Un bautizo en la UVI de una niña sindrome de Down

Otro angelote. Esta vez, es un ángel niña: acaba de nacer. Fátima se llama. De momento, la niña respira por sí misma y no necesita asistencia, aunque los problemas cardiacos pueden empezar en cualquier momento y habrá que medicarla, y esperar dos o tres meses para someterla a la primera intervención y recomponer su corazón. A los dos o tres años, se le hará una segunda operación.

Fátima tiene por delante un arduo camino, mientras no sabe si tirar para el cielo o quedarse con nosotros. Pero Fátima vive. Macarena y Quisco, sus padres: «¡El ejemplo que estáis dando a todos los que se acercan a vosotros es impresionante! Una vez os dije que, como Dios bendice con la Cruz, a vosotros os había bendecido con las dos manos y esperaba algo importante de vosotros.

Ese algo importante puede ser el intenso apostolado que estáis haciendo con vuestro testimonio. Recuerdo el bautizo de Fátima, en la UVI, con media docena de niños con problemas y otra media docena de enfermeras pendientes de ellos. Y ese sacerdote joven rodeado por vosotros, los abuelos y la madrina». Aquel buen sacerdote empezó la ceremonia del bautizo e iba desgranando la liturgia del sacramento, mientras contestábamos en voz alta, y las enfermeras callaban y contemplaban atónitas lo que ocurría. El joven sacerdote, que llevaba toda la ceremonia conteniendo sus lágrimas, cuando una enfermera levantó la tapa de la incubadora para permitirle verter una dedada de agua, ya no pudo más e hizo unos conmovedores pucheros que llenaron de lágrimas nuestras gargantas e hicieron que no pudiésemos rezar el Padrenuestro.

Ha sido el bautizo más impresionante al que he asistido. Cuando hoy se mata, se masacra, se tira a la basura, se abandona a miles de criaturas -y esto lo sabían muy bien las enfermeras-, en aquella ceremonia había una madre guapísima y sonriente, llena de ternura por su niña, y un padre que, con intenso amor, arropaba a la madre y a la niña, y les hacía mil fotografías.

Allí no había muerte, había vida, una enorme fe, unos corazones llenos de esperanza, una naturalidad sostenida por la Providencia, mientras Fátima, la niña, sumida en un sosegado sueño, no sabía si tirar para el cielo o quedarse aquí, con nosotros.

Santiago Mata
Publicada en Alfa y Omega