Actualizado 4 noviembre 2010

Las almas del Purgatorio hablan con frecuencia con María sobre ese gran deseo, de esa sed que tienen de Dios, y cómo ese deseo es para ellas profundamente doloroso; es, sin duda, una verdadera agonía. En la práctica el Purgatorio es una gran crisis, una crisis que nace de la falta de Dios.
Sobre esto he querido que María nos precisara un punto fundamental:
– María, ¿las almas del Purgatorio prueban alegría y esperanza en medio de sus sufrimientos?
– Sí, ningún alma quisiera volver del Purgatorio a la tierra, porque ellas ya tienen un conocimiento de Dios infinitamente superior al nuestro, y no podrían nunca más decidirse a regresar a las tinieblas de este mundo. He aquí, entonces, la gran diferencia entre los sufrimientos del Purgatorio y los de la tierra: en el Purgatorio, aunque sea terrible el dolor del alma, la certeza que se tiene de vivir con Dios es tan fuerte e indestructible que el gozo de esta certeza supera aun el dolor; y por nada del mundo esas almas quisieran volver a vivir sobre la tierra donde, al fin de cuentas, nunca se tiene seguridad de nada.
– María, ¿ahora podrías decirnos si es Dios quien envía un alma al Purgatorio, o si, en cambio, es el alma misma quien decide de ir allí?
– Es el alma misma quien quiere ir al Purgatorio para purificarse, antes de entrar en el Paraíso. Pero aquí es preciso decir también que el alma, cuando está en el Purgatorio, adhiere perfectamente a la voluntad de Dios;por ejemplo, se complace del bien y desea nuestro bien; experimenta tanto amor por Dios, y también por quienes aún estamos en la tierra. Estas almas están perfectamente unidas al Espíritu de Dios o, si quieren, a la Luz de Dios.
– María, ¿en el momento de la muerte, se ve a Dios en plena luz, o en manera confusa?.
– En manera aún confusa; con todo, hay una claridad tal, que basta, ciertamente, para tener nostalgia.
¡Es verdad!. Es una luz resplandeciente, en relación a las tinieblas de la tierra; pero todavía es nada con respecto a la Luz que el alma conocerá en el Cielo. Del resto, a tal propósito, podemos hacer una confrontación con las experiencias de las que se habla en el libro «La vida más allá de la vida»: muchísimas de esas personas que, de un estado de pre-muerte (por coma, paro cardíaco, etc.), han entrevisto algo del más allá, quedaron tan fascinadas de esa luz, que para ellas ha sido una verdadera agonía retornar a la común existencia sobre la tierra, después de aquella experiencia.
– María, ¿puedes decirme cuál es el papel de la Virgen con respecto a las almas del Purgatorio?
– Sí, viene frecuentemente para consolarlas y decirles que han hecho bien tantas cosas, y les da coraje.
– ¿Hay días especiales en los cuales ella las libera?
– Si, sobre todo el día de Navidad, el día de Todos los Santos, el Viernes Santo; las libera también el día de su Asunción y en el de la Ascensión de Jesús.
– Pero, María, ¿por qué se va al Purgatorio? ¿Cuáles son los pecados que conducen con frecuencia a las almas al Purgatorio?
– Son los pecados contra la caridad, contra el amor hacia el prójimo, la dureza del corazón, la hostilidad, la calumnia; sí, todas estas cosas. Sé que la maldición y la calumnia se cuentan entre las culpas más graves que necesitan una larga purificación.
María, al respecto, nos ofrece un ejemplo que la ha impactado mucho, y es un testimonio que quiero contarles. Se trata de un hombre y de una mujer; de ellos se le pidió se informase si estaban en el Purgatorio. Con gran asombro de quienes se lo habían pedido, la mujer ya estaba en el Paraíso y el hombre en el Purgatorio. Pero en realidad esa mujer había muerto después de un aborto, mientras que el hombre iba con frecuencia a la iglesia y llevaba una vida, aparentemente, bastante digna y piadosa. Entonces María se informa nuevamente, pensando que podría haberse equivocado. Pero no, era tal cual: en realidad los dos murieron contemporáneamente, pero la mujer se había arrepentido sinceramente de lo que había hecho, y había sido muy humilde; en cambio el hombre, aunque religioso, juzgaba todo y a todos, siempre se lamentaba, hablaba mal de la gente, y criticaba. Por eso su purgatorio era muy largo. Y María concluyó: «Nunca se debe juzgar según las apariencias».
Otros pecados contra la caridad son, por cierto, todos nuestros repudios hacia algunas personas que no amamos, nuestro rechazo en hacer las paces, en perdonar, y todos los rencores que encerramos en el corazón. Al respecto María nos reveló un testimonio que nos hace reflexionar. Es la historia de una persona que ella conocía muy bien. Esta persona había muerto. Era una mujer y se encontraba en el Purgatorio, padeciendo sufrimientos atroces. Y cuando esa alma visitó a María, ella le preguntó el porqué; y el porqué era que ella tenía una amiga, sí, una amiga con la cual surgió una enemistad muy grande; y esa enemistad había sido causada por ella misma y, a pesar de todo, había conservado su rencor por años y años; y cuando su amiga, en varias circunstancias, había venido a pedirle de hacer las paces, de reconciliarse, ella la rechazaba; y cuando cayó gravemente enferma, había continuado a tener cerrado su corazón, a rechazar la paz que se le proponía; y hasta en el lecho de muerte, aquella amiga había venido a suplicarle de hacer las paces; pero aún en su lecho de muerte ella había rechazado reconciliarse. Por ese motivo se encontraba aún en un purgatorio muy doloroso, y por eso había venido a pedir ayuda a María.
Este testimonio sobre la gravedad de conservar el rencor es muy significativo. Por lo que se refiere a las palabras, nunca se dirá bastante acerca de cómo una palabra de crítica, una palabra malévola pueda realmente matar, y también cómo una buena palabra pueda curar.
– Entonces, María, ¿puedes decirnos quienes son los que tienen mayores posibilidades de ir directamente al Paraíso?
– Son aquellos que tienen un corazón bueno, un corazón bueno hacia todos. La caridad cubre una multitud de pecados.
Sí, es San Pablo quien nos lo dice.
– Y ¿cuáles son los medios que podemos emplear sobre la tierra para evitar el Purgatorio e ir derecho al Paraíso?
– Debemos hacer mucho por las almas del Purgatorio, porque son ellas quienes, a su vez, nos ayudan. Hay que tener mucha humildad: ésta es el arma más grande contra el Maligno. La humildad elimina el mal.
A este punto no resisto al deseo de referir un bellísimo testimonio del Padre Berlioux (que ha escrito un hermoso libro sobre las almas del Purgatorio), con relación a la ayuda ofrecida por estas almas a aquellos que las ayudan con oraciones y sufragios:
«Se cuenta que una persona muy amiga de las almas del Purgatorio había consagrado toda su vida a sufragar por ellas. Habiendo llegado la hora de su muerte, fue asaltada con furor por el demonio que la veía a punto de escapársele. Parecía que el abismo entero, confederado contra ella, la rodease con sus cohortes infernales. La moribunda luchaba desde hacía tiempo entre los esfuerzos más penosos, cuando todo de un golpe vio entrar en su casa una multitud de personajes desconocidos, pero resplandecientes de belleza, que pusieron en fuga al demonio y, acercándose a su lecho, le dirigieron palabras de aliento y de consolación totalmente celestiales. Emitiendo entonces un profundo suspiro, y llena de alegría, gritó: ¿quiénes son ustedes? ¿quiénes son los que me hacen tanto bien?. Aquellos buenos visitantes respondieron: «Nosotros somos habitantes del Cielo, que tu ayuda ha encaminado a la felicidad, y, como reconocimiento, venimos a ayudarte para que cruces el umbral de la eternidad y te libres de este lugar de angustia y te introduzcas en las alegrías de la Ciudad Santa».
Con estas palabras una sonrisa iluminó el rostro de la moribunda. Sus ojos se cerraron y ella se durmió en la paz del Señor. Su alma, pura como una paloma, presentándose al Señor de los Señores, encontró tantos protectores y abogados entre las almas que ella había liberado; y reconocida digna de la gloria, entró allí triunfalmente, en medio de los aplausos y las bendiciones de quienes había liberado del Purgatorio».
¡Ojalá que también nosotros, un día, podamos tener la misma suerte!. Entonces hay que decir que las almas, sí, las almas liberadas por nuestra plegaria, son sumamente agradecidas. Les aconsejo, pues, que hagan la experiencia; las almas nos ayudan, conocen nuestras necesidades y nos obtienen muchas gracias.
– Entonces María, ahora pienso en el buen ladrón, en aquel que estaba crucificado junto a Jesús, y me gustaría saber que hizo para que Jesús le prometiese que, ese mismo día, estaría con él en el Paraíso.
– El aceptó humildemente su sufrimiento diciendo que era algo justo. Alentó al otro ladrón a aceptar también él su condición. El tenía el temor de Dios, es decir, era humilde.
Otro hermoso ejemplo, que nos contara María Simma, demuestra cómo un gesto de bondad puede rescatar, en poquísimo tiempo, una vida de pecado. Escuchémoslo narrado con sus mismas palabras:
«Conocía a un joven de unos veinte años. Vivía en un pueblo vecino al mío. Este pueblo había sido duramente golpeado y destruido por una serie de aludes que mataron un gran número de habitantes. Era en el ano 1954. Una noche ese joven se hallaba en la casa de sus padres. Imprevistamente un terrible alud se abate precipitando cerca de su casa. El oye gritos desgarradores, gritos lastimeros que invocan: «¡Ayúdennos! ¡Sálvennos! ¡Vengan a socorrernos!… ¡Somos arrollados por los aludes!… «. De inmediato el joven se levantó y se precipitó para socorrer a esas personas. Pero su madre, que había oído los gritos, le impidió pasar, cerró la puerta y dijo: «¡No, otros deben socorrerlos, nosotros no!. Afuera es demasiado peligroso. No quiero que haya un muerto más»: Pero él, puesto que había sido impactado por esos gritos y quería verdaderamente socorrer a esa gente, empuja a su madre y dice: «¡Sí, yo voy! ¡No quiero dejarlos morir así!´: y salió. Pero también él, a lo largo del trayecto, fue embestido por un alud y murió…
Dos días después de su muerte, él vino a visitarme de noche y me dijo: «Haz celebrar tres misas por mí, así seré liberado del Purgatorio». Yo fui a dar cuenta de ello a su familia y a sus amigos. Ellos quedaron muy sorprendidos al oír que, solamente con tres misas, se libraría del Purgatorio. Alguno de sus amigos agregó «Yo no hubiera querido estar en su lugar en la hora de la muerte. ¡Si hubiesen visto todas las fechorías que cometió!… «. Pero ese joven, con posterioridad, me declaró: «Yo he cumplido un acto de amor puro poniendo a riesgo mi vida y donándola por aquellas personas; y es gracias a esto que el Señor me ha acogido tan rápidamente en Su Cielo. Es verdad, la caridad cubre una multitud de pecados».
En este episodio se ve cómo un solo acto de amor desinteresado ha sido suficiente para purificar a ese joven de una vida de fechorías; y el Señor ha aprovechado de ese instante de amor para llamarlo a sí. María, en efecto, ha dicho que este joven quizás nunca hubiese tenido en su vida la ocasión de realizar un acto de amor tan fuerte, y quizás se hubiese convertido en un hombre malvado. El Señor, en Su Misericordia, lo ha llamado a sí justo en el mejor momento, en el momento más puro a causa de ese acto de amor.
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