Flannery O’Connor: católica en el Sur

15/06/2010 | Kiko Méndez-Monasterio

Pasó los últimos 13 años de vida enferma de Lupus.


El mal existe y el dolor también. Después de que el viento se lo llevara todo, el sur de Estados Unidos se convirtió en una buena tierra para darse cuenta de ello, aunque en realidad no es necesario visitar Atlanta en llamas, la existencia de esa incómoda pareja es una certeza tan grabada en nuestras entrañas que nos pasamos la vida procurando olvidarla, o buscando un analgésico perfecto que nadie acaba de inventar. Ni siquiera la religión es un refugio, ni siquiera es una casa impermeable, la fe no es la poción mágica de Panoramix ni tampoco el club de campo de las personas decentes. Flannery O’Connor lo tenía bastante claro: “No nos damos cuenta de lo que cuesta la religión. Piensan que la fe es una gran manta eléctrica, cuando de hecho es la cruz”.

Toda la mala literatura desciende de una mala teología; por eso no extraña tanto saber que esta sureña -gran maestra del relato corto- leía todas las noches a Tomás de Aquino. John Wauck, profesor de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, dice que el estilo de O’Connor “es un ejemplo de lo que el arte católico puede lograr cuando tiene influencias teológicas sofisticadas, junto a un fondo filosófico riguroso”.

Esto lo entendemos bien al comprobar la fascinación que puede ejercer una catedral gótica sobre el agnóstico más recalcitrante, pero es más difícil poner ejemplos en la literatura, donde el apellido de “católico” parece capitidisminuir al escritor, y no sólo por el cerco de rencor o de silencio que en ocasiones se diseña contra su obra, sino a veces por una estrechez creadora, como si hubiese que aplicar los mandamientos también a los adjetivos, o perfumar con incienso cada renglón. No es el caso de Flannery, y siguiendo con el ejemplo de la catedral, resulta curioso verla catalogada dentro del llamado “gótico sureño”, aunque es una etiqueta desacertada porque pretende encasillarla en la parada de los monstruos que caracteriza a esa literatura, un naturalismo tardío que se empeña en mostrar lo más grotesco de la realidad, pero sin concluir verdad alguna.

Flannery puede coincidir en el tiempo y el espacio con esa corriente, incluso también en las formas, pero su planteamiento literario se atreve a profundizar en el misterio del mal, del dolor y la fealdad, es decir, que no se limita a retratarlo como desagradables consecuencias de vivir en un cuerpo corruptible. “Mis lectores son gente que cree que Dios está muerto. Escribo para un auditorio que no sabe lo que es la gracia y que no la reconoce cuando la ve. Todos mis relatos tratan sobre la gracia en un personaje que no la desea; por eso la mayoría de la gente piensa que las historias son duras, sin esperanza, brutales”.

Autor: Moral y Luces

Moral y Luces

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