50 años de la píldora anticonceptiva

Autorizada el 23 de abril de 1960, la píldora significa el cambio más radical en las actitudes culturales y morales de los hombres y mujeres respecto a la sexualidad, el matrimonio y la familia

No sigas a la mayoría para hacer el mal; ni te inclines en un proceso por la mayoría en contra de la justicia. (…) Aléjate de causas mentirosas, no quites la vida al inocente y justo; y no absuelvas al malvado (Éxodo 23,2.7)

Quizás nunca en la historia de la humanidad una cosa tan pequeña ha tenido Antes de la píldora anticonceptiva no existía generalizada la clasificación de hijos queridos y no queridosconsecuencias tan grandes. El 23 de abril de 1960 la píldora recibía el permiso para ser dispensada y vendida explícitamente como anticonceptivo oral en los Estados Unidos. Empezaba una “revolución” que incidiría en los años siguientes en la vida de millones de mujeres de todo el mundo, y por ellas en los hombres, en las familias y en las sociedades de todas las naciones.

¿Cuál era la novedad? Se presentaba como la liberación de las mujeres de su dependencia respecto a la maternidad: la gestación y cría de los hijos. También se libraba la sexualidad humana de su ligazón con la posibilidad de un nuevo embarazo. Lo que queda es la satisfacción sexual personal del propio deseo sin medida ni aparentes consecuencias. Se quiere ver como un gran paso de liberación de la mujer, del “feminismo”, y esta es la bandera de la que se sirven los promotores y los medios de comunicación para presentarlo siempre como un progreso indiscutible. Solamente persones con grandes prejuicios lo quieren negar, y a estas personas mejor no escucharlas en sus argumentos conocidos y estériles… Todos sabemos lo que dicen… Pero, ¿es realmente esa la novedad? La perspectiva que da el tiempo y los acontecimientos han hecho visible que las cosas no son como aparentan ser o como nos las han querido hacer entender.

La verdadera novedad antropológica y que explica todo lo que después se desarrolla, es que se sustraen las nuevas vides humanes de la trascendencia o, dicho de otra manera, se instaura por primera vez una mentalidad anticonceptiva de poder y dominio, que parece total, del hombre y de la mujer –especialmente de ella- sobre la gestación de las nuevas vidas humanas. En el “misterio” de la vida humana está aceptado generalmente considerar cuatro momentos naturales de trascendencia (en los que la vivencia personal supera la actuación meramente humana): en la concepción, gestación y nacimiento de nuevas vidas; en el momento de la muerte; en la donación marital de los esposos; en el banquete, como lugar de fiesta y de gozo.

A la nueva vida que puede resultar de la relación conyugal del hombre y de la mujer, gracias al nuevo dominio del poder humano de quererla o no quererla, se le sustrae la dignidad inalienable que la vida humana tiene siempre como misterio y don de Dios, y se considera la vida como dominio total del querer de los progenitores. La nueva vida humana ya no es “procreada”, sino “producida” a voluntad. El ser humano ya no recibe la vida como un don, sino que se reproduce a sí mismo, como y cuando quiere. Es productor de si mismo, es “creador” y dominador de la propia vida humana y de la vida de los nuevos nacidos. Esto no es una apreciación sino un hecho que viene demostrado porque, por primera vez, se establece una manera de clasificar las nuevas vidas como “deseadas” o “no deseadas”, con las consecuencias que esto comporta de aceptación o bien de eliminación. Como prueba, cada día es más difícil ver crecer niños y niñas con síntomas de cualquier deficiencia genética, física o mental. Sencillamente ya no nacen.

Antes de la píldora no existía generalizada la clasificación de hijos queridos y no queridos, que con el paso de los años se ha ido consolidando, porque no existía la posibilidad del dominio casi total y sencillo sobre las nuevas vidas. Los hijos “deseados” serán considerados un bien más de los muchos que pueden conseguirse con el poder y el querer humano. Los “no deseados” serán rechazados, y cuando haya errores en el uso de los medios orales de anticoncepción, se establecerá como un derecho el aborto, e incluso, en la práctica, el infanticidio, si es necesario. Eso sí, todo realizado con una gran asepsia y procurando hacerlo a escondidas, para no remover sensibilidades. Todo será nombrado con eufemismos: el aborto, interrupción del embarazo; el embrión humano, pre-embrión; la píldora abortiva, píldora del día después; etc.

La pregunta “políticamente correcta”, que se sigue repitiendo aún con inocencia y a veces de manera airada, puede ser formulada así: ¿pero, por qué tanta rigidez de la Iglesia en no querer adecuar las exigencias morales a las posibilidades del hombre y de la mujer de hoy? Contesta Juan Pablo II (cf. VS, 103): ¿cuáles son las posibilidades del hombre? Y ¿de qué hombre hablamos: del hombre dominado por la sensualidad, o bien del hombre redimido por Cristo?

La idea y el intento de querer controlar la fertilidad de la mujer para evitar el embarazo es muy antigua, con diversas modalidades, siempre chapuceras y traumáticas. La investigación en medicina y biología se planteó conseguir técnicas anticonceptivas por el bloqueo del proceso de ovulación de la mujer y para la interrupción de la gestación (aborto inducido), impidiendo la implantación del embrión en sus primeras fases (óvulo ya fecundado) en las paredes del útero.

En este quehacer, el movimiento intelectual tiene sus manifestaciones más notorias en la “revolución sexual” del mayo francés de 1968, y la gran difusión de las obras de Simone de Beauvoir –compañera de Jean Paul Sartre-, como “Le deuxième sexe” (El segundo sexo), donde manifiesta con gran violencia verbal y crudeza el menosprecio de las mujeres como una componente cultural, social e histórica constante, tremendamente injusta con ellas.

En América, el feminismo radical se manifestó mucho más pragmático, y se pusieron en movimiento muy pronto, entre otras, estas personas significativas: Margaret Sangers, Gregory Pincus, Min Chueh Chang y John Rock. En 1951 se relacionan Sangers y Pincus por mediación de Abraham Stone. Planned Parenthood of America (PPFA) se compromete a financiar estudios para un anticonceptivo oral para las mujeres. Pincus trabaja con Chang y después con Rock. También con otros investigadores que habían trabajado sobre formas de bloqueo de la ovulación en las mujeres. El primer resultado en 1955 es la píldora Enovid que provoca el bloqueo hormonal de la ovulación. La mujer queda temporalmente estéril. Desde 1956 se experimenta sobre mujeres en Puerto Rico y al año siguiente en Haití y Ciudad de Méjico. Aunque se manifiestan efectos negativos notorios, la publicidad presentó Enovid como anticonceptivo seguro y eficaz, lo que será una constante en la propaganda farmacológica, silenciando casi siempre los efectos abortivos y otros efectos secundarios. En un ambiente muy cargado, la Administración de Estados Unidos dio permiso en 1957 para la venta de Enovid, no como anticonceptivo sino como regulador de la menstruación. Tres años después, el 23 de abril de 1960, la píldora recibía el permiso para la venta como anticonceptivo oral, y comenzó la historia sin tregua de estos 50 años.

¿Qué significan estos 50 años? El cambio más radical en las actitudes culturales y morales de los hombres y de las mujeres respecto a la sexualidad, el matrimonio y la familia. La “civilización del amor” tiene como actitud moral fundamental el respeto a la personas; la “civilización de la muerte” ha puesto esta actitud moral en el deseo, llevado a término por el poder político y económico, por el domino técnico y científico, con actitudes si hace falta de imposición y violencia.

Hace más de treinta años todas las personas jóvenes, pasados los 21 años –entonces mayoría de edad-, sabían todavía discernir en lo principal qué era el compromiso del matrimonio entre un hombre y una mujer, y en qué consistía la formación del propio hogar. Hoy la mayor parte de los jóvenes de estas edades no saben qué es el matrimonio, lo confunden con proyectos que nada tienen en común y no forman realmente los hogares que, según dicen todas las encuestas, aprecian como el mejor valor de sus vidas. ¿Saben estos jóvenes de dónde viene esta confusión evidente de los horizontes sobre el matrimonio y la familia? Parece que no saben de dónde viene todo esto. Se lo encuentran así.

El Papa Pablo VI lo expresó claramente en la famosa encíclica Humanae vitae, de 1968. L a anticoncepción procurada directamente para evitar los hijos en la relación íntima conyugal es contraria al bien del matrimonio porque desvirtúa el amor conyugal, por la separación del aspecto de unión, de donación entre esposos, del aspecto procreador o de frutos posibles de este amor, que son los hijos como don querido, esperado y recibido. Los padres que forman la familia esperan con gran curiosidad quien es el hijo que viene. La dignidad de la persona humana que inicia la vida es tal que sólo como fruto del amor de los padres en su relación conyugal es respetada. Y de estos hijos venidos a la vida como fruto del amor de los esposos surge la familia como hogar que forma a todos sus miembros en todas las cualidades de personas humanas y de buenos ciudadanos. La familia, decía Juan Pablo II, es “el sueño de Dios para la humanidad”.

La enseñanza de Pablo VI, necesaria entonces por la novedad del caso moral que planteaba la píldora, hizo diana en el núcleo de lo que la píldora anticonceptiva implantaba desde su comercialización ocho años antes: la “mentalidad anticonceptiva” o de dominio de las fuentes de la vida. Por eso la encíclica fue violentamente rechazada y criticada.

Antes de describir el largo camino de transformación radical en los últimos 50 años, quiero contestar una pregunta que aún hoy se hacen muchas personas de ambiente aparentemente cristiano que dicen creer en el matrimonio y la familia, pero que no entienden por qué en cada caso el uso de la píldora en el matrimonio es inmoral y no lo sea la “continencia periódica”, llamada también “métodos naturales” de control de la fertilidad. Parece que es evidente el contraste de los “métodos naturales” con los “métodos artificiales” o píldora anticonceptiva farmacológica. Deducen de ello que la inmoralidad estaría ligada al carácter artificial del método. Y entonces creen que, en el caso de un matrimonio “responsable”, sería posible utilizar en ocasiones la píldora que impide la ovulación –no la implantación- para evitar la fecundación. La corrección moral de estos casos vendría dada por la formación responsable de la familia delante de Dios, y no de los medios que ponga libremente el matrimonio en momentos concretos y según las circunstancias. ¿Acaso no está en la aplicación de la razón la dignidad del criterio moral, más que en el respeto de unos ciclos biológicos?

La respuesta es clara: la utilización de la píldora anticonceptiva, en cada caso y en todos los casos, requiere –y no puede ser de otra manera la decisión voluntaria de utilizar un medio de dominio total para evitar las posibles nuevas vidas en las relaciones conyugales, y eso anula, en la realidad, la apertura a la nueva vida en cada caso. La “continencia periódica”, contrariamente, requiere un reconocimiento de los caminos establecidos en la relación marital del hombre con su mujer para ir recibiendo los hijos con la responsabilidad de padres que los esperan como un don, y los buscan o evitan con el conocimiento de los periodos de fecundidad dispuestos para tenerlos, que son caminos que reclaman una relación conyugal de respeto mutuo, de amor y de donación. Por eso hacen falta motivos graves proporcionados a discreción de los esposos bien formados, para aplicar los “métodos naturales” ocasional o permanentemente, porque de otra manea también pueden ser utilizados como medios de anticoncepción. La mentalidad anticonceptiva, siempre inmoral en el uso del matrimonio, es segura en el caso de la píldora; y también es posible en el caso de los métodos naturales.

Veamos ahora los momentos distintos que han sido claves en el proceso creciente de confusión y corrupción para las mujeres, para el matrimonio, para la familia, y para la desmembración de la sociedad, que va perdiendo las raíces humanas fundamentales conformándose poco a poco según un individualismo feroz.

Podemos distinguir tres “momentos”: 1) el de la separación de la sexualidad y del posible embarazo; 2) el de la comprensión de la sexualidad desvinculada como una realidad cultural con la precepción de género; 3) el del desarrollo de la “reproducción genética”, como camino principal para la liberación de la mujer de su dependencia respecto a la nueva vida, y así poder conseguir un plano de igualdad con el hombre. Separación, “género” y reproducción, son las tres palabras que parecen claves en el proceso.

La primera revolución sexual es consecuencia directa de la píldora anticonceptiva, aprobada como fármaco para impedir el embarazo el 23 de abril de 1960 –hace 50 años- por la Administración americana, y dispensada como tal desde esta fecha. Por primera vez, la relación íntima sexual entre hombre y mujer es posible desligarla de manera fácil y segura del posible embarazo. También por primera vez la donación marital tendrá como único fin la búsqueda del deseo y del placer, desligada de la donación mutua del don relativo de la paternidad y maternidad. Solamente cuando se desee se procurará producir el hijo. Entonces este deseo se manifestará como un derecho al hijo, a poder conseguirlo a toda costa: pruebas de ecografía y diagnóstico prenatal sobre implantación, gestación o posibles enfermedades congénitas, intervenciones genéticas y quirúrgicas intrauterinas, fecundación “in vitro”, inseminación artificial, implantación en el útero, compra de óvulos, úteros de alquiler, congelación de los embriones sobrantes, selección del esperma, adopción de niños por cualquier camino y precio, etc. La píldora ha ocasionado el cambio de vida más radical desde que tenemos memoria histórica: en el centro ya no está la familia, sino la realización personal y la satisfacción del propio deseo. ¿A qué precio? Al precio del dominio del poder personal y público sobre la producción y planificación de las nuevas vidas, a dejarlas vivir según conveniencia.

La segunda revolución sexual empieza, como muy bien muestra el famoso Janus Reports de 1993, en los años 80 y supone la aceptación progresiva y el reconocimiento de los comportamientos previamente catalogados como “desviados” desde tiempos inmemoriales. El hecho clave es la aceptación y difusión de la homosexualidad como una posibilidad digna de realización humana de las tendencias sexuales preferentes en cada cual. El sexo es una posibilidad de quien lo tiene, que debe poder realizarse sin ninguna oposición social. El movimiento homosexual iniciado en California se ha difundido por todo el mundo mediante una propaganda persistente que, desde sus inicios, contó con los mejores especialistas de marketing y ha calado profundamente en los medios de comunicación y entre el poder político y económico occidental. Este movimiento encontró en la “percepción de género” (adoptada por la ONU en la Conferencia sobre la Mujer de Pequín) su base teórica de desarrollo y difusión, constituyendo actualmente una auténtica ideología de carácter totalitario que no deja espacio para ser contestada.

La “percepción de género” consiste en difundir que la sexualidad –que no el sexo- es una característica cultural de la persona, asimilada por cada uno y vivida según el propio deseo en las múltiples posibilidades que tiene la sexualidad humana para buscar la propia satisfacción, totalmente desligada de la estabilidad en las relaciones, en especial de una relación entendida sólo como unívoca de compromiso entre hombre y mujer, y de cualquier atadura de paternidad o maternidad. La ideología de género –que es realmente una ideología-, apoyada siempre sobre el objetivo de la legítima autonomía de la mujer, llega a proclamar que “así como la religión es el opio de los pueblos, según Marx, el amor es el opio de las mujeres” (Millet). Se ha llegado a ofrecer gratuitamente operaciones quirúrgicas de cambio de sexo para favorecer el propio deseo y a pretender con todos los instrumentos posibles de poder la adopción de hijos en los “matrimonios” homosexuales. Esta ideología, fundamentada en una mentira a medias, que son las peores (que la sexualidad es característica cultural de las personas), ha sido cultural y educativamente introducida, también en las leyes de muchos países, y tiene como efectos principales: las relaciones inestables y violentas entre hombre y mujer; la confusión total sobre el matrimonio; la destrucción de los lazos normales de familia; la sociedad basada en el individualismo para conseguir el propio placer.

Y llegamos a la tercera revolución sexual que comienza con fuerza en el cambio de siglo. Desde el inicio, el feminismo radical había buscado la igualdad hombre-mujer con todo su afán. Ahora parece que la logra librando a las mujeres de las ataduras naturales que comporta la maternidad: ¡el embarazo! Con la ideología de género se pretende desligar totalmente la sexualidad de la paternidad y de la maternidad. Falta, efectivamente, librar a la mujer de su dependencia en el embarazo. Mientras, se le otorga el derecho al aborto como derecho a no estar sometida sin desearlo. Si “producimos” los niños, hagamos todo lo posible para producirlos técnica y científicamente según deseo y al margen del sometimiento de las mujeres al proceso de gestación en el útero. La “reprogenética” nos ayudará a conseguirlo. Desde la “fecundación in vitro” hasta la sustitución del útero materno por un proceso total de incubadora mecánica. También se busca conseguir la reproducción al margen de la fecundación del óvulo femenino por el espermatozoide masculino, mediante la “clonación” celular por técnicas de biología molecular. Se trata de desligar definitivamente la reproducción humana de vínculos que sean de carácter familiar. Lo mejor es llamar “matrimonio” a cualquier unión afectiva de sexos con más o menos permanencia, y “familia” a los lazos de convivencia ocasionados por los afectos de cada cual, que pueden ser inestables, también en cuanto a las relaciones entre padres, hijos y hermanos biológicos. Por encima de cualquier consideración está la realización del propio deseo amoroso y sentimental, como principal derecho de toda persona a la felicidad.

Hay dos ideas que siempre están presentes en la aceptación pasiva de estos procesos por parte de la sociedad: que la sexualidad no tiene por qué relacionarse con el amor. Es entendida como un medio de satisfacción personal casi narcisista. No tener una buena satisfacción sexual es como ser una persona desgraciada. La otra idea es que cada cual puede hacer con su sexualidad lo que le plazca, como si fuera un objeto de disposición personal sin otra finalidad que el propio placer o deseo.

Llegados a este punto, vale la pena reflexionar sobre la visión profética de Pablo VI cuando en 1968 firmó y publicó la encíclica Humanae vitae. Lo hizo diciendo textualmente que “pensaba que los hombres, en particular los de nuestro tiempo, se encuentran con la capacidad de comprender el carácter profundamente razonable y humano de estos principios fundamentales” (cfr. HV, n.12 in fine). Se refiere Pablo VI al principio moral de la unidad de la donación amorosa y la ordenación a la paternidad del acto conyugal en el matrimonio.

Hoy sabemos que romper este vínculo es el comienzo de este proceso que hemos ido exponiendo más arriba. Por eso la encíclica comienza con la convicción de que se plantean nuevas cuestiones respecto a la transmisión de la vida en el matrimonio. El entorno del momento es de miedo difuso y generalizado a la anunciada “explosión demográfica”, con la propagación de teorías neo maltusianas (Club de Roma). A nivel privado, la creciente dificultad en mantener una familia, combinada con el también creciente deseo de emancipación de la mujer, especialmente respecto a las tareas del hogar y de su dedicación absorbente a la maternidad. También se difunde una apreciación del amor como componente principal de la relación conyugal. Y, en fin, podemos señalar la progresiva intervención técnica en la trasmisión de la vida.

Todas estas cuestiones hacen que muchos se pregunten: ¿el principio de totalidad permite intentar, con un control más eficaz y considerado lícito, una fecundación más moderada en una vida de relaciones conyugales normales? ¿La finalidad de procrear es una función de toda la vida conyugal o de cada acto? ¿La natalidad, no es mejor que esté sometida a la razón que a los ciclos biológicos?

Desde 1963, una comisión de expertos nombrada por Juan XXIII estudió desde todos los puntos de vista las cuestiones de la regulación de la natalidad. También fueron consultados los obispos de todo el mundo. Las respuestas fueron divergentes, y algunas en contra de los principios morales tradicionales sobre el matrimonio, mantenidos siempre por la Iglesia.

Es evidente que el amor conyugal no es cualquier relación de afecto. Es una realidad y un acto humano de donación mutua total, fiel, exclusivo y fecundo. Humano, porque la humanidad del hombre y de la mujer se entregan mutuamente a requerimiento personal respetuoso, afectuoso y razonable. Misión de este compromiso de amor es la “paternidad responsable” para formar la propia familia. El principio moral fundamental es: cada acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida, debido a la inseparable conexión entre el aspecto unitivo y el aspecto procreador. Un acto conyugal impuesto no es un acto de amor sino de violencia, con el que no se transmite el don de la masculinidad y de la feminidad sino que se ofende al otro en el respeto que se le debe siempre. Es verdad que hay un mutuo deber conyugal, pero en unas relaciones de donación de amor. Y el amor es siempre sólo la determinación de la voluntad en el propio corazón de agradar y hacer feliz a quien se ama como marido o mujer propios y exclusivos.

La “revolución sexual”, por el camino de imponer la “ideología de género”, ha instituido unas relaciones hombre-mujer de sospecha y violencia reivindicativa. La emancipación de la mujer se busca en un plano de igualdad, sin respetar la diversidad y complementariedad, que sólo es percibida como realidad cultural cambiable. Al forzar esta equiparación mimética hombre-mujer la violencia es creciente, y con la imposición de la violencia son eliminados los más débiles: los niños que aún no han nacido y los mayores que ya no aportan otra cosa que molestias. La Humanae vitae cree que la emancipación de la mujer, ciertamente improrrogable, no debe ir por planteamientos igualitarios, sino de igualdad en el respeto, la dignidad, la valía personal y profesional, y la complementariedad vista como perfeccionamiento para el hombre y para la mujer.

La implantación de la píldora anticonceptiva ha sido un camino –así lo preveía la HV- amplio y fácil de infidelidad conyugal y de degradación general de la moralidad, porque consiste en ofrecer un medio con que, de manera fácil y ligera, burlar la observancia moral, y así también el respeto hacia la mujer, considerada entonces como objeto de placer, tan contrario al respeto y al amor que se deben tener a la mujer y esposa. La permisividad en el ámbito del comportamiento moral privado concede vía libre a los gobernantes para imponer políticas demográficas antinatalistas con una grave injerencia en las decisiones más íntimas de las personas y con políticas de intervención en las fuentes de la vida.

Si no queremos que quede expuesto al libre arbitrio de los hombres la misión de engendrar la nueva vida humana es necesario reconocer unos límites infranqueables a las posibilidades de dominio de los hombres sobre el propio cuerpo y sus funciones; límite que ningún hombre, ni privadamente ni como autoridad, se debe atrever a franquear. Este límite de respeto a la integridad del organismo y de sus funciones debe ser tratado en cada caso según una recta inteligencia del “principio de totalidad” de sobras conocido. La Iglesia sabe que, como su Maestro, enseñando la verdad se muestra al mundo como signo de contradicción (cfr. HV, n.18).

En el libro del Éxodo lo dice así: “No sigas a la mayoría para hacer el mal; ni te inclines en un proceso por la mayoría en contra de la justicia. (…) Aléjate de causas mentirosas, no quites la vida al inocente y justo; y no absuelvas al malvado.” (Éxodo 23,2.7)

Hagamos caso. Aprendamos de este aniversario, y no lo celebremos.

Abominable repugnancia del pecado

Actualizado 29 abril 2010

No es posible para nosotros; ni ver la belleza de un alma en gracia, ni la fealdad de un alma en pecado. El Santo Cura de Ars, le decía a una de sus penitentes: “Hija mía, no pida Vd. a Dios el conocimiento total de su miseria. Yo se lo le pedí una vez, y lo alcance. Si Dios no me hubiese sostenido hubiera caído al instante en la desesperación. (…) Quede tan espantado al conocer mi miseria aquel día, que enseguida pedí la gracia de olvidarme de ella. Dios me escucho, pero me dejo la suficiente luz sobre mi nada, para que entienda que no soy capaz de cosa alguna”.

Un alma en gracia tiende a semejarse a Dios; pero un alma que no vive en gracia, está a merced del demonio porque el pecado huye de la semejanza a Dios y busca semejanza con el demonio que es su gran patrón. El amor tiende a la semejanza, un alma en gracia tiende a semejarse a su Creador. El odio antítesis del amor también tiende a semejar, pero a semejarse al demonio. Se comprende que un alma en pecado carezca de belleza, pero no simplemente que carezca de belleza, sino que como antítesis a la suma belleza del Bien supremo, reúna las revulsivas monstruosidades de repulsión, que deben de emanar del demonio.

Podríamos decir que hay dos clases de semejanzas; una la del amor que lleva hacia arriba, otra la del pecado que empuja al alma hacia abajo. No hay término medio, más que la tibieza, representada por aquellos que unas veces bajan y otras suben manteniéndose entre dos aguas: Son los tibios aquellos de quienes en el Apocalipsis, se dice: «Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca”. (Ap 3,15-16).

Hay dos verdades la de Dios y la nuestra. Mantenerse uno en la verdad de Dios y olvidarse de nuestra propia verdad, es ser conscientes de la grandeza de Dios y de nuestra propia y miserable condición. Jean Lafrance escribe: “Todas tus miserias vienen del choque de tus puntos de vista personales, cortos y limitados, y la voluntad de Dios amplia y espaciosa. Quieres realizarte según un plan que has concebido en tu pequeño taller de perfeccionamiento y Dios tiene para Ti un designio de amor mucho mejor. Abandona tus pretensiones de querer construirte y deja hacer a Dios, aunque no comprendas su plan…. Al final de tu vida te maravillarás del proyecto de amor de Dios para contigo”.  Y estas verdades nuestras que no coinciden con la Verdad de Dios, es la que nos genera nuestras miserias o pecados.

Nosotros, en nuestra alma, tenemos en su interior una vasija de arcilla, cuyo tamaño va aumentando en la misma medida que aumenta nuestra nivel de vida espiritual, que es la que nos genera nuestro amor al Señor. El contenido de esta vasija son las divinas gracias que recibimos de Señor y que nos permiten mantenernos en el estado de gracia. Si pecamos mortalmente, la vasija se rompe y las gracias desaparecen en su totalidad, si pecamos venialmente la vasija se agrieta y por estas grietas también se nos escapan las gracias. Si una alma plena de las divinas gracias peca, echa a Dios, lo expulsa de su seno. Es siempre la criatura humana, la que toma la iniciativa de la ruptura de la unión establecida entre ella y el Creador. Dios no tiene ningún deseo de abandonar el alma en la que ha establecido su morada. Pero el alma se aparta de Dios, porque ha encontrado unos falsos señuelos, en los que cree que encontrará la ansiada felicidad que con tanto anhelo busca y para la que está hecha. El corazón vacío es ocupado por el demonio, porque como manifiesta el obispo Fulton Sheen: “El pecado en su plenitud es rechazar a Cristo”. Cuando el alma ha pecado y ha sido abandonada por Dios, sus gracias han desaparecido también. El placer que motivó el pecado ocupa ahora el corazón de ese hombre y ese placer se convierte en su nuevo dios, porque en él ha puesto su mirada. San Jerónimo decía: “Lo que alguien desea, si lo venera, es para él un dios.

El pecado puede ser mortal o venial; el primero mata, el segundo enferma al alma; el primero rompe la vasija, el segundo la agrieta. Que nadie piense que el pecado venial carece de importancia, la tiene y mucha. Tan nefasta es la actuación del pecado mortal como la del venial, lo que ocurre es que la actuación del primero es rápida y contundente y la del segundo es lenta, pero por acumulación de sus efectos, al final serán también mortales. San Agustín ponía el ejemplo de ser aplastados por el plomo o por la arena. El primero el pecado mortal es plomo y el segundo el pecado venial es arena, pero lo mismo le aplasta a uno, cinco toneladas de plomo que cinco toneladas de arena. El plomo es compacto, pero la arena por acumulación también pesa. Para el abad Baur, nuestra miseria se consuma con el pecado venial habitual. La ruina de las almas radica en el pecado venial frecuente, habitual; nos lo enseñan la experiencia y la historia de tantas almas. El pecado venial se ciñe como la hiedra a la delicada plantita de la vida en la gracia, para ir sofocándola lentamente.

La persona que quiere caminar para encontrar a Dios, tiene que comprometerse irremediablemente en la lucha contra el gran enemigo que mata su alma y le aparta de Dios; con el pecado. Ningún hombre está libre de pecar: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no decimos la verdad” (1Jn 1,8). San Agustín manifestaba: “Aunque adelantes mucho en el camino de la virtud, mientras vivas en este mundo no te librarás del pecado”.

Realmente nadie está libre y lo que es peor, no se conoce a sí mismo y no ve sus propias faltas. Para Jean Lafrance: “El que se toma un poco en serio el sermón del monte o el consejo de Cristo de renunciar a sí mismo y llevar su cruz, descubre más pronto o más tarde su impotencia para amar al Padre con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas. Este descubrimiento es fruto del don de ciencia que no solo nos hace comprender la santidad de Dios, sino también la pobreza de la criatura que se recibe a si misma de Dios en cada momento”.

A este respecto el Venerable Libermann, decía: “No hay mayor miseria, que ser miserable y ni siquiera sospecharlo”. Es como cuando entramos en una habitación en penumbra, no acertamos a ver el polvo y los pequeños defectos del mobiliario, pero en la medida en que aumenta la luz en la habitación empezamos a ver defectos y polvo que antes nos pasaban desapercibidos.

Pero si alcanzamos a ser lo suficientemente humildes, Dios nos descubrirá, toda nuestra pecaminosidad y nos hará ver y comprender que somos mucho peor que otros que consideramos pecadores y a quienes despreciamos. Si somos capaces de avanzar en humildad llegaremos a descubrir la espantosa miseria que tenemos arraigada en nosotros y cada día que pase si perseveramos, veremos como poco a poco se abre ante nosotros la luz que ilumina nuestras faltas y defectos más arraigados y la absoluta convicción de que no somos nada de nada.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Belleza de un alma en gracia.

Actualizado 1 mayo 2010

La belleza de un alma en gracia tiene su antítesis en la abominable y repugnante fealdad de un alma en pecado. Escribe Santa Teresa de Jesús en su libro principal: “Yo sé de una persona a quien quiso Nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando pecaba mortalmente”. A juicio de la santa de Ávila aquella persona lo que vio fue de tal naturaleza que a su parecer, todo aquel que viese lo que esta persona vio, no le será posible pecar, y se pondría esto a realizar los mayores trabajos que fuesen necesarios para poder huir de las tentaciones. Dejaremos para otra glosa el tratar sobre las miserias humanas, representadas por el pecado y vamos a ocuparnos de la materia del título de esta glosa.

Una vez, el Señor a Santa Catalina de Siena le dijo: “Hija mía, si te mostrara la belleza de un alma en gracia, sería la última cosa que verías en este mundo, porque el resplandor de su hermosura te haría morir”. Y esto es así porque la belleza de Dios es infinita como todo los suyo, y el alma que ama a Dios se impregna de Dios y de su belleza.

El alma que por su amor al Señor vive en estado de gracia, es ya portadora de una pequeña parte de la gloria divina y ella va camino de ser glorificada, de participar plenamente de la gloria de su Creador, cosa esta, que le sucederá cuando sea llamada a la casa del Padre si es que persevera en su amor al Señor. Entonces aunque no lo veamos su gloria será directamente proporcional al grado de amor al Señor, que haya sido capaz de alcanzar en esta vida. Ahora, mientras tanto y aunque no lo veamos, porque las cosas del espíritu son inmateriales y por lo tanto invisibles a los ojos de nuestra cara, esta alma está ya resplandeciente porque irradia una claridad y belleza, que si la viésemos quedaríamos asombrados. Esta claridad y belleza es la que le proporciona su propio deseo de asemejarse e integrarse en la de gloria de Dios.

Una de las más importantes cualidades que conforman la naturaleza del amor, es la “asemejanza”. En el orden sobrenatural y también en el puramente humano, el amor siempre asemeja, tiene la cualidad de asemejar a los amantes. Cuanto más amemos a Dios más nos asemejaremos a Él. En el siglo XVI, Luis de Blois -Blosio- escribía: “Porque es tanta la gracia y hermosura del alma racional, cuando no está afeada con las torpes manchas del pecado, que si pudieses verla claramente no sabrías en donde te encontrabas de tanta admiración y gozo”. Pero no obstante lo anterior, es de ver que ha personas que por la expresión de bondad y dulzura que se refleja en su alma, uno piensa en aquello de que: ·La cara es el espejo del alma”. Y desde luego algo de esto hay, aunque también pueda haber excepciones a esta regla.

Humanamente hablando se emplea el refrán de que: “Dos que duermen en un colchón se vuelven de la misma opinión”. Y así es, los esposos que se aman aunque inicialmente recién casados o incluso de novios, no coinciden exactamente en sus opiniones ni apreciaciones, si el amor entre ellos no se marchita y florece, el tiempo va limando sus diferencias y se van identificando en sus creencias y apreciaciones, al mismo tiempo que insensiblemente, tal como correctamente ha de ser, ese amor al crecer hace menguar aunque no romper, el amor que anteriormente se tenía por las respectivas familias de donde salieron. Son las palabras evangélicas: “Por esto dejara el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió que no lo separe el hombre” (Mt 19,5-6).

El ansia de semejanza que genera el amor, genera siempre a su vez, un ansia de integración del Amado con su amor. Y esta ansia de integración es la que le movió al Señor a la locura de amor de instituir la sagrada Eucaristía, esta ansia de amor del Señor a nosotros es la base de la transformación del pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor, para ser consumidos por aquellos que quieran ser elegidos del Señor.

El amor del Señor a un alma que vive en su divina gracia, es tal que Santa Teresa de Jesús escribía: “No es otra cosa el alma del justo, sino un paraíso adonde dice Él que tiene sus deleites”. Para el alma que vive en un perfecto estado de gracia, Luis de Blois -Blosio- también escribía: “Realmente es tan noble el alma racional, que ningún bien de este mundo la puede satisfacer. Porque no es posible hartarse ni ser feliz con las cosas que son inferiores y más bajas que ellas, y lo son el cielo la tierra, el mar y todo lo visible y sensible”.

Y para remarcar la tremenda diferencia que no vemos ni apreciamos, pero que existe entre las almas que en esta vida conviven con nosotros, el obispo Fulton Sheen, escribía: “Hay más diferencia entre dos almas de esta tierra, una en estado de gracia y la otra no, de la que hay entre dos almas, una en estado de gracia en esta vida y la otra disfrutando de la bienaventuranza del cielo. La razón es que la gracia es el germen de la gloria, y algún día florecerá en la gloria en el alma que vive en la amistad en el amor y en la gracia del Señor. Así como la bellota algún día se transformará en roble, el alma en gracia. Se transformará en algo tan maravilloso, que parangonando a San Pablo podemos asegurar que: “… ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman, ni cuáles serán las visiones y la belleza de un alma glorificada”. Por ello hemos de saber, que el alma que no está en gracia no posee estas potencialidades”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

El Vaticano interviene la Legión

ACUSA A MACIEL DE «GRAVÍSIMOS COMPORTAMIENTOS INMORALES»

El Vaticano interviene la Legión nombrando un Delegado, e inicia la refundación de la Congregación

Las decisiones de Benedicto XVI sobre los Legionarios de Cristo tras la conclusión de la visita apostólica aún están por llegar, pero sus principios directores han quedado clarísimos: durísimo juicio al padre Maciel, apoyo total al Regnum Christi, y un aviso de que el carisma de la congregación exige una redefinición, así como una revisión en el uso de la autoridad.

Actualizado 1 mayo 2010

C.L./ReL

Tras la reunión de este viernes de los cinco visitadores apostólicos con el cardenal Tarsicio Bertone, secretario de Estado, a la que inesperadamente se presentó el Papa, la Santa Sede no ha esperado mucho para dar a conocer su postura.

En un comunicado dado a conocer a primera hora de la tarde de este sábado, se afirma con claridad: a) «la necesidad de redefinir el carisma de la congregación, preservando el núcleo verdadero, la militia Christi… que no se identifica con la eficacia a cualquier precio»; b) «la necesidad de replantear el ejercicio de la autoridad, que debe ir unida a la verdad, para respetar la conciencia y desarrollarse a la luz del Evangelio como auténtico servicio eclesial»; y c) «la necesidad de preservar el entusiasmo de la fe de los jóvenes, su celo misionero y su dinamismo apostólico por medio de una adecuada formación».

La Santa Sede define en los términos más duros al fundador de la Legión. Su conducta «ha causado serias consecuencias en la vida y en la estructura de la Legión, tales que exigen un camino de profunda revisión». Los «gravísimos y objetivamente inmorales comportamientos» del padre Marcial Maciel se configuran a veces como «auténticos delitos» y demuestran que vivió «una vida carente de escrúpulos y de auténtico sentimiento religioso».

Según el comunicado, «esa vida permanecía en la oscuridad para la mayor parte de los legionarios, sobre todo a causa del sistema de relaciones construido por el padre Maciel, quien hábilmente había sabido crearse coartadas, y obtener confianza, confidencias y silencio de quienes le rodeaban para reforzar su propio papel de fundador carismático».

El texto señala las dificultades para conocer la realidad de su vida a causa del «lamentable descrédito y el alejamiento» con quienes se castigaba «a cuantos dudaban de la rectitud de su comportamiento», unido a la «errónea idea» de no querer perjudicar el bien que la Legión estaba haciendo.

Sin embargo, queda claro en el texto «el celo sincero de la mayoría de los legionarios» y el apoyo del Papa a los legionarios y al movimiento del Regnum Christi: que sus miembros sepan «que no se quedarán solos. La Iglesia tiene la firme voluntad de ayudarles y acompañarles en el camino de purificación que les corresponde».

Del mismo modo, se anuncia que «el Santo Padre…nombrará un delegado y una comisión de estudio sobre las Constituciones» para cumplir los objetivos de prestar ese apoyo a los actuales miembros.

Inexplicable misterio rodea la figura del padre Pío

¿MILAGRO?

Un nuevo y por ahora inexplicable misterio rodea la figura del padre Pío

La tela permaneció en poder de algunos religiosos del Véneto cuando fallecieron sus primeros propietarios. Un catedrático de Física ha hecho el primer examen y sus conclusiones son sorprendentes.

Actualizado 1 mayo 2010

C.L./ReL

En 1967, Francesco Cavicchi, comendador de Treviso, fue con su mujer a San Giovanni Rotondo, donde se encontraron con el padre Pío. Durante su entrevista, al comendador se le cayó el pañuelo, y el santo lo recogió del suelo y se lo devolvió.

Al año siguiente el fraile murió, y en 1969 los Cavicchi volvieron al lugar, y fue entonces cuando descubrieron que el pañuelo tenía una doble impresión, el rostro de Cristo por un lado, y el del padre Pío por otro.

El matrimonio conservó la prenda hasta su fallecimiento, en 2005 él y en 2009 ella, sin darla a conocer, y a la muerte de ambos pasó a ser custodiado por un convento.

Los religiosos no quisieron informar del asunto hasta haber sometido el pañuelo a una prueba científica, y ésta ha llegado ahora.

El profesor Giulio Fanti, catedrático de Mecánica y Termología en la Universidad de Padua y experto en la Sábana Santa de Turín, ha aplicado a la tela de algodón de Cavicchi métodos parecidos a los utilizados para examinar la Sindone, y ha encontrado los mismos resultados: «He examinado si en el pañuelo había alguna huella de color artificial, pero no he encontrado ningún pigmento. Ambos rostros, de tonalidad gris oscuro, están hechos de un «no-color»».

Es más, Fanti afirma que el ojo derecho de Jesús, distinto del correspondiente ojo del padre Pío por el otro lado de la tela, tiene un párpado cortado, una señal similar a la que se aprecia en la Sábana Santa de Turín.

El pañuelo descubierto en Conegliano comienza ahora un recorrido de investigaciones hasta que pueda determinarse con certeza si hay una explicación científica para estos hechos, o es uno más de los hechos extraordinarios vinculados al padre Pío (1887-1968), beatificado el 2 de mayo de 1999 y canonizado el 16 de junio de 2002, y quien llevó sobre sí prácticamente toda la vida los estigmas de la Pasión.