Homosexualidad y adolescencia

Pedro Beteta / Doctor en Bioquímica y en Teología.

Se habla tanto y tan desenfocadamente de la homosexualidad, que comienza 200812292homosexual_dentroa ser un tema de seria preocupación en muchos adolescentes, que empiezan sin motivo a creer que tienen tendencias homosexuales. Con el problema añadido de que pocos se atreven a hablarlo a tiempo con la persona adecuada. En el libro “¿Es razonable ser creyente?” Aguiló (1) ilustra espléndidamente esta cuestión, por lo que extraeremos algunas de ideas que puedan servir de ayuda a los padres que tienen o temen poder tener hijos en esas dolorosas circunstancias.

El público más frágil es el adolescente puesto que al adolecer de la madurez que da el sacrificio, la virtud, el esfuerzo, etc., a la vez que se despiertan en su fisiología experiencias ignotas se debaten en una angustia en la que los padres tienen que estar atentos. Los niños deben estar mucho con sus padres y estos jugar con ellos para ayudarles.

No es extraño que un adolescente sienta en algún momento unas leves tendencias homosexuales debidas a algún pequeño problema del desarrollo, habitualmente pasajero y que pronto queda en nada. Muchas veces lo que atrae de un compañero es el aire femenino que puede tener un amigo que está por consolidar su personalidad sexual. Pero si a esa chica o ese chico se le ha hecho creer que la homosexualidad es de origen genético, y que es algo permanente, y que es incurable, esa idea puede provocar que ese adolescente convierta un sencillo y circunstancial problema en una profunda crisis de identidad sexual, y acabe por orientar su vida en una dirección equivocada.

Esas crisis de confusión sobre la identidad sexual en la adolescencia no son difíciles de superar, con o sin ayuda médica, según la gravedad del caso. Lo que sería un gran error es aconsejarles que asuman la condición de homosexual como algo normal y definitivo, y animarles a que desarrollen su sexualidad en ese sentido.

La correcta comprensión de este problema no es una cuestión de teorías o de simples precisiones académicas o terminológicas. Acertar en este punto representa dar o no esperanza a muchas personas que viven prisioneras del viejo dogma de que la homosexualidad es algo innato, inmutable y extendidísimo. Un error que produce daños irreparables a mucha gente.

Cuando se afirma que las personas con inclinaciones homosexuales no pueden sino actuar según esas inclinaciones, en el fondo se está negando a esas personas lo más específicamente humano, que es la libertad personal. Quizá no son responsables de sentir esas inclinaciones, pero sí serían responsables de practicarlas y contribuir así a reforzar su tendencia, con lo que se hacen un daño grande a sí mismos. Siempre hay que procurar ser comprensivo con quien no logra remontar una dificultad, de cualquier tipo que sea, pero negar por principio que pueda hacerlo demuestra considerar en muy poco al hombre. Sería una actitud pesimista y triste, y además muy poco tolerante.

Es una realidad contrastada que la satisfacción estable y la felicidad no llegan a través de las relaciones homosexuales. Pero cuando quien lo dice es el protagonista el argumento tiene especial fuerza. Transcribo uno, entre muchos, de los testimonios que aportan personas que han superado esa situación. Decía el autor: “Si ese chico es feliz viviendo su homosexualidad, pues me alegro. No quiero ahora valorar la homosexualidad ni a quienes la practican. Tan solo quiero dar mi testimonio por si a alguien le sirve. He vivido mi homosexualidad durante unos diez años. He sufrido constantes angustias, infidelidades, traiciones y celos. Desde hace un año he cortado con esas relaciones y procuro salir con chicas y cambiar de ambiente. Cada vez me encuentro más feliz y no quiero caer en los errores pasados. Creo considerarme un ex gay. Aviso a navegantes: ¡ser gay no es tan rosa como lo pintan!”.

Todos tenemos derecho a sostener lo que nos parezca verdadero u oportuno. Si quieren rebatir afirmaciones científicas han de hacerlo con otras de la misma naturaleza. Si se trata de opiniones o juicios de valor, tendrán que oponer otros. Pero no la intolerante exigencia del silencio o de la rectificación forzosa. Porque hay mucho progresista cazador de brujas que quisiera quemar en una pira pública todo lo que no coincida exactamente con sus dogmas sobre el tema, pero la libre investigación científica y la libertad para expresar valoraciones y opiniones no pueden quedar limitadas por los prejuicios ideológicos, por más que estos se enmascaren con el ropaje de la dignidad ofendida.

Me llama la atención que quienes defienden, por ejemplo, la castidad o la fidelidad conyugal tengan que padecer, en nombre de la tolerancia, todo tipo de ataques o de burlas, y sin embargo no se pueda opinar sobre cómo debe abordarse el tema de la homosexualidad. Parece que no puede hablarse sobre aquellos a quienes el “progresismo oficial” otorga la condición de agraviados. Es una curiosa “tolerancia unidireccional”, por la que unos pueden atacar pero nunca ser atacados. Al final es un simple un problema de libertad de expresión, pues dictaminar qué se puede o no defender públicamente es siempre un atentado contra la libertad de expresión, y la reducción del adversario al silencio es siempre síntoma de debilidad intelectual.

¿Es la Iglesia católica dura y poco comprensiva con los homosexuales? No ciertamente. Es la misma sociedad la que, en muchas épocas y ambientes, ha sido dura y poco comprensiva con el homosexual. A veces los católicos se han contagiado de esa mentalidad, pero la Iglesia católica sabe bien que las tendencias homosexuales constituyen para algunas personas una dura prueba, e insiste en que deben ser acogidas con respeto, compasión y delicadeza, y que ha de evitarse respecto a ellas todo signo de discriminación injusta.

Las inclinaciones homosexuales son objetivamente desordenadas, y por tanto es inmoral realizarlas, pero el homosexual como persona merece todo respeto. Esas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición. Deben pedir ayuda a Dios, aceptar el sacrificio que comporta su situación, y luchar con paciencia y perseverancia por salir de ella.

Una persona homosexual es portadora de una cruz singular. No es fácil dar al asunto mejor explicación que al hecho de que tantas personas sufran enfermedades o limitaciones físicas o psíquicas de cualquier índole, y que a veces tanto cuesta entender y aceptar. También hay gente que, por ambiente o por educación, o por otras razones, han caído en el alcoholismo, o en la droga, a veces sin demasiada culpa por su parte. Y todos ellos deben soportar esa cruz, y procurar salir de esa situación, sin tomarla como justificación para llevar un estilo de vida abandonado al error.

Esas personas han de ser ayudadas para que puedan ser plenamente felices. Y su necesidad principal no es el placer sexual, sino la alegre y necesaria certeza de sentirse queridas, comprendidas y aceptadas personalmente. Pero la solución no son las relaciones homosexuales. Lo único que se alcanza con ellas es entrar en un círculo vicioso, pues la necesidad, no solo sexual sino afectiva, no queda satisfecha.

Nota al pie:

1. Cfr. A. AGUILÓ, ¿Es razonable ser creyente?

Mártires en el siglo XXI

Andrea Riccardi / Traducción: María Pazos Carretero / Alfa y Omega.

Durante los 20 siglos de historia de la Iglesia, se calcula que, 06_f1aproximadamente, 43 millones de cristianos han sufrido el martirio. Todavía hoy, la Iglesia católica sigue padeciendo los efectos de la persecución religiosa. En este artículo de Avvenire, Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio y autor del libro Los mártires del siglo XX, denuncia el acoso a los seguidores de Cristo desde el comienzo del nuevo milenio

El siglo XX, construido por regímenes totalitarios en Europa y en otros lugares, ha sido el principal lugar de deshumanización y persecución. En el siglo XXI, la violencia ataca, persigue y elimina al cristiano. Los perseguidores comprenden que la presencia y la vida de los cristianos representan una resistencia profunda al dominio de los pocos sobre la vida de muchos, y al embrutecimiento de la convivencia. Su vida y su presencia suscitan un odio que termina por armar las manos asesinas.

África: testigos incómodos

¿Qué le ha llevado a un joven somalí a asesinar a Annalena Tonelli, médico en Somalia? Curaba a los enfermos, se ocupaba de las mujeres, promovía una escuela para niños. Decía en 2003: «Oh, el perdón, qué difícil es el perdón. Cómo les cuesta a mis musulmanes apreciarlo…» Algunos imanes fundamentalistas predicaban contra ella: «Annalena es el irreductible e incómodo testimonio de la fuerza del Evangelio en tierra islámica». En 2006, tres años después de Annalena, fue asesinada sor Leonella Sgorbati, que junto con tres Hermanas de la Consolación había abierto, en un barrio conflictivo de Mogadiscio, SOS Children, una aldea de niños. Los asesinos eran jóvenes probablemente vinculados a Al-Qaeda.

En 2002, el Domingo de Ramos, en Goma (República del Congo), dos artefactos fueron lanzados contra los fieles que participaban en la procesión con los ramos pascuales. Un joven monaguillo de ocho años y un sacerdote, el padre Boniface, fueron asesinados. En Goma fue también asesinado, en 2007, Floribert Bwana Chui, miembro de la Comunidad de San Egidio, director del puesto de la aduana, por no haber aceptado que pasara una partida de alimentos estropeados para ser introducidos en el mercado. En la periferia de Kinshasa fue asesinado el padre René De Haes, estudioso del fenómeno de las sectas.

En Uganda, entre 2000 y 2001, un sacerdote italiano, Raféale Di Bari, comboniano, y un sacerdote ugandés, Peter Obote, fueron asesinados. En los años sucesivos, los católicos fueron golpeados en diversas ocasiones, mientras que eran asesinados misioneros como el comboniano padre Mario Mantovani y varios sacerdotes locales. En 2003, los rebeldes asaltaron el Seminario de Gulu, raptando a 41 jóvenes, y la misión católica de Pajule, muriendo cuatro niños.

Para los misioneros, desde hace años, no es seguro vivir en África: sus casas están expuestas frecuentemente a robos y asaltos. En Sudáfrica, varios religiosos fueron asesinados entre los años 2001 y 2007. Delincuentes y secuestradores también golpearon a varios religiosos en Kenia: fue asesinado el padre blanco Martín Addai, y encontró la muerte el obispo monseñor Luigi Locati, comprometido en la lucha contra el odio étnico; y un diplomático vaticano, el nuncio en Burundi, monseñor Michael Courtney, asesinado en una emboscada.

Iberoamérica: comprometidos en la paz

La situación de Colombia es fruto de un conflicto que procede de los años sesenta. Monseñor Isaías Duarte Cancino, arzobispo de Cali, fue asesinado por dos asesinos a cara descubierta. El obispo había alzado la voz contra las fuerzas paramilitares. Entre los años 2001 y 2007, se produjeron una treintena de asesinatos de mujeres y hombres de la Iglesia, golpeados por comprometerse en las negociaciones para el rescate de los secuestrados, asesinados para obstaculizar su compromiso de educación y pacificación.

La violencia se extendió también a El Salvador, donde la guerra civil finalizó hace quince años pero la sociedad todavía está inmersa en la violencia: de 2001 a 2007, las maras asesinaron a dos sacerdotes y a un laico. En México, han sido asesinados siete sacerdotes. Uno de ellos, el padre Ricardo Junious, trataba de impedir el tráfico de droga y la venta de alcohol a menores. En este mismo período, en Brasil, se producen los asesinatos de ocho sacerdotes brasileños y misioneros, además de un laico uruguayo, perteneciente al Movimiento de los Focolares, Alberto Neri Fernández, y un sacerdote italiano, Bruno Baldacci, que llevaba cuarenta y dos años en el país y trabajaba por sacar a los jóvenes de la drogodependencia. Un fuerte impacto supuso el asesinato de la religiosa estadounidense Dorothy Stang, en 2005.

Asia: ferocidad inhumana

En junio de 2000, pocos días después de la celebración de los nuevos mártires en el Coliseo, partió desde Roma Andrea Santoro, un párroco romano que había obtenido, después de mucha insistencia, el permiso de sus superiores para trasladarse a Turquía. Santoro fue asesinado el 5 de febrero de 2005 por un joven musulmán. Su figura, en cierto modo, vincula el testimonio de los cristianos del siglo XX a los nuevos mártires del siglo XXI. Los cristianos son un blanco de violencia de tantas sociedades contemporáneas: asesinarlos es noticia en los medios occidentales, mientras se ataca a hombres y mujeres que, por sus acciones y sus palabras, representan una alternativa viva a lo que Santoro llamaba ferocidad inhumana.

Los cristianos sufren también en los países en los que se encuentran en minoría. En Pakistán, durante la incursión en una iglesia, perdieron la vida tres laicos y un sacerdote. En 2002, una iglesia protestante de Islamabad fue objeto de un atentado en el que murieron cinco personas; otras seis fueron asesinadas durante un ataque a Paz y Justicia, una organización financiada por católicos y protestantes. En la cercana e inmensa India, se han advertido también muchos casos de violencia contra los cristianos, religiosos y laicos. En particular, en el transcurso del año 2008, se ha producido un rápido crecimiento de la agresividad contra los cristianos de Orissa, con asesinatos, incendios de iglesias, casas, centros sociales de la Iglesia, agresiones a poblados enteros, tanto que se ha llevado a cabo el éxodo de los cristianos, refugiados en campos provisionales.

Los cristianos han sido atacados en varias partes de la India, desde hace tiempo. Es el caso del laico católico Jacob Fernández, asesinado en 2006 a golpes con un machete, en un lugar significativo para el cristianismo en India: el santuario del monte de Santo Tomás en Chennai, donde se conserva la memoria del martirio del Apóstol y se percibe el cristianismo como una religión de gran tradición en la India, con una historia que viene de antiguo.

Una alternativa distinta

La realidad del martirio en el siglo XXI es la de unos cristianos que no son agredidos por la máquina de los regímenes totalitarios, sino por la violencia de sus conciudadanos. Muchos religiosos y religiosas no se han querido proteger, sino que han continuado viviendo entre la gente indefensa, trabajando en la tierra donde azota la barbarie. La violencia ciega que se abate en aquellas regiones no ha sido motivo suficiente para que se retirasen. Los actos dirigidos contra los cristianos suceden porque ellos representan una presencia distinta respecto a la lógica del terror. Su alteridad suena casi como una protesta humilde y silenciosa y como una alternativa auténtica. Su fe es algo distinto en medio del clima intoxicado en el que viven. Por esto, en un marco donde la violencia se convierte en casi una regla de vida, los cristianos son asesinados.

Los últimos mártires

Uno de los últimos mártires de la Iglesia católica es el padre James Mukalel, sacerdote de 39 años, encontrado muerto en los alrededores de Mangalore, en el Estado de Karnataka (India). El 29 de julio, según relata la agencia Fides, el padre Mukalel había estado visitando algunas familias, había almorzado en un convento y había presidido un funeral. Pocas horas después, fue encontrado muerto por algunos fieles en la parroquia donde desarrollaba su labor, y se piensa que su asesinato pudo ser obra de integristas, dado que el año pasado, en el área, se verificaron algunos casos de ataques fundamentalistas, al mismo tiempo que sucedieron los ataques a los cristianos en el Estado de Orissa.

También en Pakistán se están produciendo ataques contra los cristianos. Durante el mes de agosto, 11 cristianos han perdido la vida, en un país que lleva años siendo uno de los lugares de mayor inseguridad, tierra de grandes conflictos, políticamente frágil por las divisiones étnicas, políticas, intraislámicas, y también por la presión fundamentalista.

Paz en medio del terror

La situación más trágica para los cristianos hoy es quizá la de Iraq, donde vivía una comunidad de cerca de 700.000 fieles, reducida hoy, con la guerra y el permanente conflicto civil, a no más de 400.000 personas. Los cristianos iraquíes, en los últimos años, han sufrido una verdadera persecución por parte de los fundamentalistas, de las bandas armadas, de los extorsionadores. Secuestros, extorsiones en los negocios y sobre los bienes de los cristianos, violencia y amenazas han crecido en un panorama de inseguridad que afecta a todos los iraquíes. ¿Por qué son los cristianos un objetivo concreto? ¿Cuál es el motivo de este odio?

Los cristianos, en particular, participan menos que los demás, en las alianzas históricas de las tribus, reciben menos protección, son objeto del odio fundamentalista musulmán. Son, sobre todo, una realidad humana que rechaza entrar en la espiral de la violencia. Cabe preguntarse por qué la atormentada y pacífica presencia cristiana en considerada una realidad contra la que lanzarse de un modo tenaz. Las motivaciones las encontramos en la mentalidad endurecida del fanatismo fundamentalista y en la lucha de todos contra todos.

Las humildes comunidades cristianas, antiguas por su historia, que viven una dimensión humana y religiosa diferente, constituyen un otro al que suprimir. Esta supresión representa un pasaje necesario en la lógica ideológica de la construcción de una sociedad islámica. La alteridad cristiana en Iraq y en parte del mundo musulmán, como en otras situaciones de violencia y de tensión, es aquella de unas comunidades pacíficas, que no combaten, que no tienen culto por la violencia y el enemigo. Esta situación en la vida cotidiana, en un marco de grandes tensiones, adquiere un significado emblemático, una provocación a quien busca el desencuentro y a quien vive aterrorizando a la población. En el fondo, los cristianos, no teniendo una fuerza militar y ni asumiendo una actitud de lucha, evitan la lógica belicosa y de terror que las bandas terroristas quieren establecer.