Yo, siempre con los débiles…

Esta corrida es muy especial. En los medios un novillero con escasa experiencia con apenas la muleta y un estoque de madera y enfrente un victorino de seiscientos kilos y resabiado que no ha sido picado ni banderilleado. Y el público, compuesto por esos de siempre, gritándole al toro:¡Mátale, mátale!

¡Qué bien suena! Con el débil siempre. Abajo el poderoso. Y si traemos a Cristo a colación hasta de lo más evangélico.

Entre un obispo y un franciscano no hay la menor duda sobre con quien tenemos que estar. Pobre fraile vejado, insultado, oprimido por el poderoso obispo. Quememos el palacio episcopal y echemos de la diócesis a ese intruso que se llama obispo y no es otra cosa que un déspota intolerable.

Vale. Nos hemos cargado la Iglesia que es lo que en el fondo pretenden todos estos autoproclamados defensores del débil. En dos versiones, la más honesta es la que quiere su desaparición pura y simple. Odian a la Iglesia y cualquier pretexto, como el del débil, les vale. La otra es más hipócrita, no quieren la desaparición de la Iglesia sino otra mangoneada por ellos. Por ese minúsculo grupo de sacerdotes, exsacerdotes, religiosos y laicos, más alguna monja desnortada y algún obispo emérito, que no se parecería nada a la católica y que no sobreviviría ni un par de años. Las dos llegarían al mismo resultado.

Ahora nos quieren vender lo de un pobre y buenísimo franciscano perseguido por su malvado obispo. Está claro quien es el débil al que hay que proteger, defender y ensalzar. Pues es exactamente al revés.

Un obispo a quien la Iglesia encomendó la casi imposible misión de restaurar una diócesis arrasada, en la que la mayoría de los curas, no pocos de ellos declarados simpatizantes de ETA y alguno incluso colaborador, se manifiestan contra él, que tiene que contar hasta con sus adversarios para los cargos de gobierno, que es puesto de chupa de dómine en los medios de comunicación en los que dominan por goleado los enemigos de la Iglesia es el débil aunque los de siempre se empeñen en decir lo contrario.

Y un franciscano contestatario, de dudosísima doctrina, agitador contra el obispo, que tiene el respaldo de todos los medios de comunicación que se lanzan como fieras contra el prelado en un nuevo y ridículo esta vez 2 de Mayo, al grito renovado de ¡Qué se nos lo llevan! es el fuerte sin la menor duda.

Así que no nos vendan la milonga del pobre frailuco inocente y desvalido frente al inmenso poder episcopal. Yo puedo entender que haya espectadores que en una corrida de toros se compadezcan del animal. Pero esta corrida es muy especial. En los medios un novillero con escasa experiencia con apenas la muleta y un estoque de madera y enfrente un victorino de seiscientos kilos y resabiado que no ha sido picado ni banderilleado. Y el público, compuesto por esos de siempre, gritándole al toro:¡Mátale, mátale!

Pues si hay que ponérse al lado del débil, sin dudarlo, con el obispo.

Y es más. En estas cuestiones, aun siendo clarísimo quien es el débil, no es ese el criterio que debe mover a los católicos. Que tienen que estar con la Iglesia. Y la Iglesia es José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián. Lo otro, «agua sucia que contamina a todos».

Francisco José Fernández de la Cigoña

San Romualdo, Abad

Aunque creció como un joven mundano, esclavo de sus pasiones, algunas veces aspiró a ideales más elevados. La muerte de un pariente suyo a manos de su propio padre durante un duelo, hizo que el joven escapase horrorizado, y se internase en un monasterio cercano, donde permaneció por tres años en la más absoluta austeridad y fervor.

Luego, el santo permaneció por años en compañía de un santo ermitaño, quien veló por la total conversión y formación de San Romualdo, de manera que éste pudiese predicar con ardor y corazón a Jesús. Justamente, el anuncio del evanglio fue uno de sus más grande sueños, y contando con el permiso del Papa, decidió partir a Hugría para iniciar su misión evangelizadora. Sin embargo, una terrible enfermedad impidió su viaje, y San Romualdo, que siempre estuvo atento a las señales de Dios, se dio cuenta que el Padre Celestial no lo quería para esa misión.

Por treinta años, el santo fundó numerosas ermitas y monasterio por toda Italia. El monaterio más famosos del santo es el de Camáldoli, fundado por él alrededor del año 1012, y donde impuso reglas aún más severas que la de San Benito, dando inicio a una nueva congregación llamada Camaldulense, en la cual unió la vida cenbítica con la eremítica.
Luego de permanecer algunos años en Camáldole, el santo retornó a sus viajes apostólicos. Pero la muerte lo sorprendió mientras estaba visitando la región de Val-di-Castro, falleciendo el 19 de junio de 1027.

Acusado falsamente de abuso sexual

Actualizado 18 junio 2010

La historia de un cardenal acusado falsamente de abuso sexual

FUE ARZOBISPO DE CHICAGO DE 1982 A 1996

Me llega esta impresionante historia que ofrezco tal cual a los lectores de Religión en Libertad. Así se construyen tantas patrañas que hacen un daño casi irreparable, pero que hay que tener la valentía de afrontar, como lo hizo el Cardenal Bernardin.

«Me sentí profundamente humillado cuando tuve claro que la acusación había recorrido el mundo, que lo único que millones de personas sabrían de mí era que se me acusaba de haber abusado de la confianza y el cuerpo de un menor casi 20 años antes».

Era el mes de noviembre de 1993 cuando comenzó a correr el rumor de que un cardenal estadounidense sería acusado ante la justicia civil de abuso sexual. El 11 de noviembre el nombre fue público: se trataba del cardenal Joseph Bernardin, entonces arzobispo de Chicago, de 65 años. «La acusación me dejó perplejo y anonadado. Traté de pasar por alto los rumores no confirmados y volví a mi trabajo, pero tan extravagante acusación contra mis ideales y compromisos más profundos siguió acaparando mi atención», relató después el purpurado en su célebre libro-memorias, El don de la paz.

El nombre del acusador también se hizo público: se trataba Steven Cook, entonces contaba 35 años y estaba enfermo de SIDA (contraído en su juventud como consecuencia de una vida sexual activa con diferentes parejas). Afirmaba haber sido conducido al dormitorio del entonces padre Bernardin, en 1975, cuando era estudiante universitario del seminario de Saint Gregory, en Cincinnati, y haber sido sometido.

Inmediatamente los medios comenzaron a dar por cierto el hecho y a dar amplios entradas en noticieros, programas de tertulias e incluso dedicaron programas especiales. La CNN, por ejemplo y como de costumbre, aprovechó la ocasión para transmitir un programa titulado «La caída de la gracia». Sólo un periodista de un canal local afiliado a CBS, Bill Kurtis, sugirió la posibilidad de que aquella historia ocultara otra.

Años después el mismo cardenal dejaba constancia de esta misma intuición: « No disponía yo de hechos que avalaran mi sensación de que se trataba de un simple peón –refiriéndose al acusador, ndr– en este juego terrible, pero tenía la viva convicción de ello».

Simplemente la verdad

El equipo del cardenal Bernardin armó una estrategia para tratar a la prensa, pero el arzobispo de Chicago decidió mejor cuál sería su estrategia: «Diré simplemente la verdad».

A la primera rueda de prensa acudieron casi setenta periodistas. Refiriéndose a ese hecho, el cardenal Bernardin diría: «Aquel momento de acusación pública e indagación era también un momento de gracia […] Por encima de todo era un momento de crecimiento espiritual».

Casi al final de la rueda de prensa un periodista socarrón interpeló al cardenal: «¿Es usted sexualmente activo?». Joseph Bernardin sintió el abismo que separaba el mundo de ese periodista del suyo. Y le respondió: «Siempre he llevado una vida casta de celibato». Momentos después, no pocos periodistas se acercarían para decirle: «Ahora sabemos que usted dice la verdad, cardenal, pero debemos hacer estas preguntas. De eso depende nuestro empleo». Al día siguiente el Chicago Tribune ponía como titular: «He llevado una vida casta».

Después de 100 días el caso se resolvió a favor del cardenal Bernardin. Ya era 1994. Las «pruebas» aducidas se limitaban a una fotografía de grupo y un libro que ni siquiera tenía la firma del cardenal. Paradójicamente, el arzobispo de origen italiano no quiso contrademandar a Steven Cook: «Hice saber a mis abogados que no quería contrademandar».

Pero no todo terminó ahí. «Pensaba a menudo en Steven y su soledad, en su exilio, abrumado por la enfermedad, tanto de la casa de los padres como de la Iglesia». Bernardin estableció contacto con Mary, la madre de Steven. El 30 de diciembre de 1994 volaba a Filadelfia, acompañado de un grupo de sacerdotes, para encontrarse con su acusador.

«Nos dimos la mano y me senté con Steven en un sofá […] Le expliqué que la única razón para solicitar el encuentro era poner fin a los acontecimientos traumáticos del último invierno haciéndole saber que personalmente no albergaba ningún resentimiento hacia él. Le dije que deseaba orar por él por su bienestar físico y espiritual. Y Steven respondió que había decidido encontrarse conmigo para poder disculparse por la molestia y el daño que me había causado. En otras palabras, ambos buscábamos la reconciliación».

Steven refirió al cardenal Bernardin que cuando él era joven seminarista había sido objeto de un abuso por parte de un sacerdote a quien él consideraba amigo. Inicialmente Steven aspiraba sólo a un juicio contra esa persona, pero le aconsejaron ir a por la cabeza del cardenal Bernardin. Y los «consejos» venían de otro sacerdote y del abogado que le instruyó para hacer y proseguir en la acusación. De hecho, el cardenal Bernardin escribió al menos una carta a Steven, durante el proceso, pero la carta jamás le fue entregada por su abogado.

« Miré directamente a Steven, que estaba sentado a pocos metros de mí.

–Tú sabes –dije–, que yo nunca abusé de ti.
– Lo sé –respondió suavemente– ¿Puede repetírmelo?
– Nunca abusé de ti. Tú lo sabes, ¿verdad? –dije mirándolo directamente a los ojos.

Steven asintió con la cabeza y contestó:
Sí. Lo sé y deseo disculparme por haber dicho que lo hizo.
[…] Le dije que había rezado por él todos los días y que continuaría haciéndolo por su salud y su paz espiritual».

El cardenal Bernardin le obsequió una Biblia a Steven y él la abrazó mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Sacó un cáliz antiguo le dijo que un hombre desconocido le había hecho ese regalo para que celebrara la misa por él. Y Steven le pidió que celebrara la misa en ese momento. En el abrazo de la paz, el cardenal le dio un sentido signo de perdón y caridad a Steven y luego le ungió con el óleo para los enfermos.

Steven murió el 22 de septiembre de 1995 completamente reconciliado con la Iglesia. Seis meses después del encuentro entre el cardenal y su acusador, al arzobispo de Chicago le diagnosticaron cáncer de páncreas. El cardenal Bernardin moría en olor de santidad en noviembre de 1996.

Juan García Inza