Chris Gardner cumplía el requisito: «se le daban bien las personas»
De la más abyecta pobreza a director de una multimillonaria empresa financiera
A diferencia de las películas, en la vida real no llega este glorioso cuerpo en el momento más difícil para salvar a los buenos, comprendió muy pronto Gardner, y cada uno debe ser su propio Séptimo de Caballería. Con 55 años, Gardner es el verdadero Gran Héroe Americano. Su historia se lee como un cuento de Navidad de esos que entusiasman a los estadounidenses, con moraleja y tan americana como un doble Whopper con queso y Coca-cola grande, un cuento de rags-to-riches, como lo llaman, de la más abyecta pobreza a dirigir una multimillionaria empresa financiera.
Pero es también un modelo para su raza, de cuyos males típicos ha participado hasta las heces. A diferencia del ‘negro’ presidente Obama y su privilegiada vida, a Gardner le cayó el lote completo: se crió sin su padre biológico, Thomas Turner -como el ochenta por ciento de los negros norteamericanos que nacen hoy-, tuvo un padrastro violento -Freddie Triplett- que golpeaba constantemente a su madre hasta el K.O., y tampoco les ahorraba golpes al propio Chris y a sus hermanastras, Sharon y Kim; el abuso, el alcoholismo, y el analfabetismo fueron su pan de cada día. Más: su madre intentó matar a su padrastro quemando la casa y acabó -por segunda vez- en la cárcel -otra experiencia común de los negros de Estados Unidos, que constituyen casi la mitad de la población reclusa pese a ser solo un 12 por ciento de la población-, con lo que Chris pasó largos periodos en centros de menores.
Si, con ese historial infantil, Gardner hubiera acabado en la cárcel, el trapicheo de droga o el rap contestatario, nuestra fatalista cultura, que sólo fía de la ingeniería social, hubiera concluido que no podía ser de otra manera. Pero Gardner, extraordinariamente orgulloso de su raza, sabía que no iba a llegar la Caballería, ni siquiera en forma del maná estatal, de cuotas, subvenciones y preferencias oficiales.
De pensión en pensión
Pasando de la casa materna al centro de menores y vuelta, con periodos en casa de su tío Henry -que murió ahogado en el Mississippi, para que no se le ahorrara nada al niño Gardner-, logró terminar el instituto y se alistó en el cuerpo médico de la Marina de Estados Unidos, donde conoció a uno de sus mentores, el doctor Robert Ellis. Ellis le ofreció trabajo como asistente en el Centro Médico de la Universidad de California y el Hospital de Veteranos en San Francisco. Gardner se fue a vivir a San Francisco en 1974, donde permaneció dos años junto a Ellis y llegó a colaborar en artículos científicos firmados por el médico.
La odisea de Gardner podría haber acabado aquí, y ya tendría mucho de meritorio por los retos superados, pero sería exagerado calificarla de extraordinaria. El 18 de junio de 1977 se casa con Sherry Dyson, profesora de Matemáticas, quien le animó a cursar Medicina para aprovechar sus diez años de experiencia sanitaria. Pero ya con 26 años, la perspectiva de iniciar una carrera tan larga y exigente que no le dejaría tiempo para ganar dinero no acababa de convencerle. Esta negativa agrió el matrimonio, abriendo una brecha que ya no se cerraría.
Gardner busca consuelo en una estudiante de Odontología, Jackie Medina, a la que deja embarazada. Decide entonces dejar a Sherry para cuidar de Jackie y de su hijo, Christopher Jarrett Medina Gardner, que nació el 28 de enero de 1981. Empezaba otra época de pesadilla, pero en absoluto extraordinaria: abandono de Jackie, que le deja solo con un niño pequeño, trabajos esporádicos que apenas les dan para vivir, mudanzas de pensión en pensión, pasar noches en albergues de caridad, en estaciones de metro, donde pudieran. Solo, con un hijo pequeño a cuestas, sin un mísero diploma, sin dinero, sin casa… Y sin que llegara la Caballería.
La ausencia del padre es una de las grandes plagas de la América negra, con desastrosos resultados: el 63% de los suicidios, el 90% de los niños sin hogar o escapados de casa, el 71% de quienes dejan el instituto antes de graduarse y el 85% de los jóvenes presidiarios proceden de hogares sin padre. Gardner vivió este drama, y desde mucho antes de casarse se hizo el juramento de que, si alguna vez tenía hijos, no los abandonaría pasara lo que pasara.
Empleado modelo
La vida de Gardner cambió ante la visión de un flamante Ferrari rojo del que descendía un hombre impecablemente vestido. Gardner, que malvivía entonces como agente de ventas de CMS por un sueldo inferior a 30.000 dólares al año, preguntó al hombre del deportivo rojo cómo se ganaba la vida. Éste -Bob Bridges-, corredor de bolsa, se hizo pronto amigo de Gardner y le enseñó los rudimentos del oficio. Más: le presentó al director de su empresa para que Chris solicitara su inclusión en un programa de formación. Gardner ya sabía lo que quería hacer en la vida. El qué lo tenía claro; ahora faltaba el cómo.
Fue cualquier cosa menos fácil. Entró en el programa de E. F. Hutton para formarse como corredor de bolsa y el primer día que se presenta en la oficina resulta que han despedido al director que le contrató. Vuelta a la casilla de salida. Sin títulos, contactos o experiencia, consigue una entrevista en la firma de valores Dean Witter Reynolds, con tan mala suerte que una semana antes le detienen por acumulación de multas impagadas -1.200 dólares- y pasa diez días en la cárcel. Tiene que presentarse en una de las firmas de valores más prestigiosas del mundo con la misma ropa con que entró en la cárcel diez días atrás. Pero triunfa y logra entrar de becario en la empresa con un sueldo de mil dólares.
Todo este dinero se va en pañales, guardería y comida. Fue un año de locos, sin casa, con dos trajes -uno gris y otro azul- que alterna y lleva siempre consigo en una bolsa. Moteles baratos, cuando queda algo de dinero; albergues, parques, urinarios públicos o su propia oficina, cuando no. En la oficina es el empleado modelo, el primero que llega y el último que se va. Fuera, ha tocado fondo. Le llega ayuda de donde menos la espera. Las putas de la calle le ven empujando el cochecito del niño, se conmueven, le dan ‘al niño’ billetes de cinco dólares. El reverendo metodista Cecil Williams hace la vista gorda y deja que pase algunas noches en un refugio para mujeres indigentes.
Por fin, en 1982, acaba el periodo de formación, obtiene la licencia y el ansiado empleo en Dean Witter. Tiene tal ojo para el negocio que, cinco años más tarde, abandona su empleo para formar su propia firma de valores, Gardner Rich & Co. en Chicago, especializada en renta fija. A pesar de su flamante nombre -‘inspirado’ en el multimillonario Marc Rich-, no es más que un ‘chiringuito’ con un capital de diez mil dólares, un pisito -el suyo- y una mesa de juntas en la que Chris padre y Chris hijo desayunan y cenan. Pero ya está lanzado. Vende Gardner Rich en 2006 en una operación multimillonaria y funda Christopher Gardner International Holdings, con oficinas en Nueva York, Chicago, y San Francisco.
Un Ferrari rojo
En 2003 le animaron a que escribiese su historia -y, sobre todo, la filosofía que explica su trayectoria- y así lo hizo, con tal éxito que ha sido llevada a las pantallas con el título español de En Busca de la felicidad, protagonizada por Will Smith, candidato al Oscar por su interpretación.
Gardner se ha quitado alguna que otra espinita al convertirse en multimillonario. Ya no tiene, por ejemplo, dos trajes sino doscientos, y el Ferrari rojo que inspiró en parte su éxito tiene su compañero en el garaje de Gardner, un Ferrari personalizado que perteneció a Michael Jordan. Pero Gardner no ha olvidado de dónde viene ni es ingrato. Coopera con la Iglesia Metodista y varias organizaciones filantrópicas, como Cara International.
Retirado de sus negocios, Gardner ha vuelto a escribir un libro ‘inspiracional’, tan del gusto americano, y a dar charlas que de un modo u otro, con ejemplos, historias, argumentos más o menos desarrollados, vienen a decir lo mismo que le decía su madre: el Séptimo de Caballería no va a llegar a rescatarte.
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