«La Madre Teresa de Calcuta salvó mi sacerdocio»

lunes, 30 de agosto de 2010
LaBuhardillaDeJeronimo.blogspot.com (*)


El Arcipreste de la Basílica de San Pedro recordó en la Misa este jueves cómo una promesa que hizo a la Madre Teresa cuarenta años atrás preservó su vocación. Ella le había enseñado que sin la oración, la caridad no existe.

El Cardenal Angelo Comastri presidió la celebración eucarística en la Iglesia de San Lorenzo in Dámaso en Roma, que presentaba un clima acogedor con la presencia de 100 hermanas Almudi.org - Cardenal Angelo ComastriMisioneras de la Caridad, más de 20 sacerdotes concelebrantes, líderes del gobierno local y un muy variado número de fieles.

Los que asistieron a la Iglesia se vieron gratamente sorprendidos por la presencia del recién llegado Prefecto de la Congregación para los Obispos, el Cardenal Marc Ouellet, quien también concelebró y leyó un mensaje del Papa al comienzo de la Misa.

En una homilía en la que remarcó que el amor es el fundamento de nuestra existencia, el Cardenal Comastri recordó un encuentro personal con la fundadora de las Misioneras de la Caridad cuando él era un joven sacerdote.

Su primer contacto con la Madre Teresa fue una carta que él le envió apenas después de ser ordenado sacerdote. Su respuesta «inesperada» fue realmente sorprendente, porque estaba escrita «en un papel muy pobre, en un sobre muy pobre».

Tiempo después, el Cardenal Comastri fue a buscarla cuando ella se encontraba de visita en Roma, para agradecerle por la respuesta. Cuando se encontró con ella, la Madre Teresa le hizo una pregunta que lo dejó «un poco avergonzado».

«¿Cuántas horas al día reza?», le preguntó.

Entre 1969 y 1970, recordó, la Iglesia estaba en un tiempo de «conflicto», por lo que creyéndose «cercano al heroísmo», el entonces Padre Comastri le explicó que rezaba la Misa diaria, la Liturgia de las Horas y el Rosario.

A esto, la Madre Teresa le respondió rotundamente: «Eso no es suficiente».

«El amor no puede ser vivido de forma minimalista», le dijo, y le pidió que le prometiera hacer media hora de adoración cada día.

«Se lo prometí, —dijo el Cardenal Comastri—, y hoy puedo decir que esto salvó mi sacerdocio».

En esa ocasión, tratando de defenderse, le dijo a la Madre Teresa que pensaba que ella le iba a preguntar cuánta caridad hacía. Ella le respondió: «¿Y crees que si no rezara yo sería capaz de amar a los pobres? Es Jesús el que pone amor en mi corazón, cuando rezo».

Ella ayudaba a los pobres, pero era «siempre el Amor de Jesús», le dijo la santa hermana.

Entonces, la Madre le dijo algo que nunca olvidaría: que leyera la Escritura.

Por medio de las enseñanzas de Jesús, le dijo, se nos recuerda que «sin Dios somos demasiado pobres para ayudar a los pobres». Es por esto, le explicó, «que tanta asistencia cae en el vacío. No cambia nada, no contribuye en nada porque no trae amor y no nace de la oración».

Concluyendo la homilía, el Cardenal Comastri dijo que «a través de esta pequeña mujer… se nos recuerda que la caridad es el apostolado de la Iglesia, y que la caridad sólo nace si rezamos».

(*) Publicado originariamente en Catholic News Agency
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

Sí, quiero… para toda la vida

lunes, 30 de agosto de 2010
Jutta Burggraf


«Sí…, acepto, para toda la vida; incluyendo la prosperidad y felicidad, las alegrías y tristezas, tus Almudi.org - Jutta Burggraffragilidades y las mías, los problemas económicos, la enfermedad y los sufrimientos…»

La doctora alemana Jutta Burggraf aporta algunos consejos para la fidelidad matrimonial desde el «sí» nupcial hasta la muerte.

¿A qué causas se deben las fracturas en la lealtad matrimonial?

A veces se culpa la independencia de la mujer actual. No creo que sea el problema de hoy. Al contrario, es una suerte que exista, porque sólo quien es interiormente libre e independiente puede amar y entregarse verdaderamente a los demás. Voy a enumerar brevemente algunas dificultades:

Dos personas se casan hoy, en general por simpatía y amor; es decir, por motivos subjetivos y menos objetivos. Esto es muy bueno e ideal, si no se dejan completamente de lado los aspectos objetivos como la cultura, la forma de ver la vida, etc.

Casarse por amor, me parece que es la única razón aceptable para contraer matrimonio. Sin embargo, hoy en día, no es raro que falten casi todos los motivos objetivos. En este caso, la fidelidad matrimonial es sumamente difícil. Porque cuando se acaba el amor, cuando llega la monotonía cotidiana, hay que perseverar sin un entorno exterior que sostenga.

Muchas veces los esposos tienen distintos campos de acción, ya sea en la familia, en la profesión fuera del hogar. No se ven durante muchas horas del día. Sin embargo, tienen contacto con otras personas, hombres y mujeres, y con ellos comparten sus intereses y planes profesionales. Cuando vuelven cansados a casa, ya no tienen fuerzas para dialogar o hacer planes y esto genera una distancia entre los esposos.

Al mismo tiempo, la opinión pública y las costumbres occidentales no protegen el matrimonio. Incluso se puede decir sin exagerar que se hace propaganda a la infidelidad.

¿Qué facilitaría que el matrimonio sea feliz en el transcurso de los años?

Claro que no hay recetas fijas, pero podemos reflexionar un poco sobre lo que puede facilitar la vida cotidiana.

Amor decidido

Si al contraer matrimonio los cónyuges son conscientes de que toman una decisión para toda la vida y tienen la firme voluntad de permanecer unidos hasta el final, pase lo que pase, en tiempos de sol y de lluvia, de nieve, hielo y tormenta, entonces pueden desarrollarse libremente, en un clima de seguridad y de confianza.

Conviene perder el miedo a las crisis. Conflictos y divergencias de opiniones existirán siempre allí donde varias personas viven en estrecho contacto. Lo decisivo es la actitud que se adopta ante aquellas situaciones difíciles, aprovechar la oportunidad de estrechar los lazos de unión superando juntos las dificultades.

A menudo, la disposición de perdonar es la única esperanza en el camino hacia un nuevo comienzo. Con los años un cónyuge va amando más al otro porque quiere amarle, porque se ha decidido por el otro de por vida y está dispuesto a soportar desilusiones.

Respeto mutuo

Hoy en día el hombre y la mujer se encuentran en el matrimonio uno junto al otro con la misma dignidad, la misma altura, los mismos derechos y deberes. A veces, existe mucha independencia social y económica y, a la vez, una gran dependencia afectiva. Pero sólo aquel que es interiormente libre y autónomo puede entregarse a los demás.

Por tanto, hay que reconocer la necesidad de mantener una sana distancia en el matrimonio. La vida en común no debe convertirse en una atadura o cárcel que restringe la libertad del otro. Un cónyuge no puede quitar al otro la posibilidad de desarrollarse y llevar adelante iniciativas propias; para llegar a una profunda unidad es necesario seguir siendo dos personas individuales. No se ama al otro, mientras no se la ama en sí mismo. El no es la prolongación del yo, el es el misterio del otro que pide ser afirmado en sí mismo.

Apertura a la vida

Un matrimonio verdaderamente feliz descubre continuamente nuevos horizontes, está abierto a otras personas, también a una futura descendencia. Tiene el valor de transmitir la vida, de conservarla, de amarla y de velar por su desarrollo. Pero si la unión sexual se entendiera exclusivamente como la procreación, se denigraría al cónyuge al tratarlo como un simple medio. En cambio, si están integrados en el amor matrimonial tanto el deseo de tener hijos como la búsqueda de la unión sexual, se puede considerar conseguida la relación.

Sentido del humor

Sebastianne Chamfort tiene una frase que es muy importante para la vida cotidiana de la familia: «cuando hayas estado un día entero sin reír, habrás perdido totalmente ese día». El que tiene sentido del humor puede olvidarse de sí mismo y de este modo está libre para los demás.

Tendemos a plantearnos problemas existenciales por cosas insignificantes y esto afecta a las relaciones. Debemos esforzarnos por no contemplar las múltiples cosas pequeñas de la vida desde su aspecto negativo. Cada cosa tiene dos caras y vale la pena centrar la vista en aquella cara de la que podemos reírnos a gusto o al menos sonreír.

Mucha gente llega a otra conclusión: ya no quieren casarse porque no quieren llevar una vida de engaño, y tampoco quieren tener las complicaciones de un divorcio. Prefieren vivir algún tiempo juntos. Si van bien, se pueden casar y si van mal, se separan sin grandes problemas y desventajas económicas…

Vivir en una relación abierta, de hecho, es mucho menos atractivo de lo que parece. Si se declara que no es necesario casarse, con frecuencia se llega a exterminar, de un modo muy sutil, el amor entre el hombre y la mujer.

Cuando dos personas viven juntas sin casarse, en algún rincón de su corazón queda un resto de desconfianza. Es como decirle: «yo te quiero hoy. Pero no sé si te querré mañana (o dentro de diez años) y por eso prefiero no meterme en líos». Las relaciones abiertas traen consigo muchas frustraciones y decepciones, el amor se enfría con la falta de confianza.

La familia y también el matrimonio pertenece a lo que la naturaleza humana pide. Cuando digo matrimonio me refiero a una relación estable permanente entre un hombre y una mujer que da seguridad y confianza.

Me gusta compararlo con un muro, construido alrededor de una gran plataforma, en la cumbre de un monte alto y escarpado. Gracias a ese muro, los niños pueden correr en la plataforma con toda libertad, pueden hacer sus juegos más salvajes, saltar y bailar, sin peligro alguno de caída.

En cambio, cuando falta el muro, uno sólo puede moverse lentamente, con cuidado y miedo de perder la integridad. Disminuye la alegría de moverse, de emprender grandes cosas y comerse el mundo.

En época de dificultad, ¿cómo se replantea la fidelidad?

El matrimonio, vida común indisoluble, es la mejor garantía para la felicidad de la familia. El matrimonio lleva a una felicidad mayor que el amor espontáneo; éste puede ser muy apasionante pero queda inmaduro si huye de la entrega definitiva. Es un desafío mantenerse unidos uno al otro, también en tiempos de crisis o de poca comprensión.

Todo matrimonio pasa por tiempos de crisis, igual que toda persona humana, cuando crece experimenta sus conflictos de desarrollo. Es muy normal que haya momentos duros en la vida. Uno puede notar monotonía, desazón, quizá la falta de una plena realización profesional; ve que los planes se derrumban y que los hijos son muy distintos de lo que deseaba. A veces, con los años aparece el remordimiento de no haber dado al otro todo lo que requería…

Pero, toda crisis trae consigo un cambio, y puede ser hacia una madurez mayor, hacia una confianza más plena. El día de la boda no es la última estación, sino al contrario, es el comienzo de la verdadera aventura de la vida del amor. Si se tiene la conciencia clara de que el matrimonio dura hasta la muerte, entonces se esfuerza uno mucho más para hacer de él una empresa atractiva.

¿Bastan los deseos de fidelidad?

Todos conocemos muy bien las debilidades y flaquezas de nuestra naturaleza: hoy sentimos gran pasión por una persona; mañana quizá, por otra. Por eso, no bastan los deseos de fidelidad. Hace falta llegar a una alianza objetiva: comprometerse también cara a la sociedad, con implicaciones jurídicas, lo que se traduce en este caso en contraer matrimonio.

Esta alianza, hecha exteriormente hacia fuera, es una protección del amor. Es decir a la otra persona: «Yo te quiero verdaderamente, y siempre quiero quererte. No sé todo lo que pasará a lo largo de mi vida. A lo mejor, hay tentaciones y conflictos. Pero tengo la voluntad de superarlas y para probártelo te doy una promesa oficial».

Jutta Burggraf es profesora de Teología dogmática y Ecumenismo en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra

Consejos de un viejo a otro viejo

Actualizado 31 agosto 2010

Doce consejos de un viejo a otro viejo de 90 años

1.- No te cuelgues el cartel de INSERVIBLE.
Haz algo. Ayuda en algo. Sirve en algo.

2.- Cada día haz algo de ejercicio físico. Por lo menos, caminar una hora.

3.- Dedica también cada día un rato a Dios. El ideal: misa y comunión diarias. Recomendable: rosario diario. Por lo menos reza algo. Y mejor si cada día haces una visita al Santísimo.

4.- Es natural que tengas algún achaque. No te amargues por eso. Hay gente peor que tú. Da gracias a Dios de las cualidades que conservas, y ofrécele con amor tus sufrimientos. “Las espinas pinchan si se pisan, no si se besan”.

5.- No descuides tu aseo personal: por ser viejo no tienes que ser repelente.

6.- Si necesitas ayuda, pídela con humildad. No te empeñes en hacer lo que no puedes. Lo harás mal y molestarás más que si hubieras pedido ayuda.

7.- Agradece amablemente la ayuda que te presten. Es muy molesto ayudar a quien no lo agradece.

8.- No hables de ti si no te lo solicitan. Resultan pesados los viejos que repiten historias de su vida que todos ya conocen.

9.- Es lógico que quieras dar consejos, pero para que sean bien recibidos deben ser oportunos. Y nunca poniéndote de ejemplo, sino como experiencia de anécdotas de tu vida.

10.- La vejez no es cuestión de años sino de ánimo. El corazón no envejece. Sé optimista. Siempre de buen humor. Difunde alegría.

11.- Pueden ser un ejemplo para nosotros el Papa Juan Pablo II y la Madre Teresa de Calcuta que estuvieron hasta última hora al pie del cañón. No todos tenemos las mismas posibilidades, pero deberíamos ingeniarnos para hacer algo que merezca la pena.

12.- Hay una cosa que ciertamente puedes hacer: ORAR. Orar por la Iglesia, por el Papa, por tu patria, por tu familia y por ti mismo: tener una santa muerte que es LO MÁS IMPORTANTE DE TU VIDA.

JORGE LORING, S.I.
jorgeloring@gmail.com

www.arconet.es/loring
Tel.: (34) 956 87 46 47

El guardián de Dios

Mientras la abominación de la desolación campa por sus fueros, aún queda algún guardián de Dios que no se resigna.

Juan Manuel de Prada

Actualizado 30 agosto 2010

Si hay algo que me conturba el ánimo (tal vez porque me recuerda la «abominación de la desolación» de la que hablaba el profeta Daniel: esto es, el sacrilegio del templo) es el espectáculo de los turistas indecentes que se pasean por las iglesias como por un mercadillo playero, en camiseta de tirantes y pantalón corto, pavoneándose de la pelambre de sus canillas, de los morrillos de carne excedente de sus cinturas, de su muslamen injuriado por la celulitis, mientras disparan fotografías por doquier e intercambian comentarios vocingleros en la capilla del Santísimo, como los intercambiarían en un retrete comunal. Esta pérdida generalizada del decoro (que es expresión de otra pérdida más aflictiva, que es la pérdida del sentido de lo sacro) alcanza una expresión paroxística en las iglesias de la Toscana más celebradas por las guías turísticas, ante la pasividad o negligencia de las propias autoridades eclesiásticas. Es verdad que a las puertas de los templos suele haber carteles que reclaman respeto al visitante; pero la caterva turística se pasa tales avisos por la entrepierna, que gusta de rascarse sin rebozo y llevar bien aireada, tal vez para aliviarse las escoceduras de las caminatas, tal vez para exhibir su nauseabunda indiferencia. Y así las iglesias se van convirtiendo en zocos de zafiedad impronunciable, donde la luz roja del sagrario tiembla acongojada, como debió de temblar ante las invasiones de los bárbaros.

Pero, mientras la abominación de la desolación campa por sus fueros, aún queda algún irreductible guardián de Dios que no se resigna. En la iglesia de San Agustín, en Montepulciano, un sacristán viejo y acaso impedido, acaso también loco, vigilaba, sentado en una silla al pie del presbiterio, el trasiego de turistas en el templo. Entró una recua, con las consabidas camisetas de tirantes y los pantaloncitos cortos que enseñan los mofletes del culo; y el mulo que parecía capitanear la recua voceó, para recrearse con el eco de la bóveda: «Venga, vamos a hacernos unas fotos aquí». Entonces el sacristán, poseído por esa virtud cristiana hogaño en desuso llamada santa ira (la misma virtud que animaba a Cristo cuando expulsó a los mercaderes del templo y cuando maldijo a la higuera seca), lo increpó desde la penumbra: «Tú, cerdo, vete a hacer fotos a la pocilga de tu casa, donde tu madre te dejará ir vestido como un mamarracho». El mulo entonces titubeó, incrédulo ante la osadía del sacristán loco, incrédulo de que una estantigua semejante se atreviera a cercenar sus sacrosantos derechos democráticos, pero mientras titubeaba el sacristán loco proseguía su retahíla de improperios: «Largaos de aquí con viento fresco, panda de guarros, que no os quiero ver ni en pintura». El italiano campesino del sacristán loco, áspero como un vino mal fermentado, sonaba a gloria bendita, era como escuchar al león de Judá en el día del Juicio Final, separando a las ovejas de los cabritos. Y los cabritos de la camiseta de tirantes y el pantaloncito corto se fueron con el rabo entre las piernas, perseguidos por la santa ira del sacristán loco, que apenas los vio desaparecer del templo recuperó un aire inocente y beatífico, como acariciado por la brisa de la Jerusalén celeste.

Transido de emoción, me arrodillé en la penumbra de la iglesia de San Agustín, en Montepulciano, y rogué fervorosamente a Dios que concediera muchos años de vida a aquel sacristán, y que le mantuviera incólume la virtud de la santa ira. La llama del sagrario resplandecía con un vigor jubiloso e impávido, orgullosa de su celoso guardián.

Me sucedió en Medjugorje

Desde el 5ºB

A los hechos me limito.

El 3 de agosto salíamos del aeropuerto de Madrid: Mª Jesús, Fernando, Pablo, Carmen y Luis-José y esa misma tarde estábamos en Medjugorje para incorporábamos a la peregrinación de los que fueron en autobús desde Madrid.

Durante los días que duró el encuentro intenté tener el oído abierto, asistir a los actos litúrgicos y pedir por las intenciones que tenía encomendadas… Disfruté mucho de los actos programados, del trato con la gente…, incluso me solté a bailar en los momentos que hubo ocasión. La adoración al Santísimo me reconfortó más de lo que hubiera podido imaginar. Me encontraba especialmente efusivo y todo me resultaba provechoso y divertido. Así fueron en resumen los tres dias de estancia. Sin embargo la última noche se dio la vuelta a la tortilla (Aún lo estoy digiriendo, … aún no ha tocado fondo)

El viaje de vuelta tenía prevista la salida a las 5,30 de la madrugada, pero, por aprovechar bien la estancia esa misma noche subimos al Podbro para rezar el Rosario. Es sobrecogedor, solo los faroles a ras del suelo permiten ver lo imprescindible para subir, lo demás: silencio a cielo abierto.

Una vez arriba me hice sitio y me arrodillé de frente a la imagen de la Virgen y repasé mis “peticiones principales”: Fernando, Isabel, Pablo, Carmen, Francisco, Manuel. Miguel, Teresa, Luis y Ana.. y Mª Jesús (por supuesto). Por sus estudios, por sus trabajos, por sus “parejas”. Desde el primer momento noté -sin ningún margen de duda- que La Virgen estaba más atenta –más interesada- en mis peticiones que yo mismo, hasta el punto de sentirme como un charlatán que apenas piensa lo que dice, más aún, que no sabe lo que pide porque si lo supiese a lo mejor ni lo pediría. Y es que Su presencia aclaraba mis verdaderas intenciones hasta darme cuenta del rasero tan pobre e interesado de mis peticiones. En realidad pedía por ellos pero para mí, para hacerlos a mi medida, en mi cercanía, como míos.

Me sentí inundado por la vergüenza y la supliqué por una limpieza de lo que llevaba dentro y de lo que tan poco conocimiento tenía.

Me pareció entender que La Gospa me decía: “Mantén en mi presencia tu corazón de piedra y Yo lo convertiré en un corazón de carne”… Fue en ese mismo instante –segundo más o segundo menos- que me vino un dolor agudísimo al costado izquierdo y comenzaron las 17 horas más angustiosas que recuerdo: un cólico nefrítico me acompañó todo el viaje de vuelta. Tuve un respiro en Dubrovnik y otro en el viaje en coche Madrid-León (por concretar bien los hechos), sin embargo en el aeropuerto de Barcelona (una escala) creí me partía.

Además se me despertó una gran repugnancia por todo aquello, Medjugorje me pareció un encuentro de descerebrados, se me hizo insoportable el testimonio final del Padre Cruz de vuelta del Rosario por lo que en cuanto pude me escapé a la pensión, y… me perdí. Deambulé más de 2 horas por Medjugorje desandando caminos (algo absurdo porque me suelo orientar bien) todos acababan en prados oscuros…, me planteé dormir en cualquier esquina. Jamás me había encontrado tan desposeído, tan lejos de casa, agotado, dolorido, asqueado. Cuando llegué a la pensión algunos de los nuestros ya estaban despiertos dispuestos para marchar. Me prometí que jamás me volverían a pillar en una de estas.

Hoy conservo el calculo renal, -del tamaño de un guisante que finalmente expulsé- como un regalo de la Gospa. Es como un corazoncito de piedra que deshacerte de él produce dolor. Merece la pena y pido porque nunca deje de pensar que merece la pena (…no me fio ni un pelo de mi).

Estoy deseando volver a Medjugorje. Luis

El portero de los afligidos

ANDRÉ PROVENCAL

El portero de los afligidos al que se le abrieron las puertas del cielo

El Papa lo canonizará el 17 de octubre, junto con otros cinco beatos. Será el primer santo de esta Congregación de la Santa Cruz en Canadá. .

Actualizado 1 septiembre 2010

Zenit

“Les estoy enviando un santo” estas fueron las palabras del padre André Provençal quien conoció al joven Alfred Béssette y decidió presentarlo ante la congregación de la Santa Cruz en Montreal. Luego, el entonces aspirante tomó el nombre de hermano André.

El Papa Benedicto XVI lo canonizará el próximo 17 de octubre, junto con otros cinco beatos. Será el primer santo de esta congregación. Miles de personas aún visitan su tumba ubicada en El santuario de San José el cual, él mismo mandó construir en el llamado Monte Royal, ubicado Montreal. En diálogo con ZENIT, su vicepostulador ha dicho que los fieles “han manifestado por escrito su deseo de que la Iglesia reconociera cuanto antes la santidad del humilde amigo de los pobres y los afligidos”.

Sufrimiento desde pequeño

Bessette nació en 1845 en una población llamada Mont-Saint-Grégorie, ubicada a 40 kilómetros de Montreal en Canadá, en el seno de una familia de clase obrera. El pequeño tenía tantas complicaciones de salud que sus padres quisieron bautizarlo el día mismo que nació pensando que no sobreviviría. Pero murió 91 años más tarde…

Quedó huérfano de padre cuando tenía 9 años y de madre cuando tenía 12 por lo que, tanto él como sus 11 hermanos quedaron bajo el cuidado de su tía Rosalie Nadeau y de su esposo Timothée.

“María y José se convirtieron en sus padres adoptivos”. indicó el padre Lasciabell. “Este período le permitió al hermano Andre  consolidar fuertemente su relación con Dios en lugar de alejarse, por los lamentables acontecimientos de su vida”, aseguró.

Tenía 20 años cuando viajó a Estados Unidos junto con un grupo de inmigrantes para trabajar en el sector textil. En 1967 regresó a Canadá para realizar otras labores.

Y fue cuando su párroco quiso enviarlo a la congregación de la Santa Cruz donde inicialmente fue rechazado por sus los problemas de salud que continuaron a lo largo de su vida. Por ello el obispo de Montreal monseñor Ignace Bourget pidió que reconsideraran la decisión y Alfred fue aceptado en 1872.

Más que un portero

El hermano Bessette fue designado como portero del colegio de Nuestra Señora de las Nieves cerca de Montreal. También realizaba otros trabajos ocasionales. Pero él quiso hacer de esta, una labor que fue más allá de abrir la puerta: “Él recibía a los visitantes y a sus parientes. El prójimo se convirtió así en una realidad importante para el hermano Andre”, dijo su vicepostulador.

Su vida espiritual, sus palabras sencillas pero llenas de sentido hicieron que cada vez más gente hablara del portero de aquel colegio. Muchos enfermos iban a pedirle consuelo, oraciones y consejos: Él sabía que no se puede amar verdaderamente a Dios sin amar al prójimo ni amar a los demás sin reconocer la presencia de Dios en ellos”, aseguró su vice postulador.

“Una multitud diaria de enfermos, afligidos y pobres de todos los tipos, de discapacitados y de heridos por la vida encontraban en él, sentado en la portería del colegio, acogida, escucha, apoyo y fe en Dios”, dijo el papa Juan Pablo II durante la homilía de su beatificación en mayo de 1982. El hermano Bessette a todos les daba el mismo consejo: buscar la intercesión de San José, orar y acudir a los sacramentos.

Él decía a los enfermos que se ungieran con el óleo de la lámpara que había en una capilla que tenía el nombre del santo. Muchos fieles que lo hacían quedaban curados a pesar de que médicamente no tuvieran ninguna esperanza. Algunos comenzaron a decir que este religioso hacía milagros. Él insistía que el responsable de estas curaciones era San José. Y por ello en 1904 tuvo la iniciativa de construir un santuario en su honor.

El hermano Bessette comenzó a reunir un número cada vez más grande de seguidores pero su vida provocó también algunas reacciones adversas. Entre ellos el doctor Josep Charette quien ridiculizaba sus actitudes. Un día su esposa tuvo una fuerte hemorragia nasal que no podía detenerse de ningún modo. Ella pidió ser llevada donde este religioso pero el médico rehusó. “¿Dices que me amas y serías capaz de hacerme morir desangrada?”, le dijo su mujer. Charette se dirigió donde Bessette quien le respondió: “Doctor, regrese a casa que la hemorragia se ha detenido” y así fue.

En 1924 se culminó la construcción del oratorio dedicado al Santo Custodio: “El hermano Andre no fue sólo el constructor de un edificio de piedras sino de una comunidad cristiana viviente. Se convirtió en un notable unificador “, señaló el padre Mario.

El hermano Bessette murió en 1937. “Nunca traje al hermano André una persona enferma sin que regresara contenta a su casa. Algunos eran curados. Otros morían algún tiempo después, pero el Hermano Andre los consolaba”, decía uno de sus amigos.

“Más de un millón de personas fueron a rendirle homenaje a pesar de que sus funerales se celebraron con muy mal tiempo invernal. Y aún hoy, más de dos millones y medio de peregrinos y de visitadores vienen cada año al oratorio de San José en el monte Royal”, señala el padre Lasciabell.

“En una época difícil para la Iglesia canadiense, los creyentes de este país se alegran de constatar que Dios está entre ellos y que esto manifiesta signos inequívocos de su presencia”, concluye el vicepostulador del padre Bessette.