Pío XII realizó varios exorcismos a Hitler

Gumpel, relator del proceso de beatificación

Pío XII realizó varios exorcismos «a distancia» a Hitler por considerarlo un «endemoniado»

El Papa Pacelli exorcizó «varias veces» y a distancia a Adolf Hitler, por considerarlo una persona poseída; un endemoniado; un hombre tan diabólico en sus programas de dominio y de exterminio, hasta el punto de estar dominado por las fuerzas del Mal. Así lo declaró Sor Pascalina, secretaria particular del Pontífice.

Actualizado 7 agosto 2011

Orazio Petrosillo y Antonio Gaspari/ReL

Ocurrió durante la guerra, y «varias veces». Se trata de algo inusual, ya que los exorcismos se hacen normalmente sobre personas poseídas por el demonio o víctimas de ataques diabólicos. En el exorcismo el Papa invocaba a Dios para que liberase a aquella persona de la influencia diabólica que sufría el Führer y en base a la cual actuaba. Estos hechos de Pío XII fueron revelados por el historiador y jesuita alemán Peter Gumpel, teólogo relator del proceso de beatificación del Pontífice Pacelli, en el trascurso de una mesa redonda celebrada junto con el senador Giulio Andreotti en torno al tema «Pío XII, constructor de la paz», en Roma. Gumpel nos desvela el testimonio jurado de Sor Pascalina Lehnert, en el curso del proceso del Siervo de Dios Eugenio Pacelli, quién declaró que «el cardenal alemán Michael von Faulhaber y otros obispos estaban persuadidos de que Hitler estaba endemoniado, así que alertaron al Santo Padre, y éste, cuando se empezó la guerra, no sólo hizo oraciones, sino que recurrió al exorcismo sobre Hitler en su Capilla privada, presentes nosotras, las religiosas». 

Pío XII contra Hitler 

En contra de los panfletos que han definido sin ningún fundamento a Pío XII como «el Papa de Hitler», el motivo central de la intervención de los ponentes ha sido la réplica documentada a «cuarenta años de calumnias o de pérdida de la memoria en las relaciones de este Papa. La estrategia para proteger a Pacelli de las calumnias es, según Andreotti, la de no jugar a defenderse sino la de pasar al ataque». 

Gratitud de los judíos

En los esfuerzos de Pío XII por evitar la guerra y limitar sus efectos y sobre todo salvar al mayor número posible de judíos (cerca de 700-800 mil según el historiador judío Lapide), emerge el tema de las relaciones Hitler-Pacelli. El pontífice no se encontró con él nunca ni tuvo relación directa con él, sin embargo Gumpel, ha citado en el juicio, las palabras de Pacelli al final de su mandato en Berlín en diciembre de 1929, años antes de la ascensión al poder del dictador en 1933: «Este hombre está completamente poseído, todo lo que no le sirve lo destruye; todo lo que dice y escribe lleva la marca de su egocentrismo; este hombre es capaz de eliminar todo aquello que le resulta un obstáculo. No llego a comprender cómo en Alemania, incluso entre las personas mejores, no se percatan de lo que escribe y dice». 

Un Hitler furioso 

Los historiadores consideran que Pío XII en el año 1940 compartió el proyecto de algunos generales alemanes de expulsar a Hitler del poder. El relator Gumpel ha recordado las diversas protestas del Papa contra el nazismo, como el radiomensaje de la Navidad del 1942, en contra del programa hitleriano «Nuevo Orden», así como las denuncias de las muertes de miles de personas, tan sólo por razón de nacionalidad o de raza. La fiel secretaria del Papa, Sor Pascalina, supo por medio del cardenal von Faulhaber que el Führer estaba furioso con Pío XII, y había exclamado contra el Pontífice, diciendo: «¿De dónde saca tanta fuerza para resistirme y obstaculizar aquello que yo quiero, ese miserable, que no tiene otra cosa que piel y huesos. No puedo destruir Roma, algo que me hubiera dado mucho placer. ¡A cuántos judíos ha salvado, y no he sido capaz de apoderarme de él!».

Era amiga de prostitutas y tuvo un hijo

De traficante de drogas, cocainómana, presidiaria y madre, a monja contemplativa

Estuvo en la cárcel tres años por llevar un paquete con droga; era amiga de prostitutas; habitual de las discotecas y del acid-house; fumaba porros y tenía una vida sexual promiscua. Se quedó embarazada a los 17. Dios le demostró que nada es imposible.

Actualizado 7 agosto 2011

Mónica Vázquez/ReL

«Vivía en la calle Preciados y frecuentaba la noche. Meencantaba estar en ese ambiente de los que fumaban porros, las prostitutas, los borrachos, serenos; iba por los bares de la calle Montera y de Fuencarral, donde estaban los gays y lesbianas; tenía una vida sexual muy activa y me quedé embarazada a los 17», comenta Elsa, originaria de La Rioja.

«Iba a la iglesia del Carmen a llorar esta doble vida porque dentro sentía como una agonía», asegura. Querer sacar a su hijo adelante fue lo que la impulsó a aceptar llevar un paquete con droga a Canarias, por lo que le ofrecían una gran cantidad de dinero. La Policía la detuvo y estuvo tres años presa en la antigua cárcel de Yeserías. «Fue una experiencia maravillosa. Se sufre mucho en la cárcel, pero en el sufrimiento he llegado al entendimiento», indica con sabiduría. Cuando le dieron la ficha de salida la rompió y dejó la prisión a los dos meses. «No quería salir por lo mal que me había tratado mi familia en las visitas», confiesa.

Un encuentro carismático

Una vez fuera de la cárcel participó de un encuentro de la Confraternidad Carcelaria de España al que iba a asistir monseñor Milingo, aunque finalmente fue presidido por el entonces obispo auxiliar de Madrid, Javier Martínez. «El primer día, varios presos salieron a dar testimonio y sentí una fuerza que me impulsó a ir frente al micrófono», señala. Allí, la directora de Confraternidad Carcelaria, Carmen Rubio, le invitó a la adoración nocturna de los viernes en la calle Fomento, 13, donde empezó a ir.Jesús había puesto su semilla, pero el ambiente del piso de acogida donde residía entonces no la ayudóa desarrollar su espiritualidad. «Comencé a consumir cocaína y cada vez aumentaba las dosis. Me salvó la llamada de mi hijo que estaba en La Rioja. Me dijo que vendría a Madrid y entonces automáticamente dejé de consumir», explica.

Un mes después del encuentro participó en la Asamblea Nacional de la Renovación Carismática Católica. Un preso le pidió que lo acompañara a la «intercesión». Ella no sabía de qué se trataba, pero vio que los demás extendían sus manos mientras oraban por él. Entonces ella también quiso que oraran por ella. «El Señor me dice que vas a ser luz para mucha gente, pero espera a la persona que te va a liberar», le señalaron. Llegó la hora de la adoración y sintió un gran desasosiego. Apareció Carmen Rubio, quien «me agarró fuertemente del brazo y me dijo que el Señor me pregunta que cuánto llevas sin confesarte . Intenté que me dejara en paz, pero ella seguía agarrándome fuertemente». Elsa vio su vida pasar como un flash por su mente. Hacía ocho años que no se confesaba. En ese instante divisó a un sacerdote y no lo dudó.

Después fue ante el Santísimo: «Sentí una fuerza tremenda, como un fuego; me desplomé con una congoja llena de alegría que no he vuelto a experimentar. Vi lo que yo era, me encontré con el Señor, empezaron a cantar Cristo rompe las cadenas », prosigue.

Borrachera mental

En la eucaristía hubo varias curaciones. «Yo creí que estaban todos comprados -dice en referencia a los que levantaban la mano para decir que habían sido sanados- y de repente el padre Robert de Grandis afirmó con fuerza: El Señor me dice que quienes sientan como una borrachera mental estarán empezando a amar la eucaristía , y una fuerza me hizo levantar el brazo», continúa.

«Ya no era la misma, el Señor me había transformado».«Entonces me di cuenta de que mi vocación y el Señor habían estado siempre. Pero pensaba que no podía ser monja por mi hijo. Sin embargo, a cada monasterio que entraba por curiosidad me decían que había una madre monja, y en el de Cañas de La Rioja me señalaron que existía una abuela que tenía siete nietos. Además los libros de espiritualidad que me encontraba era de santas que habían sido madres», añade. El hijo de Elsa, ya con 18 años, ingresó en el Ejército, y entonces se sintió libre de responsabilidades para entrar al convento.

Ahora es una monja dicharachera que vive haciendo reír a los demás. «A mis compañeras del convento las pincho para que tengan de qué confesarse», narra divertida. Es parte de su carácter. «Cuando era niña me comía las hostias que había en las ofrendas para obligarle al cura a abrir el sagrario, porque me decían que ahí estaba Cristo», ríe a carcajadas. Ahora ya es feliz.