Salvan la vida en la guerra por un Rosario

Soldado y bisabuelo salvan la vida en la guerra por un Rosario


Agosto es genial, aunque sólo fuese por noticias como esta habría que inventarlo. Glenn Hockton, de 19 años, estaba de patrulla en Afganistán.

Su madre, Sheri, cuenta la ‘anécdota’ al Daily Mail:

Sintió como si le diesen una palmadita en la espalda. Se cayó el rosario y se agachó para ver si se había roto. Al inclinarse se dio cuenta de que había pisado una mina.

Glenn permaneció aterradamente inmóvil los 45 minutos que sus compañeros tardaron en desactivar el artefacto y salvarle la vida. El rosario se lo había dado su madre. Parece que tradición familiar.

Su bisabuelo, Joseph ‘Sunny’ Truman, hace 65 años vivió una experiencia similar. En plena II Guerra Mundial, fue capturado. Cuando estaba en marcha se agachó para recoger el rosario caído. Explotó una bomba, la postura le salvó de la misma horrorosa muerte que se llevó a la mitad del pelotón.

Habrá quien crea en las coincidencias, allá él. Es como una de las historias de Los Milagros de Ntra. Señora, de Berceo, aunque aquellas son más bellas porque hablan de la salvación del alma. De grandes pecadores que tuvieron en su juventud pequeños momentos de gran amor a Su Madre. Y ella vino al rescate cuando lo necesitaron.

Y me vienen a la cabeza otras dos citas de literatos sobre el Rosario, tomadas del libro de Messori: Hipótesis sobre María (negritas mías):

Una es de Lacordaire (1802-1861), dominico, sí, pero también escritor y orador tan estimado como para ser acogido en L’Académie Frangaise. A quienes objetaban por la repetición de cincuenta (mejor, ciento cincuenta) veces las mismas expresiones, el mismo Ave María, Lacordaire le replicaba: «El amor no conoce más que una palabra. Diciéndola siempre, nunca la repite».

Y ahora, la cita de otro immortel de la Académie, Francois Mauriac: «Apretar en el puño el rosario es como coger de la mano a la madre que nos guía para cruzar la calle».

Son buenos consejos para el verano, ¿no os parece? Hasta en el bañador se puede llevar un rosario de dedo y apretarlo con el puño. Claro, hablo de bañadores masculinos tipo surfero, de los otros ya hablaremos en otra ocasión.

Un joven rompe y pisotea una hostia consagrada

«Para mí el amor a la eucaristía es superior al que tengo a mis padres»

Un joven rompe y pisotea una hostia consagrada y el cura le abofetea y expulsa al grito de sacrílego

La celebración de la misa de la Divina Aurora de Rótova, enmarcada en las fiestas patronales, terminó de la peor de las formas posibles, después de que el sacerdote, el religioso Víctor Jimeno, diera una bofetada a un joven que, según los testigos presenciales, se llevó la hostia consagrada durante la comunión para romperla y pisotearla. El incidente se produjo en la misa de 12 del sábado, en la que participaban también los festeros de la Divina Aurora. «Uno de los chicos, en la comunión, se acercó y recibió la hostia con las manos. Yo vi que dio varios pasos hacia su sitio y no la consumía, pero enseguida llegó otro feligrés y no pude seguirle», explicaba el religioso, muy afectado por la situación.

(Las Provincias/InfoCatólica) Una vez finalizada la misa, varios testigos presenciales, entre ellos el juez de paz del municipio, informaron a Jimeno de que el chico, de 21 años, no había consumido la sagrada forma y la había arrojado al suelo. Fue entonces cuando un asistente a la misa se acercó al sacerdote con algo en la mano. “Esto no le va a gustar, Víctor”, le dijo, al tiempo que mostraba la oblea rota y pisoteada, según Jimeno.

“Para mí el amor a la eucaristía es superior al que tengo a mis padres. Me entró algo en el cuerpo que no sé qué paso”, decía, tan dolido que ni siquiera pudo celebrar una de las misas de ayer. “Entonces me dirigí hacia el grupo, que estaba haciéndose fotos frente al altar (un recuerdo de la festividad) y le pregunté si había tirado la forma, a lo que respondió sonriendo”. Fue entonces cuando le dio una bofetada, a lo que el agredido respondió con otro golpe. Después agarró al joven y le expulsó de la iglesia al grito de “sacrílego”. “También le di una patada en el culo, esa fue toda la agresión”, confesaba ayer.

Apoyo de los fieles

Horas después, en la misa de las 21.30 horas, se dirigió a los feligreses pidiendo perdón, argumentando que algo así no debía haber sucedido en las fiestas patronales, a lo que los parroquianos respondieron “en pie y con aplausos durante varios minutos”, dijo Jimeno. Además, ayer por la mañana se acercaron hasta la iglesia los padres del joven acusado. Jimeno, indispuesto por la situación vivida, no pudo hablar con ellos, aunque sí lo hicieron con los progenitores del sacerdote. Los primeros argumentaron que su hijo, profundamente afectado, no era el culpable, pero que no podía señalar quién lo hizo para evitar que le tildaran de chivato.

Otros testigos presenciales se pusieron en contacto con Las Provincias a través de un correo electrónico con una versión algo diferente, donde decían que el joven, al que identificaron con el nombre de Rubén, rompió la forma frente al sacerdote. Además, apuntaron que algunos del grupo “acudieron para cumplir y no con muchas ganas” y destacaron que “hay pruebas grabadas por la cámara que realizaba el reportaje de los festeros”.

Una familia unida en el Evangelio

Alfa y Omega

Mis padres siempre han sido religiosos, pero mi padre, concretamente, me confesó que había empezado a conocer a Cristo de verdad gracias a un libro que le recomendé y gracias a mi testimonio personal de vida. Ahora, lo que más le ayuda cada día, es que hablamos de todas nuestras inquietudes en torno a la fe, y eso ha provocado que mi familia cada vez sea más consciente de su ser como cristianos y miembros activos de la Iglesia, además de valorar más la labor de los sacerdotes y fomentar la comunión con ellos.

Y no sólo han cambiado mis padres desde que entré en el Seminario, sino también ha variado la relación entre los miembros de mi familia: ha sido un refuerzo en la unión y en la armonía familiar. El Señor se ha hecho mucho más fuerte en el medio de una familia plenamente unida en un solo pensamiento, en un solo perdón, en vivir el Evangelio.

Mis padres, como padres, destacan que han sentido una gran tranquilidad por el inmenso crecimiento personal que han visto en mí. Yo salí de casa por la puerta de atrás, y ahora veo a mi familia y la amo, cosa que antes no ocurría. Fue con mi padre con quien más cambió la relación después de que me dijera que se estaba encontrando con Cristo de manera personal gracias a mi vocación.

La misericordia de Dios y el poder de la oración

La fe es un don gratuito de Dios. Sólo así puedo comprender lo que me aconteció inesperadamente hace pocos años, y que ha supuesto pasar de la increencia y de una ideología marxista materialista, sobre la que construí mi vida y la de mi familia, a la fe cristiana. Pero este don llegó primero a mi hijo menor que me precedió varios años en el camino de la fe, lo que lleva a plantear la relación de ambos hechos.

Sin embargo, la fe es un acontecimiento personal que viene de fuera de uno mismo, y a la vez es profundamente interiorizado. Ésta es mi propia experiencia. La fe se inicia cuando Dios irrumpe en la vida y toca lo más íntimo del corazón. Y es a partir de ese momento cuando se implica la razón y toda la persona en la búsqueda y conocimiento de Dios, conllevando un cambio radical de vida. A través de la razón y la reflexión se puede llegar a creer en la existencia de Dios, pero la fe como experiencia y relación con Él es una verdadera gracia.

La conversión de mi hijo aconteció dentro de su proceso de búsqueda, no exento de riesgos, cuando ya vivía de forma independiente. Dios puso en su camino los medios, las personas y las intuiciones decisivas para llegar a la fe cristiana que dio sentido a su vida. Y el buen puerto que es la Iglesia católica le dio estabilidad y el lugar para vivir la fe. Como madre, acogí con respeto sus creencias y con alivio su nueva vida, pues supuso una transformación admirable. Pasó a ser un gran testimonio de vida cristiana, lo que supuso para mí una mejor aceptación del fenómeno religioso; sin embargo, nunca imaginé ni me planteé seguir sus pasos.

Pero la misericordia del Señor es grande, y su poder conmueve el corazón más endurecido y da luz a la mente más ofuscada. Como creyente, he podido comprobar la fuerza de la oración cuando no hay motivaciones egoístas, viendo la respuesta amorosa de Dios ante nuestras súplicas más fervientes. Mi hijo rezó así por su madre, y la fe entró en mi vida. En el verano del año 2000, durante la Jornada Mundial de la Juventud, mientras mi hijo estaba en Roma con el Papa Juan Pablo II, nuestros caminos de fe se entrecruzaron. Aquel importante evento eclesial que convocó a dos millones de jóvenes me abrió los ojos sobre el vacío de las ideologías, y poco después, en la soledad del Pirineo, decidí ponerme en camino hacia el Dios de Jesucristo y la Iglesia católica. El camino ha sido largo y muy difícil, pero ha valido la pena.

Hijos misioneros de sus padres

Papá, mamá, ¿venís a Misa?

Las Jornadas Mundiales de la Juventud, los nuevos movimientos eclesiales, la Pastoral Universitaria, la vida consagrada… son infinitas oportunidades que la Iglesia ofrece para que los jóvenes conozcan a Cristo. Muchos de ellos, nunca antes habían escuchado la Buena Noticia, ya que en sus casas no habían tenido la oportunidad de acercarse a Dios, por no tener unos padres creyentes. Todavía no es un fenómeno universal enraizado en la historia de la Iglesia del siglo XXI, pero comienzan a verse casos concretos y sus frutos: son los hijos que evangelizan a sus padres

Cristina Sánchez

Tu felicidad será la nuestra

Las nuevas generaciones de jóvenes, en lo que respecta a su acogida del mensaje cristiano, parten de algunas ventajas, pero también de otras desventajas, comparándose con la generación de sus padres, mucho más influenciada por Mayo del 68. La principal desventaja de la juventud actual es su gran desconocimiento del hecho religioso: en la práctica, podríamos decir que empiezan de cero. Sin embargo, su principal ventaja es la frescura en su adhesión a la fe, ya que no han sido hijos de experiencias negativas en la Iglesia. Los posibles rechazos hacia la Iglesia que puedan darse en estas nuevas generaciones, son más consecuencia del bombardeo mediático anticlerical, que de su propia experiencia personal. En consecuencia, debemos evangelizar directamente a estas nuevas generaciones.

Pero también es evidente que un número considerable de padres de Mayo del 68 han procurado para sus hijos una cierta educación católica, sin plena convicción de lo que esto supone. Han inscrito a sus hijos en la Escuela Católica o en la catequesis parroquial, con el propósito principal de que sus hijos queden preservados, o por lo menos prevenidos, frente a muchos males morales… Su interés por la fe católica es de tipo moralista. No sería de su agrado que sus hijos fuesen creyentes fervientes y plenamente coherentes. Es como si dijesen a sus hijos: ¡Vosotros aprended muchas cosas buenas que se os puedan ofrecer, pero sin que os coman el coco!

Y, claro, ha acontecido que este modelo de educación cristiana, con honrosas excepciones, no ha funcionado. Primero, por la falta de un referente coherente en el hogar; y, en segundo lugar, por haber olvidado que el hecho central del cristianismo es la gracia del encuentro personal con Cristo… Este fracaso educacional ha supuesto que no pocos padres hayan sufrido mucho al ser testigos de la infelicidad de sus hijos, motivada por la falta de propuestas y horizontes de esperanza… Pero cuando un padre o una madre ven a su hijo superar su frustración existencial, y constatan la influencia determinante que la fe cristiana y el espacio eclesial han tenido en esa sanación, entonces se les presenta también a ellos una ocasión de gracia para abrirse a la fe. Los hijos se convierten en misioneros de sus padres.

El encuentro de gracia vivido por los hijos en las JMJ, por poner un ejemplo, se convierte en ocasión para que unos padres agnósticos o secularizados modifiquen sus presupuestos previos y amplíen sus horizontes. El amor paterno y materno dispone a los padres a dar el voto de confianza a quien ha hecho felices a sus hijos… ¿Y si ha sido Dios?… Recuerdo las palabras de unos padres secularizados en el momento en que su hija ingresaba en un monasterio: Hija, tu felicidad será la nuestra.

El amor sí es lo que importa

lunes, 06 de septiembre de 2010
Tomás Melendo Granados


Arvo.net

Si, mediante el matrimonio, conseguimos que lo importante sea efectivamente el amor, no cabe la menor duda de que ¡vale la pena casarse!

Casarse ¿es obligarse?

Más dAlmudi.org - Tomás Melendoe una vez he oído explicar la grandeza del amor que se pone en juego en el momento de la boda haciendo ver que no se trata de un acto de amor como cualquier otro, sino de algo especialísimo, realmente grandioso, porque lleva consigo la osadía de hacer obligatorio el amor futuro: si antes de la boda los novios se amaban de forma radicalmente gratuita, sin compromiso alguno, en el preciso momento del se aman tanto, con tal locura e intensidad… que son capaces de comprometerse a amarse de por vida.

Siendo verdad cuanto antecede, no lo es menos algo que con frecuencia ni tan siquiera se nombra… A saber: que el matrimonial es capaz de originar la obligación gozosa de amarse para siempre, en las duras y en las maduras, porque simultáneamente hace posible esa entrega incondicionada.

Y «eso», ¿no es una locura?

La reflexión sobre los excesivos fracasos matrimoniales que observamos en la actualidad, y más todavía la mayor frecuencia con que rompen los lazos quienes se han unido en convivencia cuasi-matrimonial pero sin casarse, me ha llevado a advertir que la pretensión de obligarse a amar de por vida a otra persona, con total independencia de las circunstancias por las que una y otra atraviesen, si no fuera acompañada de un robustecimiento de la recíproca capacidad de amar, resultaría, en el fondo, una sublime ingenuidad, casi una demencia.

En parte para atraer la atención de quienes me escuchan, y sobre todo porque estimo que el ejemplo es correcto, aunque atrevido, suelo ilustrar ese deber-capacitación con el mandamiento máximo y máximamente nuevo que Jesucristo impuso a sus discípulos en la Última Cena.

Y añado, con todo el respeto posible, que semejante pretensión sería una auténtica chifladura si el Señor, en el momento de establecer el precepto, no incrementara de manera casi infinita la capacidad de amar del cristiano… o previera los medios para fortificarla y hacerla crecer.

¿Cómo, si no, pedir a unos simples hombres que quieran a los demás como el mismísimo Dios los ama: «Como Yo os he amado»?

Pues algo análogo, no idéntico, sucede en el momento de la boda, también la que se sitúa en el ámbito natural. En el mismo momento en que pronuncian el de manera libre y voluntaria, los nuevos cónyuges no solo se obligan, sino que sobre todo se tornan mutuamente capaces de quererse con un amor situado a una distancia casi infinita por encima del que podían ofrecerse antes de esa donación total. Por el contrario, sin ese «hacerse aptos», la pretensión de obligarse resultaría casi absurda.

Lo importante

Cuando mis amigos o alumnos afirman, con más o menos agresividad, que lo importante para llevar a buen puerto un matrimonio es el amor, les respondo sin titubear que sin ninguna duda.

(Es más, considero que el haber centrado la clave de la vida conyugal en el amor mutuo, dejando de lado otras razones menos fundamentales, es una de las ganancias o conquistas teóricas más relevantes de los últimos tiempos respecto al matrimonio).

Pero inmediatamente añado que, para poder amarse con un amor auténtico y del calibre que exige la vida en común para siempre, es absolutamente imprescindible haberse habilitado para ello… y que semejante capacitación es del todo imposible al margen de la entrega radical que se realiza al casarse.

Con otras palabras: lo importante, desde el punto de vista antropológico, no son ni «los papeles» ni «la bendición del cura».

(Personalmente, considero una inaceptable usurpación y, por eso, me niego en rotundo a que me case ningún funcionario del Estado ni sacerdote alguno: me caso yo —y mi mujer— y justo y solo porque quiero y quiere ella; ningún otro está capacitado para hacerlo por mí; solo el libre consentimiento de los cónyuges realiza esa unión, con todos los efectos antropológicos que lleva aparejados).

Sin embargo, para que lo importante —el amor— sea efectivamente viable resulta del todo necesaria la acción de libre entrega por la que los cónyuges se dan el uno al otro en exclusiva y para siempre.

Estamos, lo digo especialmente para los conocedores de la filosofía, aunque todos podamos entenderlo, ante un caso muy particular del nacimiento de un hábito bueno o virtud.

Virtud… ¡qué aburrimiento!

No quiero insistir en que el hábito tiene mucha menos relación con la repetición de actos ?que a menudo conduce a la rutina o incluso a la manía… que con la potenciación o habilitación de la facultad o facultades que vigoriza.

Es decir, el hábito y la virtud, con independencia absoluta de su origen, nos tornan mejores y, de forma muy directa, nos permiten obrar a un nivel muy superior que antes de poseerlos.

La cuestión resulta muy fácil de ver en las habilidades de tipo intelectual, técnico o artístico (llamadas en filosofía hábitos dianoéticos): solo quien ha aprendido durante años a dibujar, a proyectar edificios y jardines o a interpretar correctamente al piano (y el resultado de esos aprendizajes son distintos hábitos o capacitaciones de un conjunto de facultades) es capaz de realizar tales actividades de la forma correcta y adecuada, con facilidad y gozo, y sin peligro próximo de equivocarse… a no ser que le dé la gana hacerlo mal (cosa no tan infrecuente).

Lo mismo ocurre con las virtudes en sentido más estricto, que son las de orden ético. Quien ha adquirido la virtud de la generosidad, pongo por caso, no solo se desprende fácilmente de aquello —¡el tiempo, en primer lugar!— con lo que puede hacer más feliz a otro, sino que se siente inclinado a realizar ese tipo de acciones y, para más inri, disfruta como un enano al realizarlo.

De ahí que la vida éticamente bien vivida no sea una especie de carrera de obstáculos tediosa y sin norte, un «más difícil todavía» carente de término, sino —justo gracias a las virtudes— una senda de disfrute progresivo, en el que incluso el dolor y el sacrificio se tornan gozosos.

La génesis de las virtudes

Una de las diferencias que se han señalado tradicionalmente entre hábitos dianoéticos (técnicas, artes, etc.) y éticos, es que algunos de aquellos pueden lograrse con un solo acto —ahí se encuadra, por ejemplo, la tan clara como difícil de comprobar adquisición del «uso de razón»—, mientras que las virtudes propiamente dichas requieren de una repetición de actos realizados cada vez con mayor amor.

Propongo una leve corrección a esta doctrina. Por un lado, porque la experiencia demuestra que, en ocasiones, una persona adquiere el valor (o pierde el miedo) como resultado de una única acción, más o menos arriesgada: por ejemplo, lanzarse a la piscina después de meses de dudarlo o saltar en paracaídas por vez primera… y experimentar la emoción que inclina —ya sin miedo— a volver y volver a saltar.

Y me parece que el acto único de la entrega matrimonial consciente y decidida tiene un efecto muy parecido: otorga a quienes se casan el vigor y la capacidad para amarse de por vida a una altura y con una calidad… imposible sin esa donación absoluta.

Cosa no difícil de comprender si recordamos que el fin de toda vida humana es el amor entregado, y que la ofrenda que se realiza en el matrimonio (igual que la que se hace a Dios de forma definitiva), por encarnar de manera privilegiada esa tendencia al amor, no puede sino fortalecer la capacidad de amar… hasta el punto de situarla a una distancia casi infinita de la que los novios tenían antes de la boda.

No se trata de una cuestión psicológica, como algunos me han comentado o preguntado, aunque también pueda reflejarse en esos dominios; sino de algo infinitamente más serio: de un cambio abismal, comparable por ejemplo a lo que en filosofía denominamos el primum cognitum: aquel hábito que permite —en un momento difícil de precisar, pero sin duda existente—, conocer la realidad tal como es, con independencia de sus beneficios o desventajas para mí, y no solo, como los animales y los niños de muy poca edad, en lo que cada una supone para mi propia satisfacción o malestar.

De esta suerte, igual que puede hablarse de un hábito primero en los dominios del conocimiento, que lleva a conocer de un modo radicalmente superior al que se tiene antes de su formación (es lo que llamo primum cognitum o habitus entitatis), es legítimo referirse a un primum de la voluntad, que hace posible amar de una forma inédita y muy ennoblecida…

Hasta el extremo de que hay que afirmar que la persona que lo genera —justo en el instante y como producto de la entrega sin reservas— es capaz, en general, de fijar definitivamente el objeto de sus amores en aquel (o Aquel) a quien se ha ofrendado y, en el caso del matrimonio, de transformar el cuerpo sexuado en vehículo eficaz (de la culminación) de la entrega de la propia persona… cosa imposible antes de casarse.

Habilitarse… más o menos

Me explico con un poco más de detalle. A veces entendemos la responsabilidad como la cuenta que habremos de dar —¡si nos pillan!— por lo que hemos hecho mal o —nos encargamos nosotros de dejarlo claro— por lo bueno que hay en nuestra vida.

De nuevo es una visión correcta, pero muy pobre. Ante cualquier acción que realizamos, nuestra persona responde de inmediato mejorando o empeorando, haciéndonos más capaces de obrar de nuevo, mejor y con más facilidad, en el mismo sentido… bueno o malo: quien se acostumbra a robar se va haciendo un ladrón; el que miente, un mentiroso; el que emprende grandes empresas en bien de los demás, una persona magnánima; quien se entrena siete horas en el gimnasio —si no perece en el intento— un auténtico «cachas», etc.

Esa respuesta, que nos marca queramos o no, es la verdadera responsabilidad: el modo como nuestro ser responde y se modifica en función de nuestras actuaciones.

Pongámonos en el supuesto de acciones buenas. Cada una de ellas nos mejora y nos hace más capaces de realizar fácilmente, con gusto y sin equivocarnos el mismo tipo de operaciones. Pero no todas nos capacitan con la misma intensidad.

Quien presta sus apuntes a un compañero, se hace un poco más generoso; quien dedica toda una tarde a explicarle lo que no comprende, bastante más; quien, sin que se note, está constantemente pendiente —aunque a él le cueste sangre— de que sus amigos hagan lo que deben, con gracia y sin hacérselo pesar… ¡es un tío grande, maestro en generosidad y en muchas otras virtudes (no digo «tía grande», no por pusilánime, sino porque ellas se llaman a sí mismas «tío»: viva la juventud y la no-juventud que quiere parecer joven)!

La gran aventura

Y casi en el término de esa línea ascendente se sitúa el sí de la boda.

Como apuntaba, varón y mujer son seres-para-el-amor; y la culminación y mayor expresión de todo amor es la entrega. Cuando esa entrega es sincera, profunda, total y de por vida, ¿cómo no va a responder nuestra persona —¡a ese solo acto!— incrementando de una forma impensable su capacidad de querer…

¡Ahí se encuentra la razón antropológica más de fondo de la necesidad de casarse! El motivo más entusiasmante para decir un que nos permita iniciar la gran aventura del matrimonio: el camino que nos llevará hasta nuestra plenitud personal y nuestra felicidad.

¿Que eso suena demasiado utópico? ¡Qué lástima!, porque entonces no se comprende lo que es una aventura. Lo propio de ella es que:

· quienes la emprenden se pongan una meta alta, en apariencia inalcanzable, pero que vale la pena;

· no tienen ninguna seguridad de que van a alcanzar su objetivo; de lo contrario, ¿dónde queda la gracia de la aventura?;

· una vez que la inician, no permiten que las dificultades y los contratiempos, también los imprevistos, sofoquen la ilusión inicial ni les impidan recrearse en lo que ya han logrado;

· la mirada fija en el fin, en el triunfo hace que, a cada paso, renueven las energías —¡y las agallas!— para seguir adelante.

Si enfocamos de este modo el matrimonio, contando con las fuerzas que nos proporciona el habernos casado, sí será ciertamente un camino de rosas, en el que la apariencia y la fragancia de las flores logren que casi no advirtamos los pinchazos de las espinas (¡qué cursilada!, pero como no lo ha leído mi mujer…).

No lo será, sin embargo, si por ignorancia o dejadez o desprecio hemos decidido que la boda constituya un mero trámite y no nos hemos capacitado para querer con un amor relevante, aventurado y venturoso.

Por el contrario, si, mediante el matrimonio, conseguimos que lo importante sea efectivamente el amor, no cabe la menor duda de que ¡vale la pena casarse!

Tomás Melendo
Catedrático de Filosofía (Metafísica)
Director Académico de los Estudios Universitarios sobre la familia
Universidad de Málaga (UMA), España

Promoción del Gobierno entre escolares

A TRAVÉS DE LA CONSEJERÍA DE SANIDAD

El Gobierno de Madrid promueve la anticoncepción, la homosexualidad y el aborto entre los escolares

La plataforma Madrid Educa en Libertad también denuncia que la Sanidad madrileña promueve un vídeo contra la Iglesia católica.

Actualizado 6 septiembre 2010

R.R./ReL

A sólo unos días del inicio del curso escolar, y a falta de concretar cómo se va a impartir la educación sexual obligatoria en los colegios e institutos madrileños, la plataforma de padres Madrid Educa en Libertad ha denunciado la información que la Consejería de Sanidad de Madrid proporciona a los jóvenes en temas de educación sexual.

Según la asociación, esta información se proporciona a través del sitio web www.sitelias.net «cuyos contenidos, básicamente, tienen como objetivo promocionar el preservativo y los métodos anticonceptivos entre los jóvenes».

A título de ejemplo, señala, «la anticoncepción ocupa aproximadamente el 80% de la información del apartado Jóvenes y Adolescentes. A continuación, información sobre el SIDA, el embarazo no deseado, las relaciones eróticas, la consulta ginecológica, el embarazo a término y los cambios en la adolescencia».

Entre otros apartados, en el capítulo Noticias sólo hay dos novedades: el enlace a un blog de un colectivo homosexual en el que se muestra un vídeo contra el Vaticano.

En el buscador del sitio web, como ejemplo, el término preservativo aparece 6 veces; píldora postcoital, 9 veces; interrupción voluntaria del embarazo, en 5 ocasiones. Los términos responsabilidad, afectividad, abstinencia sexual o fidelidad no aparecen.

En definitiva, según explica María Menéndez, portavoz de la plataforma de padres Madrid Educa en Libertad, la información que ofrece la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid a los jóvenes en materia de sexualidad responde a un modelo según el cual todos los jóvenes practican conductas de «riesgo», considerando que los mayores riesgos son el embarazo y la enfermedad de transmisión sexual.

«No hay ninguna referencia a la afectividad, la responsabilidad, la fidelidad, la madurez o la abstinencia en las relaciones sexuales», afirma Menéndez. A la vista de esta información, Madrid Educa en Libertad considera que hay indicios suficientes para afirmar que la educación sexual obligatoria prevista en la Ley de Salud Sexual y Reproductiva e Interrupción Voluntaria del Embarazo en la Comunidad de Madrid enseñará a los jóvenes un modelo similar al propuesto en en el mencionado sitio web.

Por otra parte, padres de Madrid Educa en Libertad han mantenido ya un encuentro con representantes de la Consejería de Sanidad madrileña para mostrarles su preocupación por la imposición de educación sexual obligatoria prevista en la nueva ley del aborto.

El boom del cine católico ya no se detiene

SE ESTRENA EL 8 DE SEPTIEMBRE

El boom del cine católico ya no se detiene: tras «La última cima» llega una prometedora «1531»

El título se completa con una alusión a «La historia que aún no termina»: la del milagro que conquistó para la fe un continente entero.

Actualizado 5 septiembre 2010

L.L./ReL

El éxito de La última cima no es sólo señal de la calidad de la cinta: también del interés que las temáticas específicamente católicas despiertan en buena parte del público, que hasta ahora no las veía satisfechas.

Eso está cambiando, y como prueba valga la producción mexicana 1531: la historia que aún no termina, un docudrama sobre el impacto del milagro de la Virgen de Guadalupe en la Historia. Lo ha dirigido Antonio Peláez con producción de Mediaquest, que en su cuarto de siglo de existencia ha trabajado, entre otros, con Disney Channel y Televisa, y asegura una excepcional calidad artística.

En declaraciones a Jorge Enrique Mújica para la agencia Zénit, Peláez explica el sentido del film: «Pretendemos presentar simplemente lo que sucedió, buscando aportar algo para motivar a buscar una experiencia personal y particular con Dios y la Santísima Virgen María de Guadalupe».

En 1531, el indio Juan Diego (1474-1548), canonizado por Juan Pablo II en 2002, protagonizó el milagro de la plasmación milagrosa de la imagen de la Virgen de Guadalupe en un gran manto, que se venera en la catedral de México. El manto presenta enigmas que no han podido resolver los estudios científicos realizados hasta el momento, como la naturaleza de la impresión o las figuras que aparecen en la pupila de la Guadalupana, de tamaño que hace inexplicable su formación con mano humana.

«El milagro es siempre un acontecimiento ordenado, planeado y producido por Dios para ayudar al hombre a conseguir su destino eterno», afirma el director de 1531, que abunda además en cómo esa intervención sobrenatural supuso un paso decisivo para la evangelización de todo el continente: «Ante aquellos problemas infranqueables que existían para la evangelización de América, el acontecimiento guadalupano fue una respuesta del amor de Dios frente a una necesidad dramática de antagonismo sin esperanza de solución entre dos pueblos que no se aceptaban ni comprendían, pero tenían puesta su mirada en Dios».

Ya es posible ver un tráiler de la película en Youtube . El estreno tendrá lugar el 8 de septiembre, y ya hay en marcha campañas para darla a conocer y favorecer su distribución. Porque la experiencia de La última cima ha demostrado que este tipo de proyectos pueden rentabilizarse con facilidad cuando consiguen romper la barrera del silencio.

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