Amigos, ¿percibimos qué significa en la misma Iglesia esta verdad después de años en que hemos confundido el desarrollo de los pueblos con lo económico, con lo político, con el asistencialismo, con el compromiso unilateral a nivel social?
Los líderes mundiales, los economistas y también el mundo eclesial en sus «fuerzas especializadas», como los pastores y religiosos en particular, están gastando todas sus energías buscando soluciones a la crisis mundial que nos afecta, con análisis, discernimientos, congresos, pero sin resultados. Y ahora un hombre de una inteligencia y una fe única, experto en humanidad como pocos, afirma que la crisis tienen un único camino de solución: la verdad en la caridad. Este hombre, Benedicto XVI, propone con fuerza que el desarrollo se consigue mediante el encuentro con Cristo.
En nosotros, que hemos sido elegidos en Cristo desde la eternidad para ser testimonio del amor de Dios y colaboradores en su obra de salvación, esta certeza nos alegra y alienta, nos empuja a ser como recuerda «Aparecida»: testigos y misioneros del Señor en un mundo que ha perdido el sentido de la vida. La pobreza de nuestro continente es la falta de Cristo y por consiguiente el riesgo de las utopías como la del socialismo del siglo XXI.
Con la afirmación de que el nombre del desarrollo se llama Cristo, el Papa reconduce todo al corazón de la cuestión: la urgencia de una nueva evangelización, de un nuevo compromiso con Cristo porque si Cristo no se transforma en el criterio del vivir, no existe un anuncio posible y adecuado. El hombre necesita de Cristo y por eso de pastores, de hombres enamorados de Cristo, capaces de ofrecer Su Presencia como única respuesta a la pobreza que todos vivimos.
Pobreza, afirma el Papa, que coincide, antes que nada, no con el hambre, la falta de vestido, etc., sino con la falta de un sentido en la vida, en la pérdida del rumbo que conduce al objetivo último de la vida. Benedicto XVI también nos recuerda que en el origen de esta pobreza está la soledad que vive el hombre, debida al «rechazo del amor de Dios».
Es como si el Papa nos pusiera en alerta continuamente respecto al hecho de que cualquier problema social nunca se acabará en modo completo y equilibrado si el hombre prescinde de la relación con Dios. Factor importantísimo sobre todo porque nos ayuda a superar la famosa división tanto exaltada en el eslogan de los católicos de los años 70: «Evangelización y promoción humana».
Ahora finalmente, gracias a Benedicto XVI, «la evangelización es formación humana». Se acaban las posturas dualistas: «primero formamos el hombre y después al cristiano». El hombre no está completo si no es cristiano y el cristiano es el hombre completo. O «no es suficiente la caridad, se necesita primero la justicia». ¿Cuántas veces lo hemos escuchado? Como si la caridad pudiera ser injusta y la justicia fuera algo que el hombre puede darse por sí mismo.
Es necesario partir de Cristo para que el hombre se encuentre a sí mismo, su rostro humano y por consiguiente para que pueda vivir una solidaridad con los demás. Sin esta postura que define la ontología del ser humano no existe una estética y, por consiguiente, una ética, un comportamiento solidario entre los hombres.
La relación estrecha con la primera encíclica, Deus caritas est, es lo que impresiona desde los primeros párrafos. También en aquella encíclica el Papa hablaba de la caridad profundamente unida a la verdad. Benedicto XVI definiendo la caridad como verdad elimina cualquier posible reducción de tipo moralístico.
Leyendo esta encíclica, recuerdo un lema de Juan Pablo II: «la verdad es la fuerza de la paz». Fundar la caridad sobre la verdad significa reconducirla al aspecto propio de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Mientras que la palabra caridad desarticulada de la verdad puede ser reducida a una simple generosidad, a una bondad incapaz de ofrecer alguna esperanza cierta al hombre de hoy.
En la encíclica, el Papa habla de amor, pero como amor al destino del hombre. Para Benedicto XVI, el punto de partida del amor al hombre es ontológico y no ético. Es decir, nace de la conciencia, del reconocimiento del hombre como creatura divina, como relación con el Misterio, porque sólo reconociendo la verdad última de hombre, su destino final, es posible amar al hombre. Ontología y conocimiento son los dos aspectos esenciales de la relación entre los hombres porque, justamente, parten de lo que el hombre es. Y el hombre es relación con el Infinito, de la cual deriva su dignidad y la de los demás.