Pertenece a la Comunidad del Cenáculo

Tras vivir un infierno como drogadicto, cambió de vida gracias a las oraciones de sus amigos

Conoció la Comunidad gracias a una amiga, y fue el camino que le llevó a dejar las drogas. Ahora es un chico normal que agradece cada dia a Dios y a sus padres que esté vivo.

Actualizado 30 julio 2011

ReL

ReL se ha echo eco de este tremendo testimonio de Henry, un joven que bajó a los infiernos por la adicción a las drogas, y de cómo gracias a la ayuda de todos los que le rodearon y de Dios, pudo salir adelante.

De Bélgica al Cenáculo

»Soy Henry, tengo treinta años y soy de Bélgica. Agradezco poder compartir lo más bello de mi vida. Desde que era niño Dios estuvo presente en mi  historia. Es verdad que en mi familia sucedieron cosas un poco desagradables, pero Dios también estaba presente en esos momentos, Él no nos abandonaba.

Me iba a la iglesia cuando mis padres discutían

»Me acuerdo que cuando mis padres discutían y sucedían cosas feas, yo me iba a la parte trasera de la casa donde había un sendero que llevaba directamente a la iglesia, entraba, me iba delante del Santísimo y le pedía a Jesús que mis padres dejaran de pelear. Si me preguntan cómo podía hacer esto, quién me lo había enseñado, por qué…¡no sabría qué responder!. Era algo presente en mi corazón, independiente de todo lo demás.

»Como muchos de los jóvenes de la Comunidad, también yo me drogué, consumía heroína y cocaína.  Llegué al Cenaculo muy joven, era un adolescente muerto, desesperado. Conocí la Comunidad por una amiga de una tía que presenció un testimonio en Medjugorje. Pronto me encontré en medio de esos jóvenes, ésta también es una historia que todavía hoy no la comprendo bien. Cuando entré sentí una sensación de estar “en casa”, de familia, viendo a los jóvenes sentí que era mi lugar. Claro que dentro de mí lo negaba; todos los días me quería ir porque había que vivir muchas dificultades, pero después decidí aceptar lo que se me proponía y conocí la amistad verdadera, el trabajo, la disciplina, cosas que me faltaban…

Ayudé a otras personas

»Cuando reconstruí mi libertad, tuve la oportunidad de viajar, estuve dos años en Estados Unidos ayudando a otros chicos. Estas experiencias de vida bellas me hicieron encontrar a Dios, lo sentí presente en mi camino. Pero después tuve que darme cuenta que no basta el descubrimiento de una vez para solucionar los problemas de una vida: estaba en Florida pasando por un momento difícil, me di cuenta de que tenía muchas dificultades para superar, quería dejar de luchar, caminar y sufrir, y entonces me convencí de que estaba listo. Le di la espalda a Dios, no confié más en nadie.

Me distancié de Dios y recaí en la droga

»Retorné a Bélgica, encontré trabajo, una chica…pero al poco tiempo recaí en la droga, peor que antes, porque necesitaba mucho mal para sofocar la verdad que estaba dentro mío. Yo sabía muy bien que Dios existía, la conciencia lo gritaba dentro mío, pero no quería escucharlo. Terminé en la calle, era un vagabundo, me inyectaba la droga cada dos o tres horas, pedía limosna, robaba, hedía, había perdido la dignidad de hombre.

»Así estuve dos años y si no terminé muerto es porque muchas personas rezaban por mí, hasta que un día, en un estacionamiento subterráneo, drogado, una chica que conocía, me toca en la espalda y me dice: “Henri, tengo una carta de Madre Elvira para ti.” Me pregunté cómo podía ser si ella estaba en Italia. El asombro me hizo pasar el efecto de la droga, abrí y leí la carta: me decía que vuelva a la Comunidad, me hablaba de Medjugorje, sabía que estaba en un estado lamentable. Me conmocionó, me cuestionó pero no sabía cómo regresar a la Comunidad, tenía miedo de la abstinencia, no sabía cómo contactarme…pero Dios puso una señora a mi lado, como un “ángel custodio”, y con ella di los primeros pasos para dejar de drogarme, para superar la abstinencia,  para arrodillarme, llorar y arrepentirme de mis errores.

Pensamientos de cambiar de vida

»Luego entré, pero esta vez con la idea de cambiar en serio. Sabía que no me quedaría poco tiempo porque estaba regresando a casa. Cuando me encontré con Madre Elvira, me dijo: “Te esperaba.” ¡Y me abrazó!  Merecía una bofetada y en cambio me dijo: “Sabía que finalmente habías regresado.” Esto me “sacó”: yo no me perdonaba, no podía aceptarme, había escupido el plato con comida. Esta era mi herida más grande, una herida que me la había procurado yo mismo: haber recibido tanto bien y haber devuelto tanto mal. ¡Pero todo fue transformado en paz, gracias a la Misericordia de Dios y de los hermanos!

»Han pasado muchos años y cada vez me doy más cuenta de que mi vida no me pertenece. Aún en Comunidad, si dejo de rezar, dejo de sonreír, no me quiero más, no logro quererme ni querer a los demás. Cuando rezo, en cambio, no sé por qué, amo y logro hacer cosas inimaginables, descubro dones que no sabía que tenía, soy feliz.

Estoy vivo gracias a Dios

»Hoy le agradezco a Dios estar todavía vivo, y le agradezco a todos los que rezaron por mí. Lamento haberles hecho tanto daño a mis padres y sufrí mucho tiempo porque sentía mucha distancia con ellos. Pero este año sucedió un milagro: comenzaron a ir al grupo de padres y viví una gran alegría por eso.

»Hoy amo a mis padres, no siento más odio ni rencor, algo cambió como si dentro de mí se hubiera abierto un horizonte y un espacio de libertad y de paz que nunca conocí. ¡Los quiero, papá y mamá, gracias a Dios y a ustedes por el don de la vida!».

Un protestante ve el Purgatorio

Durante 20 minutos estuvo «clínicamente muerto»

Un protestante ve el Purgatorio, para asombro de su esposa, pastora pentecostal

Fue una experiencia cercana a la muerte parecida a la de muchos otros testimonios: paz, un prado, parientes… pero lo asombroso es la presencia de almas en otro estado, un Purgatorio, algo que un protestante no esperaría nunca.

Actualizado 30 julio 2011

P.J.G. / ReL

«Va contra todo lo que nos enseñaron», dice Lois A. Hoshor (www.loisahoshor.com), predicadora y pastora principal de una congregación pentecostal de Thornville, Ohio. Pero su marido Bob, compañero evangelizador y responsable de música de la comunidad, vio el Purgatorio mientras estaba «clínicamente muerto» durante una operación a corazón abierto en el Centro Médico de Fairfield.

«Sé que él vio lo que vio», ha de admitir la pastora Lois, autora de tres libros sobre espiritualidad y milagros en la vida cotidiana.

Sucedió en marzo de 2010. Bob Hoshor se estaba sometiendo a una operación de corazón, los médicos detuvieron la circulación en su corazón durante 21 minutos. Y entonces Bob se vio a si mismo justo detrás del cirujano que le operaba.

«Yo estaba detrás de él, y sabía que Jesús estaba detrás de mí. Y le pregunté: Señor, ¿qué hace? Y Él dijo: «está masajeando tu corazón». Bob afirma que entonces Jesús introdujo Sus manos en los brazos y manos del doctor.

A continuación Bob tuvo una imagen del Cielo: era un prado. «El verde allí no es como aquí, es como si el color estuviese vivo», detalla. Por el prado se acercaban parientes suyos y de su mujer. Bob no habló con nadie, sólo miró el entorno.

Cuando «volvió» al hospital, afirma que vio el Purgatorio: se vio rodeado por cientos de almas a su alrededor. «Había un enorme montón de ellas, cuando mirabas por la ventana; simplemente deambulaban, errantes».

Lois está asombrada: hace 30 años que evangeliza junto con su marido, tienen un veterano grupo de gospel, viajan y predican y ella da clases a estudiantes de la Biblia. Como pentecostales, creen en los milagros, el poder de la alabanza, la intercesión, que Cristo volverá «pronto»… pero siendo protestantes, no saben dónde encajar esta experiencia.

«Me enseñaron que tu espíritu va con Dios y el cuerpo al polvo, así que esto va contra todo lo que me enseñaron«, explica perpleja la pastora Lois, aunque ha incluido la experiencia en su nuevo libro, «The Spirit of the Soul«. También lo han explicado en su periódico local, el «Lancaster Eagle Gazette«. Bob dice que aprendió más cosas en ese momento, «si bien se supone que no debo hablar de ellas en este momento».

Como mucha gente que ha tenido experiencias cercanas a la muerte, Bob dice que ya no la teme en absoluto, que sabe que hay algo hermoso allí. Eso sí, los Hoshor tienen claro que «sólo hay un camino al cielo, y su nombre es Jesús. Si conoces a Cristo, no has de temer la muerte».

El Catecismo de la Iglesia Católica sobre el Purgatorio

1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.

1031 La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia y de Trento. La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 Pedro 1, 7) habla de un fuego purificador:

«Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, Dialogi 4, 41, 3).

1032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: «Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado» (2 Mac 12, 46).
Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:

«Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre (cf. Job 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? […] No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos» (San Juan Crisóstomo, In epistulam I ad Corinthios homilia 41, 5).

Marta Robin, un extraordinario milagro

Vivió 50 años postrada en cama sin comer ni beber ni dormir; sólo se alimentaba de la Eucaristía

La Ciencia nunca pudo dar una respuesta sensata a las manifestaciones que tenía esta campesina francesa.

Actualizado 31 julio 2011

Álex Rosal/ReL

¿Cómo logrará vivir esta mujer sin comer, ni beber y sin dormir ni un solo día en años?, ¿quién avitualla clandestinamente a esta mujer?, ¿dónde está el truco de esta gran ilusionista? Un caso tan extraordinario era normal que atrajera a tantos curiosos y que interpelara a creyentes y no creyentes. 

Estigmas en pies y manos

No logra ver. Es incapaz de distinguir objetos y no soporta la más mínima claridad. Sus brazos permanecerán rígidos de por vida salvo una ligera movilidad en las falanges de sus dedos. Su cabeza está como sin vida, sin posibilidad de girar a izquierda o derecha, y las piernas quietas, como plegadas sobre sí mismas, sin la más mínima acción. Además, todos los viernes se le aparecen estigmas en pies y manos. También en el costado derecho junto a la línea mediana. Y la mayoría de esos viernes aparecen unas llagas que sangran. Apenas podía moverse en la cama. Estaba como inmóvil. Un caso extraordinario, único.

Apenas tenía cultura

Se llamaba Marta Robin, y era una campesina francesa que nació el 13 de marzo de 1902 en el departamento de la Drôme, en Châteauneuf-de-Galaure, cerca de los Alpes, y murió el 6 de febrero de 1981. Nunca abandonó la casa paterna. Marta era una sencilla mujer que tenía como talento más destacado el de bordar. No tenía gran cultura. Apenas leía y no había recibido clases de teología o filosofía. Era una chica de campo.

100.000 personas hablaron con ella

Sin embargo, a su casa llegaban cada día decenas de personas que querían hablar con ella para pedirle consejo, una palabra de esperanza o, simplemente, un consuelo… Ministros, médicos, jueces, obispos, empresarios, campesinos, todos querían recibir una solución a las preocupaciones que llevaban consigo. A su casa entraban todos. También los pobres y marginados. Y los niños, por supuesto, que solían trepar por la cama. Se calcula que más de 100.000 personas pudieron hablar con Marta a lo largo de su vida.

Su trabajo era recibir a la gente

Marta permanecía todo el día en su oscura habitación, con las cortinas corridas, haciendo de freno a cualquier rayo de luz que se intentará colar. Siempre inmóvil, recostada en una cama de metro diez, con un par de almohadones que elevaban su espalda y sujetaban la cabeza, y con la mano derecha sobre la barriga. Las piernas en forma de M mayúscula, vueltas sobre sí misma y los muslos ligeramente doblados sobre la pelvis.
Sin probar en todo el día ni comida ni bebida. Sin dormir ni poder ver. Vivía en una permanente oscuridad. Su trabajo era «recibir», y sus visitas apenas vislumbraban su cara. Marta Robin era sobre todo voz. Quienes la conocieron dicen de ella que modulaba gran cantidad de sonidos. Su voz podía pasar con gran facilidad de infantil, juguetona, tímida, dulce o melosa, a firme, voluminosa o directa. Lo que más sorprendía a los visitantes era ese cambio, a veces, brusco, del registro de voz.

Consejos para todos

Con los políticos hablaba de sus cosas, o sea, la gestión de lo público, las batallitas de unos y otros, lo de siempre; con los obispos, de los problemas de conciencia que le traían. Con los campesinos y ganaderos de sus quebraderos de cabeza con las cosechas, la venta de los terneros, la leche de las vacas, en fin, lo del campo.

Nada de echadora de cartas

Solía repetir: «No pertenezco al sindicato de las echadoras de cartas». Y era verdad. No era ni una pitonisa o ni una curandera. Muchos la definieron como mística. Una «Catalina Emmerich» del siglo XX. Una mujer capaz de hacer coincidir en su persona el cielo y la tierra. En cierta ocasión, una de sus visitas, tras hablar con ella unos minutos y contarla sus preocupaciones, exclamó: «Fuera no hay más que problemas. Junto a ella no hay más que soluciones, ¿por qué será así?».

Los pies en la tierra

Aunque podía estar en un plano sobrehumano, tenía los pies en la tierra. A veces recomendaba a algún amigo que la frecuentaba: «Cierre la puerta de su casa y hágase el enfermo, que lo veo cansado». Otras, se preocupaba por lo difícil que era para los labriegos ganar un jornal. El filósofo Jean Guitton, asiduo a la compañía de Marta, llegó a decir: «Cada uno en aquella habitación se sentía unido a sí mismo, a los otros y a Dios».

Curiosos y médicos

Entre las miles de visitas que recibió Marta muchas tenían un ingrediente detectivesco. ¿Cómo logrará vivir esta mujer sin comer, ni beber y sin dormir ni un solo día en años?, ¿quién avitualla clandestinamente a esta mujer?, ¿dónde está el truco de esta gran ilusionista? Un caso tan extraordinario era normal que atrajera a tantos curiosos y que interpelara a creyentes y no creyentes. Decenas de médicos, muchos de ellos ateos, pasaron por su habitación para diagnosticar una locura, un estado de ansiedad desproporcionado o cualquier otro tipo de enfermedad mental. Pero nada de nada. La ciencia no fue capaz de explicar que le pasaba a esta pequeña campesina.

El día a día de Marta

La «semana» de Marta comenzaba los martes con la Eucaristía. No lograba tragar la hostia que se le colocaba en la boca. Era absorbida sin que ella pudiera engullirla. «Es como si un ser vivo entrará en mí», decía Marta. A partir de ahí entraba en un estado de éxtasis que podía durar horas. «Después de comulgar sucede que siento una renovación pero no necesariamente en cada ocasión, pues puede ocurrir también fuera de la comunión». En otro momento comentó: «Tengo deseos de gritar a los que me preguntan si como, que yo como más que ellos, pues yo me alimento en la Eucaristía de la sangre y la carne de Jesús. Tengo deseos de decirles que ellos impiden en sí los efectos de este alimento. Bloquean sus efectos».

El jueves revivía la Pasión de Cristo

El jueves era el otro día «grande» para Marta. Revivía semanalmente la Pasión. Sus ojos comenzaban a llorar sangre, uniéndose así a las llagas de sus manos, pies y costado que tampoco cesaban de expulsar líquido durante todas las noches de la semana.

A las veintiuna horas, con la puntualidad que marca un reloj, comenzaba a murmurar débilmente: «Padre mío, Padre mío, que se aparte de mí este cáliz, pero que se haga tu voluntad». A continuación se producía como un gemido o una melopea melódica en tres notas, que, según los presentes, «podía compararse a los pequeños gritos que da un recién nacido».

La Pasión contada por el sacerdote que le atendía

El Padre Finet, fiel colaborador de Marta, y testigo de esta Pasión semanal, cuenta su experiencia: «Yo volvía el viernes hacia las dos de la tarde. Para reproducir las tres caídas de la Pasión, Marta había sido movida. Yo la tornaba a su posición; ponía su cabeza en la almohada. Esa cabeza caía sobre el cojín, donde ordinariamente había un chal blanco. Añadiré que, en el momento de la estigmatización, a comienzo de octubre de 1930, Jesús, no sólo la marcó aquel día con los estigmas en los pies, las manos y el costado derecho, sino que además le encasquetó su corona de espinas profundamente en la cabeza, y Marta se puso a sangrar no sólo de los pies, manos y costado, más igualmente en toda su cabeza; y comenzó a verter cada noche lágrimas de sangre. Fue en ese momento cuando Jesús le dijo que la había elegido para que ella viviera su pasión más que nadie, después de la Virgen, y que nadie después la viviría más totalmente. Jesús añadió que cada día aumentaría más su sufrimiento y que, por esto, no dormiría jamás durante la noche».

Volved con nosotros

A la hora que llegaba el Padre Finet, el viernes, se cerraba el ciclo de la Pasión. Marta, que hasta el momento había lanzando continuos gemidos de dolor, cesaba sus quejidos y repetía las palabras de Jesús en la Cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu». En ese momento daba un profundo suspiro para quedarse completamente inmóvil, sin apenas respiración. Tras dos horas como muerta, Marta volvía a gemir. Esos gemidos se prolongaban hasta la tarde del lunes. A partir de ahí, y hasta el martes, Marta entraba en un éxtasis del que salía con dificultad y con ayuda del Padre Finet: «Hija mía, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, por María, madre nuestra, os lo ordeno: volved a nosotros».

Sufrimientos morales, sobre todo

Marta solía comentar que sus sufrimientos físicos no podían compararse con los padecimientos que sentía en el orden moral. La Pasión de los viernes era para ella como una entrada en las tinieblas que le provocaba una gran desolación. De alguna manera sentía que representaba a la humanidad del siglo XX que había oficializado la ruptura con Dios, y experimentaba en su propio ser ese abandono.

Una historia ocultada

Al morir Marta en 1981, pocos fueron los que se enteraron, y menos la prensa. Otra historia ocultada. Lo extraordinario de su caso lo dejó dictado: «Mi ser ha sufrido una transformación tan misteriosa como profunda. Mi felicidad es divina. Y, ¡cuánta agonía de la voluntad para morir a mí misma! Jesús se hacia tan tierno para un alma sangrante, tomando sobre él todo lo penoso de la prueba, dejándome el mérito de seguirle sin resistencia».