Vida lejos de Dios

lunes, 17 de enero de 2011

Evaristo de Vicente


La Gaceta

Este no es el milagro por lo que le van a beatificar, es el de una monja francesa que tenía párkinson y, sin embargo, ahora por su intercesión, ya no lo padece. Pero no sé si decir, que ese es fácil. En este está clarísimo que intervino Dios a través de su amado Papa Juan Pablo II.

Aún no había sido el atentado. En el Aula Pablo VI había más de 7.000 personas. El Papa avanzaba por el pasillo central donde al final una inmensa Resurrección, escultura de Pier Luigi Nervi, le esperaba con los brazos abiertos. Las gentes se lanzaban contra las vallas como jugadores de rugby en apasionada melé por tocar al Papa Juan Pablo II.

Él se acercaba a ambos lados, lento, sonriente, divertido como encantado con el griterío, dando la mano fugazmente. Una mujer casi asfixiada por los apretujones gritaba más que otras:

«¡Santidad, Santidad!»

De pronto se encuentran las miradas. El Papa Juan Pablo II se acerca. Le toma de la mano:

«¿Sí? Dime»

A aquella mujer el corazón le empieza a latir con tal fuerza que ya solamente oye su corazón y el del Papa:

«Santo Padre, rece… —balbucea, ¡ahora no sabe qué decir!— rece por España»

«Lo hago, lo hago»

«Pero… pero sobre todo —añade ya con la boca seca, la mano sudorosa entre las del Papa— pero, sobre todo, rece por mi marido —mientras coge por el brazo al hombre que tiene al lado— porque… porque él está apartado de Dios»

En ese mismo momento el marido tuvo fuertes sentimientos de muerte, aunque nunca supo con certeza si sobre él mismo o sobre su esposa. Juan Pablo II miró con ternura a aquel enrojecido hombre, tomó sus manos entre las suyas. Con mirada tierna y profunda a la vez acercó su boca al oído del azarado hombre:

«Hijo. Vuelve. Se pasa tan mal lejos de Cristo»

Y en aquel momento el Papa, aquel hombre y su mujer, volvieron a oír el griterío: ¡Viva el Papa! ¡Juan Pablo II te quiere todo el mundo! Hasta ese momento en la Sala Nervi solamente estaban ellos tres. A la salida, el hombre pasó del aula al confesionario del Vaticano y pidió perdón a Dios por su vida alejado de Él.

Este que les he contado no es el milagro por lo que le van a beatificar, es el de una monja francesa que tenía párkinson y, sin embargo, ahora por su intercesión, ya no lo padece. Pero no sé si decir, que ese, ese es fácil. En este, el que yo les he relatado, está clarísimo que intervino Dios a través de su amado Papa Juan Pablo II.

Educación y medios de comunicación

lunes, 17 de enero de 2011
Francesco Belleti


FamilyAndMedia.eu (Entrevista de José María La Porte).

Entrevista con Francesco Belleti, Presidente del Foro de las Asociaciones de Familia (Italia): «Los padres deben tener el coraje de conocer y entrar en el mundo de los medios de comunicación. No hay otra alternativa, los hijos ya lo están»

* * *

¿La familia en crisis o la familia como una oportunidad?

La familia es, siempre y sin duda alguna, una oportunidad y un recurso. Formar una familia responde perfectamente al deseo humano de construir una pertenencia profunda, un lugar donde se tiene la certeza de ser y de poder amar, tanto como para constituirse como un lugar de excelencia para el desarrollo de las cualidades fundamentales del ser humano, y también de la convivencia social. Por lo tanto, la familia no es una superestructura, sino que es la cuna de la humanidad. Necesitamos creer en la familia, que es lo que Juan Pablo II ha pedido en repetidas ocasiones durante su pontificado. Aunque hoy en las familias existe mucha fragilidad, la familia sigue siendo el lugar bueno donde hacer crecer y educar a los hombres y mujeres.

¿Construir una familia no es de super-héroes?

Hoy, en Italia, construir una familia es, sin duda, una empresa heroica, porque constituir una nueva familia suma dos situaciones de partida difíciles en sí mismas: ser joven y originar un hogar. No es fácil en Italia ser joven. Nuestro sistema educativo, laboral y de welfare penaliza fuertemente a los jóvenes. Además, la familia no es una opción promovida por el contexto social. Hoy a dos jóvenes que dicen «Nos casamos dentro de 6 meses», se les replica «pero, ¿quién os manda hacerlo?»

¿Y entonces…?

Hace años no era así. Hay que redescubrir el desafío fresco y alegre de realizar un proyecto juntos y para siempre. Hoy en día formar una familia no es fácil porque es una empresa que se debe vivir en un clima de cinismo que deja solos a los esposos. Se trata efectivamente de un heroísmo, pero de un heroísmo consciente y sin dramatismos y que debe ser capaz de presentarse como normal y, al mismo tiempo, cautivador, un heroísmo para hombres y mujeres reales.

A menudo los padres ven que una parte de su función educativa ha sido secuestrada por los medios de comunicación. ¿La pueden recuperar?

Los padres se encuentran en gran dificultad por la responsabilidad educativa en cuanto tal, con o sin los medios de comunicación. La dificultad radica en el mismo hecho de ser padres: decir sí o no, tener autoridad y ejercitarla. En general, el contexto actual no facilita el desarrollo de la autoridad paternal, porque generalmente se niega el concepto de «respeto de la autoridad». Por otra parte, hay que recordar siempre que amar el destino de los hijos no significa dejarles solos, sino que más bien significa entrar en sintonía con ellos, orientarles y hacer madurar sus talentos hasta que sean autónomos. La autoridad, por lo tanto, es uno de los códigos fundamentales de la educación y como tal debe recuperarse.

¿Autoridad como educación?

Digo autoridad, no autoritarismo, porque los dos términos son claramente distintos; pero debemos tener claro que el papel de los padres es radicalmente diferente del de los hijos. Ser padres comporta el ejercicio de una responsabilidad asimétrica, no democrática, que genera un desequilibrio de poder. Se trata de ejercer una responsabilidad precisa y directa con respecto a los propios hijos, que no son otra cosa que el fruto del amor conyugal.

¿Se pueden combinar el amor y la autoridad?

Se trata de amar al propio hijo no sólo porque es «otro respecto a ti”, sino para hacer que se convierta en autónomo, educarlo en el respeto de la verdad y en la capacidad de encontrar y conocer la realidad como «algo distinto de sí”, como un don. Amar, por lo tanto, implica incidir positivamente en el desarrollo de los hijos, negociando constantemente con su libertad. Existen dos palabras claves vinculadas entre sí en este contexto: autoridad y responsabilidad. La autoridad implica ejercer un juicio sobre el bien y el mal, evitando el autoritarismo o el extremo opuesto, es decir la renuncia a la responsabilidad del juicio, en favor de un «laissez faire» en apariencia políticamente correcto, que desemboca en un rendirse del adulto frente a su responsabilidad educativa.

¿Cuál es la idea de la familia que presenta la opinión pública?

En la opinión pública se presenta una «no idea», de hecho es uno de los temas más difíciles de discutir. La idea de familia se deja en manos de la autodeterminación de los individuos, ya que cualquier forma de convivencia se ha convertido en una familia. En cambio, la familia como buena noticia, no sólo cristiana, es el encuentro amoroso y pacífico de un hombre y una mujer abiertos a la vida, que asumen la responsabilidad y por lo tanto educan y, al hacerlo, construyen la sociedad.

¿Cuáles serían los elementos claves del concepto familia?

Existen cuatro elementos de la identidad antropológica de la familia: la relación/alianza entre la diferencia sexual (es la gran idea del Génesis, que afirma que la imagen de Dios reside precisamente en esto: «hombre y mujer los creó, a su imagen y semejanza»); la capacidad generativa; la responsabilidad educativa y la responsabilidad social. Desde el punto de vista eclesial, podríamos añadir la responsabilidad de construir la Iglesia.

¿Cuáles son las necesidades más profundas de la familia que los medios de comunicación no muestran de modo fidedigno?

La primera gran necesidad de la familia, que los medios de comunicación no cuentan, es la necesidad de verdad y amor en las relaciones dentro de la propia familia. Hoy en día la familia debe seguir los frenéticos ritmos de vida impuestos a todos sus miembros por parte de una sociedad llena de actividades y compromisos, y el riesgo que se corre es que en medio de esta congestión de compromisos se deje de lado el amor. Lo más importante es ser feliz en tu propia casa, con las personas que cada uno de nosotros ha escogido como compañeros de vida. Ser una familia no es una garantía automática de felicidad. La felicidad dentro de la familia es una aspiración y una tarea que cada uno de nosotros construye durante toda la vida, día tras día.

La segunda gran necesidad, que es difícil verla, es la necesidad de apertura y de compartir que cada familia tiene. La familia que se encierra en los confines de su propio casa o hábitat es una familia que vive mal; por el contrario, la apertura a otras familias es un mandato social inherente al «construir una familia». A menudo, al final de los cursos de preparación para el matrimonio la verdadera pregunta es: “¿dónde estos dos encontrarán compañía?», “¿quién les estará cercano, con el apoyo y la amistad, en el lugar donde han decidido ir a vivir?”.

¿Existen otras necesidades?

Una tercera necesidad de la familia se refiere al discurso público sobre la familia. Si vives en una sociedad donde la familia se presenta como un nido de víboras, un lugar de violencia o una serie de relaciones que aprisionan, entonces es difícil tener un modelo positivo. Por tanto, es apropiado pensar en la forma de presentar la familia de una manera positiva, como una «buena noticia». Hay muchas familias felices, aunque con dificultades y limitaciones, pero felices de verdad, que no aparecen en los medios de comunicación y en las series de televisión. Ya solo en el contar cómo los jóvenes de hoy tratan de construir una familia hay algo de positivo, una representación de ese ideal que se desea alcanzar.

¿Es tan difícil educar en un contexto mediático?

Hoy más que ayer, la familia no es la única que educa, aunque en el fondo siempre ha sido así. En la actualidad el contexto social es especialmente incisivo, de gran alcance, y la distancia entre generaciones se define por su relación con el mundo de los medios de comunicación. Los padres de hoy en día están en la primera línea de este cambio y se encuentran en una etapa crítica, sobre todo por el poder de los nuevos medios, que llevan a la gente a vivir en un mundo completamente virtual. Los padres deben ser conscientes de que los medios de comunicación son una oportunidad, pero también un riesgo. Deben tener el coraje de conocer y entrar en este mundo. No hay otra alternativa, los hijos ya lo están.

¿Algún consejo práctico?

Tal vez la clave es evitar el aislamiento de los hijos frente al ordenador o a las consolas de videojuegos y encontrar también en ellos un espacio educativo propicio para todas las circunstancias. Por ejemplo, decidir que en casa haya sólo un ordenador, que se encuentre en una sala común (un poco como se hacía hace tiempo con la televisión), donde se comparte, donde se acompaña y se crece juntos, ayuda a ejercer la libertad.

En otras palabras, hace falta buscar espacios donde se pueda educar en el uso responsable de los medios de comunicación. Un idioma se aprende en compañía, y muchos jóvenes todavía están aprendiendo el alfabeto intelectual del mundo virtual. Aunque saben cómo funcionan los programas desde el punto de vista técnico, sin embargo, desconocen los matices de una lengua formada por actitudes éticas, elecciones relacionales, de valores que inciden profundamente. Están inmersos en un lenguaje mediático que los introduce de repente en un contexto cultural global, donde los conceptos como amistad, trabajo, amor, familia, Dios, han sufrido muchas presiones ideológicas, y esto crea una confusión de valores muy difícil de contrarrestar.

Por tanto, es necesario que nuestras familias puedan llegar a ser lugares de experiencia y de testimonio de la belleza de estar juntos, de los vínculos familiares, de la alianza de la pareja y de la familia; solo así nuestros jóvenes sabrán gobernar los nuevos medios y las nuevas relaciones que están conectadas con ellos, y no ser gobernados más bien por aquellos que los poseen, como desgraciadamente ocurre con demasiada frecuencia.

Sor Verónica y las clarisas de Iesus Communio

En una extensa carta dirigida a sus ex hermanas religiosas

Sor Verónica dice a las clarisas que Iesus Communio no es una negación del carisma de Santa Clara

Confiesa que lo que más les hizo sufrir era el reproche «Vosotras no hacéis bien a las Clarisas, porque no mostráis su verdadero rostro».

Actualizado 17 enero 2011

Gilberto Pérez/ReL

La Hermana Verónica Berzosa, fundadora del nuevo instituto de derecho pontificio Iesu Communio, explica en una carta dirigida a las hermanas clarisas algunos asuntos que relacionados con la aprobación del instituto, sobre algunos temas que han ido apareciendo en forma de acusaciones y que dañaban el nombre de esta nueva realidad, sobre los apoyos recibidos, las vocaciones que fueron llegando, su obediencia a la voz del Espíritu…

En la epístola, fechada el 24 de diembre de 2010 y que fue publicada este domingo en el boletín de la URC, sor Verónica es enfática en afirmar que «En nada sentimos negación de un carisma radiante» y que cree firmemente en la «vocación íntegramente contemplativa».

Para la cabeza de este nueva forma de vida religiosa, «es imposible sentir la negación de un carisma radiante como es el de las Damas Pobres de Santa Clara» e insiste en que «no se trata de una negación, sino de una afirmación de un designio concreto de Dios sobre nosotras».

El texto de la carta

Iesu communio

La Aguilera-Lerma, 24 de diciembre de 2010

Queridas hermanas: La Madre Presidenta me invitó a escribiros; le agradezco sinceramente esta invitación que tanto deseaba. Dejo en sus manos esta carta para que ella os la transmita. Deseo abriros el corazón y dirigiros esta carta en tono familiar y más confidencial que la nota informativa que salió en la prensa, dirigida a los que, movidos por el amor que nos tienen, solicitaban una información amplia de lo que estamos viviendo.

Quiero compartir sencillamente con vosotras que la reciente decisión de la Santa Sede viene a reconocer y confirmar una forma de vida que ha recorrido antes un largo camino que se ha ido configurando paulatinamente. Cuando alguien se propone escribir acerca de un designio de Dios, no encuentra palabras con las que expresar tanto bien recibido, sin mérito alguno. Explicar este hoy sería como pretender explicitar detalladamente la llamada al seguimiento de Jesucristo. Una sólo sabe reconocer que su corazón ha sido robado por el amor entregado de Dios, y que, encontrado el Tesoro incomparable, ya no puede más que avanzar en el camino que Él va indicando.

Siempre me han impactado las palabras de H. Urs von Balthasar, cuando sintió la llamada de Dios: «Tú no tienes que elegir nada, has sido elegido. Se te dará la vocación como tarea a desarrollar. No necesitas nada, se te necesita a ti. No tienes que hacer planes, eres una piedrecita de un mosaico ya existente. Todo lo que yo tenía que hacer era simplemente dejarlo todo y seguirle, sin hacer planes, sin el deseo de experimentar intuiciones particulares. Sólo debía estar allí, sencillamente quedarme quieto para que Él me tomara».

En verdad siento que el camino recorrido no ha sido fácil. Tampoco ha estado exento de cruz, pero ha sido necesario, porque el grano de trigo tenía que caer en tierra y morir para que despuntara y floreciese el fruto que Dios quería. A la luz de este momento, releo cómo nuestra forma de vida se tejía en el silencio de Nazaret. Es verdad que hoy estamos llenas de gozo, pero siento que es el mismo gozo que teníamos ayer y siempre, porque la alegría consiste en estar en la voluntad de Dios día tras día.

Un día, leyendo el artículo de Mons. Jesús Sanz Montes, franciscano, El lugar eclesial del carisma de Santa Clara, encontré estas palabras: «Ni Clara, ni Francisco sabían más. Por eso señala el biógrafo con gran agudeza: Francisco la conducirá al monasterio benedictino de San Pablo, no porque fuera ése el locus charismaticus de Clara, sino porque representaba un lugar seguro de espera donec aliud provideret Altissimus —hasta que el Altísimo dispusiera otra cosa— (LegCl 8)». Confieso que al principio sentí alivio… ¿quizás sería esto lo que nos estaba pasando? Pero luego me dije: «No, esto no ha sido así para nosotras».

Santa Clara estaba cierta de que ése no era su lugar; y de hecho, su estancia allí fue muy breve. Nosotras hemos abrazado de corazón el carisma franciscano, sin duda en medio de mucha fragilidad. Puedo afirmar que no hemos buscado «un lugar seguro hasta que el Altísimo dispusiera otra cosa»; en verdad no ha sido así. Lo que alcanzo a discernir en este hoy es que Él ha querido que esta forma de vida, Iesu communio, tuviese su cuna en la Orden Franciscana, y estamos muy agradecidas a Dios por este don; sólo Él sabe por qué, y quizá más tarde, e incluso posteriores generaciones, comprenderán. Hemos tenido la gracia de beber intensamente en las fuentes de la espiritualidad franciscanoclariana, pero también es verdad que hemos sido formadas en el conocimiento de los Padres de la Iglesia.

Además, ha sido muy decisiva en nuestra formación la persona y el Magisterio de nuestros Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, así como la rica tradición espiritual del patrimonio de santidad de la Iglesia, y los escritos de teólogos como Joseph Ratzinger, Hans Urs von Balthasar, Henri de Lubac, etc., quienes nos han ayudado a profundizar en nuestra experiencia concreta y en nuestro peregrinar en la fe.

Debo mi perseverancia a la Madre Clara. Tras veintisiete años desde mi entrada en el monasterio, me atrevo a afirmar que debo mi perseverancia en la vocación a la Madre Clara; en ella veo realizado el sueño de Dios sobre una mujer formada esposa y madre según el corazón de Cristo. Ella me ha confirmado con su vida que la sed esponsal de Cristo, que Él hizo arder en mi interior desde mi juventud, sólo se colma en Jesús, Vida nuestra, nuestro inseparable vivir. Sus cartas han sellado en mí la certeza de que la consagración es un camino de plenitud, de bienaventuranza, vivido en un «amor incomparable» (Sta. Clara, Carta III), y esta certeza inquebrantable me ha sostenido en mi perseverancia. Francisco y Clara me han mostrado el gozo del seguimiento a Cristo en una libertad envidiable. «Pero ¿por qué no nos habéis informado antes?», nos preguntáis muchos Nos han llegado constantes ecos y algunas cartas, preguntando: «¿Por qué no nos habéis informado antes?» Quiero deciros con toda sinceridad que nosotras ni siquiera nos hemos propuesto informar o no informar, sino que hemos dejado que la vida transcurriese, tratando de secundar siempre lo que Dios quería de nosotras.

El día 31 de mayo de 2010, como sabéis, vinieron las hermanas de nuestros monasterios de Burgos, y en ese encuentro les expusimos el momento que estábamos viviendo. Incluso sor María Javier, de Castil de Lences, hizo una crónica que se publicó en la revista Hermanas Menores. Como comprenderéis, no se podía explicar íntegro el contenido de la forma de vida presentada al Dicasterio, porque, una vez que la cuestión estaba sometida a su estudio, era obligado guardar reserva para no prevenir el juicio de la Santa Sede ni interferir en él. Por tanto, ni a la Madre Presidenta, ni al Padre Asistente, ni a los demás miembros de la Orden pudimos informar de la marcha de este estudio, que ni siquiera nosotras conocíamos.

Desde abril hasta finales de noviembre han sido meses de silencio por parte de la Congregación y, en consecuencia, también por nuestra parte, hasta que hablaron con nuestro Sr. Arzobispo D. Francisco Gil Hellín, el cual nos comunicó que la Congregación para la Vida Consagrada, con el beneplácito del Santo Padre, aprobaba lo que estábamos viviendo como un nuevo Instituto Religioso de derecho pontificio llamado Iesu communio (Comunión de Jesús). Quiero aclarar que la comunidad entera sí conocía íntegramente todo lo que se presentó en Roma; se leyó y explicó punto por punto con todo detenimiento en el Capítulo presidido por el Sr. Arzobispo, incluso a las novicias y postulantes.

Después todas las hermanas votaron en secreto. Todos los votos fueron favorables para que fuera presentado a la Congregación lo que allí se exponía, quedando totalmente abierto a su discernimiento. Todas las hermanas compartíamos la disposición de obedecer a la Iglesia, fuera cual fuera la resolución, para avanzar en la voluntad de Dios. Otra pregunta insistente y dolorosa: «¿Por qué no repartís?» Al ser cada vez mayor el número de hermanas, insistentemente nos llegaban voces desde dentro de la Iglesia: «¿Por qué no repartís? Algunos monasterios se extinguen por falta de vocaciones, ¿por qué no los ayudáis para que no se cierren? ¿Acaso queréis crear algo diferente?» Hubo quienes incluso nos aconsejaban que no recibiésemos más vocaciones, si en verdad amábamos a las jóvenes, mientras no tuviésemos claro qué íbamos a vivir… Estas voces, día tras día, a la vez que nos hacían sufrir, nos han hecho mucho bien, porque nos han ayudado a arrodillarnos con la súplica de san Francisco: «Señor, que realicemos tan sólo tu simple y puro querer», sin pretensión que lo empañe o eclipse. En conciencia, no podíamos repartirnos, sencillamente porque no era la voluntad de Dios, y creo que está claro a la luz de este hoy. Pero creedme que lo que más nos ha hecho sufrir era el reproche que algunos expresaban en términos semejantes a estos: «Vosotras no hacéis bien a las Clarisas, porque no mostráis su verdadero rostro…»

Y quizá tenían razón, pero nosotras no podíamos dar ningún paso si el Espíritu de Jesús no lo indicaba. Quiero confiaros, para que estéis informadas de primera mano, e incluso podáis responder a quienes os preguntan, que nos ha sorprendido dolorosamente oír no pocas veces que hemos recibido a nuestras hermanas de Briviesca y de Nofuentes para quedarnos con su patrimonio, y que nos hemos aprovechado del Santuario de La Aguilera. La sencilla verdad es que nuestras hermanas de Briviesca y Nofuentes fueron informadas de lo que estábamos viviendo y de lo que nosotras conocíamos hasta el día que vinieron. Nos parecía un deber de conciencia explicárselo con toda claridad antes de dar el paso; y ellas, con humildad y libre decisión, insistieron en venir a nuestra comunidad. En cuanto al Santuario de La Aguilera, en el Comunicado se explican brevemente las condiciones en que pudimos comenzar a usarlo, y estamos agradecidas a los Hermanos Franciscanos, que se avinieron primero a cederlo y, posteriormente, a vendérnoslo. Duda de las jóvenes vocacionadas: «¿Por qué aquí sí y no en otro lugar?» Creo que es oportuno daros a conocer lo que una tras otra expresábamos en conciencia antes de dar el paso a la profesión, porque «el corazón sangraba» al no acabar de identificarse con la forma de vida en la que habíamos entrado. Las nuevas jóvenes vocacionadas, que llamaban a nuestra casa acuciadas por la sed de Cristo, pronto manifestaban: «¿Por qué siento la llamada a consagrarme únicamente aquí?, ¿por qué veo en vosotras lo que quiero vivir y ponéis nombre a lo que yo tengo en el corazón? Sólo sé que tengo esta certeza —decían—, pero no sabría responder a la pregunta que tantos me hacen: “Si te sientes llamada a ser Clarisa, podrías vivir en cualquier monasterio de Damas Pobres…”, pero la realidad no es así».

Durante los años en que he sido maestra de novicias, era testigo de cómo las hermanas se entregaban gozosas el día de su Profesión Solemne con un «sí» para siempre a Cristo y a su voluntad, pero es verdad también que me decían: «Yo profeso lo que vivimos, esta realidad, pero no me identifico con la Regla y las Constituciones de las Hermanas Clarisas»… Yo les decía: «Hija, nosotras somos Clarisas, llevamos este hábito y hemos profesado esta Regla, esto es lo que hay; si quieres, lo tomas y si no… puedes irte». Jamás se ha sostenido a nadie hablándole de la posibilidad de comenzar un nuevo camino. Lo más bello es que profesaban en total libertad, tras haber abierto con transparencia a los superiores y sacerdotes sus inquietudes. Nosotras, sin más, confiábamos en que era Él mismo, y a su tiempo, el que tenía que desvelarnos a todas y a cada una lo que ya estaba realizando.

Es verdad que Dios no pone ningún deseo en el corazón que no vaya a cumplir, pero es necesario saber esperar. Se trataba de dejar a Dios que hiciese su camino; a nosotras nos tocaba arrodillarnos y secundar lo que Él quería, dejar nuestra vida en sus manos y vivir en obediencia sencilla cada día, con la confianza de que Él nos mostraría lo que quería de nosotras. Nos queda una gran paz, porque Dios siempre ha tomado la iniciativa Al leer hoy nuestra historia de salvación concreta, me llena de gozo ver que la iniciativa y el tiempo siempre han sido de Dios. Éstos son, en síntesis, los pasos sucesivos de este peregrinar. Como sabéis, a partir de 1994 el crecimiento de hermanas fue muy rápido y «amenazaban con estallar» las paredes de nuestro monasterio de Lerma, que podía albergar, como mucho, a treinta y tres hermanas, y en el que hemos llegamos a vivir hasta ciento treinta y una hermanas. Tras muchas «noches de búsqueda» de un lugar para acoger a las hermanas presentes y a las que insistentemente mendigaban a nuestra puerta vivir junto a nosotras, sólo se nos abrió con realismo un lugar. Digo «con realismo», porque un bienhechor, de forma espontánea, prometió ayudarnos a reconstruir este convento concreto de La Aguilera (Burgos), Santuario de San Pedro Regalado.

Así se manifestó el camino de la Providencia, que suponía tener las dos casas en nuestra propia diócesis de Burgos. Estábamos ya deseando venir a vivir a La Aguilera. Llevábamos casi 3 años en obras preparando este lugar. El paso, que era «obligado dar» por el número de hermanas, exigía pedir un permiso al Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, Cardenal F. Rodé, en orden a que nos concediese «ser una única comunidad Lerma-La Aguilera en dos sedes diferentes con un solo gobierno». En este momento vino a visitarnos nuestro Sr. Arzobispo; no puedo dudar que fue movido por el Espíritu Santo. Hoy nos parece ver cómo Dios tomó la iniciativa en la persona del pastor que Dios había dispuesto para ser guiadas y que, desde el primer momento, se volcó en ayudarnos. Era mayo y, con ocasión de administrar el Sacramento de la Confirmación en la parroquia de Lerma a algunos jóvenes, quiso visitar los tres monasterios de clausura del pueblo y manifestó el deseo de verme a solas con motivo de mi reciente elección de Abadesa en marzo, para alentarme en la nueva andadura. Estuvimos dialogando menos de media hora, y sólo puedo decir que, por designio de Dios, mi corazón descansó en él, porque pude abrir lo que estaba sucediendo en nuestro monasterio de un modo, creo, que hasta entonces Dios no había querido que abriese; os confieso que había hecho algunos otros intentos, pero todo, una vez más, me confirma que el tiempo y la hora son de Dios. Me insistió en que era un tiempo en el que había que orar intensamente para saber discernir en verdad qué quería el Señor de nosotras en este acontecer concreto.

Su invitación a orar y a esperar en Dios me llenó de alegría, y vuelvo a afirmar que, sobre todo, el corazón descansó. Sin duda que en este camino y en este momento necesitábamos más que nunca ser acompañadas, porque sólo en obediencia podríamos seguir avanzando en el designio de Dios, bajo el impulso del Espíritu de Jesús, en total transparencia y filial confianza ante la Madre Iglesia, en cuyo seno hemos nacido y queremos vivir. En este nuevo paso, llevábamos bien grabadas a fuego las palabras de santa Clara: «Vivid siempre fieles y sujetas a los pies de la Madre Iglesia». El 27 de junio llegó la contestación del Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada. Nos llenó de gozo su respuesta paternal y llena de caridad. En ella nos decía: «Este Dicasterio ha decidido acoger la instancia en espera de que la Comunidad llegue serenamente a una mayor claridad respecto a lo que se sienten llamadas a realizar. Tal concesión es válida por tres años, con el ruego de enviar anualmente una relación a este Dicasterio». Volvimos a tener un encuentro, y el Sr. Arzobispo me manifestó su gozo por esa acogida del Dicasterio a nuestra petición, y con más fuerza me insistió en la necesidad de ir definiendo lo que estábamos viviendo, y me dijo: «Madre, creo que esta realidad nos desborda; necesitaríamos un buen canonista de la Madre Iglesia que nos ayude a dar forma y a expresar esta “realidad ya hecha cuerpo”… Sois muchas hermanas y la Congregación, ante “una solicitud muy particular”, como os decía en su respuesta, os pide que os vayáis definiendo… Si quieres, me pongo en camino y llamo a la puerta de un canonista en el que he pensado».

Ante ellos, Madre Blanca y yo, en la medida que el Espíritu nos permitía, abrimos con sencillez nuestro corazón, ciertamente no buscando discernimiento sobre nuestra vida personal, sino sobre lo que Dios estaba obrando en la comunidad. Ellos no trataron más que de ayudarnos a buscar la voluntad de Dios en este peregrinar bajo el soplo del Espíritu. A lo largo de este año hemos tenido los encuentros necesarios con el Sr. Arzobispo. Él me repetía: «Sin prisa, Madre, pero hay que trabajar y avanzar en este discernimiento». Yo le preguntaba con mucho temor y respeto: «¿Usted cree que es la hora de presentar esto, padre?» Y para que en nada nos buscáramos a nosotras mismas, seguimos dejando este discernimiento abierto a nuestra amadísima Iglesia, a quien debemos todo lo que somos y tenemos, sin pretensión ni prisa, porque nada nos impedía ya, en el hoy de su gracia, ser de Cristo y querer cada día más su voluntad. Como veis, creemos que en esta realidad en la que nos hemos visto inmersas no ha habido ninguna planificación previa, sino que hemos querido ir dando respuesta a lo que el Señor iba y va haciendo. Primero la «obligación» de vivir en otro lugar por el número de hermanas y, por tanto, de escribir a la congregación; y después ni siquiera fuimos nosotras las que llamamos a la puerta de nuestro Sr. Arzobispo pidiéndole discernimiento en este momento; creo que ni nos atrevíamos, aunque lo deseábamos con todo el corazón. Todo pertenece a Jesucristo, también el tiempo de espera. Era necesario que su designio sobre nosotras fuera madurando. Nosotras somos las primeras sorprendidas por este designio de Dios Como ya sabéis, junto a la afluencia de vocaciones, a la vez se fue dando otro fenómeno. Sobre todo a partir de 1994, comenzaron a venir, sin convocarlos, numerosos grupos, peregrinos sedientos en cuyo corazón ardía un deseo: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21); querían compartir la fe y, por ello, los locutorios del monasterio se abrían para dar testimonio, y también se invitaba a la oración. De Roma nos pidieron hacer una estadística de este acontecer, y calculamos que en seis meses habían pasado catorce mil personas, sin contar las visitas privadas de las hermanas; la mayor parte de ellos eran jóvenes en búsqueda.

Ahora entendemos mucho más por qué nos han impactado siempre estas palabras de Juan Pablo II pronunciadas en Ávila a las contemplativas en 1982: «Consientan vuestros monasterios en abrirse a los que tienen sed. Vuestros monasterios son lugares sagrados y podrán ser también centros de acogida cristiana para aquellas personas, sobre todo jóvenes, que van buscando una vida sencilla y transparente en contraste de la que les ofrece la sociedad de consumo». Sentimos que nuestra llamada es ser por entero esposas de Cristo, consagradas, con la misión de ser una casa abierta, posada del Buen Samaritano, para hacer presente, en la comunión, a Jesús Resucitado a tantos peregrinos que llaman día y noche a nuestra puerta, y así los que están sedientos y heridos puedan encontrarse con Jesucristo Redentor y experimentar que han sido acogidos en la oración y presentados al Padre, esperados como hijos por la Madre Iglesia; queremos ser lugar de encuentro para avivar en comunión nuestra fe, hasta hacer arder el deseo de santidad como plenitud de vida. Y este peregrinar de gente sigue sucediendo cada vez más. Nosotras no hemos elegido el modo de dar la vida.

En nada sentimos negación de un carisma radiante. Creemos firmemente en la vocación íntegramente contemplativa; es más, creemos que es la corriente subterránea que sostiene todo vivo y cuida el florecer de todas las realidades de la Iglesia; esto, hemos tenido el privilegio de verlo y vivir en ello. Es imposible sentir la negación de un carisma radiante como es el de las Damas Pobres de Santa Clara, que en su seno ha generado grandes santos en la Iglesia; no se trata de una negación, sino de una afirmación de un designio concreto de Dios sobre nosotras. Sólo tenemos agradecimiento por todo el bien recibido A nosotras mismas, pobrecillas, no deja de sorprendernos esta llamada y, sobrecogidas y agradecidas, nos sentimos impulsadas a corresponder al don de Dios.

Por ello, nos postramos conscientes de la gran responsabilidad que conlleva este momento, pero vivimos en la plena confianza de que el que inició esta obra, Él mismo la llevará hasta el fin. Suplicamos vivamente vuestra oración, para que no malogremos su designio sobre nosotras y nos dejemos siempre hacer por Él. Sólo tenemos agradecimiento hacia la Orden Franciscana por todo el bien recibido, agradecimiento que esperamos saber transmitir a las futuras generaciones, porque en la voluntad de Dios no hay ruptura de corazón. Perdonadnos el sufrimiento que, sin pretenderlo, o a causa de nuestra fragilidad, os hayamos causado. Pedimos a Dios seguir viviendo en comunión, ofreciéndonos unos por otros. Que la Virgen María, Madre y Maestra nuestra, interceda por todos. Gracias, Jesucristo, gracias, Madre Iglesia, gracias, hermanas. Siempre una vida: Jesús y su voluntad,

Hermana Verónica Mª