Tiempo de Esperanza para Europa

miércoles, 11 de agosto de 2010
Salvador Bernal


ReligionConfidencial.com

Sigo dando vueltas a la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II Ecclesia in Europa, del 28 de junio de 2003. Constituyó un gran llamamiento a los católicos para que diéramos testimonio Almudi.org - Salvador Bernalde Cristo en los países europeos y hacer posible así que la sociedad recuperase la fecundidad de sus raíces cristianas. El Papa no ignoraba las dificultades, a las que se refería con frecuencia, pero siempre desde la esperanza, que aparecía en el título de cada uno de los seis capítulos del documento. En cierto modo, concretaba para el Viejo Continente los grandes objetivos de aquel gran texto que firmó en la Basílica de san Pedro al finalizar el jubileo del año 2000: la Novo Millenio Ineunte.

No se puede olvidar que el tema del Sínodo de obispos de 1999, del que procede la Exhortación, había sido Jesucristo vivo en su Iglesia y fuente de esperanza para Europa. Se trataba de volver a proponer la relación personal con Cristo, no como una figura histórica que preside una Iglesia meramente organizativa y societaria, sino como una Persona viva, presente entre los cristianos europeos quizá desesperanzados, influidos demasiado por la cultura dominante, y que necesitaban ser extraídos del marasmo y hacerse cargo de las riquezas de su fe.

Juan Pablo II quería remover también la responsabilidad apostólica personal de cada uno de los bautizados, más allá de estructuras y programas pastorales. Lejos de cualquier nostalgia confesional, cuando estaba vigente aún el debate sobre la referencia a las raíces cristianas de Europa en los textos constitucionales de la UE, deseaba recordar la urgencia y necesidad de la «nueva evangelización»: «Europa, hoy, no debe apelar simplemente a su herencia cristiana anterior; hay que alcanzar de nuevo la capacidad de decidir sobre el futuro de Europa en un encuentro con la persona y el mensaje de Jesucristo», había afirmado en su declaración final la  Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos el 13 de diciembre de 1991.

La coyuntura es relativamente favorable, porque el continente lleva tiempo de paz, tras momentos de incertidumbre, como los sufridos en los Balcanes o en el Cáucaso. Ciertamente, no están cerradas las heridas de Kosovo o de Chechenia. Y está por ver si la aproximación de Turquía, llena de vacilaciones por ambas partes, podría ser también una vía del esperado y difícil acercamiento a la cultura musulmana.

No recuerdo si era Chesterton o Vintila Horia quien hablaba de «ideas cristianas enloquecidas». La expresión me venía a la cabeza al leer en el documento la referencia a que los grandes valores inspiradores de la cultura europea han sido separados del Evangelio, perdiendo así su más profundo aliento y dando lugar a desviaciones y a auténticas aberraciones, como las sufridas como consecuencia de los totalitarismos del siglo XX. Resulta tópico mencionar la igualdad, libertad y fraternidad de los revolucionarios franceses. Pero también siguen cometiéndose hoy muchas injusticias amparadas en supuestas exigencias solidarias, o en la protección de derechos humanos de última generación que apenas encierran otra cosa que mero individualismo.

Se comprende el reto del Papa a una evangelización de la cultura. Sin refundar nada, menos aún en un plano confesional, parece importante esforzarse por mostrar que es posible vivir en plenitud el Evangelio como itinerario que da sentido a la existencia. Se impone «asumir la tarea de imprimir una mentalidad cristiana a la vida ordinaria: en la familia, la escuela, la comunicación social; en el mundo de la cultura, del trabajo y de la economía, de la política, del tiempo libre, de la salud y la enfermedad. Hace falta una serena confrontación crítica con la actual situación cultural de Europa, evaluando las tendencias emergentes, los hechos y las situaciones de mayor relieve de nuestro tiempo, a la luz del papel central de Cristo y de la antropología cristiana».

La esperanza promueve la iniciativa, frente a «cultura de la queja» o de la mera lamentación. Lleva, en frase de Alejandro Llano a «concertar libertades». En definitiva, a dar una gran batalla de paz y comprensión, en la línea de lo que escribió san Josemaría en Forja, 23: «Una ola sucia y podrida —roja y verde— se empeña en sumergir la tierra, escupiendo su puerca saliva sobre la Cruz del Redentor… / Y El quiere que de nuestras almas salga otra oleada —blanca y poderosa, como la diestra del Señor—, que anegue, con su pureza, la podredumbre de todo materialismo y neutralice la corrupción, que ha inundado el Orbe: a eso vienen —y a más— los hijos de Dios».

Santa Clara

Santa Clara, Virgen Fundadora de las Clarisas

11 de Agosto

Cuando Clara tenía 18 años, San Francisco predicó en Asís los sermones cuaresmales en la Iglesia de San Jorge. Las palabras del «poverello» encendieron el corazón de la joven, quien fue a pedirle, en secreto, que la ayudase a vivir según el Evangelio. San Francisco la alentó en su deseo de dejarlo todo por Cristo. El día de Ramos de 1212, Clara asistió a la bendición de las palmas en la catedral. Todos los fieles se acercaban a recibir una rama de olivo, pero Clara se quedó en su sitio, presa de la timidez. Al ver esto, el obispo llevó la rama hasta el lugar en que se hallaba. Esa noche, Clara huyó de su casa y se dirigió al pueblo de Porciúncula, que distaba dos kilómetros de donde vivía San Francisco con su comunidad.

Ahí cambió Clara sus finos vestidos por un hábito de penitente, que consistía en una túnica de tela burda y una cuerda de cinturón. San Francisco le cortó el cabello. Como éste no había fundado un convento para religiosas, consiguió alojamiento provisional para Clara en el claustro de las benedictinas de San Pablo, cerca de Bastia. Los parientes de Clara ya habían planeado para ella un matrimonio y en cuanto supieron lo que había pasado, decidieron sacarla del convento. Se cuenta que Clara se aferró con tal fuerza al altar, que desgarró los manteles cuando la arrancaron de ahí. La joven se descubrió la cabeza para que viesen sus cabellos cortados y dijo a sus amigos que Dios la había llamado a su servicio y que ella estaba dispuesta a responder. Al poco tiempo, fue a reunirse con Clara su hermana Inés, lo cual desencadenó una nueva persecución familiar. Más tarde, San Francisco trasladó a Clara e Inés a una casa contigua a la iglesia de San Damián, en las afueras de Asís, y nombró superiora a Clara.

Al cabo de algunos años, había ya varios conventos de las clarisas en Italia, Francia y Alemania. La Beata Inés fundó una orden en Praga, donde tomó el hábito. Santa Clara y sus religiosas practicaban austeridades hasta entonces desconocidas en los conventos femeninos. No usaban calzado y dormian en el suelo, no comían carne nunca y sólo hablaban cuando era necesario o por caridad. Santa Clara imitó a la perfección el espíritu de pobreza de San Francisco. Gregorio IX acabó por conceder a las clarisas, en 1228, el «Privilegium Paupertatis» para que nadie pudiese obligarlas a tener posesiones.

Además, Santa Clara como verdadera intérprete del espíritu y tradición franciscanos, redactó por su cuenta una regla que los refleja con fidelidad y que prohibe toda forma de propiedad individual o común. Inocencio IV no aprobó esta regla sino dos días antes de la muerte de la santa.

Santa Clara murió el día de la fiesta de San Lorenzo, a los 60 años de edad, de los cuales 40 los consagró a la vida religiosa. Fue sepultada el 12 de agosto, en el cual la Iglesia celebra su fieta. El Papa Alejandro IV la canonizó en Agnani en 1255.

La JMJ Madrid 2011 se moviliza

miércoles, 11 de agosto de 2010
ReligionConfidencial.com


La reunión de conferencias episcopales africanas celebrada en Accra (Ghana) entre el 26 y el 2 de agosto incluyó la JMJ Madrid 2011 como uno de sus objetivos. El director del evento, Yago de la Cierva, habló ante ellos de cuestiones como los visados y las facilidades Almudi.org - "La JMJ Madrid 2011 se moviliza"económicas para los jóvenes que se animen a participar.

El Comité Organizador está en trámites para conseguir un acuerdo con el Ministerio de Asuntos Exteriores, para que la gente joven que quiera participar en la JMJ pueda obtener el visado. El objetivo es facilitar la participación y al mismo tiempo, evitar la inmigración ilegal. Los obispos locales presentarán la lista de candidatos para participar en la JMJ al consulado español en sus países, quien supervisará la fiabilidad del objetivo de la petición de visado.

De la Cierva también informó sobre la existencia de un Fondo de Solidaridad, creado para apoyar a gente joven que venga a Madrid desde países menos favorecidos. Todos los participantes de la JMJ podrán contribuir con 10 Euros a este fondo. Además, el Comité Organizador tiene previstas varias actividades de recaudación de fondos, como un ciclo de conciertos, campañas solidarias a través de mensajes de móvil, y una web específicamente dedicada a las donaciones.

Los obispos y delegados expresaron su interés en recibir información periódicamente y materiales promocionales para poder distribuir en sus países. Algunos mencionaron números bastantes animantes, como los 1.000 peregrinos procedentes de Nigeria, y los 200 de Uganda.

El jesuita que evangelizó Alaska

SEGUNDO LLORENTE

El jesuita y misionero leonés que evangelizó Alaska

Cuando se celebraron las primeras elecciones libres en Alaska salió elegido representante ante el congreso en Washington, convirtiéndose así en el primer sacerdote diputado de la historia.

Actualizado 10 agosto 2010

Mar Velasco/ReL

«Por la mañana salgo de las mantas como oso de la madriguera. Enciendo una vela y me calzo las botas de piel de foca llenas de hierba seca para que los pies estén bien mullidos y no se enfríen más de lo razonable. Enciendo la estufa y, si se heló el agua, derrito el hielo y me lavo. Abro la puerta, doy dos pasos y ya estoy delante del altar…». Así era cada amanecer en la vida de Segundo Llorente, jesuita, sacerdote y misionero, durante los cuarenta años que pasó en Alaska, a uno y otro lado del río Yukón, anunciando el Evangelio. Leonés de nacimiento, a los veintitrés años, sin saber una palabra de inglés, se fue a los Estados Unidos a estudiar Teología y, apenas fue ordenado sacerdote, buscó en el mapa el lugar más recóndito y difícil en todo el mundo y obtuvo permiso para ir a Alaska, su ilusión más grande: «¡Cómo nos gusta a nosotros decir que la Iglesia es católica, universal, que tiene que estar en todas partes! Los esquimales también son hijos de Dios, y a mí me ha tocado el privilegio de ser su misionero. Aquí está la Iglesia católica, gracias a nosotros los misioneros», escribía en una de sus múltiples cartas. Y en otra aseguraba: «Dios no está circunscrito a fórmulas o experimentos de gabinete. Es demasiado grande para que nuestros entendimientos le puedan abarcar en toda su grandeza».Tenía talento como escritor, y en vista del éxito entre los suyos, comenzó a escribir cartas y artículos que se convertían en libros; en total, doce títulos escritos en castellano que se convirtieron en libros de cabecera para toda una generación; llegó un momento en que los seminarios y los noviciados se llenaban de entusiasmo por las aventuras del «misionero de Alaska».

Aventurero y diputado

Vigoroso y recio por dentro y por fuera, nada le impidió seguir su camino: ni el accidente de aviación que casi le mata, ni el riesgo de caer en un lago helado con su trineo, ni encontrarse perdido en la noche de Alaska a unas temperaturas imposibles, ni la angustia de tener que explicar la doctrina de la fe en un idioma complejísimo, ni la soledad, ni las privaciones, ni aquellas comidas que se le hacían tan extrañas por el sabor del rancio aceite de foca. El padre Llorente aspiraba a la santidad, y lo decía sin remilgos, pero reconocía lo complicado de la empresa: «Los viejos tendremos que dejar muchos pelos en la gatera antes de colarnos en el Cielo, si nos colamos. Es la carrera más difícil en esta vida. A todos nos gusta que no nos falte nada, y al santo le tiene que faltar casi todo. Ahí está la dificultad», sostenía. Lo que más echaba en falta era «la virtud de la paciencia, y en comida, un racimo de uvas andaluzas», imposible de hacer llegar a Alaska. Pero lo que más le dolía era no saber esquimal: «Ojalá pudiera predicar en lengua esquimal con la misma facilidad con que lo hago en inglés o lo haría en español. Los misioneros de Alaska venimos con el pecado original de no poder aprender la lengua lo suficientemente bien para predicar con holgura sin la ayuda de un indígena experto. Una cosa es entender y chapurrear el idioma, y otra muy distinta levantarse delante de un auditorio y dispararles un sermonazo sin zozobras, mugidos ni titubeos», se lamentaba.

Pero las satisfacciones llegaban por otras vías. Se identificó de tal manera con los esquimales que, cuando se celebraron las primeras elecciones libres en Alaska salió elegido como representante ante el congreso en Washington, convirtiéndose así en el primer sacerdote diputado de la historia. Algo que él recibió no como un honor, sino como un modo más de servir: «Estuve cuarenta años enseñando a los esquimales… a hacer la señal de la cruz. Y con eso me doy por contento». Y «contentísimo» aseguró que moría, víctima de un cáncer con diagnóstico tardío. En enero de 1989 el padre Llorente amarró el alma por última vez al trineo, camino del horizonte: «Desde aquí al Cielo, ¿qué más se puede pedir?».