Sacrilegios gravísimos

Actualizado 17 febrero 2011

Está claro que el móvil de los que robaron el sagrario de la Parroquia de Majadahonda no era el económico, sino el religioso. Mejor dicho, el antirreligioso. Seguramente los mismos que quemaron la puerta y andan extorsionando para que la Iglesia Católica no tenga la libertad y la paz para vivir y celebrar la fe que hemos recibido.

Ya hace tiempo que se viene sembrando el rencor y el odio hacia Dios y la Iglesia Católica. De estas barbaridades ya sabemos muy bien en España. Pero estos barbaros son nuevos. Le han inoculado en la mente el veneno de la crueldad y, automáticamente, salta el resorte cuando se cruzan los cables y la ocasión es propicia. Son los enemigos de la libertad. No saben vivir en sociedad. Son como perros rabiosos que no paran de ladrar, y de morder cuando pueden. Por eso hay que extremar las precauciones. Viene bien recordar el escrito que el Obispo Auxiliar de Madrid envió a todos los responsables de iglesias:

EL OBISPO AUXILIAR DE MADRID A LOS SACERDOTES Y LAICOS.

PROFANAR LA EUCARISTÍA ES UN SACRILEGIO GRAVÍSIMO.

Han llegado últimamente a la Archidiócesis, por distintos cauces, información y denuncias sobre algo que está sucediendo en diferentes iglesias de la archidiócesis y durante la celebración de la Eucaristía. Afirman que algunas personas al pasar a comulgar se llevan consigo la forma consagrada, tanto si comulgan en la mano como si comulgan en la boca, ya que después sacan la Sagrada Hostia y la guardan de diversos modos para llevársela. Existen informaciones fundadas de que pertenecen a alguna secta y que lo hacen con intención de profanar después la Sagrada Eucaristía.

Ante un hecho tan grave, los sacerdotes tenemos la obligación de vigilar y, a la vez, alertar a los fieles para que todos podamos colaborar en el debido cuidado y respeto al Cuerpo de Cristo realmente presente en las especies sacramentales.

En primer lugar, si se detecta a la persona que comete este abuso, ha que comunicarle que un pecado tan grave incurre automáticamente en excomunión reservada a la Sede Apostólica. Y, si se tiene la certeza de que realiza ese acto sacrílego, no sólo hay que comunicárselo personalmente, sino que el sacerdote tiene la obligación de no darle en adelante la Sagrada Comunión. A su vez, los fieles, que muchas veces son los que pueden comprobar mejor estos hechos, tienen obligación moral de informar al sacerdote que celebra sobre la persona concreta que realiza esta sustracción sacrílega, para que se pueda actuar en consecuencia. Ellos mismos pueden, si presencian tal acción, advertir a quien lo hace del acto sacrílego que está cometiendo.

Es necesario que los fieles estén bien instruidos sobre el modo de comulgar en la mano: antes de acercarse al sacerdote, los fieles hacen una inclinación de veneración a la Eucaristía. Si el fiel desea comulgar en la mano, según está concedido por la Santa Sede a la Conferencia Episcopal Española, tiende las manos hacia el sacerdote «haciendo de la mano izquierda un trono para recibir al Rey», como ya se explicaba a los fieles en las catequesis de Jerusalén del siglo IV. A la fórmula del ministro, El Cuerpo de Cristo, responde como confesión de fe: Amén. «El fiel que ha recibido la Eucaristía en su mano la llevará (con su mano derecha) a la boca antes de regresar a su lugar, siempre de cara al altar. De la Iglesia el fiel cristiano recibe la Eucaristía, que es comunión en el Cuerpo de Cristo y en la Iglesia; por esta razón, no se ha de tomar el pan consagrado directamente de la patena o de un cesto, como se haría con el pan ordinario o con pan simplemente bendito, sino que se extienden las manos para recibirlo del ministro de la Comunión. Se recomendará a todos, y en particular a los niños, la limpieza de las manos como signo de respeto hacia la Eucaristía» (Carta de la Congregación para el Culto Divino).

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Pidamos  perdón a Dios por esta gente que no saben lo que se hacen, y si lo saben necesitan más la Gracia de Dios para su conversión. Nos mivilizamos por distintos intereses e injusticias, ¿vamos a dejar que hagan lo que quieran con lo más grande que tenemos, que es la Eucaristía?

 

 

El testimonio póstumo de Sole Pérez de Ayala

«El Señor me hizo ver que sufriría una enfermedad para la conversión de mi corazón y la de otros»

Tras cinco años de sufrir cáncer, ha muerto una madre de familia cuyo testimonio cristiano ha impresionado a miles de personas.

Actualizado 16 febrero 2011

ReL

El pasado domingo 13 de febrero murió Soledad Pérez de Ayala, más conocida como Sole, tras cinco años padeciendo un cáncer. Era madre de familia y profesora titular de Filología Inglesa de la Universidad Complutense (Madrid). Ha vivido su vida cristiana como congregante mariana en “Mater Salvatoris».

Su testimonio cristiano, mostrando la fecundidad del sufrimiento si es llevado al corazón de Dios, lo plasmó en «Magnificat», la publicación que dirige Pablo Cervera, y del que Sole era buena amiga.

Reproducimos su testimonio:
«En enero de 2006, cuando con más intensidad buscaba yo hacer la voluntad de Dios en mi vida, el Señor me hizo ver que iba a sufrir una enfermedad para la conversión de mi corazón, y quizá la de algunos otros, y para gloria suya. Al poco me diagnosticaron un cáncer, que me trataron con quimioterapia, cirugía y radioterapia.

Ser toda tuya y sólo tuya
»Yo buscaba: buscaba la Verdad, en la Eucaristía, en todo lo que es de Él, en la Iglesia, en los sacerdotes, en mi Congregación Mariana. En realidad, le buscaba sólo a Él, a Cristo. Empecé a decirle que quería ser toda suya, y sólo suya. No del mundo, no de la vanidad. Esto es fácil de desear, pero difícil de llevar a cabo porque el mundo te arrastra. Pero a través de la enfermedad, que me obligó a renunciar a tantas cosas –mi imagen, mi trabajo, mis fuerzas- me fui haciendo más a Él. A medida que yo renunciaba a alguna criatura, Él se hacía más fuerte en mi corazón.

»Con la ayuda del Señor, de la Virgen María y de toda mi familia, fui encajando el sufrimiento de la debilidad, las llagas, el hospital, y todas las molestias derivadas de la medicación. Al principio tenía miedo a la Cruz, y ese miedo me hacía sufrir más que la propia enfermedad. A menudo me había preguntado, antes de la enfermedad, por qué tantos hombres y mujeres padecen en el mundo, haciéndose partícipes de la Cruz, y yo tenía una vida cómoda. Al entrar a formar parte de los que sufren, me sentí parte del Pueblo del Señor.

»Siendo débil en el Señor, notaba más su fortaleza en míEntonces se me pasó el miedo. El sufrimiento es superado por el Amor, y al sufrir con Cristo, nos hacemos partícipes de su Amor. Yo le decía al Señor que si me daba fuerzas, saldría de mí misma, le amaría más y también a mi gente. Al mismo tiempo, en el amor de los otros hacia mí, sobre todo en el de mi marido, descubrí el Amor desbordante del Señor. Mi familia se volcó conmigo. Mucha gente me llamó para decirme que rezaba por mí. Yo ofrecía mis dificultades por todos ellos. Así se formó un círculo de oración y de gracia. En los momentos más duros, sólo mi Madre del cielo me ha podido ayudar. Ella, María, me ha aligerado esa carga que cae pesadísima sobre los hombros; Ella sola me ha deshecho el nudo de la garganta, y me ha hecho ver que esto es un encuentro con su Hijo, gracias al cual yo también puedo entonar mi pequeño Magnificat.

El Señor cuenta con nosotros
»En Febrero de 2007 me dieron de alta –no definitiva, pero muy esperanzadora- por lo que hicimos planes nuevos. En Junio me detectaron una metástasis en los huesos. La cosa estaba clara: el Señor quería seguir contando conmigo. Mis planes de trabajo y estudio se cayeron. Los planes del Señor, sin embargo, siguieron adelante. Y me hice la siguiente reflexión: ¿qué vida es mejor: la que yo había pensado o la que me impone la enfermedad? La respuesta es que una no es mejor que la otra, pues la bondad no está en lo que se haga, sino en cómo se haga, y sobre todo de Quién vayas acompañado. He visto que de mis cuarenta años, el último ha sido especialmente dulce porque he contado de una forma sorprendente con la presencia de Cristo en mi vida diaria. Y he llegado a preguntarme si debo desear sanar, pues la dulzura de estar con Él me hace pensar en la vida eterna. En la enfermedad siento que el Maestro está conmigo, viviendo los momentos difíciles, y yo con Él participando así de su Cruz. Por eso, la enfermedad es dulce, pues le tengo a Él, le he descubierto a Él en mí. Y yo empiezo a viviraquí en la tierra, sin mérito mío, las dulzuras de estar con Él en el cielo.

Alegría y ganas de vivir
»Yo pensaba, antes de la enfermedad, que la vida era un valle de lágrimas. Desde que estoy enferma, me han entrado unas ansias irresistibles de vivir, de transmitir la alegría que me da sentirme amada por el mismo Dios. Claro que ahora vivo de otra manera, pues tengo al Maestro más cerca. Le pido al Señor que me enseñe a vivir el día, sabiendo que no sé si cuento con el mañana. La respuesta, como siempre, está en el amor. Después de tantos años de ejercicios espirituales, de meditar el Principio y fundamento, me han tenido que atar a una camilla de hospital para entender que un minuto de cansancio extremo, o de simplemente mirar el horizonte, dan gloria a Dios si se ofrecen por amor; que el objetivo de la vida no es ganar dinero, ni una vida exitosa, sino amar, amar, amar, y dejarme amar, dejarme amar, dejarme amar. Y confiar, vivir el día, vivir en cristiano, y transmitir a mi gente, en esta sociedad occidental tan triste y materializada, la alegría del Crucificado (por eso sonríe el Cristo de Javier).

Vivir la enfermedad cerca de la Trinidad
»A lo largo de estos meses, he descubierto cómo cada una de las Personas Divinas de la Santísima Trinidad me cobija, me quiere, en la enfermedad de una forma distinta. Entre ellas cubren unas funciones de forma amorosa, y si las escucho a las Tres, la angustia desaparece y se abren camino la paz y la alegría. En Dios Padre, vivo la confianza de saber que Él es mi Padre, que me ha creado, que es todo Poder, todo Saber y todo Bondad, y que por lo tanto no puede haber ningún resquicio de vida ni circunstancia familiar que Él no haya previsto en sus planes de Amor. En Cristo, tengo el único y mejor Maestro de vida, con el que me encuentro a diario en la Eucaristía. Él me va enseñando el camino. En el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, pongo la esperanza de que me sostendrá y me inspirará, como lo viene haciendo, la paz y la alegría de saberme Hija de Dios. A mi Dios, Uno y Trino, por intercesión de la Virgen María, Madre del Salvador, le pido me dé fuerzas, me sostenga y me ayude a ser humilde ante Él».

Testimonio en televisión
A continuación, la entrevista que le hizo el sacerdote Javier Alonso Sandoica en Popular TV:


 

 

De drogadicta, alcohólica y atea a reconciliada con Dios

El impactante testimonio de Pamela

De drogadicta, alcohólica y atea… a encontrar el sentido a la vida reconciliada con Dios

Ahora vive en una Comunidad del Cenáculo, un carisma católico de origen italiano, que se ocupa de ayudar a los jóvenes desesperados.

Actualizado 17 febrero 2011

ReL

Sor Elvira Petrozzi fundó en 1983 la Comunidad del Cenáculo como respuesta de la ternura de Dios Padre, al grito de desesperación de muchos jóvenes cansados, desilusionados, desesperados, adictos a las drogas y personas en general, que buscaban la alegría y el sentido verdadero de la vida.

Actualmente colaboran con la Comunidad, voluntarios, consagrados y familias que viven a tiempo completo y en total gratuidad al servicio de esta obra. En estos momentos hay56 Fraternidades del Cenáculo en todo el mundo.

A continuación reproducimos el testimonio impactante de una joven italiana que tras caer en la desesperación de la droga, el alcohol y el sin sentido de la vida, encontró la esperanza en este carisma católico.

No creía en nada
«Tengo veintiséis años, me llamo Pamela y soy de Sicilia. Aunque soy de una familia cristiana por tradición, antes de la Comunidad era atea, no creía en nada, sólo en mis fuerzas humanas.

»Soy la mayor de cuatro hermanas y desde pequeña era introvertida y tímida. Vivía con una mamá muy aprensiva y un padre poco presente. Los dos trabajaban para que no nos faltara nada. Gracias a Dios estaba mi abuela, los recuerdos más lindos de mi infancia están relacionados con ella, cuando pasábamos el verano en su casa, estaba siempre atenta a nuestros requerimientos y fue la primera que me habló de Jesús.

Problemas en casa
»Con los años el clima en mi casa se hizo pesado por los problemas económicos y las discusiones entre mis padres; dentro de mí crecía el sentimiento de culpa y la ansiedad: me sentía responsable de todo lo que pasaba entre ellos. En la escuela vivía un sentimiento de inferioridad al comparar mi familia con la de mis compañeros, vivía la rabia de la humillación y llamaba la atención para que me acepten.

Me sedujeron las «luces» del mundo
»No estaba preparada para enfrentar la vida y era muy ingenua; en mi casa había muchos tabúes, no se dialogaba y todo se escondía tras las cosas materiales hasta el día en que sentí curiosidad por el impacto del exterior: me atrajeron y me sedujeron todas las “luces” del mundo.

»Cuando tenía catorce años mis padres se separaron y eso fue “la gota que rebalsó el vaso” y entré en la aventura de las tinieblas. Dentro de mí se desencadenó una fuerte rebelión que enmascaraba con la apariencia, tapaba el sufrimiento de haber perdido a mi familia, drogándome, fumando marihuana y cayendo en la dependencia del alcohol y la cocaína. Me sentía triste y vacía. La vida sin mi padre en casa, me parecía terminada. Estaba muy pegada a él y el abandono me hizo rechazarme a mí misma, tanto que me sentía incapaz en todo.

Máscaras de los material
»Delante de mis amigos estaba llena de “máscaras”: ropa, dinero . . . todo, para sentirme aceptada, amada y querida. Estaba convencida de que el amor se podía comprar, y este mundo de ilusiones, de sueños de fuga de la realidad me llevaron poco a poco a la muerte.

»También me hacían sufrir los problemas de desocupación y de la mafia de mi país, lo que causaba depresión en mucha gente que yo quería, así empecé a odiar a Sicilia. Quería borrar mis orígenes y aproveché la relación con un chico para irme a Inglaterra. ¡Una vez más llena de ilusiones, falsa y drogadicta en la manera de pensar tuve el coraje de sentirme bien!

El túnel de la heroína
»En Inglaterra caí en el túnel de la heroína que me llevó derecho al infierno. Hoy estoy segura de que alguien rezó por mí, porque toqué fondo y la desesperación me llevo a pedir ayuda.

»Así entré en la Comunidad. Aunque era tan falsa que pensaba que lo hacía para ayudar a mi novio a dejar la droga. Pero en la Comunidad todo lo que era oscuridad comenzó a tomar color. Conocí la verdad ¡no sabía lo que era hasta que me la dijeron y todas mis máscaras e ilusiones cayeron!

Encuentro con Dios
»También fue el camino para el encuentro con Dios, con Jesús Eucaristía, arrodillándome en silencio frente al Santísimo Sacramento. Jesús me llevó a perdonar mi pasado, a confiar en los otros y aceptarme como soy; a superar el miedo, a luchar redescubriendo los valores de la vida, como la amistad, sentir a alguien cerca que te da coraje, que te perdona, que respeta tus tiempos, que te da fuerza y esperanza.

Agradecida a Dios y a la Virgen María
»Estoy muy agradecida a Dios y a María; hace más de dos años que estoy en la casa de Lourdes, y siento que la Virgen me acerca a Jesús, especialmente en las tribulaciones, para redescubrir mi femineidad y mi maternidad, como mujer capaz de dar la vida.

»No quiero más pensar solo en mí. Quiero entregarme a quien me necesite sin ponerme límites porque descubrí que la vida tiene un valor inmenso. Deseo servir a quien sufre más que yo. Es lo que necesita mi corazón para sanar: las pequeñas elecciones y los pequeños “sí” concretos de cada día».

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