Un pastor evangélico que dio el paso hacia la Iglesia católica

Actualizado 21 enero 2010

Las Comunidades evangélicas, surgen de la mezcla de las doctrinas protestantes, anabautistas y Anglicanas; aunque nace del Calvinismo principalmente. En EEUU lo inicia en el siglo XVIII Jonathan Edwards, que empezó como Presbiteriano, antiarminianista, lo que quiere decir que, al contrario de los calvinistas pensaba que la salvación se puede perder tal y como se afirma en Apocalipsis 3. Se relaciona con John Whiterfield, seguidor de Wesley aunque antiarminianista como Edwards, y sus seguidores buscan experimentar el avivamiento. Hoy día las congregaciones evangélicas superan las 40.000, y desaparecen y aparecen nuevas congregaciones cada día. ¿A qué se debe esto? Pues a que cada congregación depende de su pastor, éste marca la “doctrina”, asienta sus predicaciones en un número determinado de versículos de la Biblia y establece las maneras de hacer oración sin someterse a una autoridad superior. Las interpretaciones de la Biblia son tan diversas que en muchos casos derivan en sectas.

Varias cosas identifican a las comunidades evangélicas:

–       La obsesión por la “presencia”.

–       La enseñanza basada en la Biblia Reformada, que todos deben conocer.

–       Sus reuniones se basan en alabanza con música y predicación, que terminan con una llamada a aceptar a Cristo.

–       Muchas tienen carácter pentecostal: alabanza, efusión del Espíritu con sus manifestaciones (canto en lenguas, descansos, profecía,…).

–       Exigencia del diezmo.

–       Realización de “cruzadas de milagros”.

–       De ellas forman parte los telepredicadores y cantantes evangélicos hispanos como Jesús Adrián Romero, Marco Barrientos y Marcos Witt.

–       Son profundamente anticatólicos.

Tienen obsesión por el avivamiento, por lo que realizan gran cantidad de encuentros en los que claman por “un nuevo avivamiento”. Leonor Mckinney describe el avivamiento de la siguiente manera:

Hay avivamiento cuando uno se ve a sí mismo como Dios le ve, existe una convicción profunda y una búsqueda ansiosa, que los mueve a aborrecer el pecado a las personas, existe una intensa búsqueda de Dios y de su santidad, uno siente la inundante presencia y poder de Dios, el arrepentimiento es ferviente y profundo, generalmente seguido por una sincera restitución, cada rincón de nuestro propio carácter es traído bajo el escrutinio del Espíritu Santo de Dios, hay un rechazo completo del pecado, y una completa entrega de nuestra voluntad a Dios, hay un deseo consumidor por pureza de corazón, que sobrepasa todo deseo natural, uno está dispuesto a entregar a Dios su reputación, sus amigos, su pasado, presente y futuro, a cambio de libertad; una dulce libertad viene después de la con­fesión dolorosa, el gozo y la alegría corren como río de éxtasis inexplicable, al cantar los antiguos himnos de la iglesia, y los mismos toman un nuevo y profundo significado, el pueblo de Dios se derrite por los demás, en amor divino, la adoración es real y viva, con esperanza y entusiasmo, las alabanzas y la adoración son la expre­sión profunda de un alma cuyo espíritu está glorificando a Dios, la iglesia es restaurada a su propósito ori­ginal, que fue planeada por Dios, por quien Cristo murió, y por el cual el Espíritu Santo descendió.

En definitiva, cuando leo éste texto identifico el avivamiento con la conversión, tal y como yo la he vivido dentro de la Iglesia Católica.

Hoy día las comunidades evangélicas se extienden por Hispanoamérica, donde las manifestaciones musicales y las “cruzadas de milagros” son el mayor atractivo. En estos países aprovechan la mala formación de los católicos para atraerlos hacia sus comunidades. Pero frente a éste evangelismo que crece entre comunidades pobres encontramos comunidades muy ricas, cuyos pastores visten ropa de marca, conducen coches de lujo, tienen aviones particulares y grandes mansiones y predican el llamado “evangelio de la prosperidad”, del que os hablaré en otra ocasión, pero básicamente fundamenta su predicación en que Dios bendice con medios materiales, la riqueza es una manifestación de la bendición de Dios, y algunos han llegado a afirmar que la pobreza es una prueba de ausencia de bendición de Dios. Éstos pastores son obsesos de la predicación del diezmo tal y como aparece en el Antiguo Testamento: los fieles deben dar la décima parte de sus bienes a la congregación, de esta manera se aseguran que Dios les bendecirá con el ciento por uno. Hoy día esto ha creado una gran ruptura en el interior de las comunidades evangélicas, ya que hay muchos pastores que no aceptan a los pastores del evangelio de la prosperidad.

A continuación os incluyo un testimonio de conversión de Luis Miguel Boullón, un pastor evangélico, al catolicismo. Encontraréis muchos puntos de contacto con otras conversiones ya publicadas, pero en éste caso el sacerdote con el que Boullón se enfrenta dialécticamente es un gran conocedor de la Escritura, y es por medio de ella por la que consigue enfrentar al pastor con la posibilidad de su error, precisamente lo que los evangélicos emplean como arma. Al igual que en otras conversiones anteriores, Boullón hace una crítica a aquellos que “suavizan” el mensaje de la Iglesia Católica, al tiempo que aboga por una mayor formación de los católicos en la Biblia, la doctrina y los ritos.

Es un testimonio largo pero merece la pena, espero que os guste.

Sacado de la página http://www.tengoseddeti.org/

Luis Miguel Boullón

Testimonio de mi conversión al Catolicismo

«El Demonio es protestante«, fue la primera frase que pronuncié, tras mi conversión, a quienes me escucharon por más de doce años como su pastor. El escándalo fue mayúsculo. Algunos ya habían notado que mis vacaciones fueron demasiado precipitadas y quizá hasta exageradamente prolongadas. Fueron unas vacaciones raras incluso para mi familia, que me veía reticente a las prácticas habituales en casa, como la lectura y explicación de la Biblia. Ya habíamos tenido demasiadas rencillas a causa de mis nuevos pensamientos.

«Al principio fue el Verbo«

Recuerdo vívidamente los primeros movimientos de rabia que tuve al leer un artículo en esta Revista que ahora aprecio tanto, como es la que me honra publicando este trabajo. Yo encontraba que la nota era demasiado radical en sus afirmaciones, demasiado rotunda para lo que yo estaba acostumbrado a leer.

No me dejaba muchos «flancos» descuidados por donde atacar. O refutaba el centro del asunto o no tenia sentido desmenuzar tres o cuatro aspectos como se me había enseñado a realizar de forma automática e inconsciente. Generalmente los católicos tienen como que una cierta vergüenza por mostrar todas las cartas sobre la mesa, y como no muestran todo con claridad, es muy fácil prender fuego a sus tiendas de campaña, porque dejan demasiados lados flojos.

En lo personal nunca recurrí a lo que ahora entiendo como «leyendas negras«, porque me parecía que era inconducente debatir basándome en miserias personales o grupales sin haber derribado la propia lógica de su existencia. Eso hice con algunas sectas o con temas como la evolución o algunos derechos humanos según se les entiende normalmente.

Reconozco que muchos de los que en ese momento eran mis hermanos caen en ese error, tratando de derribar moralmente al «adversario» diciéndole cosas aberrantes sobre su fe. Pero basta un buen argumento, y bien plantado, para que uno se vea obligado a retirarse a las trincheras de la Biblia y no querer salir de allí hasta que el temporal que iniciamos se calme al menos un poco. Pero no nos funciona a todos el mismo esquema. Muchos no se rigen tanto por la razón como por el placer de vencer en cualquier contienda.

El artículo en cuestión me obligaba a pensar sólo con ideas, porque de eso trataba. Mi manual con citas bíblicas para cada ocasión me servía poco. Cualquier cosa que dijera sería respondida con otra. No era ese el camino.

Creo haber estado meditando en el problema unas cinco o seis semanas. Hasta que resolví acudir a la parroquia católica que quedaba cerca de mi templo. El sacerdote del lugar se deshacía en atenciones cada vez que nos encontrábamos. La verdad es que él estuvo siempre mucho más ansioso de verme que yo de verle a él. En ocasiones nos veíamos forzados a encontrarnos en público por obligaciones propias del pueblo. Pero de ordinario no nos encontrábamos. Era lo que ahora se llama un «cura nuevo«, con una permanente guitarra en las manos y muchas ganas de acercarse a mí.

Primera confesión de mala fe

Yo aprovechaba – Dios me perdone – de sacarle afirmaciones que escandalizaban a mis feligreses. El pobre nunca entendió que el ecumenismo muchas veces sirve más para rebajar a los católicos que para acercar a los separados. Uno tiene la sensación de que si la Iglesia puede ceder en cosas tan graves y que por siglos nos separaron, entonces realmente no le importaba tanto como a nosotros, que jamás cambiaríamos una sola jota de la doctrina.

Otra cosa que solía hacer – me avergüenzo al recordarla – era tirar a mis chicos a discutir con los de la parroquia. Los pobres parroquianos se veían en serios apuros en esas ocasiones.

En el fondo yo me aprovechaba de que los chicos católicos estaban muy mal formados. Como comentábamos a sus espaldas: sólo van a la parroquia a divertirse, para repartir cosas a los pobres y para hacer «dinámicas de vida«, pero de doctrina y de Escrituras no saben nada.

Nos gustaba vencerlos con las cosas más tontas posibles. A veces surgían temas más sabrosos, pero con los argumentos normales bastaba para al menos hacerles callar.

Esa tarde no estaba el sacerdote de siempre. Había sido removido de la parroquia por una miseria humana comprensible en alguien tan «cálido» en su manera de ser. Cayó en las redes del demonio bajo la tentadora forma de una parroquiana, con la que ni siquiera se casó.

A cambio del párroco de siempre salió a atenderme, con una cara menos complacida, un sacerdote viejo y de mirada penetrante. Lo habían «castigado» relegándolo dándole el cuidado de la parroquia de nuestro pequeño pueblecito. En los últimos treinta años la población había pasado de mayoritariamente católica a una mayoría evangélica o no practicante.

Yo generalmente acudía para refrescar mi memoria y cargarme de elementos que luego trabajaba como materia de mis prédicas, o para sondear la visión católica de alguna cosa.

El Padre M. no fue tan abierto. Me recibió con amabilidad, pero con distancia. Le planteé asuntos de interés común y me pidió tiempo para aclimatarse y enterarse del estado de la feligresía. Noté que habían sido arrancados varios de los afiches que nosotros les regalábamos cada cierto tiempo y que constituían verdaderos trofeos nuestros plantados en tierra enemiga.

En verdad quedé un poco desarmado, pero logramos charlar casi de todo. Casi… porque en doctrina comenzó él a morderme. Yo comencé a responder como de costumbre, citando con exactitud una cita bíblica tras otra, para probarle su error o mi postura.

En un aprieto que me puso, le dije: «Padre M… comencemos desde el principio» Y el varón de Dios, a quien supuse enojado conmigo, me dice: «De acuerdo: al principio era el Verbo y..

Me largué a reír nerviosamente. Aparte de que me respondía con una frase utilizada en la Misa (al menos en la tradicional), ¡imitaba mi voz citando la Biblia!

«Pastor Boullón«, me dijo luego, «No avanzaremos mucho discutiendo con la Biblia en mano. Ya sabe usted que el Demonio fue el primero en todo crimen… y por eso también fue el primer Evangélico«.

Eso me cayó muy mal. ¡Me insultaba en la cara tratándome de demonio! Sin dejarme explicar lo que pensaba, se adelantó:

–       Si… fue el primer evangélico. Recuerde que el Demonio intentó tentar a Cristo con ¡la Biblia en mano!

–       Pero Cristo les respondió con la Biblia…

–       Entonces usted me da la razón, Pastor… los dos argumentaron con la Biblia, sólo que Jesús la utilizó bien… y le tapó la boca.

Tomó su Biblia y me leyó lo que ya sabía: que cuando el Señor ayunaba el demonio le llevó a Jerusalén, y poniéndole en lo alto del templo le repitió el Salmo XC, II-12): «Porque escrito está que Dios mandó a sus ángeles que te guarden y lleven en sus manos para que no tropiece tu pie con alguna piedra«

–       Pero el Señor le respondió con Deuteronomio VI, 16: Pero también está escrito «No tentarás al Señor tu Dios«. Y el demonio se alejó confundido.

Yo también me alejé, como el demonio, confundido. Me sentía rabioso por haber sido llamado demonio, y por lo que es peor: ¡ser tratado como el demonio en el desierto!

Creo que fue la plática más saludable de mi vida.

La táctica del demonio

Llegué a casa rabioso. Me sentía humillado y triste. No era posible que la misma Biblia pruebe dos cosas distintas. Eso es una blasfemia. Forzosamente uno debe tener la razón y el otro malinterpreta. Busqué ayuda en la biblioteca que venia enriqueciendo con el tiempo. Consulté a varios autores tan «evangélicos» como yo, pero de otras congregaciones. No coincidíamos en las mismas cosas, pese a que todos utilizábamos la Biblia para apoyar lo que decíamos y demostrar que los otros se equivocaban.
Me armé de fuerzas y a la primera oportunidad, caí sobre el despacho parroquial del Padre M. Me recibió tan amable como la vez pasada, sólo que esta vez su distancia la hacía menos tajante a causa de su mirada divertida y curiosa de la razón que me llevaba otra vez a su lado.

Le largué un discurso de media hora sobre la salvación por la fe y no por las obras. Concluí – creo – brillantemente con la necesidad de abandonar a la Iglesia. Y cerré tomando la Biblia del cura y le leí hechos XVI, 31: «¿Qué debo hacer para salvarme?, preguntó el carcelero. Cree en el Señor Jesús – respondió Pablo – y te salvarás tú y toda tu casa.«


Bebí un sorbo del té que me había ofrecido y le miré desafiante, esperando su respuesta. Pasaron eternos minutos de silencio.

Cuando carraspeé, el sacerdote me dijo:

–       ¿Continuará la lectura de San Pablo?

–       Ya terminé, Padre M.

–       ¿Cómo que ha terminado? ¡Continúe! Vaya a Corintios, XIII, 32.

–       Leí en voz alta: «Aunque tanta fuera mi fe que llegare a trasladar montañas, si me falta la caridad nada soy.»

–       Entonces la fe…

–       La fe… la fe… la fe es lo que salva

–       ¡Vaya novedad! Me dice riendo. ¡No sé bien quien creó la estrategia protestante de argumentar con la Biblia, pero creo que bien pudieron ser los demonios que ahora encontraron un buen medio para salvarse.

–       ¿Salvarse?

–       Sí.. salvarse, amigo mío. ¿Acaso no es el apóstol Santiago quien nos dice que hasta los mismos demonios creen en Dios? Y si sólo la fe salva…

–       …¿?

–       No se quede en silencio, Pastor… siéntese aquí que se aliviará un poco. Si quiere seguir como el Demonio, tentándome con la Biblia, le recuerdo que ahí mismo se nos dice que esa fe no salvará a los demonios, porque «como un cuerpo sin espíritu está muerto, la fe sin obras está muerta» (c.II) Y aún así los católicos no decimos que sea sólo fe o sólo obras. Cuando al Señor se le pregunta sobre qué debemos hacer para salvarnos, Él dice «Si quieres salvarte, guarda los mandamientos». Ahí tiene usted la respuesta completa.

Me acompañó hasta la puerta y me dijo: «Le dejo con dos recomendaciones. La primera es que se cuide de sus hermanos de congregación. Ya sospechan de usted por venir tan seguido. La segunda es que vuelva usted cuando me traiga alguna cita bíblica – sólo una me basta – en que se pruebe que solo debe enseñarse lo que está en la Biblia«.

Caminé a casa más preocupado por los comentarios que por el desafío. Eso sería fácil.

«Sólo la Biblia»

Mientras buscaba una cita que respondiera al sacerdote, caí en cuenta de que estaba parado en el meollo del asunto que por primera vez me llevó a esa parroquia con otros ojos. «Si es sólo la Biblia«, me dije, «entonces el problema del artículo queda resuelto: se debe probar por la Biblia o no se prueba«.

Ya imaginarán ustedes el resultado. Efectivamente no encontré nada. En años de ministerio, jamás me percaté de que lo central, esto es, que sólo debe creerse y enseñarse la doctrina contenida en la Biblia, no está en la Biblia. Encontré numerosos pasajes bíblicos que le conceden la misma autoridad que a las enseñanzas escritas en la Biblia a las doctrinas transmitidas por vía oral, por tradición.

Desde este punto en adelante muchos otros cuestionamientos fueron surgiendo de la charla con el Padre M. y de la lectura de esta revista y de mucha literatura escrita con fines apologéticos.

El pago del mundo

Por un momento distraeré la atención de mis incursiones a la parroquia católica. Quizás sea porque un sacerdote es esencialmente distinto a un «Pastor» protestante, o quizás por la experiencia de distintos ordenes (confesión, dirección espiritual, etc.), el Padre M. acertó en su advertencia sobre las miradas que me dirigían mis feligreses a causa de esas visitas «no estrictamente ecuménicas«.

Yo aún no me había percatado de esa desconfianza, pero observando con mayor atención notaba reticencias, censuras y reproches indirectos. Aún la guerra no se declaraba. Sólo desconfiaban.

Me decepcioné mucho, pero no me dejé vencer por la tentación. El demonio -pensaba- me estaba tentando con Roma y para eso endurecía los corazones.

Pasada una semana de angustias, me senté con mi esposa para charlar. Necesitaba desahogarme. Me encontraba en un punto tal que no quería volver a la parroquia católica pero tampoco me sentía en paz con eso.

Después de la cena, oramos con los chicos y se fueron a dormir. Me sentí y abrí mi corazón a mi esposa. Ella había sido una amante confidente y mi compañera de penurias y alegrías. Me escuchó con atención.

Sus palabras fueron tan sencillas como su conclusión: debía alejarme inmediatamente del sacerdote católico y tratar de recuperar la confianza de mis feligreses. Eso era lo prioritario. Teníamos una obligación de fe y teníamos que mantener una familia. No se hablaría más. El caso estaba resuelto… para ella.

Traté de cumplir con todo. Ella siempre fue la sensatez y me refrenaba en las locuras. Dejar de ir a la parroquia fue más fácil para el cuerpo que para mi alma. Algo me atraía de ese ambiente, y por lo demás deseaba la compañía de ese sacerdote provocador y bonachón.

Más difícil fue ganarme la confianza de los feligreses. Me exigían como prenda evidente que atacase más que nunca a la Iglesia para demostrar públicamente que no les guardaba ninguna simpatía.

Esto me costó, pues tenía que predicar omitiendo aquellos puntos en los que difería ya de mi anterior pensamiento.

Con el tiempo, mi familia y mis feligreses me dieron vuelta sus espaldas y fue la gran cruz que tuve que soportar por amar a Cristo en Su Iglesia.

Mi querido amigo se despide

No he querido exponer aquí todas las cosas que charlamos con el buen Padre M. durante semanas y semanas. Yo le visitaba furtivamente y él me acogía con amable paternidad. Yo daba vueltas en torno al tema e intentaba responder a las sabias preguntas con las que me desafiaba. ¡Cómo detestaba tener que darle la razón!

El tiempo me fue haciendo más perceptivo a sus sutilezas e ironías. De alguna forma misteriosa este sacerdote me tenía cautivado. Me acorralaba hasta la muerte, pero me daba siempre una salida honorable. Le gustaba desmoronar todos mis argumentos.

Su estilo era único: destrozaba mis argumentos, acusaciones y refutaciones primero desde la lógica, dándome dos posibilidades… o quedar como un tonto o verificar por mí mismo esa estupidez. Luego, y sólo luego, me invitaba a revisar el punto que yo trataba -si tenía sentido- desde el punto de vista de las Sagradas Escrituras. Supongo que uno de sus mayores puntos fuertes era su sólida cultura y su gran vida de piedad.

Recuerdo perfectamente una fría mañana cuando recibí un aviso telefónico de la parroquia. Me pedía que le visitara en un hospital de los alrededores. Sin meditar en las normas de cautela que tomaba para evitar que mis feligreses se irritaran aún más conmigo, abandoné todo y partí. Ahí me enteré del doloroso cáncer que padecía -jamás dio muestras de sufrir- y del poco tiempo que le quedaba. La cabeza me daba vueltas. Sentía dolor por la partida de quien ya consideraba un amigo.

Tomé una decisión: haría pública nuestra amistad y le visitaría a diario. Pocos días después le trasladaron, a petición suya, a su residencia.

Desde ese día le acompañé a diario. Dejé muchos compromisos de lado. La tensión comenzó a crecer hasta llegar a agresiones verbales abiertas y amenazas de quitarme el cargo y el sueldo. Mi familia estaba amenazada con la pobreza.

Fueron días de mucha angustia. Sabía que caminaba por los caminos correctos. Incluso pensaba en hacerme admitir en la Iglesia. Los temores y las dudas de antes de la internación del Padre M. se disiparon. No quería arrepentirme de mis errores ni recibir el perdón y el consuelo de nadie más. Pero la situación que me rodeaba era tan compleja que me paralizaba.

Recé muchísimo y acudí a pedir el consejo del Padre M. Él me recibió con mucha amabilidad y escuchó con atención mis problemas. Él ya los conocía. Me habló de la fortaleza de esos mártires que no tuvieron en cuenta ni la carne ni la sangre ni las riquezas, sólo amaron la verdad y dieron público testimonio de su adhesión a la fe. «Más vale entrar al Cielo siendo pobres que irse al infierno por comodidades«, sentenció.

Como adelanté al principio, reuní a mis feligreses y les hice una declaración de mi conversión. «¡El Demonio es protestante!«, les dije para abrir la charla. Luego fueron abucheos y no me dejaron terminar las explicaciones.

Mas tarde reuní a mi familia y les platiqué de cada punto, y respondí a todas las objeciones de fe y de la situación. Mi esposa no discutió mucho: me expulsó de casa. Esa noche dormí acogido por el Padre M. quien me tranquilizó respecto al altercado. Desde entonces y después de pasados años de mi conversión nunca más fui admitido en casa como padre y esposo. Hoy les visito con tanta frecuencia como me permiten, pero sus corazones siguen muy endurecidos. El Padre M. tuvo muchas palabras para mí, pero las que más me llegaron fue su confesión de ofrecimiento de su vida por la salvación de mi alma… y que con gusto veía el buen negocio ya cerrado. Dios escuche las plegarias de mi buen amigo en el Cielo por mi esposa y mis seis hijos para que a su tiempo y forma vivan la vida de gracia de la santa fe.

Roma… mi dulce hogar

Rogué al buen sacerdote me preparara para abjurar mis errores y ser admitido en la Iglesia. Dispuso de todo y una mañana de abril de 2001 fui recibido en el seno de la Esposa de Cristo. En junio de ese mismo año mi querido amigo entregó su alma al Señor, siendo muy llorado por todos cuantos le conocimos mejor. Le lloraron los enfermos y presos que visitaba, los niños y jóvenes de catequesis, los pobres y necesitados que consolaba, los fieles que acudían a él en busca de consejo y del perdón de Dios. En tributo a él escribo estas líneas. Mi querido sacerdote y Revista Cristiandad.org fueron mis dos grandes apoyos e impulsores tanto de mi conversión como de mi impulso apostólico al trabajar especialmente con los conversos y preparados para la conversión.

Tras su partida la parroquia fue administrada por un sacerdote más cercano al estilo del predecesor del Padre M. Yo sentí mucho esto porque con su prédica y actuar desmentía muchos de esos grandes principios eternos que había conocido y amado.

A veces me pregunto por la oportunidad de muchos cambios que se hacen más para contentar a los malos que para agradar a los buenos. Recuerdo que mi sacerdote amigo no era muy afecto a ceder ante nosotros, sino mas bien a mostrarnos todas las banderas, incluso las más radicales. Y éstas fueron, precisamente, las que más me indignaron pero a un mismo tiempo me atrajeron.

Pero persevero en el amor a la Iglesia de siempre, a esa doctrina de la que el Señor dijo que pasarían Cielo y Tierra pero que ni una sola jota sería cambiada.

Bien se por experiencia propia y por la de tantos que han compartido conmigo sus testimonios de conversión, que esos coqueteos con el error no producen conversiones. Y las pocas que se producen son de un género muy distinto -por superficiales y emocionales- de las verdaderas conversiones, esas que producen santos. La realidad es la que constataba a diario como Pastor protestante, cuando la poca preparación de los católicos y la confusión que produce el falso ecumenismo llenaban las bancas de nuestras iglesias y los bolsillos de nuestras congregaciones evangélicas. La ignorancia religiosa de los fieles es la cosa más agradecida por las sectas, porque al ser muchas veces hija de la pereza espiritual se acompaña por la pereza intelectual. Basta entonces cualquier cosa que les emocione, que les haga sentir queridos, y luego viene el sermón acostumbrado para hacerles dudar primero y luego darles respuestas rotundas. Eso los desestabiliza y luego les atrae nuestra seguridad. ¡Y luego salimos a la calle a gritar contra los dogmas!

Ahora, junto con ustedes, puedo acudir a los pies de María Santísima y pedir que por amor a la Divina Sangre de Su Hijo Amado obtenga la conversión de los paganos, de los herejes y cismáticos y que haciendo triunfar a la Iglesia sobre Sus enemigos instaure la Paz de Cristo en el Reino de Cristo.

Dos feroces enemigos de la fe

Actualizado 18 febrero 2010

Sobre Voltaire y Tierno Galván, dos feroces enemigos de la fe


Escribir sobre la fe y la conversión te hace plantearte cosas que de otra manera no te plantearías, o al menos no con la asiduidad con la que lo hago ahora. A ello se une la dificultades por las que está pasando la Iglesia Católica hoy día, lo que no es otra cosa que la demostración de que el enemigo anda revuelto y le encanta crear división, sobre todo cuando podemos comprobar que el Espíritu Santo anda realmente ajetreado moviendo corazones.

Por ello me dio por pensar que ante la fe caben varias posturas por parte de los creyentes: los hay que creen por fe pura y dura, para algunos se trataría de la “fe del carbonero” pero personalmente me merece todos los respetos; otros apoyan esa fe en la razón, pero la compaginan con la aceptación de que el Misterio es el Misterio y mucha parte de su vida como creyentes la apoyan en la sola fe; y en tercer lugar tenemos aquellos que a todo quieren dar una conclusión “razonada”, que me expliquen a mí cómo puedes llegar a explicar la Trinidad por la sola razón, o más aún, ¿cómo puede alguien explicar que Dios se hizo Hombre y murió en una Cruz por nosotros? No hay manera razonable. Últimamente estoy leyendo cosas de apologetas de la Iglesia que debo reconocer que me dejan perpleja, porque detrás te tanto razonamiento, legalidad, teología, filosofía,… Cristo no aparece por ningún lado. Y ese es el peligro, si Cristo no está ¿de qué va esto? Otro peligro es que todo aparece deshumanizado, parece que los que formamos parte de la Iglesia no somos humanos, tenemos que ser seres perfectos, sin pobrezas, cuando Cristo dijo que Él había venido a los pecadores; los perfectitos no le necesitan, ya son perfectitos pero sin Cristo porque, repito, no le necesitan. Deberíamos estar despiertos ante esto, porque la verdad es que tanto racionalismo enfría más corazones de los que ilumina, espanta más que atrae.

Hoy sin embargo vengo a hablar de dos personalidades históricas que durante la mayor parte de su vida rechazaron a Cristo, y lo hicieron de manera ostensible pero que, llegado el momento de la muerte, dieron el paso a la reconciliación con el Señor. Son dos casos radicales, a los que no se ha dado publicidad porque no interesa, pero uno de ellos lo dejó por escrito, incluso llegó a publicar su profesión de fe y a pedir perdón a la Iglesia por su postura beligerante durante toda su vida.

El primero es uno de los padres de la Ilustración: Voltaire, feroz anticatólico durante toda su vida, uno de los padres del pensamiento moderno que nos ha llevado al actual relativismo, aquel que puso las bases para que otros afirmaran que Dios había muerto. Pues bien, al final de su vida acudió a la reconciliación, según los estudios publicados por Carlos Valverde en 1989 y para lo que dio suficiente información como para confirmar lo que decía. No solo eso, sino que dejó su profesión de fe por escrito y lo hizo publicar en su revista “Correspondance Littérairer, Philosophique et Critique” poco antes de morir.

El segundo caso es el de Enrique Tierno Galván, muchos ya habíamos escuchado sobre su deseo de reconciliación pero no teníamos datos concretos. Pues bien, el periódico El Mundo publicó hace unos años un reportaje sobre la habitación en la que murió Tierno Galván (en la que habían estado otros personajes conocidos) y recurre al testimonio de la monjita que cuidaba a los pacientes para confirmar dichos pasos hacia la Iglesia por parte del Viejo Profesor. Uno puede creerlo o no, pero hay datos que parecen confirmar este extremo al que éste diario da publicidad (y no se puede decir que el diario El Mundo tenga un interés especial por favorecer a la Iglesia, pero muchas veces simplemente se muestra riguroso).

Ahí quedan estos dos testimonios, espero que os gusten o, al menos, que os sorprendan.

El testimonio de Tierno Galván lo podéis encontrar en:
http://www.elmundo.es/suplementos/cronica/2009/695/1234047607.html

El testimonio de Voltaire os lo trascribo tomado de:

http://lasbodasdecana.wordpress.com/2007/05/16/voltaire-y-otros-feroces-contras-de-la-iglesia-murieron-catolicos/

Aunque el artículo original se publicó en el Diario Ya en 1989.

UN 30 DE MAYO DEL AÑO 1778

La investigación de documentos antiguos siempre depara sorpresas. La última me ha salido al paso mientras hojeaba el tomo Xll de una vieja revista francesa, Correspondance Littérairer, Philosophique et Critique (1753-1793), monumento inapreciable y riquísimo para conocer el siglo de las luces y los comienzos de la gran Revolución.
Todos sabemos quién fue Voltaire: el peor enemigo que tuvo el cristianismo en aquel siglo XVIII, en el que tantos tuvo y tan crueles. Con los años crecía su odio al cristianismo y a la Iglesia. Era en él una obsesión. Cada noche creía haber aplastado a la infame y cada mañana sentía la necesidad de volver a empezar: el Evangelio sólo había traído desgracias a la Tierra.

Manejó como nadie la ironía y el sarcasmo en sus innumerables escritos, llegando hasta lo innoble y degradante. Diderto le llamaba el anticristo. Fue el maestro de generaciones enteras incapaces de comprender aquellos valores superiores al cristianismo, cuya desaparición envilece y empobrece a la humanidad.

Pues bien, en el número de abril de 1778 de la revista francesa antes citada (páginas 87-88) se encuentra uno nada menos que con la copia de la profesión de fe de M. Voltaire. Literalmente dice así:

«Yo, el que suscribe, declaro que habiendo padecido un vómito de sangre hace cuatro días, a la edad de ochenta y cuatro años y no habiendo podido ir a la iglesia, el párroco de San Sulpicio ha querido añadir a sus buenas obras la de enviarme a M. Gautier, sacerdote. Yo me he confesado con él y, si Dios dispone de mí, muero en la santa religión católica en la que he nacido esperando de la misericordia divina que se dignará perdonar todas mis faltas, y que si he escandalizado a la Iglesia, pido perdón a Dios y a ella.»

Firmado: Voltaire, el 2 de marzo de 1778 en la casa del marqués de Villete, en presencia del señor abate Mignot, mi sobrino y del señor marqués de Villevielle. Mi amigo».

Firman también: el abate Mignot, Villevielle. Se añade: «declaramos la presente copia conforme al original, que ha quedado en las manos del señor abate Gauthier y que ambos hemos firmado, como firmamos el presente certificado. En París, a 27 de mayo de 1778. El abate Mignot, Villevielle».

Que la relación puede estimarse como auténtica lo demuestran otros dos documentos que se encuentran en el número de junio de la misma revista -nada clerical, por cierto,- pues estaba editada por Grimm, Diderot y otros enciclopedistas.

Voltaire murió el 30 de mayo de 1778. La revista le ensalza como «el más grande, el más ilustre, quizá, ¡ay!, el único monumento de esta época gloriosa en la que todos los talentos, todas las artes del espíritu humano parecían haberse elevado al más alto grado de perfección»

La familia quiso que sus restos reposaran en la abadía de Scellieres. El 2 de junio, el obispo de Troyes, en una breve nota, prohibe severamente al prior de la abadía que entierre en sagrado el cuerpo de Voltaire. El 3 responde el prior al obispo que su aviso llega tarde, porque -efectivamente- ha sido enterrado en la misma abadía.

La carta del prior es larga y muy interesante por los dalos que aporta. He aquí los que más nos interesan ahora: La familia pide que se le entierre en la cripta de la abadía hasta que pueda ser trasladado al castillo de Ferney. El abate Mignot presenta al prior el consentimiento firmado por el párroco de San Suplicio y una copia -firmada también por el párroco- «de la profesión de fe católica, apostólica y romana que M. Voltaire ha hecho en las manos de su sacerdote, aprobado en presencia de dos testigos, de los cuales uno es M. Mignot, nuestro abate, sobrino del penitente, y el otro, el señor marqués de Villevielle (…) Según estos documentos, que me parecieron y aún me parecen auténticos -continúa el prior-, hubiese creído faltar a mi deber de pastor si le hubiese rehusado los recursos espirituales (…) Ni se me pasó por el pensamiento que el párroco de San Suplicio hubiese podido negar la sepultura a un hombre cuya profesión de fe él había legalizado (…). Pienso que no se puede rehusar la sepultura a cualquier hombre que muera en el seno de la Iglesia (…) Después de mediodía, el abate Mignot ha hecho en la iglesia la presentación solemne del cuerpo de su tío. Hemos cantado las vísperas de difuntos; el cuerpo permaneció toda la noche rodeado de cirios. Por la mañana, todos los eclesiásticos de los alrededores (…) han dicho una misa en presencia del cuerpo y yo he celebrado una misa solemne a las once, antes de la inhumación (…) La familia de M. Voltaire partió esta mañana contenta de los honores rendidos a su memoria y de las oraciones que hemos elevado a Dios por el descanso de su alma. He aquí los hechos, monseñor, en la más exacta verdad».

Así parece que pasó de este mundo al otro aquel hombre que empleó su temible y fecundo ingenio en combatir ferozmente a la Iglesia.

La Revolución trajo en triunfo los restos de Voltaire al panteón de París -antigua iglesia de Santa Genoveva-, dedicada a los grandes hombres. En la oscura cripta, frente a la de su enemigo Rousseau, permanece hasta hoy la tumba de Voltaire con este epitafio:
«A los Manes de Voltaire. La Asamblea Nacional ha decretado el 30 de mayo de 1791 que había merecido los honores debidos a los grandes hombres».

Carlos VALVERDE
Catedrático de Filosofía
Publicado en YA, día 02/06/1989
Tomado de Arvo.net

Del New Age a la Iglesia católica

Actualizado 26 febrero 2010

No es extraño encontrar hoy día entre los católicos muchos que afirman que ciertos aspectos de la New Age no son malos, e incluso son buenos para el hombre. De hecho se nos envían mensajes de esta pseudo-religión de muchas maneras, sobre todo con el cine, la moderna filosofía, la literatura de éxito, etc.

No son pocos los que en cierto momento de su vida se han visto atraídos por la religión hindú, por el budismo y demás formas de religión orientales. Pero viene a mi memoria una anécdota que contaba en una ocasión un fraile dominico sobre el budismo. En cierta ocasión que él acudió a la India se quedó prendado al ver a un grupo de monjes budistas que paseaban plácidamente en completa paz, e hizo un comentario a uno de sus compañeros admirando el nivel de equilibrio alcanzado por aquellos monjes. La respuesta de su compañero fraile, que llevaba varios años en la India fue la siguiente: Si hablaras con ellos te darías cuenta de que todo es fachada, por dentro están vacíos.

Cuando uno se limita a buscar a Dios en su interior contando únicamente consigo mismo acaba encontrando eso, vacío. Se busca a sí mismo, se hace dios de sí mismo.

Esta es la conclusión a la que llegó Moira Noolan en su experiencia en la New Age, y es la parte que más me ha impresionado de su testimonio: la New Age niega el pecado original, hace con sus seguidores lo mismo que hizo Satanás en el Paraíso con Adán y Eva, intenta convencerlos de que son dioses. Les lleva a pensar que la solución de todos los problemas reside en nuestro interior, en nuestro yo.

A esto añade un max-mix de todas las religiones existentes, tomando dioses del paganismo y añadiendo las figuras de Cristo y de su Madre, María. En este punto es interesante la experiencia que cuenta de Medjugore.

Si leemos con detenimiento encontraremos que en nuestra propia vida espiritual muchas veces nos hemos dejado contaminar por determinados aspectos de la New Age, y que en definitiva es una estructura de creencias que se hace muy atractiva para muchos jóvenes de hoy.

Abramos ojos, oídos, mente y corazón para evitar caer en sus redes.

Espero, como siempre, que sea de vuestro agrado.

Tomado de:
http://www.christendom-awake.org/pages/moira-noonan/conversion-story.htm

Y lloró amargamente

Actualizado 2 abril 2010

Pedro de Galilea, autodestruido por negar a su Maestro y Señor, llora amargamente su cobardía. A su psicología sana, de hombre auténtico y sin dobleces, le corresponde esa manera de reaccionar. Es una reacción acorde con su personalidad. Sus lágrimas son de un dolor inmenso, no el resultado de una trepidación de su espíritu que acaba en llanto. Nunca había llorado así porque nunca se había sentido así, tan empequeñecido, despreciado por sí mismo. La negación, las tres negaciones  le han hundido hasta las profundidades de su naturaleza. Ha renegado de su Cristo y al mismo tiempo ha renegado de su propia existencia. Se habría quitado la vida si no sintiera todavía la mirada poderosamente amable de Jesús. Aquella mirada le recordaba  el brazo de su Maestro que un día no lejano le había agarrado la mano con poder sobrehumano para que no pereciera en el lago .Su mirada, como su brazo, le sostenía.

¿Por qué esta vez se había hundido sin agua que le cubriera el cuerpo? ¿Por qué se había hundido de otra manera? Entonces fue falta de fe. ¿Y ahora?
No acierta a comprender el motivo fútil que le ha llevado a negarle. No hay de por medio monedas de plata ni una recompensa de las autoridades judías que le llevaran  a una monstruosidad semejante, a negar a su Dios y Señor, sin nada a cambio que no fuera la simple y llana cobardía.

Siente su ingratitud. No hacía tanto que había dejado las redes, su casa y sus amores por seguir a un Hombre en el que, poco a poco, fue descubriendo su identidad, hasta confesarle sin titubeos: «Tú eres el Cristo de Dios».

Tras la llamada apremiante y la respuesta afirmativa, después de tres años de hollar la tierra de Palestina para ir al paso de Dios-Hombre, tras comprobar con sus ojos que dos adultos y una niña  regresaron de la muerte .que otros muchos sanaron de su ceguera, de su posesión diabólica, de su parálisis y, sobre todo, de sus descaminos: que muchedumbres enteras se apiñaban en las arenas de la playa o en las laderas de la montaña para escucharle con embeleso un mensaje de vida, de verdad y de amor, cuando ha tenido que afirmar: «Conozco a ese Hombre porque Le amo y el amor es la fuente del conocimiento más perfecto» (cfr. Juan Pablo II, cortile de San Dámaso- Semana Santa 1980)… «Cuando tenía que afirmar le ha negado». ¿Cómo Judas ¿Más que Judas?

Pasan por su memoria las palabras de estímulo de Jesús, sus reconvenciones, sus explicaciones de las parábolas…De no ser por las aclaraciones del Maestro, habría quedado sin conocer la  doctrina salvadora y habría confundido la advertencia de que se guardara de la levadura de los fariseos con la falta de provisiones de pan.

Se mira las manos. Las tiene todavía con la piel curtida y ruda que le habían dejado los aparejos de la pesca.  Destinadas a acariciar las llagas de los enfermos, los ojos de los ciegos, el desamor de los pecadores, sólo sirven para ocultar su rostro, el retrato más elocuente de su miseria. ¡Pobre iluso! Se había imaginado que, cuando fuera pilar de la nonata Iglesia, a su sombra los enfermos recobrarían la salud.

¡Pobre Pedro! No se atreve a ir a la Cruz, la cobardía le ha dejado secuelas que le impiden cualquier bravuconada de las suyas. Morir con Él, ¡qué fácilmente ha abandonado su arrogancia!
Todavía en el Pretorio, después del canto del gallo y de su felonía, cuando lo iban a llevar arrastras al lugar de la calavera, Jesús le ha mirado. No ha sido el de Jesús un gesto de decepción o de piedad. Ha sido una mirada de amor.

De un amor insondable.

De pronto, con una de esas decisiones vehementes tan propias de su carácter, Pedro se ciñe la cintura y se lanza a encontrar el camino de regreso al Amor. Y de camino, piensa en que va a ser el Hijo Pródigo verdadero pòrque el primero había sido una parábola.

En el horizonte, Pedro ve el Gólgota y adivina a su Dios crucificado.
Recuerda que les dijo a los Once. «Vosotros sois mis amigos». Y recurre a la amistad de los Apóstoles. Dirige sus pasos deprisa  hacia la casa de Marcos, Allí donde el Señor les había entregado su propio Cuerpo y su propia Sangre.
Llama a la puerta. Nadie piensa  que será su ángel –como ocurrirá después-, sino el propio Pedro a quien empezaban a echar en falta. Ahora la puerta se le abre. Y en la amistad con los suyos encuentra la comprensión, el apoyo, la firmeza y el ímpetu.

Todo vuelve a empezar.

Pasado mañana, al amanecer, irá corriendo con Juan al sepulcro. Juan, mucho más joven, llegará primero, pero, sabiendo que Pedro es la autoridad máxima del grupo, le cederá respetuosamente el paso para que levante acta de la Resurrección.

Recibió el bautismo la noche de Pascua

AVALANCHA DE NEOCATÓLICOS EN EEUU

Un hombre que «murió» cinco veces recibió el bautismo la noche de Pascua


Esta Pascua, miles de personas se disponen a convertirse en católicos, incluyendo a un hombre que casi pierde su vida en cinco ocasiones. La Conferencia Episcopal de Estados Unidos dió a conocer la historia de Jeremy Feldbusch, de 30 años, de Blairsville, Pensilvania, que está entre los miles de personas que han entrado esta noche en la Iglesia durante la Vigilia Pascual.

Actualizado 4 abril 2010

Nieves San Martín/Zenit

Feldbusch estaba en las fuerzas armadas en Irak, y el 3 de abril de 2003 fue herido a causa de la metralla del conflicto, lo que le produjo ceguera en ambos ojos y traumatismos cerebrales.

Se esperaba que muriera poco después o que, si vivía, tendría un gran daño cerebral. Los doctores le provocaron un coma y le aplicaron un respirador durante seis semanas para reducir la inflamación del cerebro.

Los profesionales médicos intentaron retirar el respirador cinco veces, pero en cada intento Feldbusch «moría» y tenía que ser reanimado. En el sexto intento, finalmente recobró la consciencia. El paciente, que había sido bautizado como metodista, preguntó a su padre: «¿Por qué Dios me ha quitado la vista?». Su padre respondió con otra pregunta diferente: «¿Por qué Dios te conservó la vida?»

La Conferencia Episcopal informó que, a través del proceso de rehabilitación, Feldbusch «empezó a pensar que las cosas suceden por una razón y resolvió gastar su vida en ayudar a otros miembros del servicio heridos». Decidió entrar en la Iglesia católica y fue recibido en la misma el sábado, en el séptimo aniversario de la lesión que le cambió la vida en Irak.

Avalancha de bautizos

El informe indica que miles de personas más se unirán a Feldbusch, con especialmente altas cifras de nuevos católicos previstas en las regiones Sur y Sudeste de Estados Unidos. La diócesis de Dallas, Texas, se preparó a recibir a tres mil nuevos católicos. De ellos, 700 son catecúmenos (nunca bautizados antes) y 2.300 son candidatos (ya bautizados válidamente en la fe cristiana, pero que buscan la plena comunión con la Iglesia).

También en Texas, la archidiócesis de San Antonio informa de que 1.112 personas entraron en la Iglesia. Un buen número de ellos son jóvenes, que ya han alcanzado edad suficiente, incluyendo a 214 niños catecúmenos y 124 niños candidatos.

La diócesis de Forth Worth, en el mismo estado, dió la bienvenida a en torno al mismo número de nuevos católicos.  La archidiócesis de Atlanta se prepara a acoger a 1.800 nuevos miembros de la Iglesia, que es el mayor número que se recuerda en esta región, informa el dossier de prensa.

En la Costa Oeste, la archidiócesis de Los Ángeles, que es la mayor diócesis de todo el país, recibió a 2.400 nuevos miembros. En Seattle, 682 personas fueron bautizadas y 479 fueron recibidas en la plena comunión. La archidiócesis de Portland, Oregón, dió la bienvenida a 842 nuevos católicos.

Otras diócesis que esperan en torno a mil nuevos miembros son: Detroit, Michigan (1.225); Cincinnati, Ohio (1.049); Denver, Colorado (1.102); Arlington, Virginia (1.100); Washington, D.C. (1.150).

En la archidiócesis de Washington, 18 de quienes se disponen a entrar en la Iglesia son estudiantes de St. Augustine School, la más antigua escuela afroamericana de la capital.

El comunicado de prensa señala que la Iglesia católica, que es la denominación cristiana más numerosa en Estados Unidos, con cerca de 68 millones de fieles, experimentó un incremento del 1,5% del número de miembros el año pasado. Para conocer todas las cifras de todos los nuevos miembros, distribuídas por diócesis entrar aquí.

Un gran testimonio de conversión

Actualizado 3 febrero 2010

Las comunidades metodistas surgen como consecuencia del despertar religioso de un grupo de anglicanos liderados por John Wesley en el siglo XVIII. Éste procedía de una familia de clérigos anglicanos y formó un grupo en la Universidad de Oxford que fomentaba las prácticas piadosas: lectura del Nuevo Testamento, ayuno, examen de conciencia, austeridad, prácticas de caridad,… lo que les valió el nombre, que en principio se les llamaba en tono de burla, de Metodistas.

Wesley realizó parte de su trabajo como clérigo anglicano en Estados Unidos, donde se escandalizó de la manera “frívola” en la que algunos de sus parroquianos acudían a recibir la comunión (recordemos que la iglesia de Inglaterra, la High Church, a la que pertenecía Wesley, acepta la presencia real de Cristo en la Eucaristía, aunque con diferencias a como lo hace la Iglesia Católica). Es a partir de aquí cuando, a su vuelta a Inglaterra, comienza a predicar una nueva forma de vivir la fe. Su relación con los Hermanos Moravos alemanes tras acudir a una celebración de corte calvinista en la que experimenta un “avivamiento”, y comienza a predicar la necesidad de una conversión profunda de los cristianos. Su predicación hace que no se le permita predicar en iglesias anglicanas y empieza a hacerlo en lugares públicos como plazas y calles, arrastrando a las clases populares. Al mismo tiempo su hermano Charles se convierte en un gran compositor de himnos que hoy día se cantan en muchas iglesias reformadas.

El mayor desarrollo del metodismo se producirá en los Estados Unidos, donde se empiezan a ordenar pastores fuera de la tradición apostólica de la Iglesia Anglicana, lo que produce la escisión total entre el metodismo y la Iglesia de Inglaterra. La estructura del metodismo ayudaría a su extraordinaria expansión. La unidad base es la «clase» (class meeting), grupo de unas diez personas; varias clases constituyen una «sociedad» cuyo pastor o «predicador itinerante» debe visitar las distintas «clases locales». Varias sociedades forman el «circuito», gobernado por el «superintendente» que en América toma el nombre de «obispo». Los «Sínodos» reunen anualmente a los predicadores itinerantes, a los superintendentes y al elemento laico con gran representatividad en el mundo metodista.

Las Iglesias metodistas han sufrido numerosas escisiones a lo largo de su historia, debidas principalmente a la influencia del calvinismo estricto, por una parte, y a la toma de posición respecto a la institución de la esclavitud de los negros, por otra. El hecho de haber nacido como un «despertar» (revival) dentro de la «Iglesia de Inglaterra» hizo que el metodismo no pensase en ninguna especial «Confesión de Fe», ni en la elaboración de una teología propia. Sus creencias básicas son las de los reformadores del siglo XVI, interpretadas bajo la óptica de John Wesley. La tradición metodista ha puesto especial énfasis en el evangelismo, en la acción benéfica y social y en la doctrina de la santificación. Hoy en día se haya escindida en múltiples comunidades.


Características
– Pone el mayor énfasis en las Escrituras interpretadas por cada individuo, como la mayor parte de las comunidades reformadas luteranas y calvinistas. Existe, no obstante, una amplia coincidencia con el cristianismo histórico en doctrinas trinitarias y cristológicas.

– Se insiste con firmeza en la depravación total de la naturaleza humana. Del pecado se acentúan más los aspectos sicológicos y experienciales que la concepción intelectual del mismo. Pero de este modo se resalta, precisamente, el significado del perdón aportado por Jesucristo, que debe experimentarse sensiblemente.

– Se pone especial énfasis en la distinción del obrar divino en el hombre, pero la participación de la libertad de cada ser humano es fundamental, lo que le diferencia de otras corrientes protestantes. La conversión y la justificación constituyen el primer momento del desarrollo de la vida cristiana. La santificación es el segundo momento, y opera un cambio radical en el ser del hombre, siendo muy importantes la meditación y la contemplación, razón por lo que la lectura de obras de mística católica no son extrañas, como las obras de San Juan de la Cruz.

– El culto metodista realza la predicación de la Palabra, pero no olvida los aspectos sensibles del creyente dando gran importancia a los himnos que son cantados por toda la asamblea y no solamente por el coro como era costumbre en la época de la fundación.

En ésta página podéis encontrar los Himnos originales de Charles Wesley (hermano de John) y las músicas correspondientes:

http://gbgm-umc.org/umhistory/wesley/hymns/

El metodismo supuso una gran revolución en su época dentro de las iglesias reformadas de los Estados Unidos. Hoy día las comunidades no son tan “vivas”, y muchos de los que se inician como metodistas evolucionan hacia el evangelismo y el pentecostalismo.

Este es el caso de Dave Armstrong, de quien os traigo el testimonio y que al igual que en otros casos ya publicados, pasó por numerosas denominaciones antes de acabar Volviendo a Casa. Es un modelo de conversión profundamente intelectual, la lectura de obras de todas las denominaciones cristianas le empujó a la Iglesia Católica, y con él a un buen grupo de amigos. Se trata de un proceso de años no exento de sufrimiento, dudas y cabezonería. Os puede ilustrar mucho sobre las comunidades evangélicas.

Al final os pongo un enlace con un vídeo de you-tube de la canción “Amazing Grace”, escrita por John Newton, clérigo seguidor de Wesley y ex traficante de esclavos, cantada por el autor metodista Chris Tomlin, una de las “estrellas” de música cristiana de hoy.

Espero, como siempre, que sea de vuestro agrado.

CARTA ABIERTA A UN EVANGÉLICO, por Dave Armstrong

http://www.defiendetufe.org/mi_conversion_al_catolicismo.htm

1.- Me fui al frente para ser salvo.

Nada en mi vida habría indicado éste giro sorprendente, pero fue la muestra de la siempre inescrutable misericordia y providencia de Dios. Mi primer conocimiento sobre la Cristiandad vino de la Iglesia Metodista Unida, la denominación en la que yo fui educado. La iglesia a la que nosotros asistíamos, en un barrio obrero de la ciudad de Detroit (Michigan, Estados Unidos), me parecía, así como a cualquier niño en los comienzos de la década de 1960, que estaba en el declive sociológicamente hablando, tanto así que la media de edad de los miembros era aproximadamente cincuenta o más años. En mis estudios años después como evangélico, aprendí que la reducción y el envejecimiento de las congregaciones eran uno de los signos visibles del deterioro del protestantismo.

Mi temprana educación religiosa no era del todo gratis, sin embargo, a medida de que yo iba ganando respeto por Dios, lo que nunca abandoné fue la comprensión de Su amor para la humanidad y un gran aprecio por el sentido de los mandatos morales básicos y sagrados. De todos modos, por alguna razón, no tuve interés por la cristiandad en ese momento.

En 1969, a la edad de once años, entré en contacto por vez primera con el «llamado al altar» de la cristiandad fundamentalista en una Iglesia bautista que nosotros visitamos dos o tres veces. Me fui al frente para ser “salvo” de forma absolutamente sincera, pero sin el conocimiento o la fuerza de voluntad requeridas (por las normas evangélicas más solícitas) para llevar a cabo esta resolución temporal. Durante éste período, me fasciné con lo sobrenatural, pero desgraciadamente, entré en los terrenos de un ocultismo vago: la telepatía, la Ouija, la proyección astral e incluso la brujería vudú (¡con un maestro vicioso de mi gimnasio en mente!). Leía sobre Houdini y Uri Geller, entre otros. El primero famosísimo mago norteamericano de principios de siglo XX. El segundo un británico de origen israelí que dobló una cuchara sin tocarla, solo con la mente, en vivo y en directo. Todo esto fue parte del camino en Mi Conversión al Catolicismo.

2.- De la crisis pase a una renovación espiritual.

Entretanto, mi hermano Gerry que es diez años mayor que yo, se convirtió, en 1971, al Evangelismo, una tendencia que estaba en su apogeo en ese momento. Él sufrió una transformación realmente notable, saliendo del círculo cultural del típico roquero drogadicto y pendenciero, y empezó a predicar de forma celosa en nuestra familia. Éste era un espectáculo nuevo para mí. Yo ya tenía influencias de la contracultura hippie, y como siempre había sido de alguna forma anticonformista, el “Jesus Movement” (Movimiento de Jesús) tuvo una fascinación extraña para mí, aunque no tenía ninguna intención de unirme a ellos. Me sentía orgulloso de mi «moderación» con respecto a las cuestiones religiosas. Como la mayoría de los cristianos sinceros, nominales e incrédulos, reaccioné a cualquier despliegue de Cristiandad seria y devota con una mezcla de miedo, burla y condescendencia, mientras pensaba que tal conducta era «impropia«, fanática, y fuera de la corriente principal la cultura americana.

A principios de los años 1970 visité la Iglesia luterana el Mesías en Detroit de forma ocasional, a la que mi hermano asistía junto con sus amigos melenudos del «Jesús Freak«, y me retorcía en mi asiento convencido por los sermones poderosos del pastor Dick Bieber, un personaje del tipo de esos de los que yo nunca había oído hablar. Recuerdo que pensaba que lo que él estaba predicando era indisputablemente la pura verdad, y si se trataba de la cuestión del “ser salvo» no había lugar para los tibios o para los cobardes. Pero al mismo tiempo era renuente, por decirlo de alguna forma, porque pensé que sería el fin de la diversión y la convivencia con mis amigos. Debido a mi rebeldía y orgullo, Dios tenía que usar los métodos más drásticos para mi despertar.

En 1977 experimenté una depresión severa durante seis meses lo cual era totalmente atípico en mi temperamento de antes. Las causas inmediatas eran las presiones en la última adolescencia, pero de forma retrospectiva está claro que Dios estaba permitiendo que viviera el último sin sentido de mi vida: una demanda individualista, vacua y fútil por alcanzar la felicidad sin el propósito o la relación con Dios. Yo fui llevado, tambaleándome, al fin de mí mismo. Era una crisis existencial aterradora de la que no tenía ninguna otra salida sino clamar a Dios. Él respondió rápido. En la Pascua de 1977 la extraordinaria película «Jesús de Nazaret» de Franco Zeffirelli (todavía mi película cristiana favorita) pasaba en la televisión.

Siempre había disfrutado con películas de la Biblia, como «Los Diez Mandamientos«. Consideraba que la mayoría daba vida a los personajes bíblicos, y el elemento de drama (como forma de arte) me comunicó la vitalidad de la Cristiandad de una manera única como hizo el “Jesus Freak”, pero no eran más que otro de tantos inventos norteamericanos e ingleses para convencer a la gentes sobre la soberanía de Jesucristo Nuestro Señor en nuestras vidas cayendo en un sincretismo que raya con lo pagano y lo vicioso. La persona de Jesús no necesita de tales espectáculos y doctrinas tan showbiz para ser proclamado. Pero en «Jesús de Nazaret«, Jesús, tal y como fue retratado, dejó una impresión extraordinaria en mí y el momento no podría ser mejor. Él aparecía como el último anticonformista que me apelaba. Sin darme cuenta esto era parte de Mi Conversión al Catolicismo. Me maravillé de la manera como Él había tratado a las personas y te hacía darte cuenta de cosas que tu nunca habías esperado que diría o haría con una visión o impacto incomparables. Empecé a comprender, con la ayuda de mi hermano, la razón del Evangelio por primera vez: lo qué la Cruz y la Pasión significaban, y algunos de los puntos básicos de la teología que nunca me había planteado antes. También aprendí que ese Jesús no sólo era el Hijo de Dios, sino Dios el Hijo, la Segunda Persona del Trinidad algo que, increíblemente, yo no había oído previamente, o simplemente no comprendí si lo había oído.

Empecé a leer seriamente, por primera en mi vida, la Biblia (la traducción de la Biblia Viviente que es la paráfrasis más informal). Fue la combinación de mi depresión y el nuevo conocimiento de la Cristiandad lo que causó mi decisión de seguir a Jesús como mi Señor y Salvador de una forma mucho más seria; así en julio de 1977 experimenté lo que yo consideraría una «conversión a Cristo«, y lo que según la visión evangélica se considera como la experiencia de «el nuevo nacimiento» o «ser salvos

3- Asisití a las Asambleas de Dios, Luteranos y otros más. Continúo viendo esto como un paso espiritual válido e indispensable. A pesar de mi estallido inicial de celo, me asenté de nuevo en la tibieza durante tres años hasta agosto de 1980, cuando finalmente rendí mi ser entero a Dios, y experimenté una «renovación» profunda en mi vida espiritual. A lo largo de los años ochenta asistí a Iglesias luteranas, a las “Asamblea de Dios”, y a sectas no denominacionales con fuertes conexiones con el «Jesús Movement«, caracterizadas por la juventud, la espontaneidad de culto, música contemporánea y el compañerismo caluroso.

Muchos de mis amigos eran antiguos Católicos (apóstatas). Supe poco de Catolicismo hasta los inicios de la década de 1980. Lo consideraba como una «denominación» exótica, austera e innecesariamente ritualista que no tenía mucho atractivo para mí. No me sentía atraído por mi naturaleza a la liturgia y no creía en absoluto en los sacramentos, aunque siempre sentí gran reverencia para la “Cena del Señor” y creí que algo real se impartía en ella. Por otro lado, nunca fui públicamente anticatólico. Habiendo tenido parte activa en trabajos apologéticos contra el culto (especializando en russelismo o testigos de Jehová), comprendí rápidamente que el Catolicismo era completamente ritualista.

Creía que la Iglesia Católica era diferente de las sectas en eso de que tenía “doctrinas centrales” correctas, como la de la Trinidad y la Resurrección corporal de Cristo, así como una legitimidad histórica admirable; para mí era totalmente cristiana, aunque inmensamente inferior al evangelismo. Era, se puede decir, un típico evangélico pero de la especie que tiene cierto interés teológico, un interés mayor por conocer que la media de evangélicos. Me familiaricé con las obras de muchos de los “grandes”: C.S. Lewis, Francis Schaeffer, Josh McDowell, A.W.Tozer, Billy Graham, Hal Lindsey, John Stott, Chuck Colson, la revista Christianity Today, Keith Green y los Ministerios “Last Days”, la Jesus People en Chicago y la revista Cornerstone, la hermandad Cristiana Inter-Varsity (una organización universitaria), así como con la música cristiana, influencias lo bastante beneficiosas como para no sentirse arrepentido en absoluto.

Mi fuerte interés en la evangelización y la apologética me llevó a convertirme, con el permiso de mi iglesia evangélica, en misionero en los campus de la universidad durante cuatro años. También me involucré en el movimiento pro vida y en la Operación Rescate. Se me hizo claro rápidamente que los misioneros católicos eran tan comprometidos con Cristo y piadosos como los evangélicos. En forma retrospectiva, no hay nada igual a la extensa observancia de los Católicos devotos. Me había encontrado con un sinnúmero de evangélicos que exhibían lo que yo pensé era un camino serio con Cristo, pero raramente con la intensidad como en la vida de los Católicos.

4.- Empecé a conocer y a tener amigos católicos. Empecé a hacerme amigo de mis hermanos católicos de los Rescates y a veces en las visitas a la cárcel, incluso sacerdotes y monjas. Aunque todavía escéptico teológicamente, mi admiración personal para con los católicos ortodoxos despegó como un misil Tomahawk.

En enero de 1990 empecé un grupo de discusión ecuménico que yo moderaba. Tres amigos católicos conocedores del movimiento del Rescate, John McAlpine, Leno Poli y Don McSween, empezaron a asistir. Sus reclamos para la Iglesia, particularmente lo concerniente a la infalibilidad papal y conciliar, me llevaron a zambullirme en un proyecto masivo investigación en ese asunto. Creí que había encontrado muchos errores y contradicciones a lo largo de la historia. Después comprendí, sin embargo, que mis muchos «ejemplos» no entraron ni siquiera en la categoría de declaraciones infalibles, como mi explicación de lo definido por el Concilio Vaticano de 1870. También fui un poco deshonesto porque pasaba por alto hechos históricos que confirmaban fuertemente la posición católica, como la aceptación temprana de la Presencia Real, la autoridad del Obispo y la comunión de los santos. Sin duda que no fue fácil el camino de Mi Conversión al Catolicismo, ni lo es para aquel que busca la verdad con sinceridad.

Entretanto, yo estaba leyendo libros exclusivamente católicos (y todos los tratados cortos de Respuestas Católicas) con una mente abierta, y mi respeto y entendimiento del Catolicismo crecieron. Empecé (providencialmente) por «El Espíritu del Catolicismo» de Karl Adam, un libro demasiado extraordinario como para resumir adecuadamente aquí. Es, yo creo, un libro casi perfecto sobre el Catolicismo como un mundo y un estilo de vida, sobre todo porque se trata de una persona familiarizada con la teología católica básica. Leí los libros de Christopher Dawson, un gran historiador cultural, Joan Andrews (una heroína del movimiento del Rescate) y Thomas Merton, el famoso monje trapense, todos los cuales me impresionaron sumamente.

Mis tres amigos de nuestro grupo de discusión continuaron respondiendo serenamente a los centenares de preguntas mías. Estaba asombrado al darme cuenta de que el Catolicismo parecía haber sido “bien pensado”, era un maravilloso y complejo sistema de creencias consistente, incomparable a cualquier grupo de «cristianos evangélicos«.

En este momento me preocupé tremendamente por la aceptación protestante (y mi propia aceptación), libre y fácil de la contraconcepción. Vine a creer, de acuerdo con la Iglesia, que una vez uno considera el placer sexual como un fin en sí mismo, entonces el llamado derecho al “aborto» no está lógicamente lejos. Mis amigos evangélicos de pro vida podrían ser fácilmente la excepción, pero otros menos dispuestos espiritualmente lo aceptaban, como se ha confirmado por completo por la revolución sexual en total auge desde que el uso extendido de la píldora empezó, alrededor de 1960. Una vez una pareja piensa que ellos pueden frustrar el deseo de Dios en el tema de una posible concepción, entonces la noción de terminar un embarazo le sigue por una cierta lógica diabólica desprovista de la guía espiritual de la Iglesia. En esto, como en otras áreas tales como el divorcio, la Iglesia es el innegablemente sabia y verdaderamente progresista. G.K. Chesterton y Ronald Knox, los grandes apologistas, ya pudieron ver los graffitis en la pared alrededor de los años treinta. Yo estaba absolutamente asustado por el hecho de que ningún grupo cristiano había aceptado la anticoncepción hasta que los anglicanos en 1930 lo hicieron, y la inevitable progresión en las naciones hacia la aceptación del aborto, como había sido mostrado irrefutablemente por el padre Paul Marx.

Finalmente, un libro titulado «La Enseñanza de Humanae Vitae» de John Ford, me convenció de la distinción moral entre la anticoncepción y la Planificación de la Familia Natural y me llevó al límite. Acepté algunas creencias no muy «protestantes«, pero incluso ni siquiera aún soñaba con hacerme católico (qué es, claro, inconcebible para un evangélico).

5.- Al investigar y profundizar comencé a experimentar un peculiar, intenso, e inexpresable sentimiento místico de reverencia para la Iglesia «Una, Santa, Católica y Apostólica». Todavía me encontraba al principio de un proceso de conversión. Entretanto, mi esposa Judy, que fue educada como católica y se convirtió en protestante antes de que nosotros nos conociéramos, también se había convencido de forma independiente de la equivocación del anticoncepcionismo. Ella regresó a la Iglesia Católica el día en que yo fui recibido. ¡Que linda es la unidad!

Entonces, en julio de 1990, yo ya estaba convencido de que el Catolicismo tenía la mejor teología moral que cualquier otro cuerpo cristiano, y respeté grandemente su sentido de comunidad, devoción y contemplación. La teología moral y los elementos místicos intangibles empezaron a danzar el baile de la conversión para mí, y cada vez más se arraigaban profundamente dentro de mi alma; más allá de, pero no opuestos a los cálculos racionales de mi mente.

Mi amigo católico, John, cansado de mi lata constante sobre los errores católicos y de adiciones a través de los siglos, sugirió que yo leyera el «Ensayo sobre el Desarrollo de Doctrina Cristiana« del Cardenal Newman. Este libro demolió completamente el esquema de la historia de la Iglesia que yo había construido. Pensaba que los Cristianos primitivos eran protestantes y que el Catolicismo era una corrupción tardía (aunque yo colocaba el derrumbamiento en la tardía Edad Media en vez de en tiempos de Constantino en el siglo IV). Martín Lutero, pensaba, había descubierto en la Sola Scriptura los medios para limpiar los agregados católicos acumulados en la originalmente limpia e inmaculada nave cristiana.

La Tradición, para Newman, era como un timón y un volante, y era completamente necesaria para la guía y dirección. Como una carta de navegación. Newman demostró brillantemente las características del verdadero desarrollo, opuesto a la corrupción, dentro de la Iglesia Católica, visible e históricamente instituida por Cristo. Yo me encontré incapaz y sin voluntad de refutar su razonamiento, y un pedazo crucial del enigma se había establecido en mi mente: la Tradición era ahora creíble y evidente para mí. Así empezó lo que de alguna forma se llama un «cambio del paradigma«. Mientras leía el Ensayo experimenté un peculiar, intenso e inexpresable sentimiento místico de reverencia a la idea de una Iglesia «Una, Santa, Católica y Apostólica«. El Catolicismo era ahora pensable y caí de repente en una crisis intensa. Creía ahora en la Iglesia visible. Una vez que acepté la eclesiología católica, le siguió la teología y yo la acepté sin dificultad (incluso las doctrinas Marianas).

Mis amigos católicos habían estado cultivando las tierras rocosas de mi voluntad y mi mente tan tercas durante casi un año, mientras plantaban las Semillas Católicas, que ahora rápidamente tomaron raíz y crecieron, para su gran sorpresa. ¡Yo había luchado duro justamente antes de leer a Newman, en un esfuerzo desesperado por salvar mi protestantismo, tanto como un hombre ahogándose poco antes de que sucumba! Mi conversión al Catolicismo estaba acercándose sin darme cuenta.

Continué la lectura, mientras intentaba activamente asentarme totalmente en el Catolicismo, pasando por la autobiografía de Newman, el libro de Tom Howard «Ser Evangélico no es suficiente«, que me ayudó a apreciar al genio de la liturgia por vez primera, y dos libros de Chesterton acerca del Catolicismo.

6.- Conversé con un ex pastor y me quedé sorprendido. Más o menos en este tiempo tuve una conversación con un viejo amigo que también había sido mi pastor durante unos años y cuyas opiniones teológicas yo tenía en muy alta consideración. Admití ante él que estaba en problemas con ciertos elementos de protestantismo, y podría, quizás (pero era una noción improbable) estar pensando en volverme Católico. Para mi asombro, él me dijo que él también estaba yendo en la misma dirección, citando, en particular, el problema que la formulación y declaración del Canon de la Escritura tiene para los protestantes y su premisa de «Sólo Biblia«.

Este tipo de eventos raros de «confirmación« ayudaron a crear en mí un fuerte sentimiento de que algo extraño estaba ocurriendo en este período previo a mi total conversión. Él estaba en tal crisis teológica (como estaba yo), que renunció a su pastoral a los dos meses de nuestra conversación. También en este momento yo tuve el gran privilegio de encontrarme con el padre John Hardon, el eminente catequista jesuita, y empecé a asistir a sus clases informales sobre espiritualidad. Esto me dio la oportunidad de aprender personalmente de un sacerdote católico lleno de autoridad, que también es un hombre humilde.

Después de siete semanas de cuestionar mi salud y llegar a nuevas cúspides del inmenso descubrimiento, el último soplo de muerte vino justo en la forma que yo había estado sospechando. Supe que si debía rechazar el protestantismo, entonces tenía que examinar sus raíces históricas: la autodenominada Reforma Protestante. Yo había leído previamente algún material acerca de Martín Lutero, y lo consideré uno de mis héroes más grandes. Acepté el mito usual de Lutero como el intrépido, el rebelde virtuoso contra la oscuridad de la tiranía católica y la superstición añadida a la Cristiandad Primitiva.

Pero cuando estudié una gran porción del libro biográfico de seis volúmenes sobre Martín Lutero, «Luther» del jesuita alemán Hartmann Grisar mi opinión de Lutero fue puesta patas arriba. Grisar me convenció de que los principios fundamentales de la Revolución protestante eran en total débiles. Yo siempre había rechazado las nociones de Lutero sobre la predestinación absoluta y la depravación total de humanidad. Ahora comprendí que si el hombre tuviera libre albedrío, no tendría porque ser declarado virtuoso en un sentido meramente judicial, abstracto, pero podría participar activamente en su redención y realmente podría hacerse virtuoso por la Gracia de Dios. Éste, de alguna forma, es el debate clásico sobre la Justificación. Aprendí muchos hechos perturbadores acerca de Lutero; por ejemplo, su metodología existencial sumamente subjetiva, su desdén por la razón y el precedente histórico, y su intolerancia dictatorial hacia los puntos de vista contrarios, incluyendo aquellos provenientes de sus compañeros protestantes. Éstos y otros descubrimientos me estaban aturdiendo, y me convenció más allá de toda duda de que él realmente no era un «reformador» de la Iglesia «pura» y pre-Nicena, sino mejor un revolucionario que creó una nueva teología en muchos, aunque no todos, los aspectos. El mito fue aniquilado. Ahora yo estaba «escéptico» con el concepto protestante común de la iglesia invisible, «redescubierta« .

Al final, mi amor innato por la historia jugó una parte crucial en mi abandono del Protestantismo, que tiende a prestar muy poca atención a la historia (el no conocer la historia hace fácil estar contra del Catolicismo). Era cristiano, pero a estas alturas se volvió, en mi opinión, un deber moral e intelectual el abandonar el protestantismo en su forma evangélica. Aún no era fácil. Los viejos hábitos y percepciones mueren difícilmente, pero yo me negué a permitir que los sentimientos y prejuicios interfirieran con el proceso maravilloso de iluminación en el que predominó la gracia de Dios para ser más cristiano.

7.- Tuve que rendirme a la Verdad. Yo esperé expectante el último ímpetu para rendirme totalmente. El curso imprevisible de conversión llegó a su culminación el 6 de diciembre de 1990, mientras yo estaba leyendo la meditación del Cardenal Newman sobre “La Esperanza en Dios Creador» y en un momento comprendí de forma resuelta que ya no debía oponer resistencia alguna a la Iglesia Católica. Al final, como en la mayoría de las experiencias de los conversos, un miedo heladísimo toma su lugar, similar a los de los temblores de antes del matrimonio. En un momento, este último obstáculo desapareció, y una paz emocional y doctrinal prevaleció.

En los siguientes tres años desde mi conversión al Catolicismo, han ocurrido algunas cosas asombrosas en nuestro círculo de amigos (yo no reclamo mérito para mi en éstos casos, he sido tal vez una influencia pequeña, sino, la forma tan maravillosa en que Dios mueve los corazones de las gentes). Cuatro personas han regresado a la Iglesia de su niñez y tres, como yo, nos hemos convertido del protestantismo de toda la vida al auténtico cristianismo: el catolicismo. Éstos incluyen a mi anterior pastor, Al y su esposa, Sally, uno de mis más buenos amigos y compañero frecuente en la comunidad evangélica y su esposa Lori; el amigo de toda la vida de Dan, Joe Polgar, quien había estado virtualmente en el paganismo por unos años; otro amigo, Terri Navarra, y la hija de un amigo, Tom McGlynn, Jennifer.

Adicionalmente, otra pareja que nosotros conocemos y que se había convertido a la Ortodoxia Oriental regresó al catolicismo, una segunda está pensando en serio hacer lo mismo y una tercera pareja puede convertirse al Catolicismo. No es necesario decir, que muchos de nuestros amigos protestantes ven estos sucesos con trepidación enmudecida. ¡Uno de mis anteriores pastores, en el encuentro más acalorado que tuve desde que mi conversión, me llamó «blasfemo» porque yo había creído que había más en la Tradición Cristiana que simplemente en lo que contiene la Biblia! ¡Otro buen amigo que es ministro bautista dice que aunque haya cometido un error terrible, todavía estoy salvo debido a su creencia en la seguridad eterna! Después de todo, gracias a Dios, ha sido una experiencia bastante suave entre nuestros amigos protestantes evangélicos.

Muchos ignoran nuestro Catolicismo del todo. Yo creo que todos los Católicos pueden compartir estas experiencias que viví y que he estado describiendo en el sentido que cada nuevo descubrimiento de alguna verdad católica es igualmente estimulante. A medida en que todos nosotros crezcamos en nuestra fe, alegrémonos en los abundantes manantiales de deleite, así como en los tiempos de sufrimiento que Dios nos provee en su Cuerpo, totalmente manifestado en la Iglesia Católica. Yo me siento muy en casa, tanto como podría esperarse en este lado de cielo. AD MAIOREM GLORIAM DEI

Dios te siga bendiciendo.

AMAZING GRACE, Chris Tomlin

Es necesario que matemos a Adán y Eva

Contrariamente a lo que muchos insisten, el Magisterio de la Iglesia, en sí, no se opone a la evolución como teoría científica

Actualizado 29 marzo 2010

La noticia de la entrega del premio Templeton al científico español Francisco Ayala por su contribución al diálogo entre la ciencia y la religión me llenó de satisfacción por su oportunidad y trascendencia. El prestigio del galardón – el de más cuantía económica en el mundo científico – avala una necesidad imprescindible para el catolicismo del siglo XXI: el de presentar a la religión como una respuesta humana a las preguntas más íntimas del ser humano y no como un anatema contra la ciencia.

Como sucede en nuestra sociedad actual, generalmente las noticias verdaderamente importantes y trascendentes naufragan en mínimas menciones en los medios de comunicación, todo lo contrario que tantas y tantas banalidades con las que construimos nuestro mundo moderno. Sin embargo, el premio a este científico que fue sacerdote dominico en su juventud, apunta a la posibilidad de una creación en evolución y niega la aparente contradicción entre ciencia y fe que tantos se empecinan en construir.

La evangelización de nuestro mundo contemporáneo necesita de la razón. Mi experiencia como docente es que los jóvenes están muy necesitados de espiritualidad, pero también, sobre todas las cosas, de la necesidad de encontrar motivos razonables por los que creer. Y creo que esto es extensible para toda nuestra sociedad. Ya hemos superado aquellas generaciones que creían porque sí, aquellas confianzas inquebrantables, a veces cándidas con las que muchos han crecido. Emulando a Nietzsche, podríamos decir que es necesario que matemos a Adán y Eva – al menos como discurso histórico, no como catequético -, cosa que ya hacemos, como es normal; que salgamos a las ágoras públicas con nuestro estandarte que apunte a que el lenguaje científico y religioso son tan ciertos y tan antagónicos como un bello poema de León Felipe sintiendo la pasión de Cristo y el relato histórico de estos mismos hechos. Refiriéndose a lo mismo, cada lenguaje intentará explicarlo de una manera diferente.

Creo que el premio al científico Francisco Ayala debe servir para recordar la importancia del encuentro entre la ciencia y la fe. Para este científico, como para tantos filósofos y teólogos, la teoría de la evolución de las especies y la creación no son incompatibles. Quizás deberíamos hablar de una creación evolutiva, negando la aparición del ser humano y del mundo como fruto del caos, la casualidad y la necesidad. ¿Por qué no creer en un designio inteligente detrás de la creación? ¿Por qué no creer en una fuerza que se ha ido manifestando en la evolución?

Contrariamente a lo que muchos insisten, el Magisterio de la Iglesia, en sí, no se opone a la evolución como teoría científica, y pide a los científicos que hagan investigación en lo que constituye su ámbito específico. Pero, a la vez, ante las ideologías que están detrás de algunas versiones del evolucionismo, deja claros algunos puntos fundamentales que hay que respetar, entre ellos, que  no se puede excluir, «a priori», la causalidad divina. La ciencia no puede ni afirmarla, ni negarla.

Como citaba el cardenal Joseph Ratzinger en 1981, en unas homilías sobre el libro del Génesis: «La fórmula exacta es creación y evolución, porque las dos cosas responden a dos cuestiones diversas. El relato del polvo de la tierra y del aliento de Dios, no nos narra en efecto cómo se originó el hombre. Nos dice qué es el hombre. Nos habla de su origen más íntimo, ilustra el proyecto que está detrás de él. Viceversa, la teoría de la evolución trata de definir y describir procesos biológicos. No logra en cambio explicar el origen del proyecto hombre, explicar su proveniencia interior y su esencia. Nos encontramos por tanto ante dos cuestiones que se complementan, no se excluyen».

La ciencia actual proporciona una visión integradora y cósmica, como hasta ahora no habíamos obtenido: desde lo más pequeño a lo más grande, desde lo físico hasta lo biológico, desde el big-bang hasta la aparición del hombre. Todo en el universo ha permitido que exista el hombre. Entre todo esto, un universo abierto, lleno de propiedades emergentes como fruto de la auto-organización, donde el azar, entendido como un proceso no causal, lo imprevisible, ocupa un lugar central. Esta no deja de ser la visión del libro del Génesis: un universo preparado para finalmente crear al hombre, y un máximo hacedor que sería eso que interpretamos como azar.

Y es que la ciencia puede ser de mucha ayuda para saber qué ocurrió y cómo ocurrió, pero sólo por medio del razonamiento filosófico y teológico – tan denostado en nuestra cultura actual – se pueden encontrar respuestas a otras preguntas que nunca podrán responderse a través de la ciencia experimental. Me refiero a esas preguntas antropológicamente inevitables, esas preguntas que nos comenzamos a hacer desde que nuestra madurez se estrena: ¿a dónde vamos? ¿De dónde venimos? ¿Por qué estamos aquí?

El galardón a Francisco Ayala no dejará de interpelar a tantos neodarwinistas que existen hoy en día. Creo que les debería parecer más que sorprendente que algunos de los más destacados biólogos moleculares no tengan reparo en declararse entusiastas defensores del diálogo entre ciencia y religión, y reconozcan abiertamente que la evolución y la acción divina son compatibles.

Pero lo más sorprendente, es que les den un premio.