La vida y la fe en una familia numerosa

Nuestros ocho hijos únicos

Más allá del asombro y de la curiosidad que suelen provocar, las familias numerosas constituyen un ejemplo de vida para la sociedad. En el caso de la familia Orduña Méndez, este ejemplo está unido al deseo que tienen para sus hijos el día de mañana: Sobre todo, que sean buenos cristianos

En casa de Alfredo y María, la olla es grande como para hervir una ternera

La familia Orduña Méndez

entera, la lavadora tiene una puerta como para que entre un camión y se pasa el día dando vueltas. Todo para facilitar la vida en una casa en la que viven junto a sus ocho hijos, en el barrio de Cuatro Caminos, en Madrid. «Hay quien dice que estamos locos -comenta Alfredo-, y también hay quien se mete contigo». Sin embargo, afirman que, hoy en día, su ejemplo causa admiración, sobre todo porque, como explica María, «hoy no se lleva la fidelidad. Muchas veces nos han preguntado: ¿Pero todos son vuestros? ¿Pero todos, todos?» Y afirma con rotundidad que, «para tener una familia así, no hay que estar loco; simplemente hay que estar muy enamorada de tu marido y de Cristo. Y, como Cristo no falla, al final todo va llegando. Vivimos la multiplicación de los panes y los peces todos los días».


Esta admiración que causa su familia no se ve acompañada por ayudas concretas por parte de las intituciones. Lo explica Alfredo: «Una familia puede aportar uno o dos hijos a la sociedad. Nosotros, en cambio, vamos a aportar ocho. Resulta que nosotros, cuando nos jubilemos, no vamos a poder disfrutar, por ejemplo, de un plan de pensiones, porque no hemos podido hacerlo, como sí han podido hacerlo otras familias que han aportado menos». Y María apostilla: «Además -y ya no sólo hablamos de renuncias de ocio, como viajes y cosas así-, profesionalmente, nosotros no tenemos presupuesto para poder pagar, por ejemplo, un máster a nuestros hijos. Hay una serie de renuncias que hemos tenido que realizar sí o sí». Entre esas renuncias está la de haber vivido, hasta su quinto hijo, en una casa de 33 metros cuadrados. Pero Alfredo matiza que, «sin embargo, teníamos de todo y no echábamos en falta nada. Nos acostumbramos a vivir una serie de virtudes, como la fortaleza y el desprendimiento. En esos 33 metros cuadrados vivíamos muy felices, y ahora también, aunque tampoco es que vivamos actualmente en el palacio de Buckingham».

Estos sacrificios también atañen a la vida laboral. Cuenta María que ellos sopesaron que la calidad de vida de sus hijos era superior si ella no trabajaba, así que sólo se ha reincorporado al trabajo al cumplir 40 años, cuando los niños se han hecho más mayores. Pero reconoce: «Estoy feliz de que hayamos tomado esta decisión. ¡A mí, que me quiten lo bailao!» Y un detalle significativo sobre la educación que dan a sus hijos: en su casa apenas se ve la tele, sólo para ver alguna película concreta y, eso sí, «para seguir el tradicional sorteo de la lotería de Navidad». Y desmontan un mito que suele acompañar a las familias numerosas: «Nosotros tenemos tiempo para todos nuestros hijos. Cada uno de ellos es para nosotros como un hijo único».

Preparados para la vida

En ese espíritu han educado a sus hijos. María señala por propia experiencia -ella misma es la menor de siete hermanos- que, «en una familia numerosa, te preparas para la vida mucho mejor, porque aprendes a hacer renuncias. Te das cuenta a lo largo de la vida de que los mejores profesionales son personas que han estado curtidos en su familia, pero curtidos en el cariño: han tenido muchísimo cariño y, al mismo tiempo, han renunciado a muchas cosas». Y subraya algo fundamental: «Ahora que en estos últimos años la vida nos ha dado duro, me he dado cuenta y he dado gracias a Dios por tener tantos hermanos. Amigos para tomar una cerveza siempre hay; pero cuando vienen las dificultades, la familia siempre está ahí para salir a tu encuentro».

Y a la hora de sacar a la familia adelante tienen el apoyo fundamental de la fe. «Nos encanta ir a misa todos juntos -reconoce Alfredo-. Es la manifestación más importante de la fe. Desde pequeños hemos tratado de educarlos en la fe, en la libertad y en la responsabilidad». Algo que, según dice María, «no está de moda, pero mola mogollón. A nosotros, nuestros hijos nos ven rezando, nos ven dar gracias a Dios y contarle lo que nos preocupa. A mí, hay veces que la vida no me da y, mientras hago la comida, pido ayuda a mis hijos para que se turnen para rezar el Rosario conmigo en la cocina, y así van rezando un misterio cada uno». El próximo día 27, en la fiesta de la Sagrada familia, estarán en la Plaza de Lima, en Madrid, para seguir viviendo su fe. No en vano, lo primero que contestan cuando se les pregunta qué quieren que sean sus hijos el día de mañana es: «Sobre todo, buenos cristianos».

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

Autor: Moral y Luces

Moral y Luces

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