Leo una entrevista al «doctor sonrisa» en La Vanguardia. Me quedo con estas preguntas y sus contestaciones.
André Poulié era director de marketing de Procter & Gamble, Tag Heuer, L´Oréal… ¡Muchos matarían por esos cargos! -comenta- pero no me llenaban, no era lo que yo quería. Y cuando mi madre enfermó, lo dejé… para proporcionar payasos a los hospitales mediante la Fundación Theodora
¿Qué le pasó a su madre?
Le diagnosticaron cáncer de mama. Estuvo en tratamiento durante dos años, y yo quise estar a su lado todo el tiempo. Ella me decía: «Sobre todo, no dejes por mí tu trabajo…». ¡Típico de ella! No le dije que lo dejaba, claro… Pero para mí era muy, muy importante estar a su lado.
¿Por qué?
Porque tengo muy vivo lo que me pasó cuando tenía 10 añitos: me corté medio pie derecho con una máquina cortacésped que teníamos en el jardín de casa, y siguieron dos años con catorce cirugías y seis meses de cama de hospital… Yno olvidaré lo que hizo Theodora, mi madre.
¿Qué hizo?
Estuvo cada día en la sala del hospital. Allí convalecíamos ocho niños. Eran niños camboyanos con piernas o pies mutilados por minas antipersona. A todos nos entretuvo, consoló y divirtió: cuentos, juegos, historias, imaginación… Yo padecía enormes dolores y la angustia de no saber si volvería a caminar…, pero la alegría de mi madre lo hizo todo llevadero, me evadió de la tristeza del hospital.
¿Cómo fue vivir el final de su madre?
Hablamos de todo, de la vida, de mi padre muerto algo antes, caminamos, vivimos cada minuto, el presente, que es lo que importa… Y, tras su muerte, decidí crear la Fundación Theodora.
¿Y dónde empezó a actuar?
Me dirigí al hospital universitario de Lausana, temeroso: yo tenía 27 años y mis amistades me miraban como a un chiflado cuando sabían que iba a dedicarme a los payasos de hospital… Hablé con el doctor jefe de psicooncología, ¡y le gustó la idea! Pero no podía aprobarla sin el visto bueno de la enfermera jefa… Y me avisó de que era una germana muy estirada, muy rígida, muy estricta…
¿Y qué hizo usted?
Pues, muy temeroso, fui a hablar con ella. Al abrir la puerta de su despacho, me di cuenta de que conocía a esa enfermera: ¡era la que me había cuidado de niño, cuando estaba internado por lo de mi pie!
¿Y cómo reaccionó ella?
En cuanto me reconoció, su rigidez se dulcificó, porque entonces se acordó de mi madre y de todo lo que ella había hecho por los niños de aquella sala… Y así pude empezar a llevar payasos al hospital. Todo gracias a la bondad, generosidad y amor de Theodora, mi madre. Este es su fruto.
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