Santos Joaquin y Ana

Santos Joaquin y Ana Padres de la Santísima Virgen

26 de Julio

El protoevangelio de Santiago cuenta que los vecinos de Joaquín se burlaban de él porque no tenía hijos. Entonces, el santo se retiró cuarenta días al desierto a orar y ayunar, en tanto que Ana (cuyo nombre significa Gracia) «se quejaba en dos quejas y se lamentaba en dos lamentaciones». Un ángel se le apareció y le dijo: «Ana, el Señor ha escuchado tu oración: concebirás y darás a luz. Del fruto de tu vientre se hablará en todo el mundo». A su debido tiempo nació María, quien sería la Madre de Dios. Esta narración se parece mucho a la de la concepción y el nacimiento de Samuel, cuya madre se llamaba también Ana ( I Reyes, I ). Los primeros Padres de la Iglesia oriental veían en ello un paralelismo. En realidad, se puede hablar de paralelismo entre la narración de la concepción de Samuel y la de Juan Bautista, pero en el caso presente la semejanza es tal, que se trata claramente de una imitación.

La mejor prueba de la antiguedad al culto a Santa Ana en Constantinopla es que, a mediados del siglo VI, el emperador Justiniano le dedicó un santuario. En Santa María la Antigua hay dos frescos que representan a Santa Ana y datan del siglo VIII. En 1382, Urbano VI publicó el primer decreto pontificio referente a Santa Ana; por él concedía la celebración de la fiesta de la santa a los obispos de Inglaterra exclusivamente. La fiesta fue extendida a toda la Iglesia de occidente en 1584.

Dedican clínica pro-vida a Santa Gianna Beretta

Dedican clínica pro-vida en Los Ángeles a madre coraje Santa Gianna Beretta

LOS ÁNGELES, 22 Jul. 11 / 06:10 pm (ACI/EWTN Noticias)

Gianna Emmanuela Molla y Eduardo Verástegui (foto: organización Manto de Guadalupe)

Gianna Emmanuela Molla, hija de Santa Gianna Beretta –la famosa madre coraje italiana que llegó a los altares– viajó a Los Ángeles (Estados Unidos) para la dedicación de la clínica pro-vida Guadalupe a la memoria de su madre.

En septiembre de 1961, cuando estaba embarazada de su cuarta hija, le diagnosticaron cáncer. Gianna, médico de profesión, optó por salvar la vida de la bebé por nacer y falleció una semana después del nacimiento de su hija Gianna Emmanuela. El Papa Juan Pablo II la beatificó en 1994 y la canonizó el 16 de mayo de 2004.

La ceremonia de dedicación de la clínica, que es una iniciativa de la organización pro-vida Manto de Guadalupe, fundada por el actor Eduardo Verástegui, se realizó el 18 de julio. En ella, Gianna Emmanuela entregó una placa para dedicar el centro médico a su madre, la santa que entregó su vida por salvar a su hija no nacida.

En declaraciones a ACI Prensa el 22 de julio, Jaime Hernández, presidente de Manto de Guadalupe, afirmó que la participación de la hija de Santa Gianna en la inauguración de la clínica fue muy significativa. «Es algo especial poder tener la oportunidad de convivir con la hija de un santo, pues no es algo que sucede con frecuencia«, indicó.

Al recordar el testimonio pro-vida de Santa Gianna, su hija «recalcó la importancia de defender la vida, y de que la gente se comprometa a ayudar a estas mujeres que están atravesando situaciones difíciles», explicó Hernández a ACI Prensa.

«Santa Gianna a pesar de saber el sufrimiento tan grande que iba a conllevar su sacrificio decidió hacerlo, se entregó a Dios, y es por ello que es recordada«, afirmó Hernández.

La historia de Santa Gianna Beretta Molla

Gianna nació en la provincia italiana de Milán, en 1922, fue la décima de trece hijos de una familia de clase media de Lombardía (norte de Italia). Estudió medicina y se especializó en pediatría, profesión que compaginó con su tarea de madre de familia.

Su esposo la recuerda como una mujer que vivió su vida en la búsqueda del cumplimiento del Plan de Dios.

«Cuando se dio cuenta de la terrible consecuencia de su gestación y el crecimiento de un gran fibroma -recuerda el esposo de Gianna- su primera reacción, razonada, fue pedir que se salvara el niño que tenía en su seno«.

Gianna fue aconsejada de una intervención quirúrgica que le habría salvado la vida con toda seguridad. Pero «Gianna eligió la solución que era más arriesgada para ella», explica su esposo.

Algunos días antes del parto, confiando siempre en la Providencia, exclamó: «Si hay que decidir entre mi vida y la del niño, no dudéis; elegid –lo exijo– la suya. Salvadlo«.

Gianna murió santamente el 28 de abril de 1962, con 39 años de edad, una semana después de haber dado a luz a Gianna Emmanuela, entre indecibles dolores y repitiendo la jaculatoria «Jesús, te amo; Jesús, te amo«.

Sus restos reposan en el cementerio de Mésero, a pocos kilómetros de su ciudad natal, Magenta.

Los hijos de Santa Gianna son los primeros en la historia de la Iglesia Católica que vivieron para ver la canonización de su propia madre.

Santa Gianna es considerada patrona de las mujeres embarazadas, los no-nacidos, y los movimientos pro-vida.

Testimonio del Iniciador del Camino

Kiko Argüello estuvo al borde del suicidio hasta que le gritó al Señor: «Ayúdame, no sé quién eres»

Dejó la Iglesia, experimentó el ateísmo, se hizo existencialista y, hastiado de la vida, experimentó el amor de Dios.

Actualizado 25 julio 2011

ReL

El iniciador del Camino Neocatecumenal, Kiko Argüello  contó su testimonio de conversión, el 1 de noviembre de 1996 en Asís, en un encuentro ante cientos de jóvenes no pertenecientes al Camino. Por su impresionanate intenswidad en el relato reproducimos a continuación sus palabras íntegras:

«Soy hijo de una familia normal, burguesa, de Madrid. Mi padre era abogado, Una familia acomodada. Soy primogénito de cuatro hermanos. Mis padres eran católicos. Después de haber terminado el colegio, al ir a la universidad, entré en crisis con mi familia y conmigo mismo, sobre todo por el ambiente en la facultad de Bellas Artes de Madrid, que era completamente ateo, marxista. En seguida me di cuenta de que la formación que yo había recibido, tanto en la familia como en el colegio, no me servía de nada para responder a los problemas que tenía de todo tipo (afectivos, psicológicos, de identidad). Me preguntaba: ¿quién soy yo?, ¿por qué existe la injusticia en el mundo?, ¿por qué las guerras?, etc.

Experimenté el ateísmo

»Me fui alejando de la Iglesia hasta dejarla totalmente. Había entrado en una profunda crisis buscando el sentido de mi vida. En Bellas Arte hice teatro. Conocí el teatro de Sartre y milité en esta línea un poco atea. Me dediqué a pintar, a hacer exposiciones… Bien, Dios permitió que yo hiciese una experiencia de ateísmo, o, si queréis, una kenosis, un profundo descenso al infierno de mi existencia, una existencia sin Dios. Dios ha permitido que yo cortase todos los lazos con la trascendencia. Me escandalizaba profundamente de la indiferencia de mucha gente. Todas las personas de mí alrededor eran personas que iban a misa, pero en definitiva su vida no era profundamente cristiana… Desde mi familia, en la que mi madre iba a misa todos los días y mi padre era católico. Pero el dios de mi casa era el dinero. La mayoría de las conversaciones en mi casa eran sobre el dinero.

No quería ser un burgués

»No estaba Dios en el centro de mi familia ni en el centro de la mentalidad que se tenía en mi casa, y eso era normal. Lo mismo puedo decir de mis tíos, y de todo el ambiente en el que me movía. La religión era un aspecto más, una especie de barniz cultural, que al menos a mí no me convencía. Tal vez porque era pintor, artista, y tenía una profunda sensibilidad y un absoluto deseo de coherencia, de verdad. No aceptaba ser un burgués como mis padres, ni vivir una vida así, como supongo que les habrá sucedido también a tantos jóvenes. Recuerdo que entonces iba a misa el domingo y, con quince años, algunos amigos, estando la iglesia llena, nos quedábamos al fondo -era antes del Concilio- y aguantábamos allí de pie…, íbamos a aquella misa porque no se predicaba, era más breve…, se oía una campanilla y nos poníamos de rodillas, nos levantábamos y esperábamos a que terminase para poder largarnos.

»Yo me daba cuenta de que aquella no era una manera de practicar. Aunque parezca extraño, la misa así de mal vivida fue la situación por la que me iba dando cuenta de que tenía que dejarlo, tenía que buscar otros caminos. Una cosa tenía clara: no podía engañarme a mí mismo. No podía ser un cretino, un estúpido: o creía seriamente en Dios o, si no creía, era mejor dejarlo… y así es como lo dejé todo.

Muerto en vida

»Entonces intenté ser coherente con un tipo de existencialismo: con el absurdo total de la existencia humana. Y comencé a sufrir mucho porque ante mí todo el mundo se convertía en ceniza: se convertía en ceniza mi existencia, se convertía en ceniza todo. No tenía interés por nada, ni siquiera por pintar. Y tuve la fortuna, o si queréis la desgracia, de ganar un Premio Nacional de pintura muy importante en España. Entonces salí en televisión, en los periódicos, me había abierto camino profesionalmente, y esto ya fue la «última gota», porque veía que aquello no daba ningún sentido a mi vida.

»Había muerto interiormente y sabía que mi fin seguramente sería el suicidio, antes o después. Y, de hecho, estaba literalmente sorprendido de que la gente fuese capaz de vivir cuando yo no era capaz de vivir. La gente se ilusionaba por el fútbol, por el cine… A mí no me decían nada. El fútbol no me gustaba, y el cine me parecía estúpido. Vivir cada día significaba todo un sufrimiento. Cada día lo mismo: ¿para qué levantarme?, ¿quién soy yo?, ¿para qué ganar dinero?, ¿para qué casarme? Y así todo ante mí carecía de sentido… Recuerdo que sentía como si el cielo estuviese hecho de cemento, y yo me encontrase bajo una gran cloaca.Tenía esa imagen… El cielo, totalmente cerrado ante mí…

El cielo cerrado

»¿Por qué vives? Preguntaba a la gente a mí alrededor: «Perdona un momento, ¿tú sabes por qué vives?», y no sabían ni por qué ni para qué vivían, pero vivían… Tal vez tenía que ser así, simplemente, vivir: uno se levanta, va a clase, come, después se va al cine o llama a un amigo… ¡Benditos los que son capaces de vivir así! Yo no lo era. Me refugiaba, escapaba de mí mismo. Se abría un gran abismo dentro de mí. ¡Abismo que en el fondo era una llamada profunda de Dios, que me estaba llamando desde el fondo de mí mismo!

Bergson, una gran ayuda

»Entonces me ayudó mucho -por eso leer es siempre bueno- un filósofo que se llama Bergson. Bergson es el filósofo de la intuición. Dice que la intuición es un método de conocimiento superior a la razón. Dios permitió que ésta fuese para mí la primera chispa que me iluminase un poco, porque me había dado cuenta de que en el fondo yo era un racionalista, que me estaba destruyendo a mí mismo, porque en el fondo de mí algo no podía aceptar el absurdo de todo lo creado. Porque soy un pintor y entendía la belleza de la naturaleza: el agua, los árboles, los pájaros, las montañas.

»Me di cuenta de que para negar que todo tenía un sentido, para negar que Dios existe, se necesitaba tanta fe como para creer que existía. Y yo había dado el paso de aceptar que Dios no existía. Pero era una acción racionalista que chocaba con algo dentro de mí. Y entonces me dije: «Mira que la razón no lo es todo, que en el hombre también está la intuición«. Entonces con la intuición llegaba a reconocer que todo tenía un sentido, que existía Dios, que Él sabía por qué existo yo. Pero no sabía cómo encontrarlo.

¿La Biblia, la fe, para qué os sirve?

»Luego leía el Evangelio que dice: no oponer resistencia al malvado…, si alguno te abofetea en la mejilla derecha…, si alguno te roba… Recuerdo que una vez mi padre se enfadó y le dije: «Mira lo que dice aquí. Tú eres católico ¿no?». Y él me dijo que eso eran cosas de los santos, de San Francisco, y no sé de quién… Entonces le contesté: «Este libro, la Biblia, lo puedes tirar por la ventana porque he entendido que no tiene ninguna relación con la realidad. Me niegas que esto se pueda vivir, que las cosas son como son…, que la vida es otra cosa: estudiar, ganar dinero, vencer… Entonces, ¿la Biblia, la fe, para qué os sirve…?»

¡Ayúdame!

»Entré entonces en mi cuarto, y me puse a gritar a este Dios que no lo conocía. Le gritaba: ¡Ayúdame! ¡No sé quién eres! Y en aquel momento el Señor tuvo piedad de mí, pues tuve una experiencia profunda de encuentro con el Señor que me sobrecogió. Recuerdo que lloraba amargamente, me caían las lágrimas, lágrimas a ríos. Sorprendido me preguntaba: ¿por qué lloro? Me sentía como agraciado, como uno a quien delante de la muerte, cuando le van a disparar, le dijesen: «Quedas libre, gratuitamente quedas libre» y entonces aún no se lo cree y llora por la sorpresa de que le han liberado. Esto fue para mí pasar de la muerte a ver que Cristo estaba dentro de mí y que alguien dentro de mí me ha dicho que Dios existe. ¿Qué era lo que me había pasado? Fue un toque, un testimonio profundo que me decía no solo que Dios existe, sino que Cristo es Dios.

Quería ser cristiano

»De hecho me presenté a un sacerdote y le dije que quería hacerme cristiano, y él me dijo: «¿cómo?, ¿es que no estás bautizado?» «Sí estoy bautizado», le contesté. «Entonces, ¿qué quieres?, ¿hiciste la primera comunión?». «¡Sí!, pero mira que yo…» «Ah, que quieres confesarte!…». No me entendía. Pero yo sabía que lo que quería era hacerme cristiano, y para eso, ¿ir a confesarme un día y ya está? Yo sabía que hacerse cristiano tenía que ser algo muy serio. Así es como por fin hice Cursillos de Cristiandad, una iniciativa que surgió en España por aquellos años. Y me ayudó. Comencé una verdadera búsqueda del Señor. Iba a la iglesia y decía a los demás: «Ayudadme a hacerme cristiano!».

Del arte a los pobres

Después, mi pintura cambió. Comencé a pintar arte religioso. Algunos conocéis mis iconos. Al poco tiempo fundamos un grupo de artistas, un movimiento de renovación del arte sagrado para hacer las iglesias más hermosas. Arquitectos, escultores y pintores nos pusimos a reconstruir la Iglesia, un poco como empezó San Francisco. Pero en un cierto momento me di cuenta de que no servía nada reconstruir la iglesia exteriormente cuando tanta gente como yo se había encontrado, en una terrible situación.

»El Señor me permitió encontrar a una persona que sufría. Entonces lo dejé todo y a todos. También mi prometedora carrera de pintor. Me fui a vivir a las chabolas. En Charles de Foucauld encontré la fórmula para vivir: una imagen de San Francisco, una Biblia -que sigo llevando conmigo porque la leo todos los días- y una guitarra. Entre las chabolas hechas con cartones, muy parecidas a las del Brasil, encontré una barraca que servía para los perros vagabundos y me metí allí. Hacía un frío terrible y venían todos los perros vagabundos a darme calor. Era algo gracioso estar allí con los perros, que de repente se encontraron con un nuevo huésped en su perrera que era yo. ¿Pero qué hacía allí y en esas condiciones? Dios me quería en las chabolas para empezar un camino de conversión para muchísima gente.

Un milagro en las chabolas

»Allí en las chabolas ocurrió un milagro. Mis vecinos, la mayoría gitanos, me preguntaban quién era yo. Tenía barba, hablaba de forma distinta a la de ellos, pero hacía la misma vida: pedía limosna, trabajaba ocasionalmente como obrero… Entonces ellos me preguntaban, pero yo no quería hablarles. De Foucauld había aprendido la imagen de la vida oculta de Cristo: estar silenciosamente a los pies del Cristo-desecho de la humanidad, destruido. Ser el último es estar ahí, a sus pies.

»Pero el Señor empezó a llevarme, en primer lugar, a dos chicos perseguidos por la policía por vender droga, y después a un indigente borracho. Al poco tiempo éramos un grupo de diecisiete personas en mi chabola de tres metros cuadrados. Lleno total. Allí me encontré con la sorpresa de que tenía que hablarles, darles una razón de mi fe. Tomaba la guitarra, cantábamos, abría la Escritura y decía: «¡Señor, ayúdame. Yo no sé predicar, no sé hablar!«, del profeta Ezequiel.

»He visto que el Señor me daba un significado a la Palabra para poder amarles a ellos, por amor a estos pobres que traían las manos llenas de pecados. Uno había estado siete veces en la cárcel, otra era un vieja fea y prostituta. Había ladrones, vagabundos que recogían cartones por la calle y los vendían, gitanos que andaban vagabundos. Tuve muchos problemas y conflictos. Intentaron matarme dos veces… Una historia que es mejor no contar.

La Ley del Talión

»Un día el jefe de un clan de gitanos, que estaba en lucha con otro clan, y que venía mucho a verme para pedirme la guitarra, me preguntó qué decía la Biblia sobre los enemigos. Me contó que, tras un enfrentamiento entre los dos clanes, él había golpeado a la madre del jefe de otro en la cabeza, y que le tuvieron que dar quince puntos. Como entre ellos rige la «ley del Talión», pasados dos años había llegado el otro con deseos de venganza. Como en ese período la relación entre los dos clanes estaba en calma, decidieron ambos jefes encontrarse solos, y pelearse a bastonazos, hasta hacerse sangrar. Mi joven amigo estaba muy preocupado. Yo abrí la Escritura y le leí el Sermón de la Montaña, donde se invita a no poner resistencia al mal. «¿Entonces, debo dejar que me mate a bastonazos?» Le di el otro único libro que yo llevaba conmigo: «Las Florecillas de San Francisco». Lo leía y venía todas las tardes a comentármelo.

»Hemos rezado juntos para buscar una salida, para que pudiese salvar la vida sin necesidad de matar al otro. La única solución era ir sin el bastón en son de paz. El día de la lucha se presentó antes a mí con el bastón. Al final lo convencí y fue sin él. Yo me puse de rodillas a rezar el rosario para que la Virgen María salvase la vida de aquel chico. El tiempo pasaba. Las dos, las tres de la madrugada. Pensé que habría muerto, cuando le vi llegar. Al verlo sin el bastón, su adversario decidió resolver la disputa económicamente. Mi amigo debió pagarle «un tanto». Se llama José Agudo. Ahora está en el Camino, y tiene trece hijos«.

¡Resucitó!

»Un día José me llevó a hablar a su ´tribu´. Fue en una cueva enorme llena de gitanos. Me dijo: «Háblales», y no sabía que decir. Así que empecé por el principio, y me puse a hablarles de Adán y Eva, cuando de repente la madre de José Agudo se levantó: «Yo sé que en el cielo hay una mano potente, que es Dios. ¿Pero lo de la otra vida, lo del infierno, todas esas cosas de los curas? ¡Yo lo único que sé es que mi padre murió y no ha vuelto a casa! ¡Cuando yo vea a un muerto volver del cementerio creeré!».

»Se levantaron todos y se fueron. y yo me quedé allí, bloqueado, atontado, sin saber qué hacer. Aquella mujer, sin embargo, sin quererlo, me había dado la clave, porque me había dicho que estaba dispuesta a escucharme cuando yo hubiese encontrado un hombre que hubiese salido del cementerio. Y efectivamente, buscando en la predicación primitiva y en los Hechos de los Apóstoles, se encuentra el testimonio de un pagano de nombre Festo, que le dice a Agripa que había un prisionero -que era San Pablo- que decía cosas muy interesantes. Festo hablaba a menudo con Pablo, pero la única cosa que habían entendido, y se lo decía a Agripa, era esto: «Hay un prisionero que habla de un muerto, que él dice que ha muerto, pero que vive, que ha vuelto de la muerte, ¡que ha vencido a la muerte!». De toda la predicación de San Pablo, Festo recordaba sólo esto. Os cuento esto para deciros en dos pinceladas cómo el Señor me ha hecho ir entrando en este kerigma, en este modo de anunciar la salvación, de dar en el núcleo central.

»Cada vez que me he sentido desalentado, he sentido una voz dentro de mí que me decía. «¡Coraje, Kiko, ánimo, que te quiero!» «¿De verdad que me quieres?» «En serio, ¡te quiero mucho, muchísimo!» Cristo me ha prometido: «Kiko, ¡tú no morirás!» ¡Un bautizado que viva coherentemente la fe ya ha resucitado con Cristo en el bautismo y forma parte del cuerpo de Cristo resucitado! Aquella gitana que me decía: «¿Cuándo has visto tú un hombre venir del cementerio?». Yo ahora le puedo contestar: «Yo he visto a este hombre que ha salido de la tumba y ha venido a decirme: ¡La paz esté con vosotros, yo he vencido al mundo!». Por eso os invito a terminar con un canto. Cantemos un canto de la victoria de Cristo sobre la muerte, cantemos juntos ese canto que hice en las chabolas, que se llama ¡Resucitó!».

Su abrazo final a la imagen de la Virgen

Detalles conmovedores

El temor de Spencer Tracy a hacer de cura y su abrazo final a la imagen de la Virgen

Este otoño se publicará una biografía del actor que desvela su simpatía por Juan XXIII y su miedo a que los sacerdotes dejaran de confesar.

Actualizado 24 julio 2011

C.L./ReL

Este otoño la editorial norteamericana Alfred A. Knopf publicará una nueva biografía de Spencer Tracy (1900-1967), escrita por James Curtis, donde entre otros aspectos de su vida quedará aclarada su visión de la religión y la forma en que entendía los cuatro papeles de sacerdote que interpretó para la gran pantalla.

Tracy fue siempre una persona de convicciones católicas, y no se divorció de su mujer a pesar de que no le fue precisamente fiel y mantuvo distintos romances con las grandes estrellas del Hollywood de su tiempo: Loretta Young, Joan Crawford, Myrna Loy, Ingrid Bergman, Gene Terney y, por supuesto, Katherine Hepburn, con quien formó una de las parejas más célebres de la historia del cine.

Respeto al sacerdocio

El actor, natural de Milwakee, tenía tan elevado concepto del sacerdocio católico que fue muy reticente a interpretar ese papel. Y, sin embargo, lo hizo con una gran relevancia histórica, pues como señala Kurt Jensen para The Catholic Review, hasta que en 1936 hizo del padre Tim Mullin, amigo de la infancia de Clark Gable en San Francisco, «en las películas los papeles clericales se le habían asignado a actores de reparto, no a las estrellas».

Además, hizo por dos veces (1938 y 1941) de un personaje real, el padre Edward J. Flanagan (1886-1948), fundador de La Ciudad de los Muchachos (por la primera recibió el Oscar), y en 1961 en El diablo a las cuatro volvió a vestir el alzacuellos.

Sin embargo, no le convencía del todo hacerlo. Se resistió a ser el padre Tim de San Francisco porque «tenía miedo de la artificialidad, tenía miedo de que los católicos de toda la vida contemplasen al padre Tim y sólo viesen a una estrella del cine pretendiendo ser un sacerdote, y no el alma de un sacerdote real«.

No era consciente de lo buen actor que era: cuando se estrenó San Francisco, le llovieron miles de cartas pidiéndole consejo.

También hubo que convencerle de que interpretase al padre Flanagan, pero cuando lo hizo, éste le escribió unas emocionantes palabras: «Su nombre está escrito en letras de oro en el corazón de cada uno de los chicos de la calle de La Ciudad de los Muchachos». La institución, fundada en 1917, nunca recibió mayor apoyo que entonces.

Una forma sutil de pedir la confesión

En 1966, en plena tormenta postconciliar, Spencer Tracy visitó a un misionero de Maryknoll, el padre Eugene Kennedy. Ya padecía la enfermedad que le llevó a la muerte, y buscaba ayuda espiritual para su torturada conciencia. Según recoge Jensen en su artículo, el misionero recuerda que abrazó una imagen de la Virgen que había encontrado en Chamonix (Francia), y le dijo con devoción infantil: «Esto sí lo amo verdaderamente. ¡Es algo tan sencillo!».

Más tarde abrió su corazón al padre Kennedy: «¿Sabe? Hubo un tiempo en que quise ser sacerdote. Creo que todo chico católico lo ha pensado alguna vez. Aunque no sé qué pensarán ahora, con todos los cambios que está habiendo. Juan XXIII es el tipo de Papa que me gusta, pero, con esto del Vaticano II, no creo que los curas crean ya en el pecado ni escuchen confesiones«.

Y, con un punto de humor que era también una forma de petición del sacramento, se volvió a su interlocutor para preguntarle: «¿Usted recuerda todavía cómo se hace?».