Tribunas |
Domingo, 05 de Julio de 2009 23:41 |
Unamuno dijo que el progreso consiste en renovarse. Y muchos siglos antes escribió Agustín de Hipona: “Si dijeras: ¡basta!, estás perdido… Camina siempre, progresa siempre”. Y si el progreso pide renovarse, cuando cesa la renovación comienza la decadencia. Esto sucede tanto en el terreno físico, biológico o espiritual. Vale especialmente para las personas y también para el mundo en su conjunto. Sin renovarse es imposible madurar, dar fruto. En las personas requiere interioridad y horizonte. Como los barcos, necesitamos un proyecto de viaje y un rumbo. Por eso es preocupante lo que Josep Mirò i Ardévol subrayaba en Forum Libertas (26-VI-09), como dato de la última encuesta de Metroscopia (grupo PRISA): el 54% de los españoles situados entre los 18 y 34 años afirma no tener ¡ningún proyecto que le interese! La clausura del Año Paulino nos ha dejado una triple reflexión de Benedicto XVI sobre las necesidades del hombre contemporáneo, aunque quizá muchos no las perciban (y por eso son aún más necesarias): renovación, madurez, interioridad. San Pablo las presenta como consecuencias existenciales de la fe cristiana. Primero, la renovación. En su carta a los romanos, Pablo les habla de que con Cristo ha comenzado una nueva forma de vivir, que consiste en que “nuestra propia existencia puede convertirse en alabanza de Dios”. ¿Cómo puede ser esto?, se pregunta el Papa. A condición de una transformación que depende a su vez de una renovación. Pero sólo hay un mundo nuevo cuando hay un hombre nuevo. Esto significa que no basta adaptarse a la situación actual, conformarse con lo que hay. Ahora bien, en la perspectiva cristiana lo que hace que todo sea constantemente nuevo es Cristo. “En Él la nueva existencia humana se convierte en realidad, y nosotros podemos verdaderamente convertirnos en nuevos si nos ponemos en sus manos y nos dejamos plasmar por Él”. Es decir: hace falta un proceso de “refundición”, de transformación efectivamente a base de una renovación, ante todo del pensamiento, del modo de comprender la realidad. Siguiendo con la terminología de San Pablo, el “hombre nuevo” que surge del encuentro con Cristo, ha de abandonar al “hombre viejo”. Y el Papa lo traduce para nuestro tiempo: “El pensamiento del hombre viejo, el modo de pensar común está dirigido en general hacia la posesión, el bienestar, la influencia, el éxito, y la fama… En último análisis, queda el propio ‘yo’ en el centro del mundo”. Es necesario, que –como un barco en alta mar cuyo capitán se ha percatado de un serio error en su orientación–, demos un golpe de timón, un “viraje a fondo”, para dirigir nuestro pensamiento hacia el horizonte de Dios. “Dios debe entrar en el horizonte de nuestro pensamiento: aquello que Dios quiere y el modo según el cual Él ha ideado al mundo y me ha ideado. Debemos aprender a participar en la manera de pensar y querer de Jesucristo. Entonces seremos hombres nuevos en los que emerge un mundo nuevo”. Quien no se renueva no madura. Por eso, la psicología espiritual del hombre nuevo la expresa también San Pablo de otra manera, en su carta a los efesios, contraponiendo la conducta de los niños a lo que llama la “fe adulta”. Esta expresión –nota el Papa– en los últimos tiempos se ha transformado en un eslogan engañoso, pues refleja la actitud de quien se sitúa contra el Magisterio de la Iglesia enarbolando su propia “fe”, con lo que se une al conformismo de muchos. En cambio, para San Pablo seguir la corriente de la moda es propio de la psicología infantil. Sirve aquí de nuevo la analogía marina: los niños van “llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina». En cambio ir contracorriente –por ejemplo, defender la inviolabilidad de la vida humana o el matrimonio en sentido propio como la entrega entre un hombre y una mujer– es propio de personas adultas, que saben apreciar la verdad y el amor, pues, para Pablo, la fe lleva a “actuar según la verdad en la caridad”. ¿Cómo sabemos esto? Porque en Cristo se manifiesta que “la caridad es la prueba de la verdad”, lo que es también condición para el verdadero progreso del mundo. Claro que para renovarse y madurar hace falta cabeza y corazón. Si un barco vacío vaga por el mar, es que una catástrofe o un saqueo le han dejado sin proyecto ni rumbo alguno. Para Benedicto XVI, uno de los grandes problemas de nuestro tiempo es que muchos están interiormente vacíos “y por lo tanto tienen que aferrarse a promesas y narcóticos, que después tienen como consecuencia un ulterior crecimiento del sentido de vacío en su interior “. Esto quiere decir, añade, que el amor ve más que la sola razón, sobre todo cuando se está en comunión con Cristo, que es la misma unidad entre la verdad y la caridad. Las condiciones para lograr la renovación, la madurez, y la interioridad son la escucha de la Palabra de Dios, la oración y los sacramentos. De esta manera podremos comprender, según Pablo, “la anchura y la longitud, la altura y la profundidad” del misterio de Cristo, de su proyecto, de la fascinación –no engañosa sino real– que entraña la singladura del ser cristiano Cuando los Padres de la Iglesia comparaban a Cristo con Ulises –el héroe de la mitología griega que venció los cantos de las sirenas, atado voluntariamente al mástil de su barco, salvando también así a sus marineros– no hacían otra cosa que inculturar, para las gentes de su tiempo, esta profunda psicología de San Pablo. |
Día: 2 de agosto de 2009
Vivir el amor de verdad
Tribunas |
Martes, 14 de Julio de 2009 18:15 |
Cuando una persona le dice a otra: te amo de verdad, quiere decir con un amor auténtico, con todas las consecuencias, hasta el final. Y si es un cristiano coherente, esto significa: te amo con aquella fuerza que me da no sólo mi pobre naturaleza sino la obra entera de Cristo, a quien estoy unido con toda la familia de Dios. Y así los cristianos –es el trasfondo de la tercera encíclica de Benedicto XVI– contribuimos al desarrollo de las personas y de los pueblos. Como señalaba Edith Stein y lo certificó con la entrega de su vida, en el cristianismo la verdad y caridad son inseparables y se exigen mutuamente. La encíclica Caritas in veritate –“sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad”– se sitúa en continuidad con las dos anteriores. Si la primera encíclica planteaba “vivir el amor” como fruto de la fe cristiana, y la segunda “aprender de nuevo la esperanza” para cada uno y los demás, ésta contempla un aspecto central del amor: su relación con la verdad. “Vivir la caridad en la verdad” (n. 4). La verdad de la caridad es su origen –de Dios Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo–, su carácter creador y redentor, y su capacidad de hacer a los cristianos sujetos que la viven extendiendo por el mundo su fuerza liberadora, como núcleo de la transformación y el desarrollo de las personas y de las culturas. Que el amor cristiano (la caridad) es fuerza principal del desarrollo, lo corrobora el hecho de que es un fruto de la esperanza, que lleva a trabajar en este mundo por la justicia y la paz; pues la esperanza cristiana, como afirmaba la segunda encíclica, no es –nunca debe ser– individualista. La caritas in veritate muestra bien que quien no se compromete en la justicia y la paz no ama bien, no ama suficientemente, “no ama de verdad”. La presente encíclica se sitúa en inmediata referencia a la Populorum progressio (1967), conocida por su propuesta sobre “el desarrollo humano integral”. Es decir, el desarrollo de la persona entendida en su cuerpo y en su espíritu, y en relación con Dios y los demás. Todo ello como una “vocación” del hombre y de la sociedad. Ahora se nos invita a aprovechar las actuales circunstancias de globalización, y también de crisis, para replantear la necesidad de una ética del desarrollo. La economía no puede regirse únicamente por la ley del beneficio y del lucro. Debe superar las perspectivas individualistas y utilitaristas, incluir no sólo la perspectiva ética sino también la teológica, para poder orientarla en términos de “relacionalidad, comunión y participación” (n. 41). De lo contrario se cae en tremendas paradojas como las que hoy contemplamos: la reclamación de “derechos” sin la conciencia de muchos deberes (tanto en el ámbito de la naturaleza, la familia, la bioética, las comunicaciones sociales, etc.). Y es que cuando se niega a Dios con un voluntarismo irracional, es fácil que ese voluntarismo se prolongue en la negación de todo derecho a los demás, y por tanto en el totalitarismo. El siglo pasado nos dejó tremendas experiencias de lo que sucede cuando se intenta acallar la esperanza a base de la utopía del progreso, que ahora, en cierto sentido, toma la forma de la ideología tecnicista. Obstáculos para manifestar la dimensión familiar y fraternal del desarrollo son además –según Benedicto XVI– aquellas pseudoculturas y formas religiosas que fomentan el individualismo y el aislamiento, de un lado, y de otro, el sincretismo (tomar un poco de todo), pues pueden favorecer la dispersión y la falta de compromiso. También el laicismo y el fundamentalismo, en cuanto que se oponen a la trascendencia de la persona o su libertad. En este texto no se excluye una sana autocrítica de algunas formas del cristianismo que hayan podido caer en el racionalismo sin proporción con la fe o en el fideísmo sin suficiente dimensión racional. Se afirma concretamente –en la línea de las conversaciones de Joseph Ratzinger con Jürgen Habermas (Munich, enero de 2004) o del discurso de Ratisbona (septiembre de 2006)– que la razón y la religión necesitan purificarse mutuamente, para contribuir a un verdadero desarrollo. Una de las peores consecuencia de la ideología tecnicista es el olvido de la dimensión espiritual de las personas. Escribe el sucesor de Pedro con referencia al Concilio Vaticano II que “la fuerza más poderosa al servicio del desarrollo es un humanismo cristiano”. Por el contrario, subraya, “el humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano”. Dice el Papa –mostrando el vínculo de sus tres encíclicas– que “el amor de Dios nos invita a salir de lo que es limitado y no definitivo, nos da valor para trabajar y seguir en busca del bien de todos”, aunque nunca lleguemos a conseguir plenamente lo que anhelamos. Por eso Dios nos sostiene siempre como “nuestra esperanza más grande”. Nada extraño, por tanto, que concluya: “el desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios”, en oración, bien conscientes de que el auténtico desarrollo es antes un don de Dios que un esfuerzo humano. De ahí que la promoción del desarrollo comienza por la experiencia de fe y amor a Dios y la fraternidad en Cristo. No se dice que todo lo demás no contribuya al desarrollo. Se afirma que los cristianos tenemos la responsabilidad gozosa de acogernos a Dios y a su amor, de renunciar a uno mismo y acoger al prójimo, trabajando por la justicia y la paz. Es lo que Juan Pablo II llamaba transformar la historia “desde Cristo” y con Él, como fruto del amor que se manifiesta en la esperanza y siempre sobre el trasfondo de la fe. La encíclica proporciona un fundamento teológico más profundo a la Doctrina Social de la Iglesia y suficientes argumentos para que los cristianos participen, desde la fuerza de la vida espiritual –cada uno según su condición–, junto con los demás ciudadanos, en el desarrollo integral de las personas y de los pueblos, especialmente los más débiles y pobres. San Pablo les escribió a los cristianos de Roma: “Que vuestra caridad no sea una farsa”. Hoy podríamos decir lo mismo de otro modo: que sepamos, con esperanza, vivir el amor de verdad. |
Viaje pastoral a Puerto Rico y México
sábado, 01 de agosto de 2009
OpusDei.es
Mons. Javier Echevarría ha emprendido un viaje pastoral a Puerto Rico y México, países donde ha tenido tertulias con diferentes grupos de personas. En la capital mexicana ha dedicado una iglesia a San Josemaría.
Ofrecemos 2 vídeos breves y una galería de fotos.
Tertulia en Puerto Rico (vídeo)
«¿Qué le preocupa al Santo Padre, para que recemos por eso?». Esta es una de las preguntas a las que respondió el Prelado en una tertulia que tuvo con portorriqueños, de la que ofrecemos un extracto de tres minutos.
Dedicación de la iglesia San Josemaría (vídeo)
Imágenes de la iglesia San Josemaría (galería fotográfica)
En 2002, el cardenal Norberto Rivera Carrera encomendó a sacerdotes del Opus Dei una iglesia en el barrio de Santa Fe, de moderna construcción. La bendición de la primera piedra se realizó en 2005. El templo definitivo fue inaugurado el pasado martes por Mons. Javier Echevarría.
Desde que la parroquia ha comenzado a tener culto, acuden cada fin de semana al menos dos mil vecinos. De ellos, 200 voluntarios jóvenes desarrollan ya una labor social en las colonias marginadas de Santa Fe, de la que se benefician cinco mil personas.
He abortado cinco veces en mi vida
«He abortado cinco veces en mi vida, hoy, con treinta y tres años, soy una ruina»
T.M./S.M./ religionenlibertad.com
SEIS MUJERES RELATAN EL INFIERNO EL EL QUE HAN ESTADO INMERSAS TRAS TERMINAR CON SU EMBARAZO
El aborto no es una simple «operación médica». Así lo confirman muchos testimonios de mujeres que han pasado por esta experiencia. El desconocimiento del síndrome post aborto ha llevado a millones de mujeres en el mundo a recurrir a él.
«El 98 por ciento de las mujeres que ha abortado está trastornada por ello, ya sea para toda la vida o por poco tiempo». Esto lo asegura la estadounidense Nancy-Jo Mann quien, en 1984, diez años después de abortar, fundó la Asociación de Mujeres Explotadas por el Aborto (WEBA). Abortó a los cinco meses y medio porque su marido la había abandonado, tenía dos hijos más y no disponía de recursos. «Experimenté cómo mi hija se retorcía dentro del vientre mientras la ahogaban y extrangulaban para matarla», asegura. Después dio a luz a una niña muerta que tuvo en sus manos hasta que las enfermeras «la cogieron y la echaron a una palangana».
Su testimonio es uno más de los que aparecen en el libro «Myriam… ¿por qué lloras?» de la editorial «Noticias Cristianas», que impulsa Jaime Solá. Un libro en el que muchas mujeres relatan sus experiencias tras el aborto. Magda es otra de las mujeres que se quedó embarazada debido a una violación y decidió abortar después de muchas vacilaciones. «Siempre dudé de mi decisión porque la consideraba como un asesinato», afirma. «Mi primer pensamiento después de abortar fue ¡Qué he hecho!, y quise suicidarme».
Aborto en la juventud
En los últimos años han aumentado los casos de jóvenes que se quedan embarazadas y recurren al aborto. Uno de ellos es el de Mónica, una joven de 18 años que decidió abortar en Suiza cuando estaba embarazada de un mes. Aún estaba estudiando y su madre pensó que era la solución más cómoda. «Después de la intervención, el problema había desaparecido». Diez años más tarde, Mónica se casó y quiso tener un hijo, pero no podía quedarse embarazada y tuvo que acudir a la misma clínica en la que le habían practicado el aborto. Finalmente consiguió ser madre y, después de esa experiencia, Mónica se dio cuenta de que podría haber tomado otra decisión diferente al aborto.
Muchas de ellas se sintieron perdonadas cuando se volvieron hacia Dios. Así lo cuenta María Ana, que vio practicar por primera vez un aborto justo en el momento en que tenía que decidir si ella misma iba a abortar. Estaba embarazada de diez semanas: «Se podía apreciar el sexo y ya tenía uñas». Después de abortar sus preocupaciones económicas habían «desaparecido». Cuando María Ana se casó empezó a arrepentirse de su decisión y pensó que sólo Dios podría ayudarla: «¡Cuánta paciencia y amor tiene Dios con nosotros, y qué preciosa es cada vida!». Más tarde, María Ana tuvo que pedir perdón a sus hijos «por haberles robado a sus dos hermanas». Otra de las mujeres que acudió a Dios tras abortar tenía 21 años: «Perdí mi trabajo, fui incapaz de tener ninguna relación y comenzó mi dependencia de los calmantes y el alcohol». Después de cinco años pudo «aceptar el perdón de Jesucristo».
El silenciamiento del aborto
En todos los testimonios del libro hay un elemento común: ninguna sabía cómo se practicaba un aborto ni conocía sus consecuencias. Las mujeres que han abortado también acusan a los médicos y a las instituciones de silenciar la verdad sobre el aborto «y sus consecuencias para la madre», en parte por el lenguaje técnico de la medicina y también por la terminología que «oculta y embellece el suceso verdadero». Aunque algunas mujeres abortaron varias veces, acabaron deseando tener un hijo: «He abortado cinco veces… Con el sexto embarazo ya no pude hacerlo. Hoy a los treinta y tres años soy una ruina».
¿Cómo te ha ayudado un sacerdote?
Teresita, sobrevive a la muerte en accidente
Teresita, sobrevive a la muerte en accidente de su esposo, cinco hijos, su suegro y tres cuñadas.
Para Olga Teresita Ramírez, la vida cambió totalmente el pasado 15 de junio al ser la única sobreviviente de un accidente de tránsito en el que perdió a su esposo, sus cinco hijos, su suegro y tres cuñadas.
Aprovechando las vacaciones, habían planeado una peregrinación a una localidad llamada Buga, cerca al mar pacífico colombiano, donde está situado uno de los santuarios más importantes de este país: el del Señor de los Milagros.Diego, el esposo de Teresita le había prometido el año pasado visitar con su familia el lugar, conocido también como el “Milagroso de Buga”, para pagar una promesa.
Al viaje se unieron Alfonso, el papá de Diego y tres de sus hermanas: Virgelina, Marta y Ana. Eran doce los peregrinos.
A mitad de camino, el autobús se encontró con un árbol, chocó y cayó a un barranco que daba al Río Cauca, el segundo río más grande de Colombia. Teresita logró salir del vehículo y quedó atrapada por las piedras del barranco a las que se sostuvo fuertemente. “¿Quien está vivo?”, preguntaba la mujer. Nadie le respondía.
En ese momento se dio cuenta de que había sido la única sobreviviente del accidente. Era tal la oscuridad que no lograba ver los restos del vehículo. Solo sentía la corriente del caudaloso río que se lo llevó inmediatamente. Al escuchar la fuerza de las aguas del Cauca se preguntaba “¿me lanzo?, total no sé nadar y así me voy con mis seres queridos…”.
Pero luego, entró en la realidad. Pensó en la Madre de Dios, y decidió dialogar con ella hasta esperar que alguien la lograra rescatar: “María, si tú me dejaste acá después de tener un esposo y cinco hijos, tu dirás para qué me necesitas“, le dijo a la Virgen.
Sosteniéndose con las piedras de barranco, en medio de una fuerte lluvia, Teresita permaneció durante cuatro horas, esperando ser rescatada. Cada vez que escuchaba ruidos daba gritos de auxilio. Confiesa que fueron cuatro horas las que estuvo allí donde aprovechó para mirar hacia el pasado, agradecer a Dios por la familia que había tenido y para ver que como madre y esposa no tenía remordimientos.
Así Teresita logró ver una luz y descubrió la salida del barranco. Por allí subió para pedir ayuda a unos trabajadores que se encontraban en la carretera. Minutos después llegaron las ambulancias y la policía para comenzar la búsqueda y el rescate de los cuerpos sin vida de sus familiares.
Teresita asegura que la fe en Dios y el amor a María Auxiliadora es lo que cada día la llena de fuerzas para afrontar la anuencia de su esposo y de sus hijos. También el amor que siempre recibió y entregó en su familia durante estos 18 años de matrimonio.
Cada día lucha por vencer la tristeza repitiéndose la frase que decía San Juan Bosco, uno de sus santos preferidos “La santidad consiste en estar siempre alegres“.
Mi matrimonio no fue perfecto. Tuve dificultades que tuve que soportarlas. El amor todo lo soporta, por eso ahora estoy fuerte”, confiesa Teresita.
“Los niños eran muy cariñosos con nosotros, el papá era muy dedicado. Todo su tiempo libre era para ellos. La Navidad era hermosísima. Mi esposo hacía el pesebre con todos, y le ponía mucho amor. Hacíamos la Novena al niño Jesús y venían entre 35 y 40 niños. Era como algo mágico. En la última Navidad, Diego nos había comprado un árbol hermoso”.
Recuerda que Paola su hija mayor estaba por terminar el colegio, donde siempre fue una gran líder y pensaba hacerse religiosa salesiana. Quería hacer un voluntariado en enero para discernir si era esa su vocación.
“Hace poco vi su billetera y me di cuenta de que tenía un adhesivo que decía ‘Cristo, alimento de mi alma’”, cuenta Teresita.
Paola era a la vez muy alegre y pícara. Trabajaba en la catequesis de la parroquia. El pasado mes de mayo le hizo un altar a la Virgen que decía: “María, ven y guía mis pasos”. Lograba reunir a toda la familia para que oraran juntos.
Teresita no sabe aún a qué se dedicará, ya que su vida estaba totalmente volcada a su familia. Ha recibido propuestas de trabajo y becas de estudio en Bogotá, pero ella no quisiera abandonar su pueblo. Tiene a sus padres vivos y regresó a vivir con ellos. Tiene once hermanos que están pendientes de ella y la acompañan.
Uno de ellos asegura que la historia de Teresita es como la de Job, quien al perderlo todo dijo: “el Señor me lo dio, el Señor me lo quitó”. Ella se ríe y dice “el hecho de que esté fuerte no quiere decir que sea santa”.
En La Ceja muchos se preguntan qué ha hecho esta mujer para estar de pie ante este inmenso dolor. Visitó al psicólogo y al psiquiatra, quienes aseguran que de salud mental está perfecta.
Y mientras tanto… Teresita observa las fotos de sus seres queridos, mira al cielo y asegura: “Allá están ellos, falta ver cuando será el día en que todos nos vamos a reunir“.
Noticia tomada agencia Zenit
Así se convirtió la hija de Stalin
LA HIJA DEL GRAN DICTADOR, SVETLANA, PASÓ DEL ATEÍSMO AL CATOLICISMO
De tal palo tal astilla… Normalmente. Que no siempre. Adagio precisamente fallido en la historia que sigue. Designamos “palo” a Joseph Stalin, jefe máximo de la gran potencia soviética. Uno de los mayores genocidas de la historia humana. Moderno Nerón, feroz perseguidor de la presencia y recuerdo de Dios en la tierra.
La “astilla” derivada ha sido Svetlana, la benjamina de la familia, conocida escritora, mundialmente famosa desde que escapó de Rusia, refugiándose en Occidente, en 1967. En la treintena explotó.
El ejemplo de los cristianos
“Los primeros 36 años que he vivido en el estado ateo de Rusia no han sido del todo una vida sin Dios. Sin embargo, habíamos sido educados por padres ateos, por una escuela secularizada, por toda nuestra sociedad profundamente materialista. De Dios no se hablaba. Mi abuela paterna, Ekaterina Djugashvili, era una campesina casi iletrada, precozmente viuda, pero que nutría su confianza en Dios y en la Iglesia. Muy piadosa y trabajadora. Mi abuela materna, Olga Allilouieva, nos hablaba gustosamente de Dios: de ella hemos escuchado por vez primera palabras como alma y Dios. Para ella, Dios y el alma eran los fundamentos mismos de la vida”. (…)
“Cuando mi hijo tenía 18 años enfermó. No quería ir al hospital, a pesar de la insistencia del doctor. Por primera vez en mi vida, a los 36 años, pedí a Dios que lo curara. No conocía ninguna oración, ni siquiera el padrenuestro. Pero Dios, que es bueno, no podía dejar de escucharme. Me escuchó. Después de la curación, un sentimiento intenso de la presencia de Dios me invadió. Con sorpresa de mi parte, pedí a algunos amigos bautizados que me acompañaran al templo. Dios no sólo me ayudó a encontrarlo, sino deseaba darme mayores gracias”. (…) “Bautizada el 20 de mayo de 1962 en la fe ortodoxa, tuve el gozo de conocer a Cristo, aunque ignorase casi toda la doctrina cristiana”. (…)
“Encontré por vez primera en mi vida católicos romanos, en Suiza, cinco años después de mi bautismo en la Iglesia ortodoxa rusa. Después me trasladé a América y me casé; parecía que llegaba para mí la posibilidad de una vida normal. Pero pronto sobrevino de nuevo la turbación y la amargura; todo terminó con la separación conyugal. Durante estos años, mi vida religiosa era confusa, como todo el resto”. (…)
“Un día recibí una carta de un sacerdote católico italiano de Pennsylvania, el P. Garbolino. (…) Nuestra correspondencia de amistad duró más de 20 años y me enseñó muchas cosas”. (…)
“En 1976 encontré en California una pareja de católicos, Rose y Michael Ginciracusa. (…) Su piedad discreta y su solicitud hacia mí y mi hija me conmovieron profundamente. En 1982 partimos para Inglaterra”. (…)
El abrazo a la fe de Roma
“La lectura de libros notables y el contacto con los católicos contribuyeron a acercarme cada vez más a la Iglesia Católica. Y así, en un frío día de diciembre, en la fiesta de Santa Lucía, en plenoAdviento, un tiempo litúrgico que siempre he amado, la decisión, esperada por largo tiempo, de entrar en la Iglesia Católica, me brotó naturalísima. (…) Los años desde mi conversión han sido plenos de felicidad. (…) La Eucaristía se ha hecho para mí viva y necesaria. El Sacramento de la Reconciliación con Dios a quien ofendemos, abandonamos y traicionamos cada día, el sentido de culpa y de tristeza que entonces nos invade: todo esto hace que sea necesario recibirlo con frecuencia”. (…)
“Por muchos años he creído que la decisión crucial que había tomado de permanecer en el extranjero en 1967 fue una importante etapa en mi vida. Yo iniciaba una vida nueva, me liberaba y progresaba en mi carrera de escritora itinerante. El Padre celestial me ha corregido dulcemente. Fui nuevamente sumergida en una maternidad tardía que debía hacerme presente mi puesto en la vida: un humilde puesto de mujer y de madre. Así, en verdad, fui llevada en los brazos de la Virgen María a quien no tenía la costumbre de invocar, teniendo la idea de que esta devoción era cosa de campesinos iletrados, como mi abuela Georgiana, que no tenía otra persona a quien dirigirse. Me desengañé cuando me encontré sola y sin sustento. ¿Quién otro podía ser mi abogado sino la Madre de Jesús? Imprevistamente, Ella se me hizo cercana”.
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