Vida lejos de Dios

lunes, 17 de enero de 2011

Evaristo de Vicente


La Gaceta

Este no es el milagro por lo que le van a beatificar, es el de una monja francesa que tenía párkinson y, sin embargo, ahora por su intercesión, ya no lo padece. Pero no sé si decir, que ese es fácil. En este está clarísimo que intervino Dios a través de su amado Papa Juan Pablo II.

Aún no había sido el atentado. En el Aula Pablo VI había más de 7.000 personas. El Papa avanzaba por el pasillo central donde al final una inmensa Resurrección, escultura de Pier Luigi Nervi, le esperaba con los brazos abiertos. Las gentes se lanzaban contra las vallas como jugadores de rugby en apasionada melé por tocar al Papa Juan Pablo II.

Él se acercaba a ambos lados, lento, sonriente, divertido como encantado con el griterío, dando la mano fugazmente. Una mujer casi asfixiada por los apretujones gritaba más que otras:

«¡Santidad, Santidad!»

De pronto se encuentran las miradas. El Papa Juan Pablo II se acerca. Le toma de la mano:

«¿Sí? Dime»

A aquella mujer el corazón le empieza a latir con tal fuerza que ya solamente oye su corazón y el del Papa:

«Santo Padre, rece… —balbucea, ¡ahora no sabe qué decir!— rece por España»

«Lo hago, lo hago»

«Pero… pero sobre todo —añade ya con la boca seca, la mano sudorosa entre las del Papa— pero, sobre todo, rece por mi marido —mientras coge por el brazo al hombre que tiene al lado— porque… porque él está apartado de Dios»

En ese mismo momento el marido tuvo fuertes sentimientos de muerte, aunque nunca supo con certeza si sobre él mismo o sobre su esposa. Juan Pablo II miró con ternura a aquel enrojecido hombre, tomó sus manos entre las suyas. Con mirada tierna y profunda a la vez acercó su boca al oído del azarado hombre:

«Hijo. Vuelve. Se pasa tan mal lejos de Cristo»

Y en aquel momento el Papa, aquel hombre y su mujer, volvieron a oír el griterío: ¡Viva el Papa! ¡Juan Pablo II te quiere todo el mundo! Hasta ese momento en la Sala Nervi solamente estaban ellos tres. A la salida, el hombre pasó del aula al confesionario del Vaticano y pidió perdón a Dios por su vida alejado de Él.

Este que les he contado no es el milagro por lo que le van a beatificar, es el de una monja francesa que tenía párkinson y, sin embargo, ahora por su intercesión, ya no lo padece. Pero no sé si decir, que ese, ese es fácil. En este, el que yo les he relatado, está clarísimo que intervino Dios a través de su amado Papa Juan Pablo II.

Autor: Moral y Luces

Moral y Luces

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