Un sacerdote enamorado de Dios

San Josemaría Escrivá: un sacerdote enamorado de Dios

El 26 de junio de 1975 a las 12 de la mañana, falleció en su lugar de trabajo san Josemaría Escrivá. La noticia se difundió rápidamente por todo el mundo. Se dispuso su cuerpo, revestido con ornamentos sacerdotales, al pie del altar de Santa María de la Paz, actual iglesia prelaticia del Opus Dei. Comenzaron a acudir a Villa Tevere centenares de personas —entre ellas, numerosos cardenales y obispos— para rezar ante su cuerpo. Al contemplar su rostro, que desprendía paz y serenidad, muchos recordaron una frase que solía decir en los últimos tiempos: “Os podré ayudar más desde el cielo. Vosotros lo sabréis hacer mejor que yo: yo no soy necesario”.

Se celebraron funerales por su alma en los cinco continentes, que significaron para miles de personas una ocasión de gracia y de conversión interior. Se han multiplicado, año tras año, las misas de sufragio por su alma, que se celebraron en las principales ciudades y en los lugares más insospechados de la tierra hasta los que había llegado su fama de santidad.
San Josemaría había gozado de fama de santidad desde su juventud, desde sus primeros años de sacerdocio. Muchos sacerdotes y seminaristas que participaron en los cursos de retiro que predicó durante los años 1938-1945, no olvidaron nunca —así lo pusieron de manifiesto en sus testimonios— la llama de amor a Dios que transmitía en sus palabras aquel sacerdote joven.

A partir de 1946, año en que fijó su residencia en Roma, acudieron a visitarle, atraídas por su santidad de vida, personas de los más diversos lugares. Muchas de ellas, le pedían que encomendara sus intenciones en la Santa Misa, con la seguridad de que estaban ante un santo que intercedería por ellos ante el Señor.

Vivió siempre con la sencillez que predicaba y enseñaba en sus escritos. A su lado se palpaba la cercanía de Dios. Todo en su personalidad y en su modo de ser —sus gestos, sus palabras, su sonrisa constante, su buen humor, su mirada amable y alentadora— llevaba hacia el Señor. Miles de personas de las mentalidades y culturas más diversas, concluían lo mismo tras escuchar sus palabras o verle celebrar la Santa Misa: éste es un sacerdote enamorado de Dios.

Su fama de santidad cobró especial fuerza en los últimos años de su vida, cuando muchedumbres de personas de los más diversos ambientes y culturas, tuvieron la oportunidad de escuchar, durante sus viajes de catequesis por Europa y América, el anuncio del Evangelio de sus propios labios.

Sesenta y nueve cardenales, alrededor de 1.300 obispos de todo el mundo, 41 superiores de órdenes y congregaciones religiosas, sacerdotes, religiosos, representantes de asociaciones laicales, figuras de la sociedad civil y personalidades del mundo de la cultura, de la ciencia y del arte, convencidos de que sería un gran bien para la Iglesia, solicitaron al Santo Padre comenzar su Causa de beatificación y canonización.El 19 de febrero de 1981, el Cardenal Ugo Poletti promulgó el Decreto de Introducción de la Causa. El 9 de abril de 1990, el Santo Padre Juan Pablo II declaró las virtudes heroicas del Venerable Siervo de Dios Josemaría Escrivá de Balaguer; y el 6 de julio de 1991 se leyó, en presencia del Papa, el decreto que sancionaba el carácter milagroso de una curación obrada por su intercesión.
El 17 de mayo de 1992, una gran muchedumbre se congregó en Roma. En la fachada de la Basílica de San Pedro se veían dos tapices con los rostros sonrientes de Josemaría Escrivá de Balaguer y Josefina Bakhita, a los que Juan Pablo II beatificó en una solemne ceremonia.
El 20 de diciembre de 2001, un decreto pontificio reconoció otra milagrosa curación atribuida a la intercesión del beato Josemaría. Poco tiempo después, el 6 de octubre del año 2002, Juan Pablo II anunció que se inscribiría el nombre de san Josemaría Escrivá de Balaguer entre el número de los santos.