy un maricón«, les dijo. «Tío, en este bloque lo hace todo el mundo».

Así, antes de los 15 años, Danny se estableció como prostituto homosexual, y consiguió dinero para volcarse en las drogas duras. Pensaba que ahora sí había gente que le quería, le pagaba, le compraba ropa. Pero no era feliz, no tenía un hogar y a veces dormía en las calles o en cementerios, «donde a la gente le daba miedo entrar y no me molestaban». Aún así, no dejó de ir con bandas, dañar gente, robar… y le volvieron a encerrar una temporada por prender fuego a una casa.

La oración que salvó su vida… un tiempo
En la víspera de Año Nuevo, en 1978, Danny y algunos más montaron una fiesta a la que acudió una chica. Después se enteró que fue ella la que llenó de droga su bebida, una sobredosis que le dejó paralizado, inerme, tres días en el suelo de aquella casa. «Aún no sé por qué lo hizo», explica. Finalmente, una señora que trabajaba en el piso de abajo lo encontró, llamó a su familia y al teléfono de emergencia. Danny afirma que según los doctores su corazón se había parado y le daban por muerto, pero su padre, que había acudido, lloraba y rezaba y para asombro de los médicos su corazón volvió a latir.

Después de un tiempo en coma y tres meses en un hospital mental (temían que intentase suicidarse), Danny volvió a la calle… y a tomar drogas. Su madre seguía rechazándole así que dejó su familia en 1979. No volvió a verla. Tenía 16 años. Enseguida lo encarcelaron otra vez y dos presos mayores lo violaron en prisión, ante la pasividad, asegura Danny, de la policía.

Fue en esa cárcel donde oyó por primera vez hablar del amor de Jesús, su única experiencia de calor en un sitio frío. Pero fue fugaz. Tenía que mostrarse duro, hacerse un cuchillo chapucero y llevarlo siempre consigo, intentar ser peor que todos los demás, para protegerse, «cuando en tu interior eres un niño pequeño que llora pidiendo amor y ayuda».

Cuatro años después fue puesto en libertad. Sin dinero ni ningún lugar donde ir, volvió al circuito de bares gay. Consiguió un trabajo regular allí, y un amante homosexual 13 años mayor que le mantenía. Pero él no se sentía gay: «yo quería una mujer y niños, y darles el amor que nunca tuve», afirma.

Su amante le expulsó un día que le vio besando a una chica. También le echaron del trabajo. Volvió a vender marihuana, anfetaminas, pastillas y su cuerpo por las calles.

Explosión de rabia asesina
Un día un homosexual le contrató, le llevó a su casa, se emborracharon y drogaron con cocaína. «Me miré al espejo. Yo era más alto que nunca. Estaba harto de vender mi cuerpo para sobrevivir. Y simplemente estallé. Pegué a aquel hombre sin cesar, hasta que le maté. Fue como si hubiese vendido mi alma al diablo».

Fue condenado a cadena perpetua. Y como no había nadie fuera que le ayudase o pasase dinero a la cárcel, siguió vendiendo su cuerpo en prisión, para sobrevivir. Veía morir de sida a otros presos y se preguntaba: «¿cuándo me tocará a mí?»

Y empezó a rezar: no pedía a Dios la libertad. Pedía entenderlo. Entender a Dios.

Hablar de amor a los presos

Prisión de Everglades donde está Danny Costello

«Me trasladaron a la prisión de máximo seguridad de Everglades, y allí encontré un capellán que me mostró el amor de Dios que nadie me había enseñado nunca. Él y su esposa fueron como padres espirituales para mí». Se refiere al diácono Alex Lam y su esposa Colleen, de la parroquia católica de San Luis, en la diócesis de Miami. Junto con un grupo de carismáticos chinos de la parroquia mantienen un servicio de visitas y oración en la cárcel.

En aquella capellanía de prisiones se organizaban también comidas especiales: china, hispana… y él iba al principio sólo por la comida, y así lo decía. Pero luego se abrió a lo espiritual.

Poco después se organizó un Seminario de Vida en el Espíritu de tres días de duración en la cárcel, en el que distintos hombres y mujeres venían a predicar el kerigma, el amor de Dios, el arrepentimiento, la fuerza del Espíritu Santo y la vida nueva que Él da. «Era gente llena de amor, que no veía el muro que yo había puesto a mi alrededor. Su amor lleno de Dios me conquistó».

Y la conquista fue radical. Sintió que Dios le amaba, y que él pertenecía «al cien por cien» al Espíritu Santo. «Dejé de fumar, de drogarme, de acostarme con hombres. Devolví todo eso al demonio, porque Jesús así quería que lo hiciese».

Danny Costello ha podido predicar su transformación en varios prisiones, y ha visto como Dios liberaba a mucha gente que estaba atada por muchas heridas del pasado, hábitos nocivos y tendencias destructivas. En su experiencia, «Dios tiene poder para amar y sanar y liberar«. Y, más allá de eso, «para hacernos uno a través del Espíritu Santo».