Manuel Cruz, analista político – 19/10/2009
¿Afectará la marea humana del 17-O, a favor de la vida, al comportamiento de los políticos en nuestro país? Lo que se vio y vivió el sábado en el centro de Madrid fue algo más que un grito por el derecho a nacer y una repulsa por el perverso proyecto de ley del Gobierno que trata de convertir un delito en una licencia para matar al no nacido. Fue un grito por la libertad de conciencia, un clamor por la recuperación del sentido de la vida y, sobre todo, una llamada a los partidos políticos a la sensatez, a la convivencia, a la paz social, al progreso humano.

Ya sabemos que el PSOE y el Gobierno no quieren oír a quien le grita que se ha equivocado de camino, ni ver más allá de sus anteojeras ideológicas. Pero dentro del PSOE hay también personas que piensan y, sobre todo, tiene votantes, muchos de ellos, acaso lo mayoría, cristianos que han elegido el socialismo para manifestar su rechazo a ciertas maneras de gobernar exhibidas por la derecha sin pudor durante la legislatura de José María Aznar. En el año 2004 la guerra de Iraq, la “boda”, las botas encima de la mesa del rancho de Bush, la foto de las Azores fueron un revulsivo para quienes le dieron poco antes la mayoría absoluta al PP, pero hoy podría ser el confuso “caso Gurtel” y la aparente parsimonia con que Mariano Rajoy lo está observando.
Ahora bien, estos “pecados” políticos, en parte purgados ya con la desaparición de la escena política activa de Aznar y con el recuerdo de su brillante gestión económica de la mano de Rodrigo Rato, son o pueden ser una simple anécdota al lado del proyecto ideológico de un Zapatero empecinado en cambiar la mentalidad de los españoles para que renuncien a sus raíces morales.
Cierto que la fe religiosa y los actos públicos de fe, salvo en circunstancias muy especiales como una visita del Papa, parece diluirse cada día más en el magma cenagoso del relativismo. Y cierto también que los escasos medios de comunicación que se adhieren al humanismo cristiano apenas pueden con la maza de los grupos mediáticos controlados por los empresarios favorecidos por el Gobierno. Sin embargo, la manifestación del sábado sacó de su silencio a esa mayoría resignada que, por primera vez, fue movilizada no por un partido político, ni por la Iglesia, siempre en vanguardia de la defensa de los derechos humanos, sino por unas decenas de entidades cívicas de reciente aparición, respaldadas por cerca de cuatrocientas sociedades de profesionales de la más diversas índole.
Si hubo un millón o dos millones de personas en las calles de Madrid el sábado, hay que contar muchas más que no pudieron asistir pero que estaban plenamente de acuerdo en la defensa de la vida del no nacido. Y no puede decirse que todos ellos sean católicos que sigan consignas eclesiales. No: la repulsa al aborto no es cosa de religión sino de sentido común, de humanidad. Algunas de las jóvenes entrevistadas a lo largo de la manifestación, declararon con toda la frescura de su corazón sano, que ellas defendían “los valores de toda la vida”, los de sus padres y abuelos, los que han forjado la civilización occidental de la que Zapatero parece abominar. Y todos ellos son votantes.
La pregunta que algunos nos planteábamos en medio del clamor popular era hasta qué punto el PSOE puede considerar cautivos los votos de los cristianos que hasta ahora los ha apoyado y, también, hasta donde el Partido Popular, hoy vapuleado por los escándalos más o menos ciertos y manipulados desde el Gobierno, puede considerar suyos esos votos que le fueron esquivos en las dos últimas elecciones. La respuesta estará en las urnas dentro de tres años y, muy probablemente, no será la posible recuperación económica, que Zapatero sueña para el año 2012, la que determine el signo del futuro Gobierno. Será la actitud de los políticos ante los problemas que de verdad importan a la inmensa mayoría. Y ahí entra de lleno la crisis de valores que Zapatero se ha complacido en alimentar.
¿Se dará cuenta de ello el PSOE? Es muy dudoso, a juzgar por las reacciones de algunos ministros después del 17-O. Decía la insensata Bibiana Aído que ya estaba cansada de oír las mismas reclamaciones desde que se aprobó la actual ley del aborto de 1985, dando a entender que quienes defendían la vida del no nacido vivían en el pasado y repetían los mismos gritos de entonces. Para esta señora indocumentada, el feto humano no es un ser humano y a ese clavo ardiendo, colocado por el grupo de “expertos” por ella seleccionados entre los más acérrimos defensores de la cultura de la muerte, se aferra su partido para justificar su proyecto de ley. Por su parte, el presidente del Congreso, José Bono, que no deja de reiterar su fe cristiana, ciertamente heterodoxa, hablaba ayer de la necesidad de alcanzar “el máximo consenso” para aprobar la ley, a sabiendas de que ese “máximo” se reduce a la complicidad de la izquierda radical y del nacionalismo que tiende la mano, con el PSOE.
Eso es hipocresía, desde luego. Pero interesa mucho más conocer la postura electoral del Partido Popular. Su presidente afirmó ayer en la provincia de Cádiz, que pedirá la retirada del proyecto de ley cuando se debata en el pleno del Congreso. Pero también dijo algo más: que quiere dejar la ley actual porque obtuvo en su día un consenso amplio. Ya sabemos, sin embargo, que esa ley se había convertido en un coladero de tal envergadura que España fue considerada en los últimos años un “paraíso” del aborto. Esto significa que, en todo caso, habrá que reformarla aunque solo sea para exigir su estricto cumplimiento en función de lo dispuesto por el Tribunal Constitucional.
Habrá que esperar, por tanto, a una mayor aclaración de las intenciones del PP. Y de ahí la pregunta inicial de estas reflexiones: ¿afectará la movilización del 17-O al comportamiento de los partidos políticos? ¿Qué tipo de sociedad quiere el PP como alternativa al laicismo beligerante del PSOE? Lejos de cualquier consideración que el Partido Popular se convierta en una correa de transmisión de la Iglesia, porque eso sería un gravísimo error que ya evitó nuestro episcopado desde el primer momento de la transición al oponerse a la fundación de un partido confesional. Pero eso es una cosa y otra, muy distinta, que el PP haga valer su identidad con el humanismo cristiano que, a veces, parece asumir y otras olvidar. La conclusión es simple: se ha acabado la era de la ambigüedad. Ser o no ser, esa es la eterna cuestión, desde mucho antes de Hamlet. Y la respuesta la demanda ya la sociedad civil despertada y movilizada el 17-O y que ya no bajará la guardia en el futuro.
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