Extractos de la Homilía de Corpus Christi del Santo Cura de Ars

<no solamente poseemos a Dios por la grandeza de su inmensidad, en virtud de la cual se halla en todas partes; sino que le tenemos con nosotros tal cual estuvo durante nueve meses en el sello de María, tal cual estuvo en la cruz. Más afortunados aún que los primeros cristianos, quienes hacían cincuenta o sesenta leguas de camino para tener la dicha de verle, nosotros le poseemos en cada parroquia, cada parroquia puede gozar a su gusto de tan dulce compañía. ¡Oh, pueblo feliz!>

Si me dirigiese a gente incrédula o impía, que se atreve a dudar de la presencia de Jesucristo en este adorable sacramento, comenzaría por aportar pruebas tan claras y convincentes, que morirían de pena por haber dudado un misterio apoyado en argumentos tan fuertes v persuasivos. Les diría yo: si es verdad la existencia de Jesucristo, también es verdad este misterio, ya que Aquél, después de haber tomado un fragmento de pan en presencia de sus apóstoles, les dijo: «Ved aquí pan; pues bien, voy a transformarlo en mi Cuerpo; ved aquí vino, el cual voy a transformar en mi sangre; este cuerpo es verdaderamente el mismo que será crucificado, y esta sangre es la misma que será derramada en remisión de los pecados ; y cuantas veces pronunciéis estas palabras, dijo además a sus apóstoles, obraréis el mismo milagro; esta potestad la comunicaréis unos a otros hasta el fin de los siglos»(Matth., XXVI ; Luc., XXII.). Mas ahora dejemos a un lado estas pruebas; tales razonamientos son inútiles para unos cristianos que tantas veces han gustado las dulzuras que Dios les comunica en el sacramento del amor:

Dice San Bernardo que hay tres misterios en los cuales no puede pensar sin que su corazón desfallezca de amor y de dolor, El primero es el de la Encarnación, el segundo es el de la muerte y pasión de Jesús, y el tercero es el del adorable sacramento de la Eucaristía. Al hablarnos el Espíritu Santo del misterio de la encarnación, se expresa en términos que nos muestra la imposibilidad de comprender hasta dónde llega el amor de Dios a los hombres, pues dice: «Así amó Dios al mundo», como si nos dijese: dejo a vuestra mente, deja a vuestra imaginación la libertad de formar sobre ello las ideas que os plazca; aunque tuvieseis toda la ciencia dé las profetas, todas las luces de los doctores y todos los conocimientos de los ángeles, os sería imposible comprender el amor que Jesucristo ha sentido por vosotros en estos misterios. Cuando nos habla San Pablo de los misterios de la Pasión de Jesucristo, ved cómo se expresa : «Con todo y ser Dios infinito en misericordia y en gracia, parece haberse agotado por amor nuestro. Estábamos muertos y nos dió la vida. Estábamos destinados a ser infelices por toda una eternidad, y con su bondad y misericordia ha cambiado nuestra suerte» (Eph., II, 4-6.). Finalmente, al hablarnos, San Juan, de la caridad que Jesucristo mostró con nosotros al instituir el adorable sacramento de la Eucaristía, nos dice «que nos amó hasta el fin» (Joan., XIII, 1.) es decir, que amó al hombre, durante toda su vida, con un amor sin igual. Mejor dicho, nos amó cuanto pudo. ¡Oh, amor, cuan grande y cuán poco conocido eres!

Y pues, amiga mío, ¿no amaremos a un Dios que durante toda la eternidad ha suspirado por nuestro bien? ¡Un Dios que tanto lloró nuestros pecados, y que murió para borrarlos! Un Dios que quiso dejar a los ángeles del cielo, donde es amado con amor tan perfecto y puro, para bajar a este mundo, sabiendo muy bien que aquí sería despreciado. De antemano sabía las profanaciones que iba a sufrir en este sacramento de amor. No se le ocultaba que unos le recibirían sin contrición; otros sin deseo de corregirse; ¡ay!, otros tal vez, con el crimen en su corazón, dándole con ello nueva muerte. Pero nada de esto pudo detener su amor. ¡Dichoso pueblo cristiano! «Ciudad de Sión, regocíjate, prorrumpe en la más franca alegría, exclama el Señor por la boca de Isaías, ya que tu Dios mora en tu recinto» (Is.,XII,6.). Lo que el profeta Isaías decía a su pueblo, puedo yo decíroslo con más exactitud. ¡Cristianos, regocijaos!, vuestro Dios va a comparecer entre vosotros. Este dulce Salvador va a visitar vuestras plazas, vuestras calles, vuestras moradas; en todas partes derramará las más abundantes bendiciones. ¡Moradas felices aquellas delante de las cuales va a pasar! ¡Oh, felices caminas los que vais a estremeceros bajo tan santos y sagrados pasos! ¿Quién nos impedirá decir, al volver a discurrir por la misma vía : Por aquí ha pasado mi Dios, por esta senda ha seguido cuando derramaba sus saludables bendiciones en esta parroquia?

En la misma hora en que sus indignos hijos activaban los preparativos para darle muerte, su amor le llevaba a obrar un milagro cuyo objeto es permanecer entre ellos. ¿Se ha visto, podrá verse amor más generoso ni mas liberal que el que nos manifiesta en el Sacramento de su amor? ¿No habremos de afirmar, con el Concilio de Trento, que en dicho Sacramento es donde la liberalidad y generosidad divinas han agotado todas sus riquezas? (Ses., XIII, cap. II.). ¿Nos será dado hallar sobre la tierra, y hasta en el cielo, algo que con este misterio pueda ser comparado? ¿Se ha visto jamás que la ternura de un padre, la liberalidad de un rey para sus súbditos, llegase hasta donde ha llegado la que muestra Jesucristo en el Sacramento de nuestros altares? Vemos que los padres, en su testamento, dejan las riquezas a sus hijos; mas en el testamento del Divino Redentor, no son bienes temporales, puesto que ya los tenemos, sino su Cuerpo adorable y su Sangre preciosa lo que nos da. ¡Oh, dicha del cristiano, cuán poco apreciada eres¡. No, Jesús no podía llevar su amor más allá que dándose a Sí mismo; ya que, al recibirlo, le recibimos con todas sus riquezas. ¿No es esto una verdadera prodigalidad de un Dios para con sus criaturas. Si Dios nos hubiese dejado en libertad de pedirle cuanto quisiéramos, ¿nos habríamos atrevido a llevar hasta tal punto nuestras esperanzas? Por otra parte, el mismo Dios, con ser Dios, ¿podía hallar alga más precioso para darnos?, nos dice San Agustín. Pera, ¿sabéis aún cuál fué el motivo que movió a Jesucristo a permanecer día y noche en nuestras templos? Pues fué para que, cuantas veces quisiéramos verle, nos fuese dado hallarle. ¡Cuán grande eres, ternura de un padre. ¡Qué cosa puede haber más consoladora para, un cristiano, que sentir que adora a un Dios presente en cuerpo y alma! «Señor, exclama el Profeta Rey, ¡un día pasado junta a Vos es preferible a mil empleados en las reuniones del mundo»! (Pes., LXXXIII, 11.). ¿Qué es, en efecto, lo que hace tan santas y respetables nuestras iglesias?, ¿no es, por ventura, la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo? ¡Ah!, ¡pueblo feliz, el cristiano!

…vengo a anunciaros un Dios que vosotros conocéis como tal, y no obstante no le adoráis, antes bien le despreciáis. Cuántos cristianos, en el santo día del domingo, no saben cómo emplear el tiempo, y, con todo, no se dignan dedicar ni tan sólo unos momentos a visitar a su Salvador que arde en deseos de verlos juntos a sí, para decirles que los ama y que quiere colmarles de favores. ¡Qué vergüenza para nosotros! ¿Ocurre algún acontecimiento extraordinario?, lo abandonáis todo y corréis a presenciarlo. Mas a Dios no hacemos otra cosa que despreciarle, huyendo de su presencia; el tiempo empleado en honrarle siempre nos parece largo, toda práctica religiosa nos parece durar demasiado. ¡Cuán distintos eran los primeros cristianos. Consideraban como las más felices de su vida los días y noches empleados en las iglesias cantando las alabanzas del Señor o llorando sus pecados; mas hoy, por desgracia; no ocurre lo mismo. Los cristianos de hoy, huyen de Él y le abandonan, y hasta algunos le desprecian; la mayor parte nos presentamos en las iglesias, lugar tan sagrado, sin reverencia sin amor de Dios, hasta sin saber para qué vamos allí. Unos tienen ocupado su corazón y su mente en mil cosas terrenas o tal vez criminales; otros están allí can disgusta y fastidio; otros hay que apenas si doblan la rodilla en las momentos en que un Dios derrama su sangre preciosa para perdonar sus pecados; finalmente, otros, aun no se ha retirado el sacerdote del altar, ya están fuera del templo. Dios mío, cuán poco os aman vuestras hijos, mejor dicho, cuanto os desprecian. En efecto, ¿cuál es el espíritu de ligereza y disipación que dejéis de. mostrar en la iglesia? Unos duermen, otros hablan, y casi ninguno hay que se ocupe en lo que allí debería ocuparse.

Refiérese en la historia que, dudando un sacerdote de esta verdad, después de haber pronunciado las palabras de la consagración: «¿Cómo es posible, decía entre sí, que las palabras de un hombre abren tan gran milagro?» Mas Jesucristo, para echarle en cara su poca fe, hizo que la santa Hostia sudase sangre en abundancia, hasta el punto que fué preciso recoger ésta con una cuchara (Las maravillas divinas en la Santa Eucaristía, por el P. Rossignoli, S. J., CXIII. maravilla.). Y el mismo autor nos refiere también que un día se pegó fuego a una capilla, y ardió toda la construcción hasta quedar destruída; mas la santa Hostia quedó suspendida en el aire sin apoyarse en ninguna parte. Habiendo acudido un sacerdote para recibirla en un vaso, vino en seguida ella misma a posarse allí (es el milagro de las sagradas Hostias de Faverney; en la diócesis de Besançon, ocurrido el día 26 de mayo de 1608. Cfr. Monseñor de Segur, en La Francia al Pie del Santísimo Sacramento, XV.).

Si amásemos a Dios, sería para nosotros una gran alegría, una gran dicha el venir todas los domingos al templo a emplear algunos momentos en adorarle y pedirle perdón de los pecados; miraríamos aquellos instantes como los más deliciosos de nuestra vida. ¡Cuán consoladores y suaves son los momentos pasados con este Dios de bondad! ¿Estás dominado por la tristeza?, ven un momento a echarte a sus plantas, y quedarás consolado. ¿Eres despreciado del mundo?, ven aquí, y hallarás un amigo que jamás quebrantará la fidelidad. ¿Te sientes tentado?, aquí es donde vas a hallar las armas más seguras y terribles para vencer a tu enemigo. ¿Temes el juicio formidable que a tantos santos ha hecho temblar?, aprovéchate del tiempo en que tu Dios es Dios de misericordia y en que tan fácil es conseguir el perdón. ¿Estás oprimido por la pobreza?, ven aquí, donde hallarás a un Dios inmensamente rico, que te dirá que todos sus bienes son tuyos, no en este inundo sino en el otro: Allí es donde te preparo riquezas infinitas; anda, desprecia esos bienes perecederos y en cambio obtendrás otros que nunca te habrán de faltar. ¿Queremos comenzar a gozar de la felicidad de los santos ?, acudamos aquí y saborearemos tan venturosas primicias.

¡Cuán dulce es gozar de los castos abrazos del Salvador! ¿No habéis experimentado jamás una tal delicia? Si hubieseis disfrutado de semejante placer, no sabríais aveniros a veros privados de él. No nos admire, pues, que tantas almas santas hayan pasado toda su vida, día y noche, en la casa de Dios, no sabiendo apartarse de su presencia.

Mi Testimonio

Por: Ricardo Romero

Desde hace años difundo la espiritualidad Concepcionista inspirado por la Santísima Virgen María Inmaculada que me abrió los ojos del alma cuando escuché algunos pasajes meditando en oración intensa la revelación privada más amada y controvertida; la «Mística Ciudad de Dios» Narrada por la Santísima Virgen Inmaculada a la Venerable Sor María de Jesús de Ágreda (1602–1665); una Santa en potencia por gracia de Dios y para la gloria de Dios. Sor María de Jesús de Ágreda. La Venerable Madre de Ágreda o bién la Dama de Azul como se la conoce en el sur de EEUU.

Tomé la desición en el año 2002 de darla a conocer a través de«Primer Cenáculo Virtual de María Reina de la Paz» y darme cuenta que no era conocida en Sudamérica esta impresionante revelación, ni siquiera la Orden de la Inmaculada Concepción; orden a la que pertenecía la Venerable Madre de Ágreda. Fué al poco tiempo que me contactó una monja Concepcionista quien me manifestó que estaba asombrada de que diera a conocer su obra en América del Sur… Así fué como hicimos una gran amistad y, la Abadesa y monjas del Monasterio de Ágreda tomaron conocimiento de mi sitio web en el cual editaba y difundía la «Mística Ciudad de Dios» en el Cenáculo Virtual. Me ocurrieron muchas cosas desde ese entonces hasta la actualidad, envié mi testimonio al Monasterio de Ágreda que fué publicado en el boletín mensual que se envía a todo el mundo.

Me propuse entonces trabajar desde mis sitios como colaborador y difusor de la causa de beatificación de la «Venerable Sor María de Jesús de Ágreda», con mucho sacrificio. Siempre he contado con la ayuda y aprobación implícita de la Orden de la Inmaculada Concepción. Para publicar y dar a conocer la Mística Ciudad de Dios era imprescindible presentar a Sor María de Jesús de Ágreda en su biografía; pero a la véz no podía omitir a la Orden a la a que pertenecía la Venerable; y por ende a su fundadora; «Santa Beatriz de Silva», cuya vida fué predestinada por la Virgen Inmaculada quién salvó su vida y le encomendó la fundación de la Orden de la Inmaculada Concepción; cuando aún no estaba proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción… Así fue como comencé a descubrir y amar a la Mística Orden Concepcionista y no deja de sorprenderme cada vez más…

Mi testimonio es simplemente sumar colaboración a la causa de sú beatificación para la gloria de Dios. Trabajar para las cosas de Dios no es fácil, pero tampoco es imposible. Con la ayuda de María Santísima y de nuestro Señor Jesucristo pude darla a conocer publicando la obra completa. Aún así, les aseguro que siendo muchos, somos pocos. Agradezco a Sor María Fátima;  su colaboración y si disposición en todo, al Padre Andrés Benites que me impulsó desde el comienzo a dar a conocer la espiritualidad mariana en la internet con sus sabios e iluminados consejos, al Padre Verde, sacerdote teólogo Dominico y de profunda devoción mariana quien me fue guiando y bendijo el Cenáculo Virtual junto al Padre Andrés; y a mis amigos más cercanos que me ayudaron a discernir que esta misión tenía que llevarse a cabo contra viento y marea. Comencé entonces a publicarla a fines del año 2002 en mensajes diarios  finalizando en 2005.

Reedité nuevamente Mística Ciudad de Dios en un formato más dinámico con el objeto de que quienes mediten sus capítulos sientan y experimenten el amor de Dios en la vida de Jesús y María. Es importante tener en cuenta que la lectura en la internet es muy agotadora y quienes estén interesados pueden adquirir el libro comprándolo en el Monasterio de Ágreda. Es un libro para meditar toda la vida, que nos lleva a profundizar lo Sagrado, lo genésico del amor de Dios ya expresado en los evangelios pero perfumados por la doctrinas reveladas por María Santísima, quien nos revela a su Hijo Jesucristo como Madre de Dios, como Hija de Dios Padre y como Esposa de Dios Espíritu Santo. Toda llena de virtudes amorosas, Omnisuplicante Potencia, Celestial Princesa desde el principio, cristalina, pura y exenta de la culpa del pecado original por voluntad de Dios. Coronada con la triple diadema de Poder; Sabiduría y Amor por la Santísima Trinidad María nos lleva a Dios a través de nuestro Señor Jesucristo quién murió en la Cruz por nuestros pecados. Para la gloria de Dios.

Ricardo Romero: Difusor de la Orden de la Inmaculada Concepción y de la causa de la beatificación de la Venerable Sor María de Jesús de Ágreda, autora de «Mística Ciudad de Dios. Para mas información escribir a: mensajeromariano@hotmail.com.ar

Ricardo Romero


¿Es posible la castidad?

Actualizado 28 junio 2010


¡Menuda pregunta nos hacemos en estos tiempos! Ya la palabra castidad parece pasada de moda, de otra época, de libros viejos y sermones caducos. Para un gran número de jóvenes y adultos la palabra castidad no existe, no saben lo que es. Y sin embargo es posible y necesaria para vivir como personas libres, que saben gobernar su cuerpo y ver con buenos ojos a los demás. Hoy desde las altas esferas de los gobiernos se fomenta lo contrario. Lo que llaman educación sexual es una información de lo que pueden hacer con el sexo y, por supuesto, sin trabas morales de ningún tipo. El sexo es parte de mi cuerpo, y si soy dueño de él puedo hacer lo que me dé la gana. La cuestión es disfrutar. Si defienden el aborto con el argumento, por otro lado falso, de decidir libremente lo que puedo hacer con lo que hay en mi cuerpo, ¿cómo no van a propalar que el sexo es un instrumento de diversión de primera magnitud, y además muy barato?

El célebre escritor francés André Frossard, converso desde el ateísmo a los 20 años, dice en uno de sus escritos: “Cuando los hombres apartan su mirada del cielo para posarla sobre la tierra, lo primero que perciben es su sexo, del que hacen gustosos una pequeña divinidad substitutiva en la medida en que guarda, aparentemente, el secreto de la vida y promete, a falta de eternidad, la compensación de una especie de perpetuidad biológica. Esta idolatría más o menos consciente es de las más extendidas en la actualidad: el sexo ocupa cada vez más espacio en la literatura, el cine y, sobre todo, en la televisión, donde se disfraza muy superficialmente de sociología, de psicoanálisis o de estadística. Tras la película y su obligatoria secuencia de alcoba pública, apenas se emite un programa que no incluya un debate sobre la manera de alcanzar, o no, un acto sexual satisfactorio, sin que los infelices invitados se den cuenta de que la cámara, fisgona,  al recrearse en sus verrugas o en los orificios de su nariz, incita más a las sombrías meditaciones sobre el cráneo de Yorick que a una imaginación lascivas” (“Preguntas sobre el hombre”, Rialp, págs. 33-34).

Creo que está claro. La castidad es posible  mirando un poco más al cielo, con la ayuda de Dios y con nuestra colaboración honesta. Pero no lo entienden así los que elaboran la “Educación para la ciudadanía” o el programa de educación sexual que pretenden impartir obligatoriamente en los centros de enseñanza, por personal ya aleccionado sobre el hombre como objeto de placer.

La castidad es posible, sin traumas ni moralismos trasnochados. Con la claridad del que ve al hombre como lo que es: un ser digno de respetar y de ser respetado según el orden establecido por el Creador para bien de todos. Invito a escuchar lo que dice sobre el tema Andrés Verastegui, el director y protagonista de la película Bella, en el siguiente vídeo:

http://www.youtube.com/watch?v=0QDnd8_Nhcs

Y que cada uno lo piense con la objetividad y seriedad que merecen las cosas importantes.

Juan García Inza
juan.garciainza@gmail.com