Un accidente de autobús en una excursión escolar puso a prueba la rapidez de reacción
Por Natalia Alonso;JESSICA PRESSLER
Eran las 6 de la mañana de un día de marzo en el que había una excursión escolar a un acuario, en otra ciudad. La profesora de quinto, Amy King, estaba guardando los almuerzos y preparando las etiquetas que llevarían los padres acompañantes. Mientras los niños subían a los tres autobuses contratados para ese día, King charló un poco con Gerald Bailey, el conductor de 75 años que encabezaría la caravana de escolares del colegio de Alabama, en Estados Unidos.
La compañera de King, Sherry Ledlow, puso un DVD para los niños y las dos se sentaron delante, preparadas para el viaje de tres horas. Alrededor de una hora después, las profesoras iban hablando en voz baja cuando sintieron que el autobús cruzaba la carretera de repente y golpeaba el quitamiedos. Los niños gritaron.
King pensó en ellos de inmedia-to: “Me volví hacia atrás y les dije: ‘Chicos, no pasa nada. Tranquilos’”.
Al otro lado del pasillo, Ledlow hizo lo mismo. “Les dijimos que no pasaba nada”, recuerda, “pero yo pensé: ‘Vaya, por poco’”. El autobús parecía haber retomado su curso, pero cuando las profesoras miraron al conductor, descubrieron que estaba desplomado en su asiento. “Lo sujetaba el cinturón de seguri-dad”, explica King, “pero la cabeza le colgaba hacia un lado, inerte”.
El autobús avanzaba por la autopista a más de 100 km/h. Tras mirarse durante un segundo, King y Ledlow se acercaron al conductor de un salto y trataron de despertarlo, pero entonces un inquietante zumbido las hizo mirar adelante. El vehículo había invadido el borde izquierdo de la carretera y estaba a sólo centímetros de la barrera. Estaban a punto de salirse del camino.
King miró por el parabrisas: a la iz-quierda, más allá de la barrera, había un empinado terraplén con altos árbo-les, y a la derecha, una cuneta baja y cubierta de hierba. Tomó una decisión en una fracción de segundo: se inclinó sobre el conductor y agarró el volante. “A pesar de la presión, pensé: ‘Con suavidad. Hazlo con suavidad’, y giré hacia la derecha”.
Pero el autobús no reaccionó con igual mesura; cruzó la carretera serpenteando y levantó en el aire hilos de polvo y alquitrán. Ledlow cayó al suelo. King mantuvo el equilibrio, pero el vehículo estaba fuera de control… y entonces se levantó sobre dos de sus ruedas. “Fue horrible”, recuerda Hunter Graves, de 11 años, que iba sentado al fondo y miraba por una ventana.
En medio del caos, algo le hizo a King agarrarse a lo primero que encontró con todas sus fuerzas, una de las barras del autobús.
Justo entonces el vehículo volcó sobre una franja de hierba, lanzando a los niños al pasillo y a King a través del parabrisas. En la parte trasera, Hunter Graves se dio un gran golpe con la puerta del baño. “Creo que me desmayé”, recuerda. El vehículo se deslizó varios metros boca abajo sobre la hierba antes de detenerse, y los asustados niños comenzaron a arrastrarse hacia las ventanas rotas.
Phillip Chumley, uno de los padres acompañantes que iba en su coche detrás del autobús, se detuvo y corrió hasta el vehículo volcado. Los niños corrían hacia él y los demás padres, llorando.
Ledlow, apretujada contra el parabrisas roto, logró salir al exterior, donde vio a King gravemente herida. Lo primero que ésta preguntó fue si sus alumnos estaban bien.
Milagrosamente no murió ninguno de los niños. King no sólo había dirigi-do el autobús a una zona más segura, sino que además su suave viraje redu-jo la velocidad, atenuando el impacto. “Hizo un excelente trabajo”, asegura el teniente Terry Windham, policía de tráfico, quien estuvo en el lugar del accidente.
King fue trasladada en helicóptero a un hospital. Tenía fracturas de cadera, costillas, vértebras, rótula, fémur y clavícula, además de un pulmón perforado. “Creo que voy a necesitar que me sustituyan durante un tiempo”, le dijo a su marido al salir de las intervenciones.
De los 44 niños que iban en el auto-bús 19 fueron hospitalizados. En gene-ral, sus heridas eran menores, como la fractura de clavícula de Hunter Graves, pero su compañera Brittany Purvis se fracturó la pelvis. Pudo entrar en secundaria este otoño, después de una operación.
“Me emocionó mucho verla caminar”, comenta King con la voz entrecortada. “Esos chicos siempre serán especiales para mí”.
Se desconoce el motivo del desmayo del conductor. Aunque nadie tiene el menor deseo de subirse a un autobús por ahora, el padre de Hunter, Steve Graves, dice que el accidente “les fortaleció a todos. Ahora nos cuidamos unos a otros”.
Amy King se reincorporó al colegio el pasado mes de agosto, en medio de muchos elogios y ovaciones, pero no se siente merecedora de toda esa atención. “No creo que haya sido heroica”, dice, y añade algo que muchos profesores les han dicho a menudo a sus alumnos: “Sólo intenté hacerlo lo mejor que pude”.