San Alberto Chmielowski (1845-1916)

La vida del Santo que inspiró la vocación del Papa Juan Pablo II,
pintor de profesión y Hermano Lego dedicado a los pobres.


Biografía

Alberto, en su juventud, luchó por la libertad de su patria; luego se dedicó al estudio y al ejercicio de su vocación artística en el campo de la pintura; pero pronto centró su vida en el seguimiento de Cristo que atiende a los más pobres y necesitados; los «Albertinos» y «Albertinas», por él fundados en el seno de la Orden Tercera de San Francisco, han seguido y ampliado su obra y su estilo humilde y fraterno.

Alberto Chmielowski, en el siglo Adán, nació en Igolomia, cerca de Cracovia (Polonia), el 20 de agosto de 1845, de padres nobles: Adalberto y Josefina Borzyslawska. Creció en un clima de ideales patrióticos, de una profunda fe en Dios y de amor cristiano hacia los pobres. Quedó huérfano muy pronto y sus familiares se hicieron cargo de él y de los demás hermanos, ocupándose de su formación.

A los 18 años se matriculó en el Instituto Politécnico de Pulawy. Tomó parte en la insurrección de Polonia en 1863. Cayó prisionero y se le amputó una pierna a causa de una herida. Al fracasar la insurrección, se trasladó al extranjero, huyendo de la represalia zarista. En Gante (Bélgica) inició estudios de ingeniería. Dotado de buenas cualidades artísticas, decidió estudiar pintura en París y en Munich. En 1874, maduro ya como artista, regresó a Polonia, decidido a dedicar «el arte, el talento y sus aspiraciones a la gloria de Dios». Comenzaron así a predominar en sus actividades artísticas los temas religiosos. Uno de los mejores cuadros, el «Ecce Homo», fue el resultado de una experiencia profunda del amor misericordioso de Cristo hacia el hombre, experiencia que llevó a Chmielowski a su transformación espiritual.

En 1880 entró en la Compañía de Jesús como hermano lego. Después de seis meses tuvo que dejar el noviciado por su mala salud. Superada una profunda crisis espiritual, comenzó una nueva vida, dedicada totalmente a Dios y a los hermanos. Acercándose a la miseria material y moral de quienes carecen de techo y a los desheredados en los dormitorios públicos de Cracovia, descubrió en la dignidad menospreciada de aquellos pobrecillos el rostro humillado de Cristo, y decidió por amor del Señor renunciar al arte y vivir al lado de los marginados una vida pobre, dedicándoles toda su persona.

El 25 de agosto de 1887 vistió el sayal gris y tomó el nombre de hermano Alberto. Pasado un año, pronunció los votos religiosos, iniciando la congregación de los Hermanos de la Orden Tercera de San Francisco, denominados Siervos de los Pobres o Albertinos. En 1891 fundó la rama femenina de la misma congregación (Albertinas) con la finalidad de socorrer a las mujeres necesitadas y a los niños. El hermano Alberto organizó asilos para pobres, casas para mutilados e incurables, envió a las hermanas a trabajar en hospitales militares y lazaretos, fundó comedores públicos para pobres, y asilos y orfanotrofios para niños y jóvenes sin techo. En los asilos para los pobres, los hambrientos recibían pan; los sin techo, alojamiento; los desnudos, vestidos; y los desocupados eran orientados a un trabajo. Todos contaban con su ayuda, sin distinción de religión o nacionalidad. En la medida en que satisfacía las necesidades elementales de los pobres, el hermano Alberto se ocupaba también paternalmente de sus almas, tratando de reavivar en ellos la dignidad humana, ayudándoles a reconciliarse con Dios.

Tomaba fuerza del misterio de la Eucaristía y de la Cruz para su acción caritativa. A pesar de su invalidez, viajaba mucho para fundar nuevos asilos en otras ciudades de Polonia y para visitar las casas religiosas. Gracias a su espíritu emprendedor, cuando murió dejó fundadas 21 casas religiosas en las cuales prestaban su trabajo 40 hermanos y 120 religiosos.

Murió, de cáncer de estómago, el día de Navidad de 1916 en Cracovia, en el asilo por él fundado, pobre entre los pobres.

Antes de su muerte dijo a los hermanos y hermanas, señalando a la Virgen de Czestochowa: «Esta Virgen es vuestra fundadora, recordadlo». Y: «Ante todo, observad la pobreza». Su entera dedicación a Dios mediante el servicio a los más necesitados, su pobreza evangélica a imitación de San Francisco de Asís, su filial confianza en la divina Providencia, su espíritu de oración y su unión con Dios en el trabajo de cada día son la herencia que ha dejado el hermano Alberto a sus hijos e hijas espirituales. Enseñó a todos con el ejemplo de su vida que «es necesario ser buenos como el pan, que está en la mesa, y que cada cual puede tomar para satisfacer el hambre».

La herencia espiritual del hermano Alberto pervive en sus congregaciones, que extienden su acción misionera por tierras de Polonia, Italia, Estados Unidos y Argentina. Convencidos de la santidad del hermano Alberto, sus contemporáneos lo definieron como «el hombre más grande de su generación». Considerado el San Francisco polaco del siglo XX, el hermano Alberto fue beatificado en Cracovia el 22 de junio de 1983 por el Papa Juan Pablo II, quien también lo canonizó el 12 de noviembre de 1989 en Roma.

Textos de L’Osservatore Romano

Vea la galería de pinturas del santo
http://www.albertynki.pl/galeria_o.php




http://www.aciprensa.com/testigosdefe/images/chmielowski.jpg

La vida del Santo que inspiró la vocación del Papa Juan Pablo II,
pintor de profesión y Hermano Lego dedicado a los pobres.


Biografía

Alberto, en su juventud, luchó por la libertad de su patria; luego se dedicó al estudio y al ejercicio de su vocación artística en el campo de la pintura; pero pronto centró su vida en el seguimiento de Cristo que atiende a los más pobres y necesitados; los «Albertinos» y «Albertinas», por él fundados en el seno de la Orden Tercera de San Francisco, han seguido y ampliado su obra y su estilo humilde y fraterno.

Alberto Chmielowski, en el siglo Adán, nació en Igolomia, cerca de Cracovia (Polonia), el 20 de agosto de 1845, de padres nobles: Adalberto y Josefina Borzyslawska. Creció en un clima de ideales patrióticos, de una profunda fe en Dios y de amor cristiano hacia los pobres. Quedó huérfano muy pronto y sus familiares se hicieron cargo de él y de los demás hermanos, ocupándose de su formación.

A los 18 años se matriculó en el Instituto Politécnico de Pulawy. Tomó parte en la insurrección de Polonia en 1863. Cayó prisionero y se le amputó una pierna a causa de una herida. Al fracasar la insurrección, se trasladó al extranjero, huyendo de la represalia zarista. En Gante (Bélgica) inició estudios de ingeniería. Dotado de buenas cualidades artísticas, decidió estudiar pintura en París y en Munich. En 1874, maduro ya como artista, regresó a Polonia, decidido a dedicar «el arte, el talento y sus aspiraciones a la gloria de Dios». Comenzaron así a predominar en sus actividades artísticas los temas religiosos. Uno de los mejores cuadros, el «Ecce Homo», fue el resultado de una experiencia profunda del amor misericordioso de Cristo hacia el hombre, experiencia que llevó a Chmielowski a su transformación espiritual.

http://www.aciprensa.com/testigosdefe/images/chmielowski3.jpgEn 1880 entró en la Compañía de Jesús como hermano lego. Después de seis meses tuvo que dejar el noviciado por su mala salud. Superada una profunda crisis espiritual, comenzó una nueva vida, dedicada totalmente a Dios y a los hermanos. Acercándose a la miseria material y moral de quienes carecen de techo y a los desheredados en los dormitorios públicos de Cracovia, descubrió en la dignidad menospreciada de aquellos pobrecillos el rostro humillado de Cristo, y decidió por amor del Señor renunciar al arte y vivir al lado de los marginados una vida pobre, dedicándoles toda su persona.

El 25 de agosto de 1887 vistió el sayal gris y tomó el nombre de hermano Alberto. Pasado un año, pronunció los votos religiosos, iniciando la congregación de los Hermanos de la Orden Tercera de San Francisco, denominados Siervos de los Pobres o Albertinos. En 1891 fundó la rama femenina de la misma congregación (Albertinas) con la finalidad de socorrer a las mujeres necesitadas y a los niños. El hermano Alberto organizó asilos para pobres, casas para mutilados e incurables, envió a las hermanas a trabajar en hospitales militares y lazaretos, fundó comedores públicos para pobres, y asilos y orfanotrofios para niños y jóvenes sin techo. En los asilos para los pobres, los hambrientos recibían pan; los sin techo, alojamiento; los desnudos, vestidos; y los desocupados eran orientados a un trabajo. Todos contaban con su ayuda, sin distinción de religión o nacionalidad. En la medida en que satisfacía las necesidades elementales de los pobres, el hermano Alberto se ocupaba también paternalmente de sus almas, tratando de reavivar en ellos la dignidad humana, ayudándoles a reconciliarse con Dios.

Tomaba fuerza del misterio de la Eucaristía y de la Cruz para su acción caritativa. A pesar de su invalidez, viajaba mucho para fundar nuevos asilos en otras ciudades de Polonia y para visitar las casas religiosas. Gracias a su espíritu emprendedor, cuando murió dejó fundadas 21 casas religiosas en las cuales prestaban su trabajo 40 hermanos y 120 religiosos.

Murió, de cáncer de estómago, el día de Navidad de 1916 en Cracovia, en el asilo por él fundado, pobre entre los pobres.

http://www.aciprensa.com/testigosdefe/images/chmielowski2.jpgAntes de su muerte dijo a los hermanos y hermanas, señalando a la Virgen de Czestochowa: «Esta Virgen es vuestra fundadora, recordadlo». Y: «Ante todo, observad la pobreza». Su entera dedicación a Dios mediante el servicio a los más necesitados, su pobreza evangélica a imitación de San Francisco de Asís, su filial confianza en la divina Providencia, su espíritu de oración y su unión con Dios en el trabajo de cada día son la herencia que ha dejado el hermano Alberto a sus hijos e hijas espirituales. Enseñó a todos con el ejemplo de su vida que «es necesario ser buenos como el pan, que está en la mesa, y que cada cual puede tomar para satisfacer el hambre».

La herencia espiritual del hermano Alberto pervive en sus congregaciones, que extienden su acción misionera por tierras de Polonia, Italia, Estados Unidos y Argentina. Convencidos de la santidad del hermano Alberto, sus contemporáneos lo definieron como «el hombre más grande de su generación». Considerado el San Francisco polaco del siglo XX, el hermano Alberto fue beatificado en Cracovia el 22 de junio de 1983 por el Papa Juan Pablo II, quien también lo canonizó el 12 de noviembre de 1989 en Roma.

Textos de L’Osservatore Romano

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El Prelado del Opus Dei habla de los sacerdotes

Actualizado 16 junio 2010

Con motivo de la clausura del Año sacerdotal, la revista Palabra entrevistó al Prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría. Debido al interés de la doctrina vertida en las respuestas que dio al periodista, traigo al Blog algunas de ellas que considero de especial interés.

Palabra. – Está a punto de terminar el Año sacerdotal que el Santo Padre convocó en el aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars. Ya que la Iglesia lo propone a los sacerdotes como modelo, ¿qué aspectos destacaría en la vida de San Juan María Vianney?

Mons. Javier Echevarría: Su humildad, su piedad, su espíritu alegre en la penitencia, etc., etc. Y pienso que el aspecto más importante de la vida del Santo Cura de Ars es su completa dedicación al ministerio. Precisamente por esto, al final del Año sacerdotal, Benedicto XVI lo proclamará patrono de todos los sacerdotes (de los confesores lo era hace tiempo).

La figura de San Juan María Vianney es una fuerte llamada a que seamos sacerdotes, sólo sacerdotes: por el bien de las almas hemos de estar dispuestos a dejar de lado todo lo que pueda estorbar, aunque sea una pequeñez, el servicio pastoral. Con frase gráfica, un pastor santo de nuestra época —San Josemaría Escrivá de Balaguer— nos repetía que hemos de ser sacerdotes cien por cien.

P.- El trabajo de los sacerdotes encuentra muchos puntos de apoyo: por ejemplo, la inclinación de muchos jóvenes a participar en actividades de voluntariado, o la disposición favorable de muchas personas. Pero, a veces, halla también motivos de desilusión, y resistencias: ignorancia religiosa, mentalidad secularista, incomprensiones, etc. A pesar de todo, ¿pueden los sacerdotes trabajar hoy con confianza?

No sólo podemos, sino que debemos trabajar sacerdotalmente con optimismo y confianza. Basta tener presente que la eficacia del ministerio no proviene de nosotros —de nuestra preparación, de nuestras cualidades, etc., aunque todo esto hemos de cuidarlo para ser mejores instrumentos—, sino de la acción de Cristo en cada uno y por medio de cada uno. Al mismo tiempo, hemos de esforzarnos para hacer desaparecer esas resistencias, difundiendo la verdad con caridad.

P.- La vida sacerdotal gira, en gran medida, en torno a la liturgia. Su momento cumbre es la celebración de la Eucaristía, sobre todo el domingo. ¿Podría hacer algunas recomendaciones concretas a los sacerdotes, para fomentar una celebración llena de fruto?

El sacrificio eucarístico constituye, en frase del Concilio Vaticano II, el “centro y raíz de toda la vida del presbítero” (Presbyterorum Ordinis, 14). Para que esa aspiración se convierta en realidad, suele ser eficaz preparar la Misa ya desde la noche anterior a la celebración eucarística, con actos de amor a Jesús Sacramentado, con comuniones espirituales, con deseos de acompañarle en el tabernáculo; y prolongar luego la acción de gracias por el Santo Sacrificio durante la jornada…

P.- ¿Qué hace eficaz la predicación? ¿Podría indicar alguna experiencia particular relativa al modo de prepararla?

Hay muchos modos de preparar la predicación. Como explicó el Sínodo sobre la Eucaristía, la homilía tiene una finalidad catequética y exhortativa (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 46), y no debe confundirse con una conferencia, una clase, etc. Ha de ser fruto del trato personal del sacerdote con el Señor. Sin vida interior, sin piedad, poco valen las palabras persuasivas. San Agustín aconseja que el predicador, al hablar, haga cuanto esté de su parte para que se le escuche con gusto y docilidad…

P.- Un tesoro del sacerdocio es la administración del perdón divino en el sacramento de la Penitencia. Usted ha dicho recientemente que no existe propiamente una crisis de la confesión, sino que, en todo caso, sería más acertado hablar de una crisis de confesores. ¿A qué se refería?

No es una frase mía, sino una afirmación que vienen haciendo los Romanos Pontífices desde Pablo VI a Benedicto XVI. También en este aspecto la experiencia lo confirma. Conozco innumerables casos en los que la administración del sacramento de la Reconciliación en su forma ordinaria ha recibido un gran impulso, por el simple hecho de disponer en las iglesias de confesores con horarios claros y en momentos favorables para los fieles…

El ejemplo del Cura de Ars es elocuente. Un sacerdote con cura de almas no se queda tranquilo si no dedica todo el tiempo necesario a este ministerio, si no ama el confesonario y no espera en esa sede a las almas…

P.- La Escritura dice que el hermano ayudado por otro es como una “ciudad amurallada”. San Josemaría Escrivá de Balaguer, el Fundador del Opus Dei, solía utilizar esa expresión. ¿Podría hablar de fraternidad entre los sacerdotes, y de unión de cada uno con el obispo?

Debemos partir del hecho de que todos somos débiles. San Josemaría ilustraba el sentido de la fraternidad sacerdotal —y, más en general, de la fraternidad cristiana—con una imagen tomada de la vida corriente. Todos recordamos los castillos de naipes que quizá levantábamos en nuestra infancia. El Fundador del Opus Dei señalaba que los cristianos, apoyándonos unos a otros por la caridad, estamos en condiciones de levantar esos castillos. “Vuestra mutua flaqueza —escribía— es también apoyo que os sostiene derechos en el cumplimiento del deber si vivís vuestra fraternidad bendita: como mutuamente se sostienen, apoyándose, los naipes” (Camino, 462)…

…Por otra parte, es muy importante la unión con el propio Obispo; una unión que no ha de ser sólo de subordinación jerárquica, no sólo efectiva, sino también afectiva…

P.- ¿Cómo hacer para despertar nuevas y abundantes vocaciones sacerdotales?

Lo primero, como siempre, es rezar al Dueño de la mies. Pero rezar de verdad, sin cansarse, todos los días, explicando a los demás fieles de la Iglesia que a todos compete el deber de promover vocaciones para el sacerdocio. Luego, al mismo tiempo, examinar qué acciones concretas se pueden emprender, para descubrir y fomentar la llamada de Dios entre los jóvenes…

Bastantes sacerdotes saben por experiencia personal que es muy eficaz dedicar una atención especial a los monaguillos y a otros muchachos que colaboran en las parroquias, transmitiéndoles detalles de piedad eucarística, enseñándoles a rezar, a servir a los demás, etc. Lo mismo cabe decir de los profesores de religión, que pueden descubrir, entre los alumnos, aquellos que manifiestan las cualidades humanas convenientes para que el Señor siembre en ellos la vocación sacerdotal…

P.- Usted preside la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, que está intrínsecamente unida a la Prelatura del Opus Dei. ¿Cómo trabaja esta asociación de sacerdotes?

Favoreciendo en todo momento la plena comunión de cada uno con el Obispo y con el presbiterio de la Diócesis. Los socios de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz procuran vivir el espíritu del Opus Dei, y así buscar la propia santificación en el ejercicio de su ministerio y en el ámbito secular propio de su vocación…

P.- Ante algunas tristes noticias recientes, hay quienes inciden de nuevo en cuestionar el celibato. Con todo, esta puede ser una buena ocasión para volver a exponer los motivos en que se basa el celibato sacerdotal, y los frutos que se esperan de él.

Existen estudios científicos serios —también algunos realizados por especialistas no católicos—, que demuestran que la disciplina sobre el celibato sacerdotal nada tiene que ver con esos lamentables casos que tanto se han aireado. Más aún, cuando se vive como lo que es —un don divino—, por amor a Dios y a todos los hombres (aunque en ocasiones haya que luchar para conservarlo fielmente), el celibato sitúa al sacerdote en las antípodas de esos comportamientos aberrantes…

P.- Una vez que concluya el Año sacerdotal, ¿qué debe permanecer de esta celebración?

En los sacerdotes, una profunda renovación personal, caracterizada por concretas y diarias conversiones interiores, encaminadas a vivir con una fidelidad más acendrada el ministerio, un amor más grande y diario a la celebración de la Eucaristía y a la administración del Sacramento de la penitencia. Y en los demás fieles, la toma de conciencia —no con solas palabras, sino con hechos— de que todos somos Iglesia. El futuro depende también de ellos: de cómo cumplen sus deberes cristianos; de cómo rezan por el Papa, por los Obispos y por los sacerdotes; de cómo educan a sus hijos; de cómo ejercitan su alma sacerdotal también en el trabajo, en el descanso; de cómo piden al Señor que envíe a su Viña muchos y santos trabajadores.

Los sacerdotes agradecemos todas las ayudas que nos puedan prestar almas experimentadas y santas. Sin duda Mons. Echevarría tiene en su haber una experiencia dilatada de tratar a sacerdotes santos, con los que convivió, y de formar a tantos que han llegado y siguen llegando al sacerdocio. Todos los hombres de Dios coinciden en lo fundamental: es imprescindible la vida de oración, la formación, la celebración y recepción de los sacramentos con toda dignidad, la fidelidad a la palabra dada a Dios y a la Iglesia… Esa es la tarea, que intentamos afrontar cada día con la ayuda de Dios y de los hermanos.

Se puede leer la entrevista completa en:

http:// sacerdotesyseminaristas.org/index.php

www.youtube.com/watch

Juan García Inza

«¡NO MÁS CATÓLICO-FOBIA!».

Doscientos jóvenes católicos defienden la catedral de Lyon ante una provocadora manifestación gay

No pudieron realizar el «kiss-in», en el que parejas del mismo sexo iban a besarse para «celebrar» el «Día Mundial contra la Homofobia».

Actualizado 17 junio 2010

R.R./ReL

Unos 200 jóvenes católicos reunidos en el atrio de la catedral de Lyon, en Francia, se congregaron pacíficamente en el atrio de este templo para defenderlo de una manifestación anti-católica organizada por algunos representantes del lobby homosexual que querían realizar un evento denominado «kiss-in», en el que diversas parejas del mismo sexo se iban a besar para «celebrar» el «Día Mundial contra la Homofobia».

Los hechos sucedieron el pasado 18 de mayo en la Plaza de Saint Jean. En medio de un cordón policial, los católicos respondieron a las blasfemias e insultos de manera pacífica y rezando de rodillas.

Según informa ACI, entre las pancartas de los católicos que se apostaron en el lugar se podía leer uno más grande que los otros: «¡No más católico-fobia!». Otros de los lemas que se oyeron, mientras sostenían una bandera del Vaticano, fueron: «¡Saint Jean (la Catedral) es nuestra!», «¡Europa, Juventud, Cristianismo!».

Durante la defensa los jóvenes católicos también le cantaron a María, de rodillas: «Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores».

Finalmente, y tras tres horas de la defensa de la catedral por parte de los católicos, la policía dispersó a los homosexuales y también agredió y arrestó a algunos de los católicos. Para algunos bloggers, este hecho culminó con una victoria moral de los jóvenes defensores de Saint Jean, al no haberse producido el polémico «kiss-in».

En declaraciones a Télé Lyon Métropole, uno de los jóvenes defensores de la catedral señaló que «se pudo haber hecho la manifestación ayer, pero no se hizo ¿por qué no? y delante de la catedral… eso es un gesto de provocación. Creo que la homosexualidad, concretamente los actos homosexuales, carecen de pureza y de algunos ideales».

Joseph Bernardin: la historia de un cardenal

FUE ARZOBISPO DE CHICAGO DE 1982 A 1996

Joseph Bernardin: la historia de un cardenal acusado falsamente de abuso sexual

«Me sentí profundamente humillado cuando tuve claro que la acusación había recorrido el mundo, que lo único que millones de personas sabrían de mí era que se me acusaba de haber abusado de la confianza y el cuerpo de un menor casi 20 años antes».

Actualizado 16 junio 2010

Jorge Enrique Mújica/ReL

Era el mes de noviembre de 1993 cuando comenzó a correr el rumor de que un cardenal estadounidense sería acusado ante la justicia civil de abuso sexual. El 11 de noviembre el nombre fue público: se trataba del cardenal Joseph Bernardin, entonces arzobispo de Chicago, de 65 años. «La acusación me dejó perplejo y anonadado. Traté de pasar por alto los rumores no confirmados y volví a mi trabajo, pero tan extravagante acusación contra mis ideales y compromisos más profundos siguió acaparando mi atención», relató después el purpurado en su célebre libro-memorias, El don de la paz.

El nombre del acusador también se hizo público: se trataba Steven Cook, entonces contaba 35 años y estaba enfermo de SIDA (contraído en su juventud como consecuencia de una vida sexual activa con diferentes parejas). Afirmaba haber sido conducido al dormitorio del entonces padre Bernardin, en 1975, cuando era estudiante universitario del seminario de Saint Gregory, en Cincinnati, y haber sido sometido.

Inmediatamente los medios comenzaron a dar por cierto el hecho y a dar amplios entradas en noticieros, programas de tertulias e incluso dedicaron programas especiales. La CNN, por ejemplo y como de costumbre, aprovechó la ocasión para transmitir un programa titulado «La caída de la gracia». Sólo un periodista de un canal local afiliado a CBS, Bill Kurtis, sugirió la posibilidad de que aquella historia ocultara otra.

Años después el mismo cardenal dejaba constancia de esta misma intuición: «No disponía yo de hechos que avalaran mi sensación de que se trataba de un simple peón –refiriéndose al acusador, ndr– en este juego terrible, pero tenía la viva convicción de ello».

Simplemente la verdad

El equipo del cardenal Bernardin armó una estrategia para tratar a la prensa, pero el arzobispo de Chicago decidió mejor cuál sería su estrategia: «Diré simplemente la verdad».

A la primera rueda de prensa acudieron casi setenta periodistas. Refiriéndose a ese hecho, el cardenal Bernardin diría: «Aquel momento de acusación pública e indagación era también un momento de gracia […] Por encima de todo era un momento de crecimiento espiritual».

Casi al final de la rueda de prensa un periodista socarrón interpeló al cardenal: «¿Es usted sexualmente activo?». Joseph Bernardin sintió el abismo que separaba el mundo de ese periodista del suyo. Y le respondió: «Siempre he llevado una vida casta de celibato». Momentos después, no pocos periodistas se acercarían para decirle: «Ahora sabemos que usted dice la verdad, cardenal, pero debemos hacer estas preguntas. De eso depende nuestro empleo». Al día siguiente el Chicago Tribune ponía como titular: «He llevado una vida casta».

Después de 100 días el caso se resolvió a favor del cardenal Bernardin. Ya era 1994. Las «pruebas» aducidas se limitaban a una fotografía de grupo y un libro que ni siquiera tenía la firma del cardenal. Paradójicamente, el arzobispo de origen italiano no quiso contrademandar a Steven Cook: «Hice saber a mis abogados que no quería contrademandar».

Pero no todo terminó ahí. «Pensaba a menudo en Steven y su soledad, en su exilio, abrumado por la enfermedad, tanto de la casa de los padres como de la Iglesia». Bernardin estableció contacto con Mary, la madre de Steven. El 30 de diciembre de 1994 volaba a Filadelfia, acompañado de un grupo de sacerdotes, para encontrarse con su acusador.

«Nos dimos la mano y me senté con Steven en un sofá […] Le expliqué que la única razón para solicitar el encuentro era poner fin a los acontecimientos traumáticos del último invierno haciéndole saber que personalmente no albergaba ningún resentimiento hacia él. Le dije que deseaba orar por él por su bienestar físico y espiritual. Y Steven respondió que había decidido encontrarse conmigo para poder disculparse por la molestia y el daño que me había causado. En otras palabras, ambos buscábamos la reconciliación».

Steven refirió al cardenal Bernardin que cuando él era joven seminarista había sido objeto de un abuso por parte de un sacerdote a quien él consideraba amigo. Inicialmente Steven aspiraba sólo a un juicio contra esa persona, pero le aconsejaron ir a por la cabeza del cardenal Bernardin. Y los «consejos» venían de otro sacerdote y del abogado que le instruyó para hacer y proseguir en la acusación. De hecho, el cardenal Bernardin escribió al menos una carta a Steven, durante el proceso, pero la carta jamás le fue entregada por su abogado.

«Miré directamente a Steven, que estaba sentado a pocos metros de mí.

–Tú sabes –dije–, que yo nunca abusé de ti.
– Lo sé –respondió suavemente– ¿Puede repetírmelo?
– Nunca abusé de ti. Tú lo sabes, ¿verdad? –dije mirándolo directamente a los ojos.

Steven asintió con la cabeza y contestó:
– Sí. Lo sé y deseo disculparme por haber dicho que lo hizo.
[…] Le dije que había rezado por él todos los días y que continuaría haciéndolo por su salud y su paz espiritual».

El cardenal Bernardin le obsequió una Biblia a Steven y él la abrazó mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Sacó un cáliz antiguo le dijo que un hombre desconocido le había hecho ese regalo para que celebrara la misa por él. Y Steven le pidió que celebrara la misa en ese momento. En el abrazo de la paz, el cardenal le dio un sentido signo de perdón y caridad a Steven y luego le ungió con el óleo para los enfermos.

Steven murió el 22 de septiembre de 1995 completamente reconciliado con la Iglesia. Seis meses después del encuentro entre el cardenal y su acusador, al arzobispo de Chicago le diagnosticaron cáncer de páncreas. El cardenal Bernardin moría en olor de santidad en noviembre de 1996.