Un problema social: hoy en España más del 50% de los matrimonios se rompen
Te lo cuentan de una manera que dan pocas opciones a la reconsideración. Padres, hermanos y mediadores incitan a la reflexión de las partes pero no logran contener la avalancha. En estos últimos decenios hemos empezado abordando el tema moral de las separaciones hablando de casos excepcionales, mas tarde extrapolamos la singularidad hasta consolidarla como un derecho y al final acabamos todos con un problema social. Hoy en España más del 50% de los matrimonios se rompen por motivos varios. Esta dimensión del conflicto conlleva nuevas situaciones de convivencia que debemos afrontar y que tardaremos en reconducir.
Sin olvidar los casos extremos, atípicos y complicados, que los hay y que merecen un análisis más detallado, así como la pequeña proporción de compromisos nulos, hoy me quiero referir a una gran cantidad de parejas que bajo el denominador común ‘lo siento, ya no te quiero’ rompen su matrimonio y descomponen su familia en partes que ya no volverán a juntar. Un fenómeno que a gran escala empieza a modificar poco a poco los hábitos de una sociedad que no evalúa suficientemente este declive. Parece que entre todos hemos olvidado aquello de soportar las ofensas en una sociedad donde cada vez transigimos menos pese a que la tolerancia está en boca de todos.
Decía hace poco en Barcelona M. Camdessus que la sociedad vive una crisis ética en paralelo a la crisis económica y que precisa de virtudes ejercidas a todos los niveles como condición necesaria para un resurgir social y cultural. Destacaba entre ellas el ejercicio de la “responsabilidad” frente a la consecución de nuestros objetivos. Yo la defino como el deber de asumir las consecuencias de nuestros actos y nuestro compromiso firme para llevar a cabo aquello que razonadamente hemos decidido que será nuestro futuro.
Hoy la irresponsabilidad salpica el núcleo de nuestras familias. Particularmente me manifiesto muy crítico cuando observo a niños pequeños con la maleta a cuestas y el corazón partido mientras sus padres insolventes, arrasan la unidad familiar en base a una convivencia mal llevada. Como decía al principio, sin entrar en casos especiales, a menudo uno de los cónyuges impone su proyecto hedónico personal, frente a su compromiso familiar, obligando a sus hijos a convivir con terceros, y al otro cónyuge a seguir amando desde el anonimato. Si bien el origen de todos estos conflictos permanece en la intimidad, creo que la sociedad no debería ser neutral delante de actitudes irreflexivas. Una cosa es juzgar al prójimo, Dios me libre, y otra muy distinta perder el sentido de aquello que está bien y construye, y lo que es una barbaridad y destruye. No se puede dejar la injusticia en tierra de nadie, por lo menos deberíamos denunciarla por todos los medios.
Pocas son las familias españolas donde la ruptura matrimonial no haya hecho mella en alguno de sus componentes. Lo peor sería pensar que estos casos nunca llamaran a nuestra puerta. La globalización de la insensatez puede dañar a todos aquellos que no vivan la vida matrimonial como una oportunidad de sumar, vivir en positivo, compartir valores y experiencias. Si además tenemos la suerte de vivir el don de la fe, no podemos desaprovechar la oportunidad de vivir los caminos de salvación que siempre pasan por darnos una última oportunidad de convivencia, de perdonar hasta setenta veces siete, no dar nunca una separación por definitiva y esperar de nuestra pareja una ultima reflexión para volver a empezar dando testimonio feliz al mundo de amor y fidelidad.
Ignasi Garcia Rafanell