El modo en que las palabras del Papa sobre preservativo y Sida/AIDS, en el libro “La Luz del Mundo”, han sido presentadas por buena parte de la prensa manifiesta, desde mi punto de vista, un problema preocupante: que el “sistema mediático” es incapaz de recibir una afirmación matizada. Cuando digo “sistema”, me refiero a personas, pues el periodismo lo hacemos unas personas llamadas periodistas.
Puedo afirmar, a través de varias conversaciones en estos años con gente implicada, que si “el Vaticano” -como se suele decir, así en general- no han abordado antes públicamente esta cuestión ha sido, precisamente, por la preocupación de que ocurriera lo que está ocurriendo: que se presentara como una “bendición” del preservativo por parte de la Iglesia. Ahora Benedicto XVI ha asumido ese riesgo, usando una fórmula informal, la entrevista periodística.
El Papa ha dicho que el uso del preservativo en un acto ya de por sí inmoral (por ejemplo, prostitución), en algunas ocasiones puede ser un paso para la moralización, en el sentido de que puede servir para reconocer que no todo está permitido (veo que con mi acción puedo contagiar a otros de una enfermedad). Esa es la breve respuesta a una cuestión muy puntual, en la que no entra en otras consideraciones (como la eficacia o no del preservativo para evitar la transmisión de enfermedades, etc.). Y es que el Papa lo que propone no es eso: afirma que lo que hay que hacer –como única solución- es humanizar la sexualidad, luchar contra su banalización.
Mi glosa: entre matar con una pistola o con una bomba atómica, mi respuesta es no matar, pues se trata de un acto inmoral. Reconozco que es “preferible” matar con una pistola, pues produce menos víctimas. Eso no quiere decir que “apoye” el asesinato o el uso de las pistolas. Sostengo que lo que hay que hacer es no matar, sino al contrario, valorar la vida. (Ya sé que la comparación no es perfecta, pero a mi me ayuda para entender mejor de qué estamos hablando). Supongo que el tema seguirá de actualidad todavía por algún tiempo (lo que demuestra que esta obsesión con el preservativo da razón al diagnóstico del Papa sobre la banalización del sexo).
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