Un “sí” para toda la vida

sábado, 12 de septiembre de 2009
Almudí / ZENIT


El sacerdote, escritor y periodista Jesús Urtega Lloidi, fundador y director de la revista Mundo Cristiano falleció el pasado 31 de Agosto, a la edad de 87 años.

Sacerdote de la Prelatura del Opus Dei, desarrolló su trabajo en cuatro campos: labor pastoral, prensa, televisión y como escritor de libros espirituales como “El valor divino de lo humano”, “Dios y los hijos”, “Siempre alegres para hacer felices a los demás”, “Cartas a los hombres”, “Los defectos de los santos”, “iAhora comienzo!”, “Dios y la familia” y “Sí”.

Este vasco podría decir que sus libros superaban el millón de ejemplares vendidos.

Es uno de los dos últimos jóvenes a quienes san Josemaría Escrivá de Balaguer habló directamente para que se entregaran a Dios en el Opus Dei.

En esta entrevista, concedida a Zenit en 2003, relata cómo surgió su “sí” para toda la vida.

* * *

¿Estamos en una época en la que cuesta decir “sí”?

Ciertamente. Estimo que se da mucha flojera en la gente. ¿Qué en algunas circunstancias —no sé si muchas— se viven cosas positivas? Por supuesto. El “sí” del que hablamos está hecho de sacrificio diario, de entrega. En ocasiones implica mucha generosidad. Pero vale la pena. Al llegar la noche es grande la satisfacción al examinar lo realizado ese día. Los síes cuentan mucho.

Somos cristianos y comprobamos cómo, en primer lugar Cristo, y después los suyos, los apóstoles, tuvieron que marchar contra corriente. El sacrificio está presente en todas las páginas del Evangelio. Si suprimiéramos la cruz nos quedaríamos con las tapas del libro.

No podemos adaptar la doctrina a los tiempos. Son éstos los que hemos de procurar que se abran a la luz que se desprende de nuestro Cristo. Se deforma la doctrina cristiana; tratan de acomodarla a la mentalidad en boga…, y esto nos pierde.

Pese a que nos cueste, continuaremos, como cristianos, respondiendo «sí» a lo que nos resulte dificultoso en cada jornada.

¿En qué momento pronunció un “sí” para toda la vida?

Con motivo del entonces “Examen de Estado” con el que se terminaba el bachillerato en mi país. Tuve que ir a examinarme de San Sebastián a Valladolid. Lo que llamamos casualidad es providencia. Lo digo porque a alguien se le ocurrió preguntarnos a Ignacio Echeverría —ahora sacerdote en Argentina— y a mí, si queríamos conocer al autor de “Camino” que se encontraba dando un retiro para universitarios en el Colegio donde nos alojábamos. La respuesta fue un “sí” de órdago a lo grande.

Su libro lo habíamos leído y releído. “Camino” sí que está lleno de síes generosos, eficaces, apostólicos; mucho amor a Dios y mucho servicio a quienes nos rodean.

Acudimos a saludar al que hoy es Santo, proclamado así por el Papa Juan Pablo II para la Iglesia universal: San Josemaría Escrivá.

Recuerdo que apenas abrimos la boca; todo lo decía él. Nos habló de santidad en el estudio, de apostolado con los amigos, de servicio generoso al Señor en las circunstancias corrientes de cada día.

Posteriormente, en algunas ocasiones, el Fundador del Opus Dei dijo que “el tal Ignacio Echeverría” y yo, fuimos los dos últimos jóvenes a quienes habló directamente para que nos entregáramos a Dios en el Opus Dei.

Al terminar el Examen de Estado, regresamos a San Sebastián muy contentos, también por haber finalizado con muy buenas calificaciones. Alegría que se extendió a todos los componentes del curso.

Poco después, un amigo donostiarra, que era del Opus Dei, conociendo lo que había dicho san Josemaría de nuestro encuentro en la ciudad vallisoletana, nos volvió a hablar —primero a Ignacio y después a mí— más detalladamente sobre el Opus Dei, al tiempo que nos estimulaba a que nos entregáramos del todo al Señor en la Obra.

Y dije «sí» para toda la vida. A mí me habló en concreto de entrega completa.

Me acuerdo perfectamente el recorrido que hicimos: lo que siempre en San Sebastián llamamos la «vuelta a los puentes»: el de la Estación del Norte y el de Hierro. Y yo, que nunca me había planteado el vivir entregado del todo al Señor, ya que por entonces eran las niñas las que ocupaban con preferencia mi fantasía, me encontré en la tesitura de tener que elegir una nueva vida —dentro del trabajo ordinario—, pero vida de entrega a Dios y a las almas.

¿El «sí» de María le ha ayudado en su vida personal?

Aquella tarde, con el problemón encima, me fui al Monte Ulía para —con la potente ayuda de Santa María— decir un «sí» definitivo a la propuesta que se me hacía. No era una mala fecha: martes, 13 de agosto de 1940. Son 63 años de vida entregada a Dios de los 81 que tengo. Pide a Santa María por mí para que sea generoso, muy generoso; y me entregue a las almas, que es lo propio de un sacerdote.

¿A quién le puedo achacar sino el que, desde muy pequeño, me haya fijado, al tratar con mujeres, exclusivamente en sus ojos? No tengo que esforzarme para mortificarme: se lo debo a santa María. Ella me lo ha concedido gratis, y le doy un millón de gracias.

¿Qué es para usted ser mujer u hombre de criterio?

Una persona de principios. Aquellos que tienen unas ideas, unas normas que rigen no sólo el pensamiento sino toda la conducta diaria. Llevado al extremo, esa persona vivirá de forma —y así completo con la última pregunta que me hace: ¿Qué camino lleva a la santidad?— que lleve a cabo un cometido en su vida que termina en santidad.

Hay que reconocer que si la vida de un cristiano no termina en santidad es que ha fracasado. No ha contado con Dios para todo. No ha hablado de Dios a quienes le rodean. No ha puesto el corazón en el Señor, que sí lo pone en nosotros.

¿Cuál es ese camino que lleva y termina en santidad?

Para mí ese camino es el Opus Dei. Puede ser el camino de muchos; la mayoría dentro del matrimonio. Me encantaría que lo conocieras. Nos apoyamos en un plan de vida, en el que Jesús lleva la mayor parte. Hay Eucaristía, amor a la Virgen, cariño a la gente, entrega generosa al prójimo, mucho trabajo —tratamos de santificarnos en el trabajo diario—, mucho apostolado. Muchos «síes» al cabo del día.

La XX Jornada Mariana de la Familia

Reúne a 15.000 personas en el santuario de Torreciudad


La XX Jornada Mariana de la Familia celebrada este sábado en el santuario

En el acto también han participado varias personas de Francia, Polonia e Italia
En el acto también han participado varias personas de Francia, Polonia e Italia

de Torreciudad, situado en la provincia de Huesca, ha reunido en torno a 15.000 personas procedentes de distintos puntos de España. El arzobispo de Burgos, Francisco Gil Hellín ha destacado durante su homilía que “la familia es el mayor tesoro de la humanidad”.

En el acto también han participado varias personas de Francia, Polonia e Italia

Zaragoza.- El arzobispo de Burgos, Francisco Gil Hellín, ha presidido la XX Jornada Mariana de la Familia en el santuario oscense de Torreciudad, un evento que ha congregado este sábado en torno a 15.000 personas procedentes de toda España.

A las 12.00 horas ha tenido lugar la oración de las familias a la Virgen que es el motivo central de las jornadas. Posteriormente ha habido una ofrenda en la que las familias han ofrecido a la Virgen flores, frutos, cerámicas, fotografías, vino, productos del mar, camisetas y placas. Posteriormente el arzobispo de Burgos ha ofrecido su homilía.

Francisco Gil Hellín ha destacado que “la propia familia se manifiesta y se expresa en su misma vida, porque Dios la hizo una institución natural, y no son los gobiernos ni los parlamentos los que tienen que decir qué es la familia. La familia es un gran tesoro, el mayor tesoro de la humanidad”.

El arzobispo también ha pedido a los asistentes que redescubran cada día “ese tesoro del cual eres depositario. Dios te ha bendecido con esos amores: con tu mujer, con tu marido, con tus hijos. Así, la familia será verdaderamente el santuario de la vida, será la garantía de que toda criatura que procede de esa entrega en fidelidad matrimonial, estará resguardada por la cuna más fuerte, que es el amor conyugal y familiar”.

Tras las palabras del arzobispo de Burgos ha habido varias actuaciones musicales en la explanada, entre las que destacan una tamborrada de los Bombollers de Cervera (Lleida), danzas típicas nicaragüenses, baile de sevillanas, una interpretación de jóvenes barbastrenses con flautas y violines, números de ilusionismo de un mago zaragozano y varias canciones irlandesas.

La jornada ha concluido con el rezo del Rosario en la explanada, acompañando a la imagen peregrina de la Virgen de Torreciudad, y la Bendición con el Santísimo.

Las familias que han participado en esta jornada han llegado principalmente de Madrid, Cataluña, Comunidad Valencia y, por supuesto, Aragón. En menor número también desde País Vasco, Andalucía y Galicia. También se ha unido a los actos un grupo de Burgos que ha acompañado a Francisco Gil Hellín. Asimismo, también han participado varias personas de Francia, Polonia e Italia.

Una vida dignísima

lunes, 14 de septiembre de 2009
Juan Bosco Martín Algarra


Gaceta de los Negocios

Les cuento algo que merece la pena conocer. Sinceramente, y me van a disculpar la presunción, no creo que existan muchas cosas realmente más importantes de la que voy a Almudi.org - Una vida dignísimatratar a continuación. Va de la vida y la muerte, eso que entiendo a todos nos preocupa un poco.

Les cuento la historia de una niña llamada María. Nació hace tres meses. Sus padres desconocían hasta ese momento que tenía —no lo padecía, simplemente lo tenía— síndrome de Down. De haberlo sabido antes, en cualquier caso, la noticia no hubiera alterado ningún plan, porque los padres de María no valoran el derecho a vivir de las personas, y menos de sus hijos o hijas, en función de las condiciones físicas o mentales. María hubiera nacido muy querida en cualquier caso, como de hecho ocurrió.

Los médicos que la trataron, además del pesar que sintieron por no haber podido detectar a tiempo la condición especial de la pequeña, comprobaron que sufría —eso sí— unas malformaciones en el corazón que la obligarían a pasar por el quirófano en cuanto ganara un poco más de peso.

Transcurrieron las semanas y María engordó entre los cuidados de sus padres y los cariños de sus cuatro hermanos mayores. Llegó el momento de la operación, la cual no revestía, en principio, mayor dificultad de la que parece obvia en estos casos.

María quedó en manos de otros médicos que se dedicaron en cuerpo y alma durante once horas a reparar las averías congénitas de su minúsculo corazón. Mientras tanto, sus padres y familiares rezaron y pidieron rezar a todos los amigos (por eso conozco yo esta historia), que a su vez hicimos lo propio con nuestros amigos y familiares. Calculo que cientos de personas debíamos de estar unidas, muchos sin conocernos entre nosotros, en este gran empeño.

Pese a todo, la operación se complicó. El postoperatorio no dio los frutos esperados y María falleció el pasado miércoles al mediodía. El mensaje informativo que envió su padre y que todos leímos con un nudo en la garganta describió perfectamente la situación: “Ahora ya tenemos una poderosa intercesora en el Cielo”.

La esperanza, sin embargo, no borra la pena. Todos queríamos que la pequeña viviera, y no fue así. Pero la historia de María, en su inocente brevedad, imparte una lección con un contenido existencial profundo, además de periodístico. Pienso en el debate, tan actual en España, sobre qué es una vida digna.

Me parece que este concepto reviste demasiada importancia como para solventarlo con una mayoría parlamentaria. Casos como el de María aportan una luz más clarificadora para conocer la Verdad sobre la cuestión que otros argumentos intelectualmente más sofisticados. Está claro que la vida de esta niña, al igual que la de muchas otras personas que cada día mueren en circunstancias parecidas, ha sido enormemente digna.

Corta, pero dignísima. ¿Qué demonio nos lleva a dudar de la importancia de una persona por el mero hecho de que sus cualidades físicas le permitan vivir tan sólo diez meses, tres semanas o dos horas… o incluso cuando ni siquiera puede llegar a nacer? Pensar en María, en lo mucho que la he querido en la distancia aun sin haberla podido ver en este mundo, me convence todavía más de que no existen las vidas indignas, sino poco amadas, respetadas o valoradas.

Por supuesto, los gobiernos no deben ordenar la conciencia de las personas, y menos sus sentimientos, pero sí tienen la obligación de crear leyes que ayuden a valorar el bien más preciado que poseen los ciudadanos: la existencia.

Un teléfono contra el racismo o contra la violencia doméstica, o un dispensario para inmigrantes, revelan una sensibilidad pública, lo cual está muy bien. Pero es precisamente eso, sensibilidad pública, comenzando por la gubernamental, lo que necesitan tantos bebés, nacidos o no, enfermos o no, deseados o no, que no tienen la suerte de caer en un entorno como el que pudo percibir, durante tres hermosos y dignísimos meses, nuestra querida María.

Médicos dejan morir a bebé prematuro

Médicos dejan morir a bebé prematuro que nació dos días antes de «merecer» asistencia

LONDRES, 14 Sep. 09 / 02:38 am (ACI)

Una madre inglesa vio a su hijo prematuro extremo morir en sus brazos sin

Sara Capewell y su hijo
Sara Capewell y su hijo

asistencia médica alguna debido a que nació con 21 semanas y 5 días de gestación, dos días menos que el mínimo contemplado en los lineamientos sanitarios de Inglaterra.

Los médicos del James Paget Hospital de Norfolk ignoraron las súplicas de Sarah Capewell, quien en octubre del año pasado dio a luz a su hijo Jayden con unos cinco meses de gestación. Los médicos se negaron a asistir al bebé porque le faltaban dos días para cumplir con el requisito establecido en los lineamientos nacionales de la Asociación Británica de Medicina Perinatal, según los cuales debe ofrecerse asistencia solo a los niños que nazcan después de las 22 semanas de gestación.

Capewell declaró al Daily Mail que los médicos que la atendieron en el parto se negaron incluso a mirar al niño, que vivió por casi dos horas sin asistencia médica. El bebé respiraba sin ayuda, tenía fuertes latidos, movía brazos y piernas. Sin embargo, se negaron a trasladarlo a una unidad de cuidados especiales y le dijeron que habrían tratado de salvarlo si nacía dos días después.

«Cuando nació, sacó sus brazos y se impulsó con sus piernas», recordó Capewell y narró que una obstetriz lo describió como un «pequeño luchador».

«Yo llamaba a los doctores pero la obstetriz me dijo que no vendrían a ayudarme y tratara de disfrutar del tiempo con mi hijo», agregó.

Ella arropó a su bebé y le tomó fotos. El niño murió en sus brazos menos de dos horas después de nacer.

Durante el trabajo de parto no le suministraron inyecciones para contener el nacimiento o reforzar los pulmones del bebé, siempre por la misma razón: no tenía 22 semanas de gestación.

Los médicos le pidieron a Capewell, que ya había tenido cinco abortos espontáneos, que tratara este parto como una pérdida y no como un nacimiento. Tras la muerte de su hijo, Capewell sostuvo una fuerte discusión con el hospital por su derecho de recibir certificados de nacimiento y defunción de su hijo, para poder celebrar su funeral.

Dos años antes del nacimiento de Jayden, Amillia Taylor nació en Florida con 21 semanas y seis días de gestación. La niña recibió asistencia médica porque los doctores pensaron que tenía una semana más de edad. La pequeña está por cumplir tres años y se convirtió en la bebé más prematura en sobrevivir.