Una educación sexual deficiente

FERNANDO RODRÍGUEZ-BORLADO

Las respuestas de los jóvenes sobre la presión ambiental para iniciar relaciones sexuales ponen en cuestión el enfoque de buena parte de los programas de educación sexual que se despachan en la escuela. Por lo general, estos programas dan por supuesto que los jóvenes desean tener relaciones sexuales cada vez más precoces y que de hecho ya las están teniendo. Por eso su única preocupación es enseñar el manejo de los anticonceptivos para evitar embarazos indeseados.

Pero ese tipo de información sexual margina cuestiones importantes. No ofrece recursos para saber decir que “no” a jóvenes que de hecho preferirían esperar y que después, como ellos reconocen, se arrepienten y piensan que no han actuado con libertad. No refuerza el autodominio de los jóvenes, frente a situaciones que no han aprendido a controlar. Les desorienta haciéndoles creer que si no tienen relaciones sexuales tempranas son raros, porque todo el mundo lo hace. Y ni se plantea la educación de la afectividad, para aprender a controlar los sentimientos y a inculcar el respeto hacia la otra persona. No es extraño que este tipo de educación sexual haya obtenido tan escasos resultados, aunque una y otra vez las autoridades se empeñen en dar “más de lo mismo”.

Pero están surgiendo grupos de padres que plantan cara a esta educación impuesta a sus hijos. La iniciativa NYC Parents’ Choice Coalition ha surgido en Nueva York como plataforma de oposición al nuevo reglamento que ha introducido en los institutos un módulo de clases de educación sexual que tiene que ser impartido obligatoriamente y que duraría un semestre. Lo recibirían los alumnos de entre 11 y 13 años, y también los de 16 a 18. Bloomberg, alcalde de Nueva York, ya ha precisado que los padres podrán decidir que sus hijos no asistan a esas clases. Los que sí asistan contarán con visitas a clínicas de “planificación familiar”, explicaciones sobre métodos anticonceptivos e incluso una visita a farmacias para evaluar la calidad de los distintos preservativos.

Para los portavoces de Parents’ Choice, no se trata de evitar cualquier tipo de educación sexual, sino precisamente de no poner a las familias en la situación de elegir entre ese tipo de educación o nada. En todo caso, proponen, lo lógico será que sean los padres los que se encarguen de proporcionar a los hijos la información que crean adecuada a su edad y al desarrollo particular de cada uno.

Además, en todos los estudios sobre la educación sexual de los jóvenes, los padres siempre aparecen como la instancia en quien más confianza tienen los adolescentes para resolver este tipo de cuestiones. Según el estudio With One voice 2010, la opinión de los padres es la que más valoran gran parte de los jóvenes (46%) en lo que se refiere a su conducta sexual, por encima de los amigos (20%), los líderes religiosos (7%), los hermanos (5%), los medios (4%) y los profesores (4%). Las chicas confían más en los padres (51%) y menos en los profesores (2%).

La alternativa de la abstinencia

La nueva reglamentación sobre educación sexual en Nueva York viene precedida por la polémica acerca de la financiación pública de programas de prevención de embarazos y de abortos basados en la abstinencia. Estos programas se han hecho bastantes populares, aunque las presiones políticas hayan provocado que 17 estados los hayan rechazado.

Sin embargo, a juzgar por las encuestas, existe un acuerdo mayoritario en la sociedad norteamericana a favor de los mensajes pro-abstinencia. Según With One Voice 2010, el 87% de los jóvenes y el 93% de los adultos considera importante que los adolescentes y jóvenes reciban un mensaje sólido de que no deben mantener relaciones sexuales por lo menos hasta terminar la educación secundaria (18 años), aunque la mayoría –sobre todo entre los adultos– también desee para los jóvenes algo de formación en materia de anticonceptivos. Al valorar el mensaje de la abstinencia, se observa en todos los estudios una mayor aceptación entre las chicas que entre los chicos.

Según la misma encuesta, el 93% de las chicas y el 88% de los chicos preferirían tener novio o novia sin mantener relaciones sexuales a lo contrario. Para algunos analistas, este tipo de respuestas marcan la diferencia entre la juventud real y la que presenta la televisión.

Los padres también lo tienen claro: solo el 3% declaran que se sentirían bien si supieran que sus hijos jóvenes (hasta los 17) están manteniendo relaciones sexuales; un 21% “lo aceptaría” pese a no aprobarlo, y un 62% se sentiría disgustado. Cuando se trata de una hija, los que lo aceptarían se quedan en el 13%, mientras que un 69% de los padres se sentiría disgustado.

Si de lo que se trata es de reducir los abortos, objetivo común de todos los que se dedican a la salud sexual de los jóvenes, las políticas centradas en la abstinencia parecen dar más resultados. Según Lifenews –un portal de noticias provida–, un estudio de los CDC de Estados Unidos demuestra que el descenso del aborto entre 2000 y 2005 en los estados que aceptaron los programas basados en la abstinencia fue del 23,1%, mientras que en los demás estados el número de abortos solo se redujo un 7,5%.

Libros de texto electrónicos

Los libros de texto electrónicos empiezan a abrirse paso

JOSEMARÍA CARABANTE

No existen, por el momento, datos mundiales sobre las ventas de los libros de texto digitales, pero los recogidos por algunos estudios indican un rápido crecimiento en EE.UU. Student Monitor, compañía dedicada al estudio del mercado educativo, señala que en el pasado otoño, el 5% de los libros de texto adquiridos en EE.UU. fueron electrónicos, más del doble que el año anterior (2,1%).

Muchos libros de texto electrónicos se venden con una licencia por un año o menos, lo que resulta hasta un 80% más barato que un ejemplar impreso nuevo

Por su parte, Simba Information, consultora especializada en la industria editorial, estimaba que los libros de texto electrónicos moverían 267,3 millones de dólares en EE.UU. en 2011, lo que supondría un crecimiento del 44,3% respecto del año anterior pero una parte pequeña de las ventas totales de libros de texto (4.580 millones de dólares en 2010, según la Asociación Americana de Editores). Ahora bien, Simba prevé un crecimiento muy pronunciado, hasta el 11% del mercado editorial educativo estadounidense en 2013.

Libros de alquiler

Las ventas masivas de dispositivos de lectura electrónica –40 millones solo del iPad de Apple, más los otros modelos de tabletas y las diferentes generaciones de Kindle– han transformado los hábitos de la población, sobre todo de la más joven, y a ellos trata de amoldarse la industria editorial. En Estados Unidos se ofrecen ya versiones digitales de casi todos los libros de texto que se publican. Los de materias introductorias y transversales son los que tienen mayor demanda. Existe, además, la posibilidad de alquilar los libros de texto electrónicos.

El alquiler o la licencia de lectura otorga al usuario el derecho a utilizar el título durante un tiempo, de 6 a 18 meses por lo general. Las compañías del sector han desarrollado un potente software antipirateo para evitar el fraude.

La licencia digital abarata el precio de los libros, y aprovechar este margen de descuento es la estrategia seguida por Amazon con los manuales universitarios. La librería virtual llegó en verano a un acuerdo con algunas de las editoriales más importantes del sector educativo para ofrecer licencias de 30 a 360 días. Así, el estudiante puede ahorrarse hasta un 80% del precio de un ejemplar impreso nuevo. Y no pierde las anotaciones que haya hecho con su Kindle cuando caduca la licencia.

Limitaciones del formato digital

Algunos expertos destacan el gran potencial de los libros de texto digitales. Desarrolladores y profesores trabajan para ofrecer aplicaciones con las que enriquecerlos: imágenes y vídeos, actividades interactivas, etc.

Pero el formato electrónico tiene algunas desventajas. La experiencia de los últimos años indica que no cualquier título encaja en un formato digital normalizado, y que el soporte electrónico no se adapta a las necesidades y aptitudes de todos los estudiantes. Se sabe, por ejemplo, que algunos alumnos han dejado de utilizar los dispositivos informáticos en sus tareas porque ni el formato ni los aparatos les resultan cómodos para tomar notas o para estudiar.

No es fácil, pues, transformar los libros de texto en e-books.Los materiales educativos tienen un “mapa cognitivo” que está muy estudiado: los contenidos se presentan en un determinado orden y se disponen en cada hoja de una manera concreta para facilitar el aprendizaje. Estas peculiaridades sobrepasan las posibilidades de las tabletas normales y exigen, según algunos expertos, unos dispositivos especialmente diseñados para la enseñanza. En la ilustración que acompaña este artículo se ve un aparato fabricado por la compañía norteamericana Kno: sus dos pantallas de 14 pulgadas permiten presentar los contenidos como en un libro de texto impreso y ver páginas enteras a tamaño legible. Pero el elevado coste del dispositivo hizo que Kno abandonara la producción en abril pasado, sin llegar a sacarlo al mercado.

Los libros infantiles se resisten a abandonar el papel

Así, pese a la creciente popularidad de los lectores de libros electrónicos, no puede decirse que la lectura digital se esté imponiendo en todos los ámbitos. Existen géneros que son menos permeables a las nuevas tecnologías. Si en el caso de los libros de texto, probablemente hacen falta adaptaciones o innovaciones para que satisfagan las necesidades escolares, el mercado de la literatura infantil ilustrada –en particular, la dirigida a niños menores de 8 años– es mucho más reacio: en este ámbito, las ventas digitales apenas superan el 5% (frente al 25% de la literatura para otros públicos).

Este género es remiso por varias razones. Por una parte, los padres quieren que los niños tengan contacto físico con los libros. Además, en los libros infantiles la conversión a formato digital es más difícil y cara, porque no están normalizados y porque tienen abundantes ilustraciones. Y si estas son tan importantes en las obras para niños, sin papel se pierde la facilidad para examinarlas antes de comprar un título. Por eso, quizá la expresión “digitales nativos” no se pueda aplicar a las nuevas generaciones en cuanto lectores.

Madre tigre, hijos leones

Battle Hymn of the Tiger Mother

JOSEMARÍA CARABANTE

Hace casi un año la aparición de este libro hizo correr ríos de tinta en los principales periódicos y semanarios norteamericanos y provocó un debate público interesante (cfr. Aceprensa, 24-01-2011). Amy Chua, profesora de Derecho en Yale, reivindicaba una educación exigente y rigurosa, de tradición oriental, frente a las maneras suaves, sentimentales y excesivamente complacientes que están hoy en boga. La idea de Chua es que el primer tipo de educación fortalece a los niños, les obliga a superarse y les prepara para enfrentarse con éxito al mundo de los adultos, mientras que la manera más habitual de educar en Occidente es excesivamente protectora y poco formativa.

Madre tigres, hijos leones no es, sin embargo, un tratado sobre la educación. Es más bien una narración sobre los criterios y las pautas educativas que Chua, de acuerdo con su marido, siguió para educar a sus dos hijas. Abundan, para escándalo de muchos pedagogos, las prohibiciones, y no hay apenas espacio para los halagos y los elogios; algunas medidas pueden parecer ridículas, exageradas o contraproducentes, pero son suficientemente expresivas de la mentalidad competitiva y superadora de los asiáticos. Por encima de las anécdotas que se recogen en el libro, deben ser motivo de reflexión, sobre todo, los sucesivos enfrentamientos entre Chua y sus hijas, ya que reflejan las dificultades de entendimiento entre culturas y generaciones diferentes.

Hay algo, sin embargo, que no puede pasar desapercibido para el lector atento. Chua, a fin de cuentas, es también una madre que sucumbe a muchas tentaciones posmodernas y uno tiende a pensar si esa misma forma de educar que con tanto vigor defiende no supone una estrategia demasiadokitsch o impostada.

Sería, en cualquier caso, simplista contraponer de forma maniquea estos dos estilos educativos. Ambos, llevados al extremo, son fácilmente criticables, como la misma Chua señala. De esa forma, al formado en la severidad asiática no le vendría mal moderar su egoísmo y su afán competitivo; al educado entre los algodones de la autocomplacencia y la sobreprotección no le haría daño un poco más de exigencia.