XI Congreso Católicos y vida pública: La política, al servicio del bien común
La batalla se libra en la vida pública, pero afecta a lo más íntimo de cada
persona. Hay en marcha todo un proceso que pretende crear un nuevo tipo de sociedad, fundada en una nueva moral. Los católicos no pueden resignarse a hacerse pasivamente a un lado: éste es el llamamiento del Congreso Católicos y vida pública

La mesa del Congreso, en el acto inaugural
El Parlamento quiere convertir el aborto en derecho; el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo falla que la presencia de un crucifijo en una escuela atenta contra la libertad religiosa; el Gobierno cambia la definición de matrimonio y se arroga el derecho a decidir la educación moral de los niños… «La apostasía ya no es silenciosa, sino pública. Se está imponiendo el relativismo» en Europa, pero de forma muy especial en España, dice el diputado don Jorge Fernández Díaz, del PP.
La tentación de la desesperanza es grande. «Si bien es verdad que estamos asistiendo a la emergencia de nuevas minorías ejemplares, también lo es que hay una mayoría de católicos que permanece a la espera, sin saber qué hacer, frente a lo que ven como una derrota casi permanente de sus convicciones», reconoció el ex ministro y antiguo Comisario europeo don Marcelino Oreja.
Laicismo con oscuras intenciones
En todos los ámbitos de la vida pública, pero también en la política, «resulta imperiosamente necesaria la presencia de los católicos», dice el Manifiesto final del Congreso, que se ha celebrado, del 20 al 22 de noviembre, en la Universidad CEU San Pablo, de Madrid. En la medida, cada uno, de sus posibilidades, debemos asumir «todos la grave responsabilidad que nos corresponde».
A veces, se pide un acto de heroicidad. Christian Vanneste, diputado francés, sufrió duros ataques personales y un largo proceso judicial, del que finalmente ha sido absuelto, por su rechazo a que se equipare heterosexualidad y homosexualidad. No hay rencor en sus palabras, pero sí una seria advertencia: «La libertad se entiende hoy sólo como libertad para la transgresión, para el error», mientras que «no hay libertad para los amigos de la libertad», quienes proclaman que ésta sólo perdura sobre unos fundamentos morales y antropológicos sólidos. Debilitar la fe y la tradición, en cambio, atomiza la sociedad, y «prepara el terreno al totalitarismo».
Cuanto más se implica uno en la vida pública, mayores son las presiones. «Se provoca en los creyentes miedo, para que acaben encerrándose, mientras la gran sociedad sigue su curso», explicó el catedrático de la Universidad Complutense don Rafael Navarro Valls. Pero, a veces, el gran problema está en casa… «Abundan las voluntades débiles, que no encuentran la energía necesaria para ponerse de parte de su conciencia».
Es más fácil fingir que la cosa no es para tanto. Que no hay un proceso de ingeniería social en marcha, sino cortinas de humo para tapar las carencias en la gestión de la economía. Pero eso es un error que acabarán pagando caro el católico y cualquier ciudadano o grupo que crea en la libertad. Así lo reconoció don Juan Antonio Gómez Trinidad, portavoz de Educación del Grupo Popular en el Congreso de los Diputados: «Me preocupa la aparente inconsciencia del Partido Popular, que dedica demasiado tiempo a los temas económicos», dijo. Y añadió con ironía: «A veces, da la impresión de que el auténtico marxismo está en el PP: la economía lo cambiará todo. Por el contrario, el Partido Socialista, después de la corrección que hicieron a Marx sus seguidores, se dio cuenta de que quien domina las mentes y los espíritus, domina la vida de las naciones».

¿
Cortinas de humo para tapar las carencias
en la gestión de la economía? ¡Grave error!
Se trata de un proceso de ingeniería social en marcha
Lo ve también claro su correligionario en el Congreso de los Diputados don Eugenio Nasarre, quien afirmó que el problema más grave hoy en España, en materia de derechos humanos, es «el cuestionamiento de la libertad religiosa», por un lado, mediante el «intento de expulsión del espacio público» de todo lo religioso, negando a las Iglesias «legitimidad para tener voz en el debate público, incluso en los temas éticos». Y, por otro, mediante «el desprestigio del hecho religioso mismo, desfigurando el rostro de la religión y sus mensajes».
A quienes puedan juzgar exageradas sus palabras, el señor Nasarre les invitó a considerar que el cristianismo es «el mejor baluarte de la libertad humana frente a los riesgos de un Estado totalitario», ya que «exige un Estado limitado, que renuncie a imponer cualquier tipo de ideología o creencia, y es por tanto incompatible con cualquier tentación del poder de inmiscuirse en el terreno de las convicciones personales». No erosiona el orden social, sino que lo fortalece, con «deberes muy por encima de los legales». Pero si se pretende modificar ese orden social, como ejemplifica el creciente número de casos en los que la ley entra en colisión con la conciencia, la fe necesariamente estorba. Ésta es la causa de la actual «beligerancia antirreligiosa» del Gobierno. El Estado se arroga la misión de configurar una moral nueva», y por ello «necesita enarbolar la bandera del laicismo».
Todos somos responsables
Morales, y por tanto «de naturaleza prepolítica», son «las cuestiones más preocupantes en el momento actual», dijo el cardenal Antonio María Rouco en la inauguración del Congreso. «La primera gran cuestión es la de los derechos fundamentales del ser humano», dijo. «Se ve este problema en toda su crudeza en la forma en que es tratado el derecho a la vida prácticamente por todas las legislaciones europeas», que lleva a preguntarse si el Estado «es dueño de los derechos fundamentales». Es un problema de «concepción de la soberanía». Si se entiende que la política está al servicio del bien común, «el Estado es consciente de sus límites y sabe que no puede invadirlo todo». De igual modo, no ejerce un poder arbitrario, sino que sustenta sus actuaciones en «los fundamentos y la verdad ética del hombre y de la sociedad».
La plasmación concreta de esta crisis moral fue expuesta, en toda su crudeza, por don Alfredo Dagnino, Presidente de la Asociación Católica de Propagandistas, en la clausura del Congreso, junto a su antecesor y hoy Presidente de la Cadena COPE, don Alfonso Coronel de Palma, y monseñor Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid y Secretario General de la Conferencia Episcopal Española. La crisis es sólo una, pero los síntomas se manifiestan en diversas áreas, desde la falta de respeto al derecho a la vida que introduce la legalización del aborto, al terrorismo, los intentos de disolución de la familia, la disgregación de la nación… Se ponen en cuestión «los fundamentos de la convivencia», a medida en que los intereses particulares suplantan al bien común. Pero hay solución, aunque ésta «sólo puede partir de la sociedad civil». Se necesita, en primer lugar, «hablar claramente a la ciudadanía, aunque sea políticamente incorrecto… Sin caer en el catastrofismo ni en el pesimismo, pero sin permitir que nadie se llame a engaño». Todos tenemos una parte de responsabilidad, entre otras cosas, porque, «si ha sido posible llegar a la situación actual, ha sido por el silencio culpable de una sociedad que parece en ocasiones anestesiada por una degradación moral», que sacrifica su libertad por «una seguridad ficticia», y acepta todo tipo de «claudicaciones».
«No es exagerado decir que vivimos una auténtica revolución cultural», añadió. Es preciso analizarlo, porque aún «no se ha hecho un suficiente ejercicio de discernimiento. El contenido de esta revolución cultural se encubre bajo la forma de un pensamiento débil, y eso suscita confusión». Pero estamos ante «todo un programa de acción, profundamente anticristiano, que cae como lluvia fina en una sociedad caracterizada por la increencia, cuando no por la apostasía»; un programa «impulsado por minorías poderosas», presentes en los cuadros de mando de las principales organizaciones internacionales, con la ONU a la cabeza, advirtió. Su meta es «la hegemonía cultural, que es la auténtica palanca de la transformación de la sociedad. Ya no se toman violentamente los palacios de invierno, sino que se persigue la hegemonía sobre la conciencia de la persona».
Los pasos son lentos, graduales… «Primero, a través del lenguaje, utilizando eufemismos tales como interrupción voluntaria del embarazo, o ampliación de derechos, para evitar expresiones directas». Y así, «poco a poco, se nos va introduciendo en un mundo nuevo».
Ése es el campo de batalla. Y ése es el «reto histórico» de este tiempo, especialmente para los católicos, que deben ser «minorías creativas», porque ellos sí saben que pueden mirar al futuro «con confianza y sin miedo».
Ricardo Benjumea

Debe estar conectado para enviar un comentario.