Actualizado 26 septiembre 2009
De la película «Camino» ya nadie se acuerda, de Alexia se acuerdan muchísimos
Será para bien o para mal, pero un hecho constatado es que el cine español, en general, atrae a muy poco público. Digo «para mal» porque a veces se hacen películas de gran calidad que aún así por desgracia tienen poco público; y digo «para bien» porque con bastante frecuencia se hacen películas horrendas, de una ramplonería escandalosa, que a veces se gastan un dineral en publicidad para atraer a espectadores cándidos, pero que normalmente ni a esos consiguen atraer. En el caso de la película «Camino», de director y actores dignísimos, aclamada por la crítica española, el tema era talmente anticlerical y tergiversador de la inocente figura de una muchacha santa y de su familia, que considero que ha sido para bien la escasa taquilla que tuvo.
Eso sí, le dieron varios «Goya» con grandísimo aplauso de los asistentes, quizás también para compensar a los que habían hecho la película por lo mucho que se habían gastado en publicidad y el poco éxito que habían obtenido. Pero conociendo dichos premios, no sería de extrañar que en dicha lluvia de estatuillas hubiese también un cierto ingrediente anticlerical, por otra parte ya patente en otras ediciones del festival.
Pues bien, como suele pasar con este tipo de películas, a distancia de algo más de un año ya nadie se acuerda de ella y, de rebote, la figura que trataba de modo tan poco delicado, por no decir injusto o algo peor, cada vez es más recordada por la gente. Hace pocos días pude visitar una vez más la tumba de Alexia en la madrileña iglesia de San Martín y comprobé que la gente se para y le reza, y se llevan sus estampas o folletos. Dicen los que frecuentan dicha iglesia que el número de personas que acudena su tumba ha aumentado en el último años, con lo que quizás de rebote la película de marras ha hecho una buena acción. Por otro lado es lógico que, al oir hablar de esta encantadora figua, la gente quiera saber más sobre ella, porque la santidad atrae también desde el punto meramente humano, mientras que lo irrespetuoso e irreverente puede tener un cierto morbo, pero no deja ninguna huella en el corazón humano. Hoy la quiero recordar desde este blog, a la vez que me encomiendo a ella.
Alexia González Barros nace en Madrid, en una familia cristiana, el 7 de marzo de 1971. Era la menor de siete hermanos, dos de los cuales habían fallecido antes de que ella naciera. Sus padres, Francisco y Moncha la educaron desde pequeña en un clima de libertad, cariño y alegría. Fue una chiquilla normal, vivaracha y divertida, a la que cuidaban con todo cariño sus cuatro hermanos mayores: tres chicos y una chica, María José, con la que estaba particularmente unida
Desde los cuatro hasta los trece años, cuando se declara su enfermedad, estudia en el Colegio “Jesús Maestro” de Madrid, de la Compañía de Santa Teresa de Jesús. Hasta entonces, su vida es como la de cualquier otra chica de su edad: el colegio, sus amigas, sus aficiones (cine, deporte, lectura, música), su vida familiar.
Quienes la conocieron ponen de relieve su buen carácter, su alegría, la importancia que daba a la amistad y su profunda fe. También hablan del cariño que sentía por sus padres y hermanos y de cuánto agradecía la formación que había recibido de ellos.
Destaca en Alexia la devoción a su ángel de la guarda, al que trató siempre con una gran confianza, hasta el punto de ponerle nombre, porque no quería «llamarle Custodio como todo el mundo». Decide llamarle Hugo, porque, según afirmaba, «es un nombre perfecto para un custodio». A partir de entonces, se sabe que lo invoca con frecuencia, y durante su enfermedad comenta a los que la rodean lo mucho que Hugo la acompaña y ayuda.
El 8 de mayo de 1979, coincidiendo con las Bodas de Plata de sus padres, hace la Primera Comunión en Roma, en la cripta de la Iglesia de Santa María de la Paz. Al día siguiente, en la Plaza de San Pedro, al terminar la audiencia, Alexia se acerca a Juan Pablo II para entregarle una carta que le había escrito, y recibe del Santo Padre la señal de la cruz y un beso en la frente. Le quería mucho y rezaba frecuentemente por él.
En uno de esos viajes familiares, peregrinó con sus padres y sus hermanos a Tierra Santa. Estuvo en Belén, donde se cumplió una de sus grandes ilusiones ilusiones: besar el lugar donde nació Jesús. Desde muy pequeña -y por propia iniciativa- cada vez que hacía una genuflexión ante el sagrario, decía: «Jesús, que yo haga siempre lo que Tú quieras«.
Este deseo sincero le permite afrontar con espíritu cristiano la dura enfermedad que irrumpe en su vida, de modo brusco e inesperado, en febrero de 1985, poco antes de cumplir 14 años: un tumor canceroso en las cervicales la deja en poco tiempo completamente paralítica. Sus padres la llevaron a diversos especialistas, los diagnósticos eran diversos. Sufrió cuatro largas operaciones y una ininterrumpida cadena de dolorosos tratamientos, que conviertieron los diez meses de su enfermedad, antes de su muerte, en un durísimo calvario, que supo afrontar con paz y alegría.
Durante diez meses, sufre cuatro operaciones, una de ellas de diecisiete horas, soporta molestos aparatos ortopédicos, agotadoras sesiones de rehabilitación, tratamientos de radioterapia y quimioterapia, un importante dolor físico y la permanente inmovilidad.
A pesar de todo esto, Alexia no pierde la paz y la alegría.Desde el primer momento aceptó plenamente su enfermedad ofreciendo su sufrimiento, sus limitaciones físicas, por la Iglesia, por el Papa y por los demás, consciente de tener entre sus manos un tesoro que administró con total generosidad hasta la propia renuncia : Jesús, yo quiero ponerme buena, quiero curarme, pero si Tú no quieres, yo quiero lo que Tú quieras. Su fortaleza, paz y alegría fueron constantes a lo largo de su enfermedad, como compendio de su fe, esperanza y amor, virtudes vividas ejemplarmente hasta el final de su vida, que entregó al Señor muy feliz, de verdad de verdad, muy feliz, en Pamplona, el 5 de diciembre de 1985 con dos últimas palabras dichas una y otra vez : más y sí. Más, para que le siguieran ablando de Dios y Sí, para asentir a lo que había sido su frase repetida constantemente desde muy niña : “Jesús, que yo haga siempre lo que Tú quieras”.
La Causa de su Canonización fue clausurada solemnemente en Madrid el 1 de junio de 1994, y abierto en Roma el 30 de junio del mismo año. El Decreto de validez fue otorgado por la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos el 11 de noviembre de 1994. Será la Iglesia la que tendrá que decir si Alexia fue verdaderamente una santa, pero mientras tanto, bueno es que por lo menos se respete su memoria y aceptemos la fama de santidad que tiene entre mucha gente de buena voluntad.
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