Revelación a SOR MARÍA NATALIA MAGDOLNA
“Sacrifíquense y recen por las almas”
Una noche, Jesús me dijo lo siguiente, dirigiéndose a los sacerdotes: “Vine al mundo por el bien de las almas. Es su vocación y su deber salvarlas. Si ustedes permanecen en Mí y en mi amor, saldrán victoriosos”.
Luego se volteó hacia mí y me dijo: “Esposa mía, que padeces Conmigo, esta noche unos sacerdotes me van a ofender gravemente. Por los méritos de tu sacrificio libraré a algunos de ellos de sus pecados, pero ¿quién hará sacrificios por los otros? Moriría por ellos de nuevo, cada vez que ellos infieren sus heridas mortales a mi Corazón”.
Yo sufrí junto con Jesús por esas almas. Aceptaría todos los sufrimientos del mundo si pudiera evitar un pecado grave que ofendiera a mi Jesús. Le dije:
–Mi querido Jesús, estoy dispuesta a hacer cualquier sacrificio.
Él contestó:
–Flagélate hoy; así puedo librar a mis extraviados sacerdotes del pecado y acogerlos de nuevo en mi Corazón.
En ese tiempo mis superioras me dispensaron de la oración comunitaria a causa de las gracias extraordinarias que ellas veían tan claramente en mí, y así pude hacer en secreto lo que Jesús me pedía.
Jesús se queja de los sacerdotes
En 1944 el Señor me dijo: “Quiero enviar un mensaje al Santo Padre para que reafirme la práctica del ayuno del viernes, porque, debido a esto, muchos sacerdotes me ofenden. Ni los hombres ni las almas a Mí consagradas están dispensadas de la abnegación. Mi Iglesia debe saber que, al disminuir el espíritu de renuncia, aumentan los pecados”.
Después de la santa Comunión el Señor me mostró cómo un sacerdote cae en el pecado por falta de espíritu de mortificación. Vi a un sacerdote sentado a una rica mesa. El Señor le sugirió que no tomara el postre, puesto que ya había comido bastante. Él dudó un momento, luego rechazó la inspiración, con este pensamiento: “¿Abnegación, por qué?” El paso siguiente fue la pereza, luego vino la relajación, sus pensamientos se hicieron siempre más mundanos y el pecado entró a través de sus ojos. Entonces entró la muerte en su alma, y empezaron las dudas acerca de la presencia real en la Eucaristía. Finalmente dejó el sacerdocio y se volvió ateo. Fue especialmente doloroso para Jesús que por mucho tiempo ese sacerdote ofreciera indignamente el santo Sacrificio.
En otra ocasión, para consolarme, Jesús me dijo que es un gran placer para Él bajar al altar cuando un sacerdote lo llama con clara conciencia de sus actos. De estos sacerdotes santos me dijo: “Son mi deleite, mi orgullo, mi consuelo y mi esperanza”.
El amor a la cruz
El Señor me dijo:
–Hay solamente unas cuantas almas sacerdotales que aman la cruz. Muchos de ellos no quieren ni oír hablar del sufrimiento y la abnegación. Esto es porque ni siquiera Me piden tener amor por el sufrimiento. Los sacerdotes deben pedir diario el amor a la cruz para ellos mismos y también para las almas a ellos encomendadas. Si hicieran esto, se les daría la gracia del amor al sufrimiento, llegaría a serles agradable y podrían hacer actos heroicos. Yo aniquilaría en ellos todo lo que pudiera matar el amor y aumentaría en ellos el amor a la cruz. Les daría el don del amor pobre y humilde. Recibirían la gracia mística de poder enterarse de los secretos especiales de mi Corazón. Me gustaría darles a conocer esta gracia especial en este tiempo en que se aproximan los sufrimientos de mis escogidos.
En una ocasión Jesús me enseñó esta oración:
Señor mío, dame la gracia de amar
sufriendo como Tú lo hiciste.
Dame la gracia de llevar mi cruz
como Tú lo hiciste.
Señor mío, dame la gracia de poder siempre
reconocer y cumplir tu voluntad
y permanecer siempre unido a Ti,
glorificándote en todo lo que haga.
María, Madre de Jesús y Madre mía,
enséñame a amar sufriendo. Amén.
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