La resistencia a Hitler de un grupo de jóvenes católicos
Aunque el nacional-socialismo tenía un gran ascendente sobre los estudiantes alemanes, en las zonas católicas las cosas eran ligeramente distintas. Desde que empezase a crecer al compás de la crisis de 1929, el nazismo de Hitler había barrido Alemania como una ola de entusiasmo. Sus adeptos se reclutaban en mayor proporción entre los jóvenes de clase media, protestantes y que habitaban en ciudades de mediano tamaño y zonas rurales.
Las grandes urbes cosmopolitas, las clases trabajadoras con tradición sindical y las zonas católicas se resistían. De todas ellas, y dentro del espectacular aumento de la popularidad nazi entre los alemanes durante los años treinta, quienes mejor resistieron el embrujo hitleriano fueron, sin duda, las regiones alemanas católicas.
‘Revolución conservadora’
La oposición católica fue más un planteamiento de principios que otra cosa. En la Alemania de aquellos años, cualquier encuesta hubiera arrojado un resultado abrumadoramente positivo para Hitler como el personaje más popular del país. Y las cosas no eran muy diferentes entre los católicos.
A los jóvenes cristianos había, desde luego, ciertas cosas que no les gustaban, pero eso, en general, se desligaba de Hitler. Una cosa era el Führer y otra el partido; mientras el segundo fue cosechando un rechazo creciente entre la población, Hitler jamás perdió su ascendente popular. Fueron ciertos jóvenes, a través de la oposición al nazismo, quienes más hicieron por acercar a las distintas confesiones cristianas entre sí. Algunos de ellos se dieron cuenta de que no había posibilidad real de disociar a Hitler de los peores aspectos del régimen.
En el verano de 1942 la guerra, en términos generales, marchaba bien para Alemania, aunque su prolongación comenzaba a sembrar una tenue inquietud en la población. Los bombardeos aún no habían irrumpido en la vida del alemán medio con la brutalidad con que lo harían en los años siguientes. Y la Wehrmacht extendía su poderío desde las torrenteras del Volga hasta las playas de Biarritz, y desde el círculo polar ártico hasta las arenas del Sahara.
Fue en ese contexto que se formó un grupo de resistentes constituido por jóvenes soldados de vuelta del frente. Médicos en formación, habían sido autorizados a regresar a sus estudios y completarlos en la universidad de Munich. Sus nombres: Hans Scholl, Alexander Schmorell, Christoph Probst y Willy Graf. Una chica llamada Sophie, hermana de Hans, se unió a ellos. A partir del núcleo inicial de estos cinco jóvenes, se fue ampliando el círculo de estudiantes hasta abarcar un número considerablemente mayor que incluía también profesores y artistas, entre los que hay que reseñar el de Kurt Huber.
El tono dominante en el grupo era el que se asimila ideológicamente a lo que se denomina “revolución conservadora”, aunque indudablemente presentaron una tendencia cristiana bastante marcada. Willi Graf era católico tradicional y Probst se haría bautizar antes de ser decapitado. Una de las confesiones de Sophie a la Gestapo fue que el “hombre debe obedecer antes a Dios que al Estado”. Hacía tiempo que había llegado a la conclusión de que el nacional-socialismo y el cristianismo eran incompatibles. Sophie manifestó que ella -y no sólo ella- tenía el convencimiento de que la guerra se perdería y que ello no era negativo, porque de la derrota nacería un orden más elevado, de inspiración cristiana.
En abril de 1942, los hermanos Scholl y sus compañeros de conspiración leyeron la homilía que había pronunciado el obispo de Münster, von Galen, el verano anterior, en la que denunciaba la deriva anticristiana del régimen y su propósito de legalizar el programa de eutanasia para los enfermos mentales, los incurables y los minusválidos. Los jóvenes se sintieron particularmente impresionados por cuanto se dieron cuenta de que no estaban solos.
Finalmente, los jóvenes se atrevieron a dar el salto. En el mes de junio, en la universidad de Munich, aparecieron octavillas firmadas por una grupo llamado “La Rosa Blanca”. El nombre estaba tomado del romancero español del poeta Clemens Brentano, que por entonces estaba leyendo Hans Scholl. Al mismo tiempo, algunos de los miembros del grupo hacían proselitismo en Hamburgo, donde encontraron cierto eco en círculos también universitarios. Poco después, los hermanos Scholl eran destinados a labores militares, Hans al frente ruso y Sophie a una fábrica de Ulm. Otros muchos estaban también en idéntica tesitura. El grupo, ya de por sí escasamente coordinado, sufrió algo cercano a la dispersión.
Acción y sabotaje
El 13 de enero de 1943, el Gauleiter de Munich, Paul Giesler, se dirigió a una muchedumbre de estudiantes universitarios que aguardaban sus palabras con motivo del 470 aniversario de la Universidad Ludwig-Maximilian. Alemania pasaba por la crisis de Stalingrado, que estaba a punto de desenlazarse en tragedia y cuyo fin, rumoreado sotto voce a lo largo del país, era ya previsible.
Las palabras del dirigente nazi resonaban en el mármol universitario, instando a los estudiantes a mostrarse agradecidos por la posibilidad que el Tercer Reich les brindaba de permanecer estudiando, mientras otros jóvenes de su edad se batían el cobre en las heladas estepas rusas. Los estudiantes observaban al jerarca con muestras de desaprobación, que se hizo abierta cuando comenzaron las groseras alusiones a la condición sexual de las estudiantes. Aquello provocó una protesta generalizada, en la que las chicas se quitaron los zapatos para golpear la balaustrada. El crescendo de golpes tuvo que ser reprimido por las SS que guardaban al jerarca nazi.
En la universidad se arrojaron más octavillas en los días siguientes. En ocasiones, parecían no tener nada que ver unas con otras -reflejo de la falta de organización del grupo-, y principiaron a aparecer en distintas universidades del país (todas en la región sur de Alemania y en Austria, zonas donde la mayoría católica auguraba una mejor acogida). Llamaban a luchar contra el partido, apelaban a la derrota de Stalingrado y la muerte de trescientos mil soldados, y aludían a la máquina de guerra atea.
* Reportaje íntegro en el número 273 del semanario, desde el 16 de abril en los quioscos
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